
El remezón empezó hace pocos años con artículos y cartas publicadas en revistas y diarios alemanes e ingleses, en los que se discutía un hecho insólito: el escritor alemán Heinz Von Lichberg publicó en el año 1916 un libro de cuentos titulado La gioconda abominable, que le produjo poco más que los halagos de unos cuantos conocidos y la relativa frialdad del medio literario germano.
Entre los relatos de ese libro hay uno acerca de un individuo que busca alojamiento en una pensión, por unos días, pero que acaba quedándose en ella indefinidamente debido a la pasión que despierta en él la adolescente hija de la dueña de la pensión, una mujer-niña llamada Lolita. El nombre de la tentadora protagonista, por cierto, da título al relato.
En su libro, Maar baraja una serie de explicaciones, desde la coincidencia asombrosa hasta el plagio descarado, pasando por la criptoamnesia y por combinaciones de los tres diagnósticos anteriores.

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Escribiendo este post en la casa de mi novia, en el 709 de East State Street, en Ithaca, New York, me entero de que Nabokov escribió los capítulos finales de Lolita a poco más de cien metros de aquí, en el 927 de esta misma calle, durante los años que pasó como profesor de literatura en Cornell. Así que coloco el punto final y me voy, fetichista al fin, a dar una vuelta por esa casa, a ver si todavía se siente en ella la presencia del maestro ruso.
Ah, por cierto: mientras que la imagen superior es la de Sue Lyon, la Lolita de Stanley Kubrick, la otra fotografía es una curiosidad: se trata de una vista interior de A.D. White Library, de Cornell, en la que aparecen una docena de adolescentes estudiantes de esta universidad, lolitas cornellianas, por decirlo así, leyendo la novela del escritor ruso: no es un montaje, sino una vista tomada durante la celebración del cincuentenario de la publicación de Lolita.
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