Estuve pasando las páginas del último The Economist, en Borders, hace un rato, y un par de notas muy breves (una sobre Alan García y otra relacionada con Hugo Chávez) me hicieron comprarlo.
Inevitablemente acabé en la página 93, donde comienza la sección de reseñas de libros. Busqué las firmas de los reseñadores sin encontrarlas y, claro, de pronto recordé lo obvio: los artículos de The Economist siempre van sin firma.
Si la revista no tiene problemas en hacerlo con artículos referidos a delicados temas de política mundial, e investigaciones que comprometen relaciones internacionales y revelan los entretelones de transacciones millonarias, es fácil imaginar que publicar reseñas literarias sin firma no es un asunto que preocupe particularmente a los editores de The Economist.
¿Cómo es que una revista de la seriedad de The Economist le permite a sus redactores, articulistas, críticos y comentaristas ese anonimato total? Muy fácil: precisamente porque es seria, porque en sus páginas pueden aparecer, eventualmente, datos errados, predicciones equivocadas e interpretaciones desacertadas, pero no tonterías, no absurdos, no bajezas.
Y porque, en cualquier caso, la empresa misma y los editores de la revista asumirán la responsabilidad de cualquier metida de pata. La única metida de pata que The Economist no se permite, es contratar gente no apta para el trabajo que se espera de ella: una planilla parejamente eficaz es todo lo que la revista necesita para que su nombre respalde todos los artículos por igual.
Moraleja: no es el anonimato lo que hay que condenar; es la idiotez. Más precisamente: la impunidad de la idiotez.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
2 comentarios:
Los articulos de "The Economist" no son anonimos, en el mismo sentido que los informes de Amnistia Internacional no lo son: son articulos e informes firmados por una institucion que se hace responsable de sus contenidos.
Por eso, si un periodista del Economist publica un articulo o da una charla por su cuenta y se agrega su nombre al titulo, se dice "solo para propositos de identificacion". Es decir, Juan Perez, The Economist, no habla por esa revista, pero nos deja saber que trabaja ahi.
Los anonimos de la internet son inevitables y hasta necesarios cuando se tiene que escribir una denuncia desde China o Birmania, denunciando los abusos de un regimen brutal, o , en general, cuando un individuo esta indefenso frente a una institucion fuerte.
Los anonimos literarios, en cambio, tienen una bastante pobre justificacion. Por que habria alguien de tener miedo de dar una opinion sobre un libro?
La tradicion literaria del anonimo no lo es en algunos de los casos que los blogueros citan (El Cantar de Roldan, el Cantar del mio Cid) porque son casos de epocas en las que no existia el concepto moderno de autoria.
Algunos anonimos modernos de nota (digamos el autor de la novela "Primary Colors" que luego salio publicamente como Joe Klein) han tenido con frecuencia la excusa de escribir en condiciones politicas muy complejas y potencialmente daninas.
O sera, tal vez, que la excusa de los blogueros literarios anonimos es la modestia? Seria la unica explicacion minimamente defendible.
Porque si no es ni el miedo ni la modestia, se acaban las opciones: solo quedan la maledicencia y la envidia.
También queda el desprenidimiento. Gente que quiere que los frutos de su inteligencia se añadan anónimamente al gran río de la cultura. Mismo ideal borgiano.
Publicar un comentario