En Argentina, los nombres claves en la fundación de la tradición literaria son los mismos nombres claves de la fundación del estado nacional: Alberdi escribió novelas y escribió también las bases de la Constitución, Sarmiento fue autor del Facundo y fue presidente de la República, Hernández creó el Martín Fierro y fue presidente de la Cámara de Diputados, Echevarría escribió El matadero y fundó la Asociación de Mayo, Mármol escribió el primer gran romance nacional, Amalia, y fue senador y diputado. En Chile, la novela nacional por excelencia, Martín Rivas, fue escrita por un diputado, Blest Gana. En Colombia, eso mismo lo hizo otro diputado, Jorge Isaacs, autor de María. En México, los primeros grandes relatos de historia moderna fueron de otro diputado más, Servando Teresa de Mier, y la gran novela de la revolución, Los de abajo, fue obra de un jefe político de su estado y director de educación, Mariano Azuela. Brasil y Venezuela han llevado escritores a la presidencia: Jose Sarney y Rómulo Gallegos.
Una de las observaciones centrales de La ciudad letrada, el estupendo libro del uruguayo Ángel Rama, es que, en la formación de las sociedades latinoamericanas, y sobre todo en la formación de sus estructuras jerárquicas y sus formas de gobierno, fue crucial el papel de los intelectuales, de modo particular el papel de los escritores.
Gobernantes y escritores habrían sido, en gran medida, según Rama, los mismos personajes: él los llama "letrados". Quienes hacían la historia de las colonias, pero, sobre todo, quienes harían luego la historia de las nuevas naciones independientes, eran esos letrados: ellos escribirían novelas y decretos, cuentos y libros de historia, cantos y leyes, constituciones y poemas. Y, en su afán de mantener su situación de poder, esos letrados irían asfixiando al resto de la sociedad, manteniéndola a raya, incomunicada del poder, enfrentada y relegada al margen de la cultura oficial.
Y a lo largo del siglo veinte esa proximidad se iría desvaneciendo, el escritor se haría cada vez más una figura desconectada del Estado, en la medida en que se irían profesionalizando la ocupación de los políticos y la tarea de los intelectuales como dos oficios distintos. Hay una cosa trágica en ese diagnóstico: es justamente cuando las humanidades se vuelven más capaces de distinguir la complejidad de nuestras culturas, cuando alcanzan la posibilidad de notar nuestros conflictos, de reconocer la diversidad, la otredad, la diferencia, la hererogeneidad, etc., que los intelectuales pierden el mando, y el poder va a dar a las manos de políticos casi siempre incapaces de tal entendimiento.
Pero, fíjense en el caso peruano: nosotros tuvimos a un Manuel González Prada que fundó un partido radical, la Unión Nacional, y al ser nominado como candidato a presidente salió corriendo de la responsabilidad. Tuvimos a un Ricardo Palma que abandonó la carrera política tras ser secretario del presidente Balta. Tuvimos a un Valdelomar que murió apenas electo diputado regional y cuando su carrera presidencial empezaba a perfilarse. Tuvimos a un Mariátegui muerto antes de coronar cualquier éxito practico. Y a un Vargas Llosa derrotado por la mayor colección de rateros y mafiosos que haya conocido nuestro país. (Nuestros escritores con cierto éxito político han sido muy secundarios como escritores y como políticos: José Gálvez, Luis Alberto Sánchez, etc.).
Me pregunto si parte de nuestro fracaso como sociedad, y como estado nacional, tiene que ver no tanto con los abusos de la ciudad letrada, como se dice con tanta facilidad, sino, más bien, con el hecho de que nunca hayamos tenido una en la época en que necesitábamos cierta unidad de proyectos fundadores (sí la tuvieron, con serias taras, claro, como explica Rama, casi todos los demás países del continente).
Voy a hacer una pregunta conflictiva: ¿no será éste el momento ideal para una refundación de la ciudad letrada, una que no repita las fallas de sus antecedentes, una que, más bien, sea capaz de integrar la nueva sensibilidad que las humanidades tienen hoy ante problemas como la heterogeneidad cultural, la injusticia social, la inequidad política, etc.?
Me pregunto, también, qué habría pasado si González Prada, uno de los intelectuales más lúcidos y modernos de su tiempo, hubiera aceptado la responsabilidad que le reclamaban sus copartidarios. Y, por último, me pregunto hasta cuándo los intelectuales peruanos van a seguir huyendo de ese compromiso.
