Hace una semana, en el día de su estreno, fui a ver The Black Dahlia, la película de Brian de Palma basada en la excelente novela de James Ellroy.
Aunque la crítica americana le está dando con palo al director (31% de aprobación en el índice de Rotten Tomatoes, que promedia gruesamente los juicios de los columnistas en diarios y revistas de todo el país), la película, me parece, no es un desastre.
Comete, sí, demasiados errores menores que abonan la mala impresión (el elenco mismo, con excepciones, es una suma de metidas de pata). Pero también contiene una buena cantidad de pasajes brillantes.
La larga secuencia del descubrimiento del cadáver, por ejemplo, con la cámara subiendo y bajando edificios y cubriendo (a la vez que encubriendo) dos acciones complejas y paralelas desde un solo punto de vista, es, sin duda, el producto de una mente muy creativa y original.
Pero sospecho que, como a mí, a muchos otros que hayan leído primero el libro de Ellroy antes de ver la película, les quedará un mal sabor que proviene, creo, del gigantesco contraste entre la intención estética de la cinta y la de su fuente literaria. Más exactamente, de la indecisión con que la cinta lidia con las intenciones estéticas de la novela.
La novela de Ellroy es dura, seca, fría. Propone los hechos crudos y los despoja de cualquier dejo esteticista, no tiene nada de glamorosa ni pretende muchas sensaciones más allá del asco, el miedo y la repulsión. Ellroy es uno de esos escritores que construyen la ilusión (siempre es una ilusión) de colocar al lector frente a una realidad en bruto, sin filtrarla, sin edulcorarla ni interpretarla: el suyo es una especie de minimalismo sucio que lo lleva a construir párrafos hechos simplemente de frases nominales yuxtapuestas, como si fuera un forense que alinea sobre su mesa las pruebas de un delito y las deja allí, ante la vista del jurado-lector, sin añadir comentario.
La película de Brian de Palma, en cambio, se queda a medio camino entre retomar el tono de Ellroy y rendir un homenaje al cine atmosférico y esteticista del género negro en su edad de oro. Duda entre reconstruir la época del crimen (el asesinato de la Dalia Negra es un horroroso caso real de descuartizamiento ocurrido en California en los años cuarenta) o reconstruir la versión de esos años que Hollywood creó para gloria de Bogart, Cagney o Hayworth. Duda incluso más: no sabe si adaptar a Ellroy, homenajear al género o contar la historia real.
Y sin embargo, como dije, me parece que la paliza que recibe Brian de Palma en estos días es excesiva. Hay, por ejemplo, una larga secuencia, diseminada en varios pasajes a lo largo de la cinta, en donde la víctima (Elizabeth Short, cuyo papel es representado por Mia Kirshner) le habla directamente a la cámara. Son los fragmentos de una vieja filmación, un cásting al que Elizabeth se ha sometido como parte de su búsqueda de trabajo en Hollywood. En esas secuencias, la impecable actuación de Kirshner y la voz del director con quien dialoga (que no es otra que la voz del mismo de Palma) alcanzan a construir una tensión dramática y una multicplicidad de emociones y matices mil veces más ricas que todos los manierismos que pueblan el resto de la cinta, no importa cuán logrados sean algunos. Y lo consiguen con recursos que resultan análogos en su simplicidad a los de Ellroy: una cámara en blanco y negro, una sola persona en la imagen, casi ninguna escenografía detrás, un diálogo descuidado y natural.
Y, claro, uno se pregunta si no le habría convenido a de Palma olvidarse del glamour e internarse más por esa sola senda: hurgar en la psicología de los personajes, meterse en la ruta que Ellroy dejó más descuidada, que es la de los vacíos emocionales de las personas detrás de la historia. Lamentablemente, de Palma dudó sobre la ruta y decidió disolver su propio esfuerzo siguiendo todos los caminos a la vez; quiso hacer muchas películas dentro de una sola y dispersó un relato que pudo ser mucho más coherente y mucho más sólido.
Yo soy de los que no aceptan eso de que una novela X y una película basada en la novela X son dos objetos artísticos incomparables. Y la relación entre la novela de Ellroy y la película de de Palma me parece un argumento más para defender mi punto de vista: la fuente y la versión fílmica son perfectamente comparables porque la historia de la primera pasa a la segunda acarreando ya un punto de vista, una mirada, un tono, una selección de temas, una intención, que no desaparecen mágicamente: son parte del material con el que el cineasta lidia. La versión fílmica es una lectura de la novela, y no puede por tanto desembarazarse enteramente de su contenido ideológico, no, por lo menos, sin asimilarlo o criticarlo o contradecirlo, es decir, no sin actuar de alguna manera en función de él. Afirmar que no se puede o no se debe contrastar la fuente literaria con la adaptación cinematográfica es como decir que no se puede confrontar una novela con una crítica sobre esa misma novela.
Imagenes: James Ellroy, Mia Kirshner y (en la foto en blanco y negro) la verdadera
Elizabeth Short, pobre mujer asesinada del modo más atroz.
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2 comentarios:
Una de las razones por las que Ellroy es ya considerado un maestro del género negro yace en la complejidad de sus novelas, es increíble el gran despligue que realiza, los diferentes registros que maneja, su estilo que ronda lo telegráfico se ve enriquecido por las incontenibles imágenes que salpican. No me extraña entonces que Brian de Palma no haya podido asir lo esencial, al menos, para la adaptación que hizo de una de las mejores novelas de Ellroy.
Ss
Gabriel.
Interesante, lástima que The Black Dahlia no llegue a Lima tan pronto, habrá que ver si llega para verla. Mientras tanto vi el trailes y la escena que mencionas, impactante!, tendrñe que leer a Ellroy, aunque el género negro no es de mi particular interés, salvo algunos cuentos de Poe. Habrá que leer la novelita.
Saludos Gustavo.
V
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