Algo raro pasa. El Mercurio de Santiago sigue abriendo sus páginas a la literatura peruana.
Apenas una semana atrás, mi ex housemate, hoy profesor de Harvard University, el chileno Luis Cárcamo, publicó allí un ensayo sobre Jorge Eduardo Eielson.
Un par de días después, Carolina Andonie Dracos hizo notar en esas mismas páginas el florecimiento comercial de nuestra narrativa en el último par de años, los muchos premios obtenidos por peruanos en estos dos meses, y el súbito interés de las grandes editoriales en las letras peruanas.
Hoy, la sección Artes y Letras de ese diario publica dos artículos críticos que siguen abundando en esa presencia peruana: el primero es de nuestro amigo Fernando Iwasaki y está referido a la novela La hora azul, de Alonso Cueto; el segundo es del profesor Grínor Rojo y ofrece pistas generales para una lectura de Carlos Germán Belli como reelaborador de poéticas tradicionales.
La Revista de Libros, también de El Mercurio, da cuenta además del trabajo de otro peruano, Julio Ortega, al frente del llamado Proyecto Transatlántico, de Brown University, y de paso promueve el próximo congreso internacional de dicho proyecto (que busca el establecimiento de una subdisciplina crítica que estudie las relaciones históricas, sociales, lingüísticas, etc., entre las tradiciones literarias hispanoamericanas y las españolas).
(Dicho sea de paso: también hay, en la sección Artes y Letras de El Mercurio de hoy, un largo artículo que informa sobre la salida del peruano David del Pino Klinge de la dirección de la Orquesta Sinfónica de Chile --tras muchos años de trabajo interesante-- y de los problemas que vendrán a la hora de reemplazarlo).
Y ante ese impulso peruanista de El Mercurio no me queda sino advertir esto: algo se deben traer entre manos esos chilenos... ¿Qué tanto interés en nuestros escritores? ¿Por qué tanta bienvenida a nuestros creadores? ¿Por qué tanto beneplácito con el trabajo de nuestros críticos?
Está claro: se trata de una guerra no declarada (que incluye el mefistofélico proyecto de invitar a Perú como país estrella de la próxima Feria del Libro de Santiago): están tratando de... conocernos.
Propongo que no nos durmamos en nuestros laureles y nos demos un tiempo para leer a Roberto Bolaño, a Pedro Lemebel, a Diamela Eltit. Que desempolvemos nuestros libros de Juan Emar, de Baldomero Lillo (los dos más sorprendentes e inquietantes cuentistas chilenos que he leído), de Vicente Huidobro, de Neruda, de Lihn. Que la aproximación, en suma, no nos coja por sorpresa.
Imagen: Belli, Cueto e Iwasaki en El Mercurio de hoy (fotomontaje: gfp).
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5 comentarios:
Y, Jorge Teillier , por supuesto...
Y hay rumores insistentes, secretos a vocecitas, que dicen que se está planeando agregarle una palabra entre parentesis al nombre de la Feria; más precisamente, un apellido, como para que sea la cereza que corone el pastel:
Feria del libro de Santiago
(Roncagliolo)
aunque hay quienes se inclinan por ponerse cinematográficos:
Feria del libro de (los días de) Santiago
y los conciliadores:
Feria del libro de (los días de) Santiago (Roncagliolo)
no vaya a ser que luego del interés y los elogios, algunos empresarios chilenos empiecen a afirmar que cueto, roncagliolo, iwasaki y demás son chilenos, como el pisco y el suspiro limeño. hay en chile una obsesión por lo peruano que sería de lo más halagadora si no fuera por este afán de algunos por apropiarse de eso que admiran, o gustan-como ese intento sostenido de llamar a la chirimoya chilemoya (!!!!!).
peruanos paranoicos pero buenos escritores
Pero si se adueñaron de "nuestra" Isabel Allende no sería de extrañar que hagan lo mismo con escritores de la misma envergadura como los mencionados.
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