Imagen: González Prada no quiso ponerse esa banda (Fotomontaje: gfp).
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
10 comentarios:
Es una muy interesante sugerencia, Gustavo. Sin embargo, me temo que tu idea está injustamente inclinada hacia las humanidades. No es lo mismo intelectual que escritor o crítico literario, como imagino estarás de acuerdo. Si extendemos la etiqueta más allá de las humanidades, no solo tendremos que reconocer que Fujimori y Toledo son "intelectuales" (si un MA y un PhD americano significa algo) sino que además han gobernado con una cohorte de otros "intelectuales" (o "técnicos" como se dice hoy día para distinguir al intelectual de humanidades de los otros). Y no creo que ninguno de ellos ignorara "la heterogeneidad cultural, la injusticia social, la inequidad política".
Lo que quiero decir es que ser intelectual, de cualquier tipo, no es un impedimento para ser ratero ni mafioso. Sin ir muy lejos, los otros países que mencionas no han dejado de tener los mismo problemas que nosotros: rateros, mafiosos y criminales como gobernantes.
No concuerdo con que baste tener un máster o un doctorado para ser un intelectual, y creo que saber que existe injusticia social o heterogeneidad cultural es muy distinto de estudiarlas y reflexionar sobre ellas. Yo no ignoro la existencia del cáncer, y tengo una idea de qué es, pero eso no me convierte en médico.
Por supuesto que la inteligencia no es garantía de solvencia moral, en lo absoluto, pero la corrupción no es el único problema de nuestro país, a veces el problema es, directamente, la ignorancia misma.
Sobre la inclinación a las humanidades, es verdad, es un error tonto del post, un error residual, digamos, causado porque siempre la idea de letrado ha estado asociada, en teorías como la de Rama, a la figura de los escritores en particular.
Estimado Gustavo
En tu lista de intelectuales que participan en política te salteaste a Ciro Alegría, quien fue diputado.
Estoy de acuerdo en que Luis Alberto Sánchez se le considere escritor de segundo orden, pero no creo que se le pueda calificar de intelectual de menor cuantía. Su reflexión sobre el país es más elaborada (y mejor escrita) que la de Haya, por ejemplo. Supongo, como ya se lo has dicho a Miguel, que tu comentario en tu post se debe a que uno tiende a confundir los conceptos de intelectual y escritor.
Más allá de estos reparos, concuerdo contigo en que nuestra clase política tiene un nivel muy primario, y por ende el discurso político. No se discuten ideas. No he escuchado, por ejemplo, que al discurso de Humala, al que se sus detractores califican de irracional para abajo, se le salga al frente con ideas y conceptos novedosos.
Gustavo, quiero plantear algo que pretende ser más una línea de indagación que una afirmación. En los círculos criollos pudientes se suele caracterizar la exitosa arremetida de políticos improvisados como Fujimori y Toledo como una "toma" del congreso a manos de masas incultas, vulgares y faltas de preparación. Recuerdo claramente que en 1990 circulaba la leyenda de que, debido al "huaico" de votos a favor de Fujimori había sido elegido el jardinero de algún candidato del Fredemo que no había sido elegido. Entre los que hacían circular este tipo de leyendas nadie, sin embargo, hablaba maravillas de los congresos anteriores (salvo para decir que había habido, quizás, "más gente decente"). El propósito, según yo lo juzgué en el momento, era descalificar de entrada porque no se sentían representados por lo que estaba sucediendo.
A lo que quiero ir con esto es a preguntarnos si nuestra indagación no debería tener en cuenta también la necesidad que tendría la clase letrada de ganar representatividad como tal y más allá de lo que se percibiera como su extración y/o sus fidelidades raciales, de clase, regionales, etc. Las dificultades para que los letrados hagan frente común las hemos visto ya en los coletazos del Congreso de Madrid. Desgraciadamente, siendo el Congreso una cámara de representantes (no confundir con la gringa) resulta muy problemático imaginar cómo darle representatividad a "las letras" o a "la intelectualidad" como tales, como abstracción. Hace falta una especie de activismo que haga al intelectual un participante sociopolítico activo, lo que los gringos llaman "grassroots". Me resulta paradójico, al paso de los siglos, cómo ha hecho un país tan variopinto como Cuba, por ejemplo, para condensar todas las aspiraciones que lo aglutinan como comunidad imaginaria en una figura como la de Martí, a la que según lo ven poco le falta para haber creado la isla en seis días. Quiero decir cómo ha sido que no le han surgido descalificaciones o por qué algunos grupos no han alegado su falta de representatividad. Quizás cuando se dieron esos modelos también el juego democrático se limitaba a menos jugadores, que se reconocían más fácilmente entre sí. No sé.
