Podremos no estar de acuerdo con demasiada frecuencia con Álvaro Vargas Llosa, pero da la impresión de que, a pesar de sus esfuerzos notorios por llevar demasiada agua para sus molinos, en su ya famoso artículo La máquina de matar: el Che Guevara, de agitador comunista a marca capitalista (el texto apareció originalmente en inglés en The New Republic), al menos en el recuento de hechos, sabe de qué está hablando.
Lo que resulta incomprensible, más bien, es que cuando existen ya suficientes modos de argumentar sobre las decenas de personas mandadas a asesinar expresamente por Guevara; cuando hay toneladas de documentación acerca de los campos de concentración para homosexuales que surgieron, más que por cualquier otro motivo, debido a la doctrina de Guevara sobre "el hombre nuevo"; todavía existan tantas personas interesadas no sólo en difundir la idolatría y la veneración de Guevara, sino que incluso juegan con la estúpida idea de que el hombre fue ni más ni menos que un santo.
Y no me refiero a la borrosa creencia popular cubana, germinada entre los más inocentes y los más crédulos, ni al mito espontáneamente aparecido en la región de Bolivia donde murió Guevara, ni me refiero siquiera al afásico Carlos Santana, en cuyos escenarios las velitas de la virgen suelen alumbrar al Che, sino a un grupo de gente realmente discutible: los artistas cubanos que son privilegiados por su gobierno siempre y cuando bajen la cabeza y repitan como loros las salmodias oficialistas (¿alguien dijo Silvio Rodríguez?), incluyendo, claro está, la salmodia de que el Che fue un mártir, un prohombre, un santo.
El último proyecto en ese sentido es un ejemplo: la actriz Isabel Santos (La vida es silbar, Cosas que dejé en la Habana) se estrena como directora con un documental hecho con plata del gobierno cubano, plata del Icaic, cuyo título decidor es: San Ernesto nace en La Higuera, donde, claro, San Ernesto es el Che y La Higuera, recuerden, el lugar de su muerte. La nota de prensa recoge uno de los temas de la cinta: "el origen de la creencia en el poder místico de Guevara".
Ahora que el Papa Fidel I está, según parece, cerca de la muerte, y el obispo Raúl se apresta a ascender al trono con el nombre previsible de FIdel II, mientras el hermano Guevara salta el último escollo en su camino a la santificación, uno se pregunta en qué momento, exactamente, la religión dejó de ser en Cuba el opio de los pueblos. Cuándo fue que esa revolución populista que un día empezó a llamarse marxista acabó por volverse una dictadura religiosa.
Fotomontaje gfp.
24.9.06
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