4.12.08

Novela de Ángeles

La línea en medio del cielo

Mientras sigue la participación del respetable en los comentarios a la entrevista-aterrizaje del poeta César Gutiérrez, aparecida aquí mismo la tarde de ayer, aprovecho para bañarme dos veces en el mismo río, presentado aquí, de inmediato, y por segunda oportunidad, adelantos de una novela que será lanzada a librerías esta misma noche: La línea en medio del cielo, de Francisco Ángeles.

Se trata de la primera novela de Francisco: la leí hace, creo, quizá, un año y medio, o acaso más, en una versión que seguramente ya no existe: es, o era, un libro rápido, inteligente, escrito a la sombra de árboles mayores, como el de Piglia, sobre todo, y parcialmente dentro de un territorio que no es el más frecuente en nuestra tradición, el de la narrativa de ideas.

El libro lo presentan, junto a Francisco (director del multi-blog Porta 9), los escritores Fernando Ampuero y Jeremías Gamboa, dentro de unas pocas horas, a las 8 pm., en el anfiteatro Chabuca Granda de la Feria del Libro Ricardo Palma (sí, me refiero al día de hoy, jueves 4).

¿Un adelanto, para ir abriendo los ojos a la nueva novela? Aquí va:

La línea en medio del cielo
(segunda parte – capítulo 4)

El viejo pensaba que debía llenar el cuaderno de palabras, llenarlo por completo. Comenzar escribiendo en forma convencional, línea por línea, página por página, hasta el final, y luego recomenzar con el cuaderno volteado, escribir de abajo hacia arriba, cruzar las nuevas palabras con las antiguas, hacer que se estrellen, hacer que se estorben. Y después volver a la primera página y empezar en diagonal, y después ir girando el ángulo y tener la historia completa y no poder descifrarla, apenas entrever un trazo que no se sabe dónde empieza, a qué episodio corresponde.

De esa manera el relato fracturaba el orden cronológico, fracturaba todo orden, y el viejo esperaba que al final, entre la maraña de trazos sin sentido, pudiera reconocer, dibujado por sus propias palabras, su rostro desgastado frente al cuaderno colocando el punto final. Y después no habría más.

Tiempo atrás, mucho tiempo atrás, incluso antes de la noche de su matrimonio, no todo era tan confuso. Había posibilidades, perspectivas, el futuro como una de las muchas digresiones posibles, todavía no delimitada. Siempre hay algo a punto de estallar, nunca sabremos cuándo. Sólo veremos el derrumbe, muy antiguo, las ruinas de un pasado que sólo queda idealizar, falsear, maquillar, creer distinto, mejor, superior. Y entonces el cuaderno, y entonces la escritura.

Nada es verdad, nada, nada, nada, ni siquiera yo, yo, yo, que escribo, escribo, escribo en la oscuridad, avanzo a tientas, y muy lento, muy quieto, muy torpe, espero, espero, espero.

La reunión por el cumpleaños se dio por concluida apenas Zeta dijo que se retiraba. Los cinco se pusieron de pie, salieron a la calle, quedaron en volver a verse. Ignat vio que los tres hombres abordaron un taxi y dejaron a Virginia allí. No sabía si esperaban que él se fuera con ella o simplemente no la habían tomado en cuenta. Así que le dijo para ir a beber una cerveza más, la última, a otro lugar. Una vez a solas Virginia cambió de postura. Se le veía mucho más distendida. Están un poco locos con el tema político, le dijo. Están de acuerdo en casi todo, pero no en los mecanismos. Ignat sorbió la cerveza. Zeta los deja hablar, ¿te diste cuenta?, siguió Virginia. Deja que discutan, y él los mira, como a dos niños a los que no hay que dar demasiada importancia. Ya después les dirá lo que tienen que hacer.

Virginia encendió un cigarrillo y se puso a mirar por la ventana. Alguien, un viejo gordo, había entrado al local con un cuaderno en la mano. Avanzó pesadamente hacia el mostrador y pidió una botella de agua. Permaneció de pie, con la botella destapada sobre el mostrador, y sacó un lapicero e hizo el ademán de ponerse escribir. Pero rápidamente desistió y se puso a pasar las páginas, dando vueltas al cuaderno como un espejo en el que se quiere descubrir un ángulo preciso. Al final, cogió la botella, cerró el cuaderno y se fue.

