23.12.06

Niyazov: otro que se nos va...

Lo primero que se me ocurrió tras la muerte de Pinochet, cuando arreció el rumor de que Fidel Castro estaba más frío que tibio en su cama habanera, fue: a ver si los dictadores se mueren también de tres en tres, como los escritores renacentistas y las momias hollywoodenses.

Pero, claro, despachado el fascista sureño y a las puertas del taxidermista el ex guerrillero cubano, me quedaba igual vacante la tercera plaza. Ya no más: se acaba de morir el más delirante dictador de los años recientes, el más caricaturesco y absurdo, acaso el más desconocido y también --cosas que tienen los sátrapas--, el más literario: Saparmurat Niyazov, autócrata de Turkmenistán desde 1985.

Datos básicos:
Niyazov fue el huérfano de un padre antinazi y una madre desaparecida en un terremoto; fue criado en un albergue; fue comunista afiliado desde los veintidós años, y llegó al poder gracias a un pleito entre el presidente anterior y Mikhail Gorbachov.

Durante sus dos décadas en el poder,
Niyazov le puso su propio nombre a varios aeropuertos, más de un pueblo, muchas escuelas, una gran ciudad y un meteorito, y rebautizó los días de la semana y los meses del año con los nombres de sus parientes más cercanos (y con el suyo, claro está).

Niyazov trambién colocó su retrato en los billetes de su país, colgó su imagen en cartelones gigantescos que pendían de los mayores edificios públicos y mandó a construir estatuas de él y de su madre en las plazas más grandes y sobre el techo de los edificios más altos. Su efigie más célebre es una bañada en oro, que gira constantemente, sobre la cúpula de un inmenso monumento, para que el rostro del tirano enfrente siempre el sol.

Ah, otra cosa que hizo
Niyazov fue robar tres mil millones de dólares: no hay dictador que se precie y que no aprecie el valor del dinero ganado con el sudor de su frente (o con el sudor producido en la frente de su estatua al describir su movimiento de traslación en torno al sol).

Pero cuando digo que el sujeto fue el más literario de los dictadores no me refiero sólo a esos rasgos de su biografía, que parecen extraídos de La fiesta del chivo: Niyazov, de hecho, fue autor de más de un libro, uno de los cuales, llamado Ruhnama (El libro del alma, cuya primera parte apareció el 2001), fue convertido por decreto presidencial en el centro del canon de Turkmenistán.

De hecho, Niyazov ordenó clausurar casi todas las bibliotecas públicas de su país, sobre todo las campesinas, y cuando no las cerró del todo las despojó de los libros antes aprobados por decisión soviética, de modo que las pocas bibliotecas sobrevivientes quedaron vacías, salvo por un libro en muchos ejemplares repetidos: Ruhnama, volumen de lectura absolutamente obligatorio para todos los ciudadanos de Turkmenistán.

El libro, según dicen, es una suerte de guía moral, pero es también un
genre-bender (ya que no un gender-bender) perfectamente postmo, en el que se combinan la ficción con la historia, la autobiografía con la autohagiografía, el relato épico con el fragmento anecdótico y el verso con la prosa, además de alternarse en él pasajes propios de Niyazov con textos ajenos. Cabe imaginar que también se confunden en sus páginas la mala literatura y la peor.

Y sí, adivinaron: la última de las fotos es de un monumento que Niyazov mandó a levantar en conmemoración de su libro cumbre, que, por cierto, pueden leer de cabo a rabo en esta página, si es que saben inglés. Y si no, mientras esperan la traducción (digo, es un decir), pueden adelantarse comprando aquí un mug, una chuspa o un polito con la carátula del tomo sagrado (porque el Ruhnama, dicho sea de paso, fue impuesto como sagrado por Niyazov).

2 comentarios:

Gustavo Faverón Patriau dijo...

En el post sobre Hildebrandt y el negacionismo de Irving, Miguel Rodríguez, en respuesta a Eduardo González, defiende la idea de que no se debe poner límites a aquello que puede y no puede ser dicho sobre ciertos temas, debido a que esos límites pueden desbocarse y resultar incontrolables: que en Irán se prohibiera no ser negacionista respecto del Holocausto, por ejemplo.

