Hay poca gente culta en este planeta que considere la palabra "vanguardia" como un término despectivo. Alonso Alegría es una. Pero hay un truco: Alegría llama "vanguardia" a cualquier actividad creativa experimental que no le guste, como queda en evidencia en una de sus columnas de Perú 21, y eso va desde la música de John Cage (que describe con una miopía asombrosa, aislando en su interpretación una obra que es eminentemente contextual) hasta el arte conceptual entero.
El problema no es que a Alegría no le guste la vanguardia (finalmente, allá él). El problema es que cree que el arte de las elites --desde las elites esnobs hasta las legítimamente experimentales-- debe quedarse en las elites. Y también es un problema que eso lo piense una persona que ya alguna vez ha administrado secretarías culturales y que de seguro lo volverá a hacer tarde o temprano.
Su elitismo paternalista resulta claro leyendo otra de sus columnas, donde escribe, por ejemplo: "no es legítimo que la vanguardia, cosa de artistas contestatarios, gaste el dinero de todos en un arte que es para muy pocos", y saluda que la Municipalidad de Lima ya no invierta en apoyar a artistas innovadores porque tal apoyo estaba "ahuyentando al público" de teatros y galerías.
Alegría debe ignorar que muchos de nuestras cúspides artísticas han sido eminentemente experimentales, casi ininteligibles en su tiempo, y que han venido casi siempre de nuestras pobres provincias: en las páginas del puneño Oquendo de Amat, por ejemplo. Debe ignorar de seguro que la frase aquella, "todo acto o voz genial viene del pueblo y va hacia él", no proviene de un tondero de Nicomedes Santa Cruz, sino de un libro de Vallejo, cuya obra toda fue una voz de vanguardia que vino del pueblo y volvió a él.
Pensando como piensa Alegría --escritor que en términos intelectuales proviene de una generación anterior a la de su padre--, uno podría acabar sugiriendo que se eliminaran Trilce o La casa de cartón o Cinco metros de poemas, o incluso Conversación en La Catedral o Los cachorros o La mano desasida o La canción de las figuras, de todos los programas escolares, que esos libros fueran dejados de lado porque, como está claro, su dificultad comunicativa puede ahuyentar a potenciales lectores, que en cambio serían atraídos, acaso, por literatura más simple y más fácil.
Alegría parece haber olvidado que el rol de la vanguardia no es el de ser siempre "cosa de artistas contestatarios", porque su vigencia, así de simple, no es más vital cuanto más marginal sea quien la ejercita. El rol de la vanguardia es ser el motor, la avanzada, la primera línea; llegar antes que todos y dejar las puertas abiertas. Y eso es algo que sólo tiene sentido cuando se asegura que detrás de la vanguardia viene un pueblo con la posibilidad real de seguir esos pasos, no uno a quien sus propios "intelectuales" quieran desestimar y marginar como si fueran una masa de incapaces.
El arte está obligado a ser elitista en su origen y a dejar de serlo lo antes posible. Está obligado a ser elitista (que no es lo mismo que ser discriminador) porque nunca debe abandonar su afán de ser nuevo, diferente, significativo, y eso supone una entrega a él que sólo se le puede exigir, materialmente, a unos cuantos. Está obligado a dejar de ser elitista lo antes posible porque todos en una sociedad tienen el deber de hacer que la distancia entre las elites intelectuales y el resto se angoste y se estreche y, aunque sea utópicamente, desaparezca. Esa es la única manera de no ser conservador en materia artística.
Un ejemplo práctico: pocas cosas tan avanzadas y riesgosas, tan llenas de experimento y búsqueda, hubo entre nosotros como las Bienales de Lima, y yo no tengo noticia de que otra actividad artística haya recibido una respuesta tan masiva jamás en el Perú.
Pero Alegría, quizá, hubiera preferido una tómbola y una kermesse en la plaza o repartir volantes con poemas de Salaverry y aguafuertes de Pancho Fierro. Porque eso sí lo entendería la gente, ¿no?
Imagen: Alonso Alegría: no lo metan a experimentar. Fotomontaje: gfp.
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2 comentarios:
Alegría tiene una lamentable noción de "vanguardia". Hay que recordar su penosa columna sobre "El arca rusa", una de las mejores películas y más grandes películas de las últimas décadas y que trató de reducir a un simple efecto técnico. Incapaz de entender la nostalgia, en gran parte, conservadora de la película, la colocó dentro del saco de las obras de "vanguardia" que no comprende.
Alegría tiene una lamentable noción de "vanguardia" y una extraña manera de entender los efectos del arte. Hay que recordar su penosa columna sobre "El arca rusa", una de las mejores y más impresionantes películas de las últimas décadas y a la cual redujo a un simple efecto técnico realizado con trampa (como si el arte, y especialmente la cinematografía, no fuera siempre un conjunto de ilusiones). “El arca rusa”, esa gran película de nostalgia por un mundo y un lenguaje ya colocados en un museo, es “un plomazo pretencioso” según las palabras de este crítico.
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