12.8.06

Günter GraSS

Günter Grass ha sido una de las "conciencias morales" de Alemania durante las décadas recientes. Jamás ocultó su pasada pertenencia al ejército alemán, en el que se enlistó cuando tenía apenas quince años de edad. Pero desde hace unos días se sabe, por su confesión, que un par de años más tarde fue parte de las Waffen-SS, la elite de combate de las SS nazis.

Es evidente que no se trata del primer caso de este tipo. En torno al filósofo Martin Heidegger ha habido siempre dos versiones encontradas: una, diseminada por él mismo, dice que su nazismo manifiesto de inicios de los años treinta fue puro devaneo juvenil, superado y acabado a tiempo; otra, sostenida por sus críticos, asegura que el compromiso fue grande y que perduró y que la semilla totalitaria y el antisemitismo sobrevivieron en la base de la filosofía de
Heidegger.

Pero el asunto fue siempre más o menos público, no una súbita revelación, como si ocurrió con otro filósofo, el belga
Paul de Man, ex profesor de Cornell, Zurich y, por mucho tiempo, de Yale, uno de los artífices mayores, con Jacques Derrida, de la crítica deconstructivista, y a quien se le descubrió, a fines de los años ochenta, haber sido autor de una serie de artículos pronazis, algunos de ellos violentamente antisemitas, en el diario colaboracionista Le Soir, de Bruselas, hasta 1942.

También en la segunda mitad de los años ochenta se reveló que el entonces candidato presidencial austriaco Kurt Waldheim había mentido en su autobiografía acerca de su rol en las
SA nazis: Waldheim había dicho que una herida de guerra lo había obligado a pasar los años finales de la guerra en Austria, pero un grupo de periodistas descubrió que Waldheim había servido esos años como miembro del Wehrmacht en Grecia y en el oeste de Bosnia, en zonas que habían presenciado varios crímenes cometidos por los miembros del ejército alemán.

Además,
Waldheim había sido el encargado de revisar y aprobar unos panfletos lanzados desde aviones de la Luftwaffe sobre suelo ruso con mensajes antisemtias que concluían con la frase: "acaben con la guerra judía: maten a los judíos".

En años posteriores al conflicto mundial,
Waldheim había sido requerido por la Comisión de Crímenes de Guerra de las Naciones Unidas. De alguna manera, con el tiempo se dio maña no sólo para evadirla, sino para llegar a presidirla, antes de ser secretario general de la organización internacional.

Las revelaciones no evitaron que
Waldheim ganara las elecciones presidenciales en Austria (la cuna de Hitler tiene además el penoso récord de haber elegido presidente a un ex nazi y a un neonazi en las últimas dos décadas), pero sí lo transformaron en una suerte de presidente paria, considerado persona no grata en muchos países, impedido de ingresar a los Estados Unidos y jamás invitado a ceremonias oficiales, excepto por el Vaticano y, claro, algunos países del mundo árabe para cuyos gobiernos el holocausto suele ser causa de regocijo.

El caso Grass

Uno se pregunta si
Günter Grass caerá en desgracia de esa manera, como le pasó sin duda a Waldheim, o como le ocurrió sólo parcialmente, en cambio, a Paul de Man. Pero las circunstancias son distintas. Waldheim, nacido en 1918, tenía veinte años cuando se hizo nazi, veintiséis cuando el asunto de los panfletos antisemitas y veintisiete cuando acabó la guerra mundial. De Man tenía veintiún años cuando Bélgica fue invadida por los nazis y él se sometió a colaborar con sus textos antisemitas en Le Soir, y lo siguió haciendo hasta los veintitrés años.

Grass, en cambio, nacido en 1927, fue introducido al ejército alemán como soldado en fuerzas locales en 1942, a los quince años de edad, y luego, según ha revelado ahora, conscripto a las Waffen-SS en el año 1944, a los diecisiete. Sigue siendo claro que ninguna de esas cosas estaba fuera de lo común en la Alemania de aquellos años, y que para 1944 la pertenencia a las Waffen-SS se había vuelto legalmente compulsiva y ya no estaba reservada a miembros del Partido Nazi. Y está claro también que una cosa es entrar en un espiral bélico a los quince años de edad y otra muy distinta es vender la pluma a los veintitrés, como De Man, o suscribir ideas criminales a los cuarenticuatro (edad de las locuras "juveniles" de Heidegger).

¿Qué se le puede enrostrar a
Grass? En primer lugar, que quien se comporta como el súper ego de toda una sociedad debería tener la conciencia tranquila al menos con respecto a las faltas que él mismo les imputa a los demás.

Grass ha sido feroz en su crítica al modo en que el pueblo alemán se prestó al horroroso juego nazi: reconocer tempranamente que en su adolescencia él fue parte de esa danza terrorífica no habría debilitado su argumento, sino, por el contrario, le habría dado la fuerza dramática que pueden poseer las palabras de los hombres pero que nunca poseen las palabras de los ángeles.

