Leo en Perú.21 la noticia acerca de doce idiomas hablados por etnias peruanas que se encuentran en peligro de extinción. Lo digo con esa frase ambigua al propósito, para subrayar lo confuso del problema, porque da la impresión de que cuando alguien habla del fin de un idioma hablara del fin de una etnia (como si la lengua fuera la esencia de lo étnico, su espíritu) y, peor aun, como si hablar del fin de una etnia equivaliera a hablar de la extinción, la muerte, de unas personasde carne y hueso.
El asunto de las lenguas en peligro de extinción despierta polémicas airadas en muchos lugares, casi siempre en esferas académicas, y de modo particular en academias de países que han alcanzado una monolítica centralidad lingüística (la academia norteamericana, exclusivamente angloparlante; la francesa, exclusivamente francófona), y que ahora buscan especímenes de lenguas extrañas en mundos ajenos, con la fascinación de unos turistas culturales.
¿Cuál es la razón para que la posible extinción (de una lengua, y no de un grupo de personas) sea un hecho lamentable? En los términos en que lo pone el Instituto Lingüístico de Verano, lo terrible es que "la influencia del mundo externo", que lleva a los hablantes de idiomas como el kashinahua, de la selva peruana, a aprender español, va a terminar, en una o dos décadas, por destruir su "identidad idiomática".
Cabría preguntarse, primero, qué fundamento científico tiene el concepto de "identidad idomática". Pero, incluso si se ensaya una respuesta de las habituales (la identidad idiomática es el marco mental compartido que da consistencia y coherencia a una comunidad y se vuelve arma cultural defensiva ante una sojuzgación), cabría preguntarse, de todas maneras, cuál es la utilidad real, en la vida de los individuos hablantes del kashinahua, de hablar ese idioma en lugar de otro: cómo los ayuda, de qué les sirve, qué ganan con mantener su "identidad idiomática".
(Tampoco sé cuál es la gracia especial que ostento yo al hablar español y no turco, hopi o kashinahua, salvo que el español me coloca dentro de una comunidad mayor, con más instrumentos culturales y políticos a mi disposición, cosa que evidentemente no me brindaría ser un hablante monolingüe de kashinahua. Y ojo que elijo referirme al kashinahua porque, entre las lenguas que aparecen en esa nómina del ILV, es la que reconozco como idioma de una hermosa y compleja mitología de transmisión oral).
Es curioso, pero la defensa de esas "identidades" suele venir de dos bandos por lo común enfrentados: ciertos progresistas y ciertos conservadores. La jerga del conservadurismo está clara cuando se dice que la "identidad idomática" está en peligro por "la influencia del mundo externo". Estamos hablando de etnias que son secularmente relegadas, olvidadas, mantenidas en los bordes mismos del estado-nación, tratadas como inexistentes y condenadas a condiciones de vida lamentables, y, sin embargo, se teme que dejen de ser lo que son, que el contacto con el resto del país los criollice, los vuelva culturalmente mestizos, es decir, entre otras cosas, se teme que alguna forma de integración a lo externo los saque del abandono y la absoluta marginalidad. Como si hablar kashinahua, ruso, sánscrito, esperanto o glíglico fuera más importante que integrarse a un sistema capaz de otorgarles mejores posibilidades de existencia. Como si el encierro fuera mejor que el contacto. O como si hablar español fuera el hecho que los coloniza, y no estuvieran sufriendo de una opresión colonial desde ya, desde hace tiempo, desde hace siglos.
El concepto de "identidad", sin embargo, también es muy querido en un sector de la izquierda que se describe a sí mismo como progresista. (Piensen en el título del suplemento de El Peruano, Identidades). Es una curiosa elección taxonómica si uno tiene en cuenta que la noción de "identidad" parece contradecir la idea de mutación: ser siempre igual a sí mismo, definirse en función de una esencia compartida, una identidad, es la mejor manera de negar la integración, el mestizaje, la transculturación, la hibridez, la heterogeneidad y todas las otras nociones elaboradas hasta hoy para dar cuenta del carácter heteróclito de las culturas latinoamericanas. Pero, sobre todo, es la mejor manera de abolir el cambio como categoría política y como programa de acción social.