Miguel dice que las comunidades científicas son ya, de facto, las encargadas de desautorizar los discursos absurdos: el negacionismo, por ejemplo, ha sido reducido y ridiculizado por la inmensa mayoría de los historiadores: los historiadores serios.

Entiendo que esa es, en verdad, la aproximación más saludable que se puede tener en este tema, pero también quiero hacer notar que es increíblemente permeable, porosa y débil ante ciertos discursos y ciertas manipulaciones del poder.

Niyazov, objeto de este otro post, por ejemplo, decretó en Turkmenistán la inexistencia del cólera y del sida. (Tal como Pinochet decretó en Chile que todos los chilenos eran blancos o mestizos, y que no existían los indígenas). Pero Niyazov lo hizo mediante una manipulación (nada sutil) de la comunidad científica.

Si ven en la página siguiente el enlace que dice "quiz", encontrarán una serie de preguntas preparadas por Niyazov para medir cuán bien o mal los estudiantes de su país estaban leyendo su libro, el Ruhnama:

http://www.ruhnama.com/rukhnama/id29.htm

Una de las preguntas del quiz dice:

"7. If there is a consensus of (How Many) learned men over an issue, this opinion can be declared and repeated everywhere?"

Curiosamente, lo de Niyazov parece la combinación perfecta de las ideas de Eduardo y las de Miguel (qué jodido que el resultado de mezclar a Edu con Miguelón sea Niyazov, eso sí): hay un límite a lo que puede decirse (Eduardo) pero ese límite lo fija la comunidad científica (Miguel). El añadido de Niyazov, claro, es que él controlaba lo que la comunidad científica podía decir; y eso hace su idea kilométricamente distinta de la de Miguelón.

Pero, ¿hay alguna posibilidad de que esa manera de pensar se extienda fuera de lugares como Turkmenistán? Miremos, por ejemplo, Wikipedia: las verdades de Wikipedia se construyen por consenso. Pueden ser completamente falsas, absolutamente indemostrables y estrafalariamente idiotas (por meses, Wikipedia se equivocó en 400 años acerca de la fecha de fundación de los Estados Unidos de América), pero valen en la medida en que sean consensuales... Eso produce un fenómenos raro: la creciente oficialización del lugar común. No puede haber avance teórico si no hay terreno para discrepar radicalmente con las verdades oficiales. Y al menos en las humanidades, esa discrepancia puede ser meramente conjetural. Lo malo es que mecanismos como Wikipedia pueden consagrar el lugar común y también la discrepancia descabellada, ambos en función de una seudo democracia del intelecto en el que la respuesta a cuánto es dos más dos no se obtiene por una operación matemática, sino mediante un plebiscito.

Stephen Colbert, un comediante genial que hace un año acuñó la palabra "truthiness" para referirse a aquellas cosas que no son "la verdad" pero que "se sienten como la verdad", acuñó también, meses después, otro término, "wikiality", para referirse a esa realidad plagada de absurdos, lugares comunes, mitos, creencias falaces extensamente difundidas, etc., que está tomando itnernet por asalto desde las páginas de Wikipedia.

Muchos de estos datos, por cierto, los he sacado de Wikipedia.

Miguel Rodríguez Mondoñedo dijo...

Estoy enteramente de acuerdo con lo que dices, Gustavo; pero precisamente los ejemplos que tú presentas constituyen un argumento a favor de mantener al Estado fuera de las decisiones científicas. Es precisamente cuando se viola ese principio que la manipulación es posible---y además no es solo el Estado, a veces las organizaciones privadas hacen lo mismo (como los estudios financiados por las tabacaleras, tratando de probar que el cigarrillo no era dañino para la salud): es necesario garantizar la independencia del discurso científico frente a toda instancia de poder. Eso es lo que hay que legislar, no las conclusiones específicas de la comunidad científica.

Y no entiendo cuál es el problema con Wikipedia. Es obvio que NO es un repertorio de textos manejado por especialistas. Los consensos que alcance no son, en ese sentido, los consensos de la comunidad científica.