A veces no entiendo muy bien lo que hablan, dijo Virginia. Es como si ellos supieran más que yo. El otro día, por ejemplo, se pasaron toda la tarde hablando de gente que no conozco. Mencionaban nombres, ideas que habían discutido. Yo no entendía nada. Por eso Zeta de alguna manera me sirve. Es el que interpreta la historia para mí, el que me ofrece su versión más legible y permite que la pueda comprender.

Miró su reloj y dijo que ya era un poco tarde, que al día siguiente tendrían que levantarse temprano para ir al ministerio. Ignat le dijo que no era tan tarde, que se quedaran un rato más. Bien, dijo Virginia, será un poco más.

Las ocasiones en que no tiene mayor sentido ir paso por paso, describir, vislumbrar el pasado como un futuro que no se comprende, la misma ambigüedad, la misma oscuridad. Mejor el resumen, las líneas centrales, la esencia que perdura, el núcleo sobre el cual giran todas las posibilidades incumplidas. Siempre queda algo perdido, el jardín vacío y estancado, el jardín sin tiempo que late en esos detalles ocultos para recordarnos que no hemos sido capaces de desaparecerlo, que puede saltar de las sombras cuando menos lo esperamos. La amenaza espectral de lo que pudo ser, su aliento nocturno cuando las cosas parecen bajo control.


Una cama, la noche fresca, la cabeza en la almohada. Y entonces sentimos la necesidad de hacer el recuento y entonces sabemos que nada es descifrable y entonces la cama y la noche fresca y la cabeza en la almohada dejan de ser la cama y la noche fresca y la cabeza en la almohada y se convierten en algo, algo, algo que flota y nadie ve, algo que ninguna palabra podrá jamás captar. Y entonces el momento de comprender el funcionamiento. Y entonces el grito, el grito alto y sonoro sobre el cielo, sobre el cielo por la mitad. Y después, mucho después, cuando ya no hay voz, cuando ya no hay eco, entonces, sólo entonces, arañar entre las líneas el despertar sangrante, el despertar imposible.


El relato de Virginia lo dejó aún más confundido. Lo peor de todo es que no conseguía decidir cuál había sido su intención al empezar a hablar. Ni siquiera quedaba claro por qué habían terminado en ese hotel, por qué se habían desnudado, por qué todo había sido tan apresurado, tan torpe. La primera vez juntos nunca será la mejor, le había dicho ella. Hay que aprender a acoplarse, a entender los ritmos de ese nuevo cuerpo. Pero hasta el cuerpo de Virginia le era esquivo, no podía descubrirlo. Ella misma casi lo había arrastrado al hotel apenas él le hizo una vaga insinuación. Y se había desnudado sin ningún pudor, sin ninguna pasión, un acto frío y mecánico que no le dejó ninguna expectativa, que lo privó de los pasos previos, del descubrimiento lento, íntimo, de la piel. Y de pronto estaba allí, todo muy rápido, todo muy fácil. El cuerpo era una amenaza y él quiso entrar en el vértigo, y se desnudó también y se movió dentro de ella con algo que no era precisamente deseo sino tal vez angustia, y buscó entre sus pliegues algo que le permitiera comprender todo lo que estaba ocurriendo. Agitó su cuerpo con violencia y pocos minutos después se abrió a una nueva, a la definitiva realidad.