Quienes quieran defender a los individuos, por sobre el fetiche ilustrado de la lengua, quienes se preocupen por las personas y los grupos de personas más que por la curiosidad anecdótica de qué lengua hablan, deberían, en lugar de llorar la muerte de una docena de idiomas, trabajar para resolver las maneras en que se ha de producir la inevitable integración de sus hablantes al resto de la sociedad, para que esa integración tenga sentido y sea benéfica para esas personas.
A veces, da la impresión de que los plañideros de las lenguas en extinción prefirieran la idea de encerrar a los hablantes de esos idiomas en la vitrina de un museo, rescatándolos así de "la influencia externa", antes que preocuparse por su humanidad y su coyuntura como personas.
Imagen: una niña kashinahua.
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12 comentarios:
Me parece muy interesante tu comentario, Gustavo. Quiero hacer, sin embargo, algunas acotaciones.
No creo que haya la menor duda de que defender la lengua por mero fetichismo merezca poca simpatía. Pero eso no impide considerar que la desaparición de la lengua sea una tragedia, en cualquier nivel. Los hablantes no renuncian a sus lenguas por mero accidente, ni por razones banales. Es más, si algo hemos aprendido de los procesos de cambio lingüístico es que los hablantes son tercamente leales a sus lenguas, hasta que, claro, ya no pueden más. La vitalidad de una lengua es el exacto reflejo de la vitalidad de las redes sociales que conectan a sus usuarios. Los hablantes abandonan sus lenguas única y exclusivamente cuando esas redes son destruidas. La muerte de una lengua es, entonces, la evidencia de que un vasto y complejo sistema de intercambio ha sido aniquilado. Y aunque uno podría decir que otro nuevo se ha creado (después de todo, se adquiere otra lengua), nada garantiza que las nuevas redes involucren a las mismas personas ni en las mismas condiciones.
En otras palabras, aunque en principio, por ejemplo, los kashinahua podrían seguir siendo los kashinahua en español, es mucho más probable que no sea así, que más bien se disuelvan en el contingente de habla hispana, no precisamente en las mejores condiciones.
La alusión a la "identidad", como tú bien señalas, confunde en efecto las cosas, pues da la impresión de que se está cazando un fantasma. Pero existe también gente, de hecho, mucha gente, que, bajo argumentos similares a los que tú presentas, promueve una presuntamente "inevitable integración" de los hablantes de lenguas minoritarias, que no es otra cosa que una estrategia para destruir los últimos restos de las redes sociales que sostienen tales lenguas.
El principio general que debería seguirse con respecto a las lenguas es respetar el derecho de cada uno a hablar la lengua que quiera. Yo no sé qué opinan todos "los plañideros de las lenguas en extinción", como tú los llamas, pero sí conozco muchas personas, preocupadas honestamente por la conservación de las lenguas (y sus variedades), cuyo interés central es, más bien, reforzar las redes de intercambio al interior de una comunidad (una tarea que tiene mucho de utópica, estoy dispuesto a aceptar).
La integración, en condiciones dignas, es un objetivo loable, necesario y urgente, por supuesto. Pero no tiene por qué ser en español. La defensa de las lenguas minoritarias no es incompatible con la búsqueda de sociedades mejor integradas. Si bien es verdad que lo que coloniza no es hablar castellano, también es verdad que hablar castellano por sí mismo no libera.
Precisamente lo que decía: para ti el problema es que (te cito): "nada garantiza que las nuevas redes involucren a las mismas personas ni en las mismas condiciones". Yo me pregunto si las condiciones de los kashinahua son como para querer garantizar su continuidad.
En primer lugar, eso es algo que solo pueden decidir ellos. No nos corresponde a nosotros decidir si deben mantener o abandonar sus formas de vida o su lengua.
Y aunque la desaparición de las lenguas precisamente muestra que eso es lo que están decidiendo, no es inútil preguntarse si acaso tomarían una decisión diferente si pudieran sostener y mejorar sus condiciones y al mismo tiempo conservar su lengua.
