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Fresán se queja no agridulce, sino amargamente, por ese resbalón definitivo que ha dado Harris en el último volumen de la saga de Lecter, donde ha intentado una explicación malamente psicológica del desequilibrio de su villano, casi casi forzando al lector a tener lástima por el comegente.
Fresán se pregunta, al final, si Harris será capaz de rescatar a su personaje del ridículo en su próximo libro (a Harris le queda contrato para uno más) o si, de lo contrario, terminará de reducirlo a la caricatura, acaso poniéndole su nombre a una línea de comida sibarita o poniendo a Lecter "al frente de un show culinario de televisión".
Y aquí es donde viene la coincidencia. Sólo dos días antes del artículo de Fresán, yo les había contado algo sobre antropófagos en la literatura peruana, y prometí decirles pronto un par de cosas más sobre la historia detrás de la historia en Al pie de la letra, el texto famoso de Julio Ramón Ribeyro.
Pues bien, Al pie de la letra, como ha sido dicho ya muchas veces (por ejemplo, en una nota de la revista Etiqueta Negra, hace pocos años, no es un cuento de Ribeyro, sino una suerte de crónica-reflexión ensayística que Ribeyro publicó en la prensa poco tiempo después de ocurrido el hecho que en ella se narra: el ataque insoportable de un estudiante japonés, en París, a una compañera holandesa, a la que asesinó y cortó en pedazos para luego ir comiendo su carne día tras día, hasta abandonar los restos en dos grandes maletas en un parque, donde fue visto por testigos, descubierto y, días más tarde, apresado. No repetiré el contenido de la crónica de Ribeyro, ni explicaré su sutileza excepcional, porque pueden leerla completa aquí.
El caníbal japonés de Al pie de la letra es, pues, un personaje real. Su nombre verdadero: Issei Sagawa (en el texto de Ribeyro es Akito Kimura). La desafortunada holandesa Elke del relato se llamó Renée Hartevelt. Los pormenores son ciertos, salvo que no existen rastros de que Akito haya estado enamorado, o creído estar enamorado, de ella, no particularmente: habría sido una instancia más de su atracción por las chicas europeas que conocía en cantidades pero que rara vez, pensaba él casi de antemano, podrían hacerle caso a un avance sexual suyo.
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No es el único caso. En Alemania y Austria y otros países europeos, Armin Meiwes, el canibal de Rohtenburg, está convirtiéndose paulatinamente en una suerte de icono pop. Ya se ha hecho una serie de películas sobre su historia (¿la recuerdan?: puso un aviso online buscando a alguien que quisiera ser comido vivo, y encontró un voluntario).
Una de las cintas, alemana, se llama Tu corazón en mi mente (estrenada el año pasado en el Montreal Film Festival); otra, hecha en Estados Unidos y prohibida en Alemania por pedido explícito de Meiwes (quien protege la divulagación de su historia con miras a un trato editorial ventajoso), se llama Rohtenburg (con Keri Russell, estrella de la teleserie Felicity). Quizá lo más sorprendente es que también un grupo de niños de colegio en Virginia se sintió atraído por el tema, e hizo la película Der Metzgermesiter (El maestro carnicero), prohibida de inmediato por las autoridades escolares.
Hay, por supuesto, muchas formas de hacerse famoso en este mundo, y muchas de ellas no implican ni un talento ni un carisma particular. Comerse al prójimo, al parecer, es una de ellas.
Imagen: Ribeyro/Lecter. GFP.
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