Y entonces el momento del relato y la comprobación de que todo siempre puede ser todavía más complejo. ¿Cuánto de lo que ella decía tendría que creerle? Cuando conocí a Zeta, dijo Virginia, percibí de inmediato que era una de esas personas con las que uno sabe que algo va a pasar. Sólo es cuestión de tiempo y de cierta curiosidad llegar a saberlo. Y Zeta terminó siendo mi amante, por supuesto. Pero no por mucho tiempo. A los dos o tres meses, él se aburrió de mí o yo me aburrí de él, no lo recuerdo bien. Como amantes, quiero decir, porque el vínculo ya había quedado establecido. Y por eso seguí interesada en todo lo que él hacía. No por amor, ni siquiera por deseo, sino porque en el tiempo en que fue mi amante él me contaba cosas. Y después él me aburrió, pero sus cosas siguieron interesándome. Por eso me junto con sus amigos y escucho sus conversaciones. A veces me parece que son niños que no saben bien en qué se están metiendo, pero yo a Zeta lo conozco y sé que no debo pensar así. Era una situación un poco rara, íbamos al zoológico, habían llegado unos hipopótamos de África y era increíble cómo se entusiasmaba él con esos animales. Los miraba y les tomaba fotos y empezaba a decir cosas un poco extrañas sobre lo increíble que debía ser para ellos haber cruzado un océano en barco y de pronto despertar en otro clima, en otro ambiente, en un escenario distinto. Yo no le hacía mucho caso, pero él parecía realmente interesado en descubrir en qué momento los animales ya habrían olvidado su pasado y sería para ellos como si siempre hubieran estado ahí. Íbamos al zoológico una vez por semana, sólo para ver a los hipopótamos, y en esas ocasiones se me daba por pensar que era un niño un poco apartado del mundo, que todo eso de la política, todos esos planes un poco oscuros en los que yo veía que se iba involucrando, eran sólo un juego. Pero sé que no es verdad. Zeta tiene sus matices, yo lo conozco bien. él sabe en lo que anda. La que no lo sabe soy yo.



7 comentarios:

zeta dijo...

Sabe, qué envidia, yo lo que justamente quiero es avanzar en esa literatura de ideas, pero habré estado tan lejos de eso que ni sabía cómo nombrar al asunto. Gracias, ya estoy en el principio, ahora a practicar. Suerte.

Anónimo dijo...

bien elementalcito ese textillo.

Anónimo dijo...

Te cuento Gustavo que el día de la presentación de la novela de Franciso Angeles se rumoreaba algo que parece que es más que un rumor. Porta9 ya no vas más El cierre es definitivo. Así que siendo Moleskine y Zona de Noticias, blogs meramente informativos, te qudaste solo en la parte de la crítica creativa. Gran responsabilidad la tuyra ahora Gustavo. Si Thays mira sobre todo al extranjero, y Paolo de Lima a la literatura de izquierda, a tí te queda la orientación en blogs para indagar con lucidez por donde va la buena literatura peruana, pero sin prejuicios, ni sesgos ideológicos, ni la defensa de intereses de pequeño grupos. Ahora toda la cancha es tuya. Juega de lujo Gustavo, demuestra tu calidad.

Anónimo dijo...

Buena, Paco. Estuve en la presentación, fue un éxito.

zeta dijo...

Porta no cierra, y si cierra, lástima.

Anónimo dijo...

Estimado Sr. Faveron, le agradeceria que publique en su blog el "micro-cuento" que a continuacion le transcribo. Espero sea de su agrado, y disculpe la molestia. Saludos,


Las claves

Yo no se lo que viene sucediendo de aqui a un tiempo, no tanto con mis comentarios, sino con el acceso para que esos comentarios puedan iniciar su viaje por el ciber espacio y finalmente lleguen a su destino. Me explico. Desde hace no mucho, antes, los caracteres que debia de escribir para validar el comentario eran del tipo aquel que siempre solian ser, es decir, un grupo de no mas de ocho letras, por lo general consonantes entrelazadas, una luego de otra, por ahi una vocal perdidisima, hasta formar una especie de antipalabra que podria leerse, por ejemplo como sgxtimb, o hjvefl, o lksqwba, o pkgyumb. Pero como decia, desde hace no mucho, el ordenador no arroja mas esas claves y cierta sensacion de miedo me empieza a invadir. Porque ahora los codigos son explicitamente, digamos legibles, palabras de carne y hueso, como la que aparecio hace cinco dias, "arrecho" que me dejo profundamente avergonzado y con tremedo sopor; y hace cuatro dias aparecio un "amigal" que en esta soledad en la que suelo pasar mis dias me causo algo de gracia; ayer fue la terrible "cercenas" que como se comprendera me origino fuertes palpitaciones y hoy, en un abrupto cambio de humor cibernetico, me arroja "joderes"
Espero que todo vuelva a la normalidad, creo que asi debe de ser siempre y al menos la idea que tenia para este comentario, como que ha neutralizado o mejor, delatado, a mi ordenador: me pide que escriba "wxjald", para enviar este mensaje y ello si que es muy normal. Claro, a pesar del miedo. En realidad uno nunca sabe, no?

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Anónimo dijo...

Esto es "la nueva narrativa"? De qué estás hablando? Cómo se nota que sigues repirando por el bombazo en la cara que te endilgó César Gutiérrez.