Tú pareces sugerir que el abandono de una lengua minoritaria en favor de la mayoritaria es siempre para mejor. Pero, aunque tal podría ser el caso algunas veces, no tiene por qué serlo siempre. No veo nada de malo en defender una integración y una efectiva mejora de las concidiciones de vida de las personas, sin que ello pase por el abandono de sus lenguas.
No, no: yo no he generalizado. Al contrario, he reducido el caso de todas las lenguas a las doce aludidas por el ILV y luego a sólo una de ellas y he preguntado, en términos prácticos, qué bien real le puede llevar a esas pesonas a mantenerse fuera de los sistemas existentes de escolaridad, fuera de circuitos comerciales mayores, fuera, en la práctica, de la legalidad del Estado, etc. Justamente, porque, como dices, "no es inútil preguntarse" que pasaría si las condiciones fueran otras, no veo cómo puede ser inútil preguntarse qué es lo más conveniente en las condiciones reales existentes.
Puede haber muchas razones para descartar una utopía, pero es inconsecuente descartarla por ser utópica.
El problema con el planteamiento de Mario Michelena, que coincide con el de Gustavo, es precisamente la premisa de que el cambio de lengua es un paso, si no suficiente, al menos necesario para no quedar fuera de los circuitos "de escolaridad, fuera de circuitos comerciales mayores, fuera, en la práctica, de la legalidad del Estado, etc". Eso es falso, incluso en el Perú.
(Ese, sin ir muy lejos, es exactamente el mismo argumento que usan los que se oponen a que se hable quechua en el Congreso.)
Una cosa es que no impidamos la decisión de los usuarios de abandonar su (nadie tendría que impedir eso) y otra muy distinta es que nos tengamos que alegrar por eso, bajo la excusa de que ese paso mejorará sus condiciones de vida. La conservación o el abandono de una lengua no tiene por sí mismo la más mínima relación con el mejoramiento de las condiciones de vida de sus usuarios. Los esclavos africanos, por ejemplo, cuyas redes sociales fueron evidentemente destruidas, no abandonaron sus lenguas para mejorar su condición personal o social, sino, bajo el rigor del látigo, para mejor servir a sus amos. Nótese que uno podría estirar el argumento y decir que los esclavos “mejoraron” su condición precisamente porque podían servir mejor a sus amos (recibían menos latigazos, digamos). Pero esto es tramposo porque presupone que la violencia que destruyó las formas de vida de esas personas está justificada, y que de algún modo “la decisión” de adaptarse a su papel de esclavos (aprendiendo la lengua del amo, por ejemplo) es un resultado digno de elogio.
(Aquí también es necesario subrayar que muchos racistas sostienen que les hicieron un favor a los esclavos al traerlos aquí pues ahora están mejor que sus primos africanos. Incluso si este último resultado fuera verdad, eso de ninguna manera justifica el proceso de la esclavitud).
Es Gustavo quien correctamente señala que esos grupos minoritarios han estado siempre en condiciones gravemente desfavorables, que él atribuye a la centenaria colonización. Pero precisamente la desaparición de las lenguas originarias es un resultado directo del proceso de colonización. Si aplicamos el razonamiento de Gustavo y Mario, vamos a acabar, como Carlos Fuentes y otros muchos, dando vivas a los colonizadores porque nos trajeron el español y nos dieron el inmenso honor de ser parte del mundo occidental. Solo así tiene sentido alegrarse de que se pierdan las lenguas nativas.
Quiero dejar bien claro que yo no tengo nada en contra de ser parte del mundo occidental, pero tampoco tengo nada en contra de ser parte de cualquier otro mundo. Y nada de lo que estoy diciendo debería ser tomado como un alegato a favor de encerrar a ninguna comunidad o pueblo, o mantenerlo fuera del contacto exterior. Lo único que quiero decir es que el contacto exterior y el progreso no son incompatibles con la preservación de las lenguas. Que el uso de las lenguas mayoritarias no es un paso ni suficiente ni necesario para la mejora de las condiciones de vida.
