23.9.06

Leer las novelas como novelas

En mi época en la Católica había una tendencia horrorosa a usar la literatura como vestigio arqueológico, o como muestra antropológica: se leían las novelas como si fueran testimonios, documentos de intención objetiva y siempre realista, o incluso programas políticos.

Esa inclinación, por cierto, no nacía en la facultad de literatura, sino que venía desde la de ciencias sociales. En la de literatura estábamos casi siempre limitados a análisis formales, razonamientos impresionistas o lecturas minuciosas pero asistemáticas. Y esa vacuidad hacía que la tendencia proviniente del otro pabellón resultara tentadora muchas veces.


Las consecuencias de esa forma de crítica, sin embargo, solían reducirse a dos posibilidades: (a) se leían los libros como si ellos fueran la realidad y se terminaba hablando sobre, por ejemplo, los personajes de Arguedas, cuando se pensaba estar hablando sobre la gente de los Andes; y (b) los libros eran rescatados o condenados en función de su capacidad de reproducir una realidad que, a su vez, había sido ya pronosticada ideológicamente: es decir, tenían que reconstruir la realidad vista a través de ojos socialistas, o marxistas en un sentido más amplio, o pragmático-progresistas, etc.

Ese era el tipo de anteojera que llevaba a la gente a decir que Vargas Llosa había sido un gran escritor hasta que se había vuelto derechista (porque si era de derecha estaba equivocado; y si estaba equivocado, sus libros eran errores).

El caso de Vargas Llosa era patético. Recuerdo una vez que asistí a una reunión de jóvenes poetas de la PUC, en casa de uno de ellos, estudiante de antropología, si no recuerdo mal. Los presentes leyeron sus poemas y conversaron un poco sobre literatura; cuando llegaron al tema Vargas Llosa, luego de tirarle las lápidas de costumbre dijeron que, además, había perdido su posibilidad de ser original con el lenguaje. En pocas palabras, dijeron que frase por frase era un pésimo escritor y que su prosa no emocionaba.

Todos quedaron de acuerdo en que, en la siguiente reunión, una semana más tarde, cada quien leería algo de la poesía que estuviera escribiendo en esos días, o textos ajenos que les hubieran resultado interesantes y quisieran compartir.

Yo asistí a esa otra reunión con un poema escrito por un desconocido brillante, cuyo nombre me reservé. Lo leí y el poema fue muy bien recibido, en algunos casos con gran admiración. Alguien se animó a decir que parecía el
Toño Cisneros de El libro de Dios y de los húngaros, pero que tenía un toque distinto, original.

Un rato después les conté que eran dos párrafos de La guerra del fin del mundo (publicada largos años antes, parece que no había sido leída por los críticos del escritor) y entonces todos, paulatinamente, fueron variando su opinión hasta que coincidieron en que se trataba de un tono lírico anquilosado y viejo, barato y puramente retórico.

En fin. La más reciente columna del crítico Abelardo Oquendo, en La República, toca un tema muy cercano, y me trajo estos recuerdos a la mente.

Imagen. Antonio Conselheiro: trivial sólo si lo dice VLL.

6 comentarios:

PVLGO dijo...

A mi me ha pasado lo mismo pero al reves: Una vez lei algo de Vargas LLosa como si fuera mio y me dijeron, con cariño, que era una porqueria. Cuando revele el nombre del verdadero autor, las caras cambiaron, se engolaron las voces y a la larga no falto quien encontrara trazos de genialidad cada cuatro lineas.

Gustavo Faverón Patriau dijo...

Bueno, en verdad es el mismo fenómeno, y la manera más breve de llamarlo es "prejuicio".

Vanessa Soldevilla dijo...

Hola Gustavo, interesante anécdota aunque el artículo de Oquendo no esta enlazado, de modo que no me puedo enterar completamente del asunto que motivo tu post.
Al parecer, las influencias de la facultad de más allá siguen presentes en la Facultad de Letras, sobre todo en la especialidad de literatura. La sociología, por ejemplo, es una tentación, una tentación compartida con algunos compañeros y que parten desde cursos de literatura llevados allá. En todo caso creo que cualquier acercamiento a la literatura tiene que partir de una claridad conceptual que diferencie literatura/realidad para no entramparnos en lecturas del tipo que mencionas.
No sé, pero me parece que con el tiempo ha ido cambiando mucho esa asistematicidad en el acercamiento y lectura de las obras literarias en la facultad, además que el corpus de la teoría literaria es más amplio, -aunque no sé de qué años estemos hablando en tu caso (no creo que seas tan viejo)- y la diversidad de horizontes teóricos desde los cuales acercarnos a la literatura también.
Ojalá enlaces al artículo de Oquendo para enterarme mejor de tu asunto.
Saludos.

Anónimo dijo...

Querido Faverón.
Mayor prejuicio el suyo, exacerbado sin duda con una anécdota tan inverosímil, que ha dado pie a la ingenuidad pastosa de sus comentaristas. Creer que el único criterio estético en la PUCP es el de facultad sociales: espoleado por un marxismo crepuscular y anquilosado; es engañoso y mal intencionado. Peor, su post deja mucho que desear al desconocer de modo tan flagrante las teorías marxistas sobre el arte. Lea a Mandel, Trotsky y a Breton. Y evite los comentarios ligeros, que mal hacen a su blog.

Gustavo Faverón Patriau dijo...

"Eduardo" lee confusamente: mi post dice explícitamente cuál era la diferencia entre el tipo de lectura que se hacía en la PUCP en Ciencias Sociales y el que se hacía en la sección de literatura. Y también dice que eso fue cuando yo estudié allí, o sea, hace muchos años. No hay que leer a Bretón para entender eso. Y, por cierto, no hay ninguna crítica al marxismo en mi texto.

Vanessa Soldevilla dijo...

Estimado Lucho, muchísimas gracias por la atención y el enlace. Apenas tenga un tiempo le daré una ojeada para tener un panorama más amplio de la información soslayada en este post.

Señor Fredh Calvo, primero "lea bien" Ud. el post de Gustavo y luego pasa a tildarse a sí mismo de astuto o ingenioso, como desee. Gracias. V