Han pasado varios meses desde la reaparición de Natascha Kampusch (izquierda), la chica austriaca secuestrada cuando niña y mantenida en cautiverio durante ocho años en el sótano de una casa.
Han pasado también algunas semanas luego de que la actriz norteamericana Scarlett Johansson rechazara una oferta para representar el rol de Natascha en una película sobre su drama personal.
Por aquellos días, cuando se habló por primera vez de la película, Natascha, ahora de dieciocho años, declaró que no colaboraría con los productores de cintas sobre ella y también que demandaría a cualquiera que escribiera un libro que violara su derecho a la privacidad revelando pormenores de la historia o informando erradamente.
En Inglaterra, dos periodistas han escrito, sin embargo, el primer libro sobre el tema que ve la luz: el volumen se llama Girl in the Cellar, y los autores son Allan Hall y Michael Leidig.
La batalla legal ya comenzó. Incluso el abogado de Kampusch ha amenazado con demandar a The Times, el diario inglés que publicó adelantos del libro durante la semana pasada.
Es fácil prever que se trata sólo del primero de una larga serie de libros sobre el tema.
Lo que se me hace difícil es entender por qué otros casos, similares en gran medida al de Natascha, no han llamado la atención de la prensa mundial.
Está el de Tanya Kach (derecha), de Pennsilvania, secuestrada a los catorce años por un guardia de su escuela, en 1996, y mantenida en cautiverio por diez años, hasta hace muy poco, cuando reapareció en marzo del 2006.
Está también el caso de Fusako Sano, secuestrada en 1990, cuando tenía diez años, y descubierta con vida una década más tarde, en el 2000.
Si algo diferencia a estos casos del de Natascha, es que Tanya Kach y Fusako Sano padecieron una violencia mucho más abierta, torturas, golpizas, violaciones, etc.
Quizá, me aventuro a pensar, ese exceso de violencia, que hace mucho más groseramente patéticos los casos, convierta a las historias de estas dos chicas en relatos que nadie quiera afrontar.
Los secuestradores de Tanya y Fusako fueron salvajes previsibles, tan malvados como quepa imaginar. El secuestrador de Natascha, acaso, con su suicidio final, con su renuncia a las formas más obvias de la violencia física, resulta más apto para capturar la imaginación de la gente... Algo así como un indirecto sindrome de Estocolmo.
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2 comentarios:
Cabe recordar que algunas instituciones que trabajan con empleadas domésticas aquí en Lima (PERU) han registrado casos como el de Natasha, casos en que las personas "entregadas" en custodia siendo menores de edad, fueron esclavizadas, aisladas - sin días de salida libres- abusadas sexualmente y silenciadas algunas hasta por más de 35 años.
Recientemente la migración por motivos de la violencia armada trajo bastante "mano de obra" para los hogares peruanos. Tratadas como "ahijadas" no reciben ningún salario, y muchas de estas personas desconocen aun sus derechos viviendo una vida infrahumana que asemeja a cualquiera de las extranjeras citadas en su nota.
Sería interesante ver los datos recopilados por esas instituciones. ¿A qué instituciones se refiere?
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