Y dicho sea de paso, el problema no es tampoco la oposición entre lengua mayoritaria y lengua minoritaria: en Paraguay, por ejemplo, al menos 4 de cada cinco personas habla guaraní (y el 50% de la población habla solo guaraní), pero el estado funciona (y ha funcionado siempre) totalmente en español. ¿Cuáles son aquí los criterios para “concentrar los recursos”? ¿o para decidir “los aspectos mas urgentes”? ¿o para desechar por “utópica” la atrevida idea de que el Estado funcione también en guaraní? Y sobre todo ¿quién está realmente tomando esas decisiones?
¿Por que no les preguntamos a los kashinahua y nuestros otros compatriotas en su situación sobre lo que quieren y piensan que es lo mejor para ellos?
Si están aprendiendo español es por que creen que es lo mejor. No estamos enfrentándonos ya a un estado que quiere imponerles el español. Al menos no por la fuerza… lo hace mas bien por que dejamos que el estado sea ineficiente y estupido, pero eso ya es otro tema.
He interactuado y trabajado brevemente con nativos de la selva. Sin duda los que hablan español tienen ventajas respecto a los que no lo hablan. Si les damos la oportunidad, la decisión racional es aprenderlo. Pero no por eso tienen que dejar de lado su idioma. Es más: manejar dos idiomas les da ventajas, como a muchos de los peruanos que vivimos en USA: gracias a que hablamos dos idiomas podemos desempeñarnos en dos culturas distintas, y, muchas veces, hacer negocios o vida académica gracias a eso. Con ellos sucede exactamente lo mismo.
Lo ideal seria asegurar que el estado proteja respetuosamente su idioma y les permita aprender español y su idioma en la escuela. La diversidad cultural es una de las tantas riquezas que tenemos y, claro, una de las tantas que estamos empeñados –consciente o inconcientemente- en destruir o explotar.
Pero no dejemos nunca de preguntarles y tener en cuenta su opinión. Y tratemos de ponernos en su lugar. No es tan difícil.
Por lo que los conozco yo pienso –especulo, quiero pensar- que nos dirían que quieren que en la escuela les enseñen en español y en su idioma. Que creen que esa es la manera respetuosa de interactuar con ellos.
Pero como no somos respetuosos y por lo tanto no tenemos un estado respetuoso, lo mínimo que podemos hacer es dejar que decidan ellos. Tal como se les plantean las cosas, la decisión racional, la mejor estrategia, es aprender español, muchas veces a costa de su idioma nativo.
Por supuesto que debemos preguntarles a los kashinahuas, o a los guaraníes, o a todo el mundo qué es lo que quieren hacer. Pero no puede ser con el látigo en la mano (o lo que es lo mismo, con la amenaza de que van a quedar fuera del sistema).
Lo que sí me parece inaceptable es el argumento según el cual "como no somos respetuosos" entonces "la decisión racional, la mejor estrategia, es aprender español, muchas veces a costa de su idioma nativo". Si en efecto no somos respetuosos, entonces la única respuesta razonable es empezar a serlo.
Creo que lo más importante es que se respete los derechos de los pueblos y las personas, la identidad cultural del cual el idioma es una parte, es importante para el desarrollo humano. Se ha comprobado que los grupos indígenas que toman conciencia de su identidad cultural y la defienden son más exitosos en defender y reclamar sus derechos económicos y políticos frente al Estado y grupos externos.
Por que se piensa en integración unilateralmente?, siempre son los que hablan otro idioma o con patrones culturales diferentes los que se tienen que integrar. No seria mas productivo que la integración fuera mutua que ayudaria a desterrar de una vez por todas discriminaciones y estereotipos, los niños aymaras tienen que aprender a sumar o restar en otro idioma por que los niños miraflorinos no pueden aprender y apreciar la belleza de los cuentos mashigengas. Una educación bilingüe de calidad es un primer paso para esa integración. Lo que en la Amazonia tiene carácter local o regional toma dimensiones nacionales con el Quechua y el Aymara. Un informe del banco mundial dice que el 50% de la población peruana, habla o tiene un padre o abuelo que habla una lengua indígena, sospecho que este porcentaje crece mucho mas en ciertos departamentos o si se incluye ancestros mas lejanos, el Perú es el país que tiene mas quechuablantes en la región, mas que Bolivia y Ecuador juntos. Ante esto no estamos hablando de la integración de una minoría sino de la integración con nosotros mismos, de reconocer una parte fundamental de lo que somos.
