Nada de eso nos está permitido ahora que los semifinalistas son todos europeos, ninguno hispanoahablante, y, en nuestra calidad de hermanos latinoamericanos, hemos sido eliminados no una sino muchas veces. Por eso, me permito invocar a mis antepasados franceses, los Faverón y los Patriau, para que me autoricen a seguir entre los cuatro primeros, vicariamente.
Ya en esa onda seudopatriótica, no puedo ocultar que me emocionó la última columna de Jorge Bruce en Perú 21, que reproduzco a continuación. Le pongo sólo dos objeciones: la primera es que Bruce anuncia que cierta palabra del francés es intraducible, y de inmediato pasa a dar una esmerada y precisa traducción de ella.
La segunda, que dicha palabra ha sido habitualmente uno de los signos que los franceses han usado para identificarse como superiores a sus rivales, incluyendo, claro está, a sus colonizados, y Bruce la usa para describir, como si fuera un típico francés, a un hombre que, en vista de su origen argelino, mucho ha sufrido por no ajustarse al estereotipo que los franceses quieren para sí mismos: Zinedine Zidane, o Zizou, o, como lo llamó Jean Philippe en su libro biográfico, Zidane, el rey modesto. La columna de Bruce es en verdad conmovedora.
Elogio del panache
Por Jorge Bruce (Perú 21)
El fútbol tiene eso: pone en escena las diversas facetas humanas, funcionando como un revelador implacable. En especial cuando todo está en juego y las emociones pesan en cada movimiento. Siendo el mayor fenómeno de masas contemporáneo, es nuestro gran teatro del mundo, con sus miserias y grandezas, negocios obscenos y heroicidad, manipulación colectiva y arte a pesar de todo. En el tumulto de esa épica, surgen aventuras personales que trascienden el perímetro de la cancha y nos interrogan acerca de nuestras vidas: los límites, el orgullo, la sabiduría, el destino, la vejez. Zidane era un has been. Alguien que ya fue. Antes de los octavos de final, la prensa española hablaba de jubilarlo. Ya retirado del Real Madrid, esa podía efectivamente ser su última participación en un escenario futbolístico. A Zizou le dolió esa andanada mediática: él que tanto había dado a la afición ibérica, se sintió injuriado por esa forma despectiva de tratarlo de viejo y acabado. Hasta ese momento del torneo, es cierto, solo había dado brevísimos destellos de esa magia que encandilaba a los aficionados. Todos -salvo Roberto Carlos, porque juegan juntos, también es un zorro viejo y algo temía- estaban diciendo que, como tantos otros grandes deportistas, había desperdiciado la oportunidad de retirarse cuando estaba en la cima. Cuando el brillo narcisista se interpone -podría pensarse- la lucidez se opaca. Parecía un acto de soberbia insistir en jugar este Mundial, tras haber anunciado su retiro de la selección, para después retractarse.
Ni su propio entrenador lo quería. Domenech se sentía amenazado por el ascendiente de Zizou sobre los jugadores más jóvenes, y a Thierry Henry, el príncipe heredero, se le veía sombrío y reticente. Como diciendo: este debía ser mi torneo y Zidane me lo está boicoteando por no querer soltar el cetro. El equipo pasaba con las justas y en cada instancia quedaba en deuda. No había marcado un solo gol en el Mundial pasado, cuando eran campeones. La mala racha los perseguía y Zidane era el símbolo de un esplendor decadente. Se le veía cansado, lento, abstraído, como si estuviera soñando con esa gloria pasada. Hasta que llegó el partido contra España. Acaso movido por esa injuria narcisista infligida por la prensa española, Zidane no solo condujo a su equipo a un triunfo irrefutable, sino que se dio el lujo, en el último minuto, de gambetear al extraordinario defensa Pujol, a quien dejó tirado en la grama, y anotar un gol exquisito para cerrar el partido con un desplante torero: Allez!
La expresión de alegría de su rostro debió alertar a los brasileños. La magia estaba de vuelta. El partido de cuartos de final fue una demostración de inteligencia de juego colectivo, bajo la batuta de un gran maestro. Zidane ya no corre como antes, pero piensa como nunca. El único pase de gol que le hizo a Titi Henry en todo el Mundial fue en el Waldstadion. Justo entonces. El fútbol se juega con los pies pero nace en otro lugar. Es un lugar donde, ciertos días, ciertas personas invocan la gracia, el pundonor, la elegancia y, dando lo mejor de sí mismas, nos acercan a todos, sin importar la nacionalidad, a un ideal común de excelencia. Eso tiene Zidane. Eso es el panache.
2 comentarios:
pues panache (o huevos como criollamente se dice) es lo que hace falta en una selección peruana y no un ridículo fondo perú al mundial.
muy buen post
Mi final: Portugal - Italia.
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