Se le puede criticar a
Grass, por tanto, que haya elegido por muchos años para sí mismo la posición de un observador inmaculado, arrogándose así un espacio del que no podían disfrutar la mayor parte de su generación y las inmediatamente anteriores, de una u otra forma involucradas con el pasado nazi alemán. Grass escogió una comodidad que no le correspondía.

Los historiadores de la literatura y la crítica en general tienen ahora el deber de releer a
Grass. Pero no para hacerlo víctima de juicios sumarios o para descubrir súbitamente que los mensajes del ángel eran mensajes de un demonio hipostasiado en escritor, sino para recolocar a Grass en un momento distinto, ahora que sabemos que su obra no es la más temprana muestra de la literatura alemana de la primera generación posthitleriana, de la generación encargada de empezar la recomposición de Alemania desde un horizonte posterior al infierno nacional-socialista, sino que es, más bien, la obra de un individuo atrapado en ambos momentos, y, en gran medida, el producto de la negación y la represión del propio origen y del propio pasado.

Qué distinta puede ser ahora para sus lectores la historia de
El tambor de hojalata, el relato del niño vuelto nazi de casualidad, pero atrapado en las degradaciones de ese mundo, ese niño que acumula en una infancia forzosa y reprimida, estancada, todo el deterioro de la senilidad y las culpas de la adultez. Oskar no será ya, de ahora en adelante, un conejillo de indias en las manos de su autor, sino una cifra de ese mismo autor que vivió una vida negándose a reconocer su propia adolescencia como parte de ella, estrangulando su pasado y reduciéndolo al rol de una sombra que hoy, por fin, deja para Grass de ser una mancha en su conciencia solitaria y se vuelve, como los pecados de todos los suyos, asunto para ser considerado en voz alta por él y por los demás.

Imagen: Soldado de las Waffen-SS con rasgos sospechosamente "grassianos". Fotomontaje: gfp.

3 comentarios:

Ivan Thays dijo...

Hola Gustavo,
respecto al párrafo:

"Grass ha sido feroz en su crítica al modo en que el pueblo alemán se prestó al horroroso juego nazi: reconocer tempranamente que en su adolescencia él fue parte de esa danza terrorífica no habría debilitado su argumento, sino, por el contrario, le habría dado la fuerza dramática que pueden poseer las palabras de los hombres pero que nunca poseen las palabras de los ángeles."

Leyendo el texto de Juan Cruz sobre el tema (el enlace está en Moleskine) me pareció entender que él SIEMPRE reconoció que en su adolescencia perteneció al ejército nazi; la novedad ha sido enterarnos que fue parte de las célebres SS aunque, como afirma, no hizo nada lamentable solo un "entrenamiento duro". No sé en qué medida cambia eso el párrafo que cité de tu post, pero estoy de acuerdo con aquello de que para quienes no sabíamos que Grass había estado vinculado al nazismo a los 15-18 años la lectura de algunos de sus libros tendrán otras interpretaciones.

Saludos

IVAN

PD: por otra parte, en la entrevista que también cito en Moleskine al parecer Grass acepta que no fue captado por los nazis sino que se enroló voluntariamente.

Gustavo Faverón Patriau dijo...

Se entiende que hay una diferencia entre formar parte del ejército regular alemán, al que obviamente fueron a dar centenares de miles de jóvenes alemanes sin que importara en lo más mínimo su cercanía o lejanía con respecto al nazismo, y que era, como es obvio, una antigua institución del Estado alemán, y formar parte de las SS, un cuerpo de elite ampliamente identificado con el nazismo hasta el punto de que por mucho tiempo sólo se podía ingresar en él si se era, a la vez, miembro del ejército y miembro activo del Partido Nazi. Grass se ha encargado de hacer notar que esas cosas ya no eran requisito para cuando él ingresó en las Waffen -SS, pero está claro que, en el imaginario de los involucrados con el tema, no es lo mismo ser un soldado alemán que ser miembro de las SS. Entre otras cosas, para que se entienda claramente la diferencia: las SS fueron las ejecutoras mayoritarias del holocausto, no así el ejército regular.

Eduardo Varas C dijo...

Estimado Gustavo,

Ese retorno a los libros de Grass es inevitable gracias a este nuevo dato (ni tan nuevo, como lo señala Iván) que de alguna manera consigue redefinir la función de quien actuaba como 'memoria'...

Para mí ha sido un dato que de alguna manera golpea, no lo voy a ocultar... "las SS fueron las ejecutoras mayoritarias del holocausto, no así el ejército regular"...

Aunque en resumen no me deja de llamar la atención que la declaración aparezca en estos momentos, cuando se encuentra promocionando su libro de memorias... Ya sabemos como son estas cosas del mercadeo...

Saludos