La información como esta presentada en la nota de prensa lo único que hace es reforzar la inacción del Estado y de la sociedad (“si ya van ha desaparecer para que gastar dinero en hacer algo”) y el cinismo (“y qué si desaparecen?”), ignora los esfuerzos de las asociaciones de maestros bilingües en la Amazonia Peruana que casi sin apoyo del Estado han logrado organizar y desarrollar currículos y métodos de enseñanza efectivos que integren a los estudiantes al bilingüismo. El Estado y la sociedad peruana deberían prestar más apoyo a estos esfuerzos y difundir el modelo en las otras comunidades.
Miguel Rodríguez, por favor repasa una vez más mi comentario anterior. No digo lo que me atribuyes.
Estas mezclando lo que es la mejor estrategia para ellos –aprender español y dejar a tras su idioma- con lo que es la mejor para nosotros, esto es, respetarlos. Mientras no hagamos nosotros lo que nos toca, no podemos impedirles tomar las mejores decisiones para ellos. Aun cuando no nos gusten. Más aun si se originan en las carencias de nuestra sociedad y nuestro estado, en nuestras propias limitaciones.
Finalmente no hay problema. Una vez que los respetemos tendrán a su alcance una educación bilingüe de calidad y se acabo el problema. Mientras tanto mejor los dejamos decidir a ellos.
¿Y quién ha dicho que hay que impedirle a la gente tomar decisiones por su cuenta? Incluso si hiciéramos lo que nos toca, no tendríamos que impedírselo.
Nada de eso tiene que ver con ls posibilidad de trabajar por la conservación de las lenguas.
Hola Gustavo,
aye estuve googleando y me di con este post tuyo, un poco antiguo pero que no puedo dejar de comentar.
Tove Skutnabb-Kangas, una lingüista de polendas señaló una vez:
"The Convention (UN International Convention on the Prevention and Punishment of the Crime of Genocide, E793, 1948) has five definitions of genocide in its Article 2:
Education offered to children in Turkey is specifically guilty of genocide according to the definitions II(e): 'forcibly transferring children of the group to another group'; and II(b): 'causing serious bodily or mental harm to members of the group'; (emphasis added)."
In the present Convention, genocide means any of the following acts committed with intent to destroy, in whole or in part, a national, ethnical, racial or religious group, as such:
(a) Killing members of the group;
(b) Causing serious bodily or mental harm to members of the group;
(c) Deliberately inflicting on the group conditions of life calculated to bring about its physical destruction in whole or in part;
(d) Imposing measures intended to prevent births within the group;
(e) Forcibly transferring children of the group to another group.
What does subtractive teaching do? It leads to forced assimilation. It is genocidal, according to the UN Genocide Convention's definitions of genocide, 2b, 2e"
Quizá no estés de acuerdo, pero quienes si estamos de acuerdo con SkutnabbKangas no lo hacemos por fetichismos ni mucho menos
Nila
Entérate de que las personas pueden aprender MÁS de una lengua en su infancia, y que pueden hablarlas sin problemas.
Así que poner las lenguas indígenas como "fetiches antidesarrollo" es un asunto que nace del poco conocimiento o de una postura interesada.
Entérate también de todas las comunidades indígenas (o al menos de unas cuantas) que en proceso de pérdida lingüística hacen y siguen haciendo esfuerzos por recuperar su lengua. Y no porque se consideren a sí mismas "congeladas" en el espacio, hombres y mujeres atávicos, sino porque el concepto de identidad es mucho más complejo de la caricatura que presentas.
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