Hola, Mario.
Luego trato de responder tus otras preguntas, o de agregar algunas, en todo caso. Pero, por ahora, empiezo con lo de Martí: la forma rápida y efectiva de convertir a Martí en todo lo que dices ha sido el decreto de la dictadura. Martí no era una figura tan prominente e indiscutible antes de que Castro decidiera convertirlo en el único intelectual cubano prerrevolucionario digno de encomio.
Si, luego de eso, no ha habido mayor resistencia, ni en Cuba ni en el exilio, a la figura de Martí, se debe, en parte, al estado represivo del gobierno cubano (para los de dentro) y (para todos en general) al hecho de que Martí sea una figura fácilmente aceptable, que no existe en, por ejemplo, la historia peruana: un héroe militar que fue a la vez un intelectual, un escritor guerrero, un rebelde teórico y práctico. Es como si de pronto nosotros tuviéramos un Grau (personaje icónico, indiscutible en el Perú) que hubiera escrito inteligentes reflexiones sobre el futuro del país, reflexiones que hubieran dado vida, con los años, a más de un discurso nacionalista en el país.
Gustavo, este último post contribuye a ilustrar lo que dije acerca del miedo escénico de González Prada, pero mencionarlo junto con Alberdi y Sarmiento puede ser un poco problemático, sobre todo si recordamos que el enfrentamiento entre civilización y barbarie en las pampas argentinas terminó con el asesinato de sus pobladores autóctonos, fuera del recrudecimiento de los complejos de inferioridad frente a lo europeo (los inmigrantes no hispanos).
Es decir, ser intelectual tampoco asegura mucho.
Ahora bien, escritores relacionados al poder, siempre los hemos tenido: desde José Santos Chocano (laureado en grandes fastos como poeta nacional, mientras Eguren y Vallejo observaban en la sombra), varios vanguardistas arrepentidos trabajando para la dictadura de Odría, ciertos poetas de Hora Zero en la época de Velasco, y algún asesor de Fujimori, que creo que también era su cocinero.
Recuerdo que Bustamante y Rivero le ofreció un trabajo para sacar de su bohemia autodestructiva a Martín Adán -habían sido compañeros de estudios- y éste le dijo no, gracias.
Quizá el precio que debe pagar un intelectual al meterse directamente en política es eso que llamas "ser secundario como escritor y como político". A propósito, en la bibliografía sobre González Prada, Luis Alberto Sánchez es insoslayable ("Don Manuel", una de sus amenas y bien escritas biografías literarias, género del que tanto necesitamos), además de que su obra es una refundación, un corte generacional, con respecto a Riva Aguero que, aunque pionero,y también buen escritor, proponía a la literatura peruana como un anexo de la peninsular.
Y sobre si es el momento: siempre es el momento, para joderse o para salvarse. Y esto es igual, creo, en cualquier lugar del mundo. En esa línea, una pregunta: la Academia en Estados Unidos, ¿es La Ciudad Letrada? Si es así, ¿en qué medida y de qué manera afecta a su sociedad?
me parece excelente gustavo, qué tal si partimos por casa el vuelves a la patria para fundar un partido y empezar carrera política?
Matias sin tilde: no viste el párrafo del post anterior que dice:
"No se trata de crear un partido político, ni siquiera de lograr un gran consenso: se trata de llevar la inteligencia de investigadores, profesores, sociólogos, historiadores, antropólogos, lingüistas, escritores y artistas a la calle, de que ellos reclamen y busquen una responsabilidad fuera de aulas, bibliotecas y laboratorios, que sean el origen de nuevos movimientos intelectuales capaces de vincularse con el país".
faveron (sin acento): cf. mi comentario (con tilde) en tu post anterior
por otra parte, esto no es la biblia ni heidegger y natural y azarosamente uno se salta párrafos... como bien sabrás, así es la lectura
Al contrario: es en la Biblia donde uno se salta párrafos. Todos los párrafos, por lo común.
Publicar un comentario