27.8.07

El síndrome de Robert Sacchi

Sobre la imitación y los atajos en el arte

En el mundo del cine es conocido el extraño caso del actor neoyorquino Robert Sacchi. Tuvo que llegar a los cuarenta para lucir el rostro que lo haría pasajeramente célebre. El problema es que era un rostro ajeno: el de Humphrey Bogart.

Sacchi, actor de carácter, en efecto, lucía idéntico a Bogart: era de la misma talla y la misma contextura, caminaba con la misma postura a la vez rígida y corva, su rostro coincidía con el de Bogart rasgo por rasgo: sus gestos eran idénticos y los que no le surgían naturalmente aprendió a hacerlos con meses y años de práctica: fumaba cogiendo el cigarrillo entre el índice y el pulgar y llevándoselo a la boca con la palma hacia afuera, poniendo en los labios un rictus de repulsión extrañamente seductora.

Incluso su voz sonaba como la voz del otro. Hay un episodio de Tales from the Crypt en el que aparece un Bogart generado mediante artificios de computadora: para hacer la voz del falso Bogart, sin embargo, la tecnología no fue suficiente y los productores, que no habían querido recurrir a Robert Sacchi --a esas alturas envejecido--, tuvieron que pedirle al final que se encargara de recitar las líneas del personaje. Sacchi lo hizo triunfalmente.

Para los neófitos como yo, la actuación es un asunto de apariencias: dos actores que lucen idénticos, suenan idénticos y se mueven y hablan de idéntica manera, dos actores que producen gestos iguales y dicen las cosas con el mismo acento, son, para todo efecto práctico, un mismo actor, y los personajes a quienes interpretan, unos mismos personajes. Todos sabemos, sin embargo, quién es Humphrey Bogart, y la mayoría ignoramos quién es Robert Sacchi, su reflejo posterior, su exacta reproducción.

Quizá el fracaso del segundo Bogart tenga explicaciones obvias: la falta de originalidad, el aire paródico y caricatural que acusa todo déjà vu. Sospecho que la explicación crucial es un tanto distitna: quien ve a Sacchi intuye que lo suyo no es ni arte ni actuación sino atajo, la opción del camino corto, la precaución del que anda sobre las huellas de otro, evitando así toda sorpresa que lo aguarde en la ruta.

Eso mismo es lo que se intuye tras las literaturas epigonales y las imitaciones fácilistas: la ficción de quien escribe como Vargas Llosa nunca será tan apreciable como la literatura de Vargas Llosa; la ficción de quien esrcibe como Bolaño estará condenada a la galería de los hombres con rostro ajeno, al ala del hospital donde residen los pacientes del síndrome de Robert Sacchi.

Sacchi, sin embargo, hay que recordarlo, no se programó para lucir como lucía: la naturaleza le dio ese rostro cuyas modulaciones, claro, él se encargó de pulir y ensayar a lo largo del tiempo, cuando se dio cuenta de que nunca podría hacer otra cosa que representar el rol de su gemelo prematuro. Los artistas que no nacen condicionados de ese modo, tienen todavía una puerta abierta, una puerta de escape: el fin de la imitación que les devuelva su propio rostro, su propia identidad.

Imagen: el hombre en el afiche no es Humphrey Bogart, sino Robert Sacchi.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

El caso que más me inquieta en cuanto a influencias es el de Onetti, no creo que alguien pueda negar que es un gran escritor y dejar de aceptar, a la vez, que es casi el avatar sudamericano de Faulkner.

Tanque de Casma dijo...

Esa película del rostro de Humphrey Bogart la alquilaban en Blockbuster. No la llegué a rentar nunca, aunque me provocó. ¿Tú la has visto?
La que sí vi es Tócala de nuevo, Sam, con Woody Allen y otro pata haciendo de Humphrey. Me acuerdo de una línea. Cuando Allen le pregunta por si funcionaría un piropo de lo más cursi, el falso Bogart le contesta "si yo lo digo, no quedaría un ojo seco en toda la sala".

Anónimo dijo...

El caso que comentas está registrado como un problema de personalidad múltiple. Es algo que todos conocen y sobre lo que cualquiera ha visto tratar en infinidad de películas y novelas. Psicosis de Alfred Hichkot es un ejemplo cinematográfico extremo bien conocido.
Antes de hablar de rostros ¿de sujetos que pierden la identidad entre varias identidades superpuestas?, prefiero
hablar claramente de trastornos mentales o del problema de la identidad disociativa en el tratamiento clínico. En la siquiatría se caracteriza el problema como la existencia de una o más identidades o personalidades en un mismo individuo, cada una con su propia forma de percibir e interactuar con el ambiente.
La novela de Robert Louis Stevenson, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. HydeHay es un caso famosísimo en la literatura, también está el del poeta Fernando Pessoa, quien tenía muchos heterónimos, esto es múltiples seudónimos para los cuales les inventaba toda una personalidad y biografía completa.

El problema parece ser que Fernando Pessoa las creía reales.

Anónimo dijo...

¿Personalidades múltiples? ¿Qué habla este anónimo? Parece que no ha leído el post.

Anónimo dijo...

En esa linea la pelicula Zelig de Woody Allen es interesante; el personaje ese que anda asumiendo -a falta de identidad-, multiples personalidades... en la politica tambien existen esos personajes, como R. Rey en el post anterior.

Anónimo dijo...

Onetti podrá tener la arquitectura de Faulkner y sus recursos técnicos e incluso habrá tomado de él la inspiración para su pueblo imaginario, pero ideológicamente no les veo la conexión. ¿A qué te refieres, Rolando?