En busca de la ciudad perdida
Los cuentos de Daniel Alarcón y su próxima novela
Por Gustavo Faverón Patriau
Como para subrayar las bifurcaciones en la vida de su autor, el primer libro del peruano-norteamericano Daniel Alarcón ha sido traducido al español dos veces en apenas un año. El libro, una sorprendente colección de cuentos, se llama War by Candlelight. Su primera versión hispana, en Harper Collins, traducida por Julio Paredes Castro, tuvo el título de Guerra en la penumbra. La segunda traducción, hecha por Jorge Cornejo, apareció en Alfaguara como Guerra a la luz de las velas (y trajo dos relatos que no venían en las anteriores: “El señor va montado sobre una nube veloz” y “Florida”). La traducción de Cornejo es acaso más lograda, desde el título mismo, que despierta una memoria común en muchos lectores peruanos: el recuerdo de los apagones, el desconcierto nocturno, la sobrevivencia precaria en los años en que la violencia política era entrevista como un animal acechante colado en nuestras sombras.
En Guerra a la luz de las velas, la traducción vuelve a hacer peruanos unos referentes que lo fueron en la concepción de los cuentos. En War by Candlelight, por ejemplo, el primer relato se llama “Flood”. En Guerra en la penumbra ese cuento se tradujo con corrección general: “Inundación”. En Guerra a la luz de las velas, Cornejo reencuentra la especificidad local: el cuento ahora se llama “Huayco”. Esa virtud del traductor no es banal: Alarcón no quiere construir fábulas desasidas de un escenario reconocible, ajenas al mundo que les dio origen; y en muchos casos, el origen de sus relatos es la obsesión del autor con el caos social peruano, la violencia política vuelta violencia cotidiana, y los avatares de la solidaridad en ese marco.
Ésa es una obsesión que Alarcón mantiene en su próxima novela, Lost City Radio (literalmente: Radio de la ciudad perdida). Como en el libro anterior, en Lost City Radio, tras una compleja fusión de realidades ficcionalizadas y ficciones de pretendida veracidad, se yergue un mundo consistente que no porque quiebre con las claves del realismo cabe considerar una fantasía: hay en la novela una versión de Lima que es incluso más fantasmal que esa ciudad de aparecidos que es nuestra capital, pero también, sin embargo, es tan vital como ella: si no recoge su apariencia, recoge su pulso; si no diagnóstica a Lima en términos antropológicos, sí se arriesga a adivinar o interpretar lo que Terry Eagleton, el teórico inglés, hubiera llamado su “estructura de sentimiento”: esas coordenadas dentro de las cuales los limeños intuyen su mundo y se intuyen a sí mismos, aún sin haber sistematizado esa percepción.
No hay en Lost City Radio, propiamente, como no la hubo tampoco en Guerra a la luz de las velas (a pesar de que cierta crítica peruana trató al libro como parte de nuestro viejo realismo), una representación realista de Lima o del Perú o de la violencia peruana, sino, más bien, la construcción de una idea de todo ello. Y esa idea es una señal de alarma apocalíptica y, a la vez, la cifra moral, incluso esperanzadora, de que, si alcanzamos a ver el barranco en frente, podremos librarnos de él: ésa es una lección que Alarcón parece haber aprendido de una larga fila de escritores cuyo basamento ficcional es la crítica moral y cuya obra se sostiene en una ética de la literatura como compromiso con el porvenir, con la tradición futura: Orwell, Ballard, Huxley, Borges, Kafka.
¿De qué trata la novela? Sin destruir el aura de misterio de la historia, puedo decir esto: en un país en posguerra, cierta nación queda mil veces quebrada: escindida entre la urbe laberíntica y las provincias ignotas (que han perdido incluso sus antiguos nombres); entre quienes creen la historia oficial y quienes intentan horadarla para alcanzar un imposible saber no mediado; entre los ciudadanos vivos y cuantificables y el borroso mar de desaparecidos, los que están y no están. En ese contexto, existe un programa de radio que, desde la capital, y debatiéndose entre exigencias empresariales y censuras del Estado, intenta reunir a los desaparecidos con sus familias. Pero, en ese caos, en el que todo viejo lazo familiar o comunal ha sido triturado, todo el mundo es, para alguien, un desaparecido: el programa resulta entonces un símbolo de la reconciliación pero también de la dificultad de la reconciliación y de la memoria en un universo que vive, una vez más, a oscuras, o, en el mejor de los casos, bajo la luz torva de una vela mentirosa: la opresión autoritaria.
Alarcón acuñó en Guerra a la luz de las velas un método narrativo que ahonda y resignifica en Lost City Radio. Se trata de una forma de narración por revelación, hecha de una serie de epifanías encadenadas. El método va en perfecta correspondencia con la naturaleza de sus personajes, en los que es fácil hallar la segunda gran obsesión del autor: la extrañeza de quien sospecha no pertenecer al mundo en el que vive. En Guerra a la luz de las velas, son forasteros, viajeros, inmigrantes o recién llegados los protagonistas de casi todos los relatos, y en tres de ellos —“Un muerto fuerte”, “El visitante” y “Suicidio en la Tercera Avenida”— los personajes descubren de pronto, directa o reflejamente, que no tienen hogar, ya sea porque perdieron el que tenían o porque siempre carecieron de uno. Eso los convierte en consciencias móviles y desarraigadas, pero en busca de una raíz, lo que resulta un drama en la ficción pero un arma poderosa para la construcción de la ficción: por eso en Alarcón la mirada es siempre de asombro y todo parece nuevo, y, también por ese motivo, todos los males tienen algo de sorpresivo, accidental y reversible. Lost City Radio, una novela inteligente y a veces brillante, es la historia de una esperanzada vuelta a casa, pero una muy compleja, esta vez, una que, a diferencia de los cuentos de Guerra a la luz de las velas, no implica a unos cuantos individuos sino, más bien, a una nación entera.
3 comentarios:
Hola!
me gusto mucho el articulo que escribiste.
queria saber si sabes de alguna libreria donde pueda encontrar algun libro de Alarcón en inglés.
Gracias
cecilia
cecilia.aponte@hotmail.com
Hola, Cecilia. Lo que no sé es dónde estás tú... En Estados Unidos sin duda los encuentras en cualquier Borders o B&N.
"Peruano-norteamericano?" Ay carambas, cómo se nota que aún no podemos salir del bosque.Será cuestión de apurar el paso porque los perros siguen ladrando. Y al parecer son perros que también muerden.
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