Beyond the Valley of the Dolls
Una más en la serie de las cintas imperdiblemente malas: Beyond the Valley of the Dolls, del monstruo mayor de la serie B, Russ Meyer, película hecha a partir de un guión escrito por uno de sus admiradores incondicionales, acaso el único crítico que lo elogió desde el inicio de su carrera: Roger Ebert.
Russ Meyer fue un cineasta peculiar. Fue un constante despreocupado por la calidad de sus actores (en el caso de las mujeres, bastaba con que sus cuerpos fueran exuberantes; en el caso de los hombres, era suficiente con que supieran hablar y sostenerse sobre dos pies).
Tampoco pareció interesarse demasiado porque sus diálogos sonaran siquiera razonablemente naturales. Solía poner palabras shakespeareanas en labios de orates o vagabundos y profundas reflexiones morales en boca de actrices porno.
Tuvo también la costumbre de vaciar de sentido imágenes o sucesos altamente simbólicos, haciendo cosas como, por ejemplo, reducir a la insignificancia el hecho de que un personaje llevara una esvástica, o yuxtaponer una escena de comentario antirracista con una de contenido sumamente discriminatorio, de modo que sus películas suelen resistirse a una interpretación globalizante y coherente.
A cambio de sus incoherencias, era capaz de encontrar una belleza sugerente en cualquier escena, jugando con los contrastes de color hasta el punto de que algunas escenas suyas vale la pena verlas sin prestar atención a las palabras (algo en lo que no está muy lejos del maestro italiano Dario Argento).
Beyond the Valley of the Dolls fue hecha en 1970 como segunda parte de The Valley of the Dolls, hasta que a la autora de la novela original en la que se basó aquella primera cinta, Jacqueline Susann, le entró una pataleta bárbara al descubrir, consternada, que su historia original sobre la pérdida de valores en el mundo artístico se había convertido en excusa para una cinta que era difícil distinguir del soft porn (esto, claro, para los estándares de aquella época).
Hoy, Beyond the Valley of the Dolls resulta una divertida tontería, visualmente atendible y argumentalmente disparatada, valiosa sobre todo porque, aunque no sea una meticulosa representación del mundo camp de finales de los sesenta, sí es un buen retrato de cómo ese mundo gustaba de concebirse a sí mismo. La música es estupenda; la historia es tan confusa, rítmica y delirante como una canción de Jefferson Airplane; la sensación más sostenida es la evidencia de que el cine puede ser espectáculo y diversión a todo color.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
2 comentarios:
Creo que he visto esta pelicula en una madrugada de los noventa. Creo que en ella sale, en un papel bien corto, la actriz que hace de Angela Bower en Quien manda a quien haciendo de lesbiana. Corrigeme si me estoy confundiendo con otro clasico.
Creo que es una confusión. La carrera de Judith Light (Angela Bower) sólo se ha cruzado con el cine un par de veces, y eso muy recientemente, además de que empezó más adelante en la década de los setentas. Salvo que se trate de un papel realmente minúsculo y no acreditado.
Publicar un comentario