11.7.07

La ética del testigo fotográfico

Artículo de Ashley Gilbertson sobre la violencia y la fotografía testimonial

En el último número de The Virginia Quarterly Review hay un ensayo muy intreresante (y discutible) de Ashley Gilbertson y su esposa, la periodista Joanna Gilbertson.

Ashley (aunque su nombre de pila suene femenino) es un fotógrafo australiano, corresponsal de guerra y especialista, sobre todo, en el fenómeno de los desplazados a causa de los grandes conflictos bélicos de nuestro tiempo.


Son tan famosos como desgarradores sus ensayos fotográficos sobre migraciones masivas en Kosovo, Irán, Afghanistán y otros lugares abatidos por diversas formas de violencia, sobre todo países asiáticos, y desde hace cinco años son muchas las publicaciones que han ofrecido las imágenes captadas por
Gilbertson en Irak.

Su artículo en The Virginia Quarterly Review, titulado Last Photographs, tiene bastante de testimonio periodístico, algo de especulación ética y mucho de confesión.

Es, entre otras cosas, la historia de la compleja relación entre un fotógrafo y el drama que documenta pero que, a la vez, le sirve de extraño y paradójico alimento.

Gilbertson fue
corresponsal en Irak entre el 2002 y el 2005, y luego pasó doce meses fuera de allí, hasta que empezó a sentir la necesidad de volver. En esta nueva oportunidad, sin embargo, ya no parecía tener muy claro el objetivo trascendente de su misión.

Traduzco el párrafo final:
"Cubrir la guerra solía hacerme sentir como si estuviera haciendo algo importante, pero he llegado a aceptar que los americanos no dejarán de morir porque yo tome sus retratos; que la violencia sectaria no cesará porque yo fotografíe la muerte de una mujer; que el abuso no se detendrá porque yo atestigüe las consecuencias de un interrogatorio. Ahora sólo registro la historia, documento el declive, con la esperanza de que la gente que no lo reconoce hoy pueda un día volver a mirar mis fotografías y vea que la guerra no fue, y no es, nada sino una trampa de arena movediza, hecha de errores, confusiones y mentiras. Mientras tanto, seguiré luchando con el asunto de cómo definir el conflicto en Irak sin dejar que el conflicto me defina a mí".

["Covering the war used to make me feel like I was doing something important, but I have grown to accept that Americans will not stop dying because I take their pictures; sectarian violence won’t end because I photographed one woman’s death; and abuse won’t stop because I witnessed the aftermath of one interrogation. I’m just recording history now, documenting the decline, in the hope that the people who don’t recognize it now may one day look back at my pictures and see the war for the mistake-riddled quagmire it was—and is. In the meantime, I’ll continue to struggle with how to define the conflict in Iraq without letting it define me."]
Es un tema interesante y que reaparece cada cierto tiempo: por un lado, el asunto de la aceptación casi convencional de que los periodistas forman una suerte de tropa neutral, puramente observadora, que no interviene, lo que acaba por transformarse, en casos extremos, o en un encallecimiento de la emoción o en una hipertrofia del sentimiento de culpa.

Por otro lado, la asunción del periodismo como poco menos que un arma de efecto retardado, algo que nunca surtirá efectos positivos en su propio tiempo, sino apenas, quizá, sólo quizá, años o décadas después, cuando todo haya terminado de suceder.

En estos días en que andan por librerías peruanas libros como el nuevo de Cecilia Larrabure (mi compañera de trabajo hace varios años), no está de más recordar que no todos los fotógrafos y no todos los periodistas descreen de la posibilidad de que su trabajo marque una diferencia, no tarde o temprano, sino aquí y ahora.

Un dato adicional


Dicho sea de paso, en este número de The Virginia Quarterly Review aparece también, como adelanto para el mundo anglosajón, The Chilean Girls, primer capítulo de The Bad Girl, la traducción al inglés de Travesuras de la niña mala, la estupenda novela de amor de Mario Vargas Llosa.

No sé si la idea de guillotinar la primera parte del título fue de Edith Grossman, la traductora (que también lo es de García Márquez, Álvaro Mutis y Augusto Monterroso) , o si fue de algún editor en Farrar, Strauss and Giroux: gran idea, en todo caso. El libro sale en octubre, siguiendo de cerca la aparición de Temptation of the Impossible: Victor Hugo and Les Misérables, publicada el último abril por Princeton University Press.

Imagen: fotografía de Gilbertson, tomada de aquí.

2 comentarios:

Javier Menéndez Llamazares dijo...

No sé, pero parece que, más allá del afán testimonial, de documentar la infamia, algo hay en los corresponsales de guerra que les impele a meterse en el ojo del huracán. Como a este fotógrafo desengañado, que ya sabe que no cambiará el mundo, pero "necesita" volver a la acción. ¿Será una cuestión genética?

Anónimo dijo...

Sobre el tema puede leerse también a Susan Sontag "Ante el dolor de los demás".