30.1.11

ἀνθολογία

Una cosa más sobre la "antología consultada"

La antología como objeto literario no es una cosa nueva; no es, siquiera, relativamente nueva. De hecho, es antiquísima. La que se atribuye a Meleager de Gadara fue compilada por él en el siglo uno antes de la era común. Y eso sólo para remontarnos a la tradición griega, de la que hemos heredado el nombre.

El continente asiático, con la milenaria costumbre de las colecciones de poesía japonesa, china y malaya, ya conocía la práctica de la antología desde siglos antes y la había acogido y desarrollado como parte del ciclo vital de las formas poéticas: la popularización de un género conducia a la selección de lo más aplaudido.

En Europa, antes de la invención de la imprenta, había ya colecciones de textos de autores diversos que eran reunidos por su valor moral, su supuesta o deseada probidad didáctica, o su relieve intelectual o estético. Los cancioneros, los romanceros, y luego las célebres misceláneas de "varia lección" o las polianteas, no son otra cosa que antologías.

Si uno quisiera dilatar la definición, podría nominar a la Biblia misma como un antecedente, un libro de libros, hecho con un impulso constructivista, o una serie a veces contradictoria de impulsos constructivistas, a la vez siguiendo un haz de normas ideológicas y con la aspiración de fijarlas, reflejarlas y darles solidez: inventarlas o instaurarlas al integrarlas en el cuerpo de un texto mayor, colectivo o al menos fragmentario.

También se podría mencionar, siglos más tarde, a recolecciones de ficción como Las mil y una noches: una antología en varias versiones, elaborada en largos periodos, sancionada por muchas manos y diversos pareceres, y victoriosa en la lectura popular.

Si entendemos a las antologías como vehículos canonizadores, lo hacemos, casi sin percibirlo, porque encontramos en ellas, todavía, rasgos diversos de todo lo anterior. La canonización a la que aludimos, casi sin darnos cuenta, es la versión secular de la canonización religiosa: la oficialización de un discurso como verdadero e inobjetable.

La idea de que lo antologado merece salvarse del olvido y perdurar; la idea de que ha de antologarse lo que representa un cierto espíritu, el de lo viejo preservable o el de lo nuevo sucesor; la idea de que al incluir algo en una antología estoy señalando en él un valor peculiar, aprobándolo, proponiendo esa aprobación a los demás: todas esas ideas, que suelen pasar por la cabeza de quien encuentra una antología y la lee, y por la cabeza también de quien la proyecta y la postula, se derivan de alguna variante de las prácticas de selección textual que mencioné antes.

Muchos olvidan que el elemento original de la antología poética en Occidente (la poética ha sido siempre la más frecuente), el que presidió su institucionalización como costumbre, tal como solía pasar con las antologías de poesía china o de narración persa, no ha sido el impulso de comandar la lectura de ciertos autores y ciertos textos (las antologías solían ser anónimas), sino el de colocar ante un auditorio una reunión de textos disfrutables, muchas veces no siguiendo la autoridad de un crítico, sino el olfato del lector: se solía antologar lo que ya era popular, lo que ya había sido sancionado por la lectura, por décadas de lectura; y de hecho ese sigue siendo el motor detrás de cierto tipo de antología que nace más del comercio editorial que del afán de dictaminar en el campo de la estética.

La antología es una forma mucho más presente de lo que queremos aceptar. Cada número de una revista de poesía es una antología, una selección parcial dentro de un universo mayor; cada volumen colectivo es una antología; cada colección editorial es una antología; cada lista de invitados a un recital es antológica.

El criterio con el que un grupo poético o literario en general se forma y cobra vida, es un criterio antológico: la elección de un conjunto de autores y obras (e ideas estéticas y aspiraciones artísticas o ideológicas, en el mejor de los casos), que implica un cerco y una frontera y dejar de lado a quienes no respondan a un cierto principio. El panteón de sus mentores es antológico; las firmas al pie de sus manifiestos son antológicas.

Mi mesa de noche es, irrebatiblemente, una antología. Una cuyos criterios electivos sería largo explicar. Y criterio, finalmente, como sabemos, es la palabra clave.

A la antología de poesía peruana (1968-2008) proyectada por Luis Fernando Chueca, José Güich, Carlos López Degregori y Alejandro Susti, se le han venido objetando los errores en el criterio de selección. Pero ciertamente no se trata de los errores en la selección de los poetas escogidos, pues esa selección no ha sido de ellos (y, hasta donde yo recuerdo, nadie ha dicho que tal y tal autor deba desaparecer de la lista de los cuarenta y cinco poetas seleccionados, aunque las puyas de Mora parecen todas dirigidas a la presencia de Luis Chueca, quien, finalmente, es un autor en una nómina de casi medio centenar).

En el fondo, la gran objeción, presentada y repetida, principalmente por Jorge Pimentel y Tulio Mora, ha sido acerca de una selección previa: la de las personas que serían consultadas para, a partir de sus opiniones, confeccionar la muestra de poetas. Bueno, ese es un tema que vale la pena discutir. Lamentablemente, no basta decir, como Mora, que quienes no respondieron nada son valientes, quienes respondieron una pregunta pero no la otra son ignorantes y oportunistas, y quienes respondieron ambas son... ignorantes, oportunistas y probablemente enemigos jurados de Hora Zero.

Si Mora quisiera ser serio y cortar de raíz el largo ridículo que viene haciendo, debería referirse a los consultados, decir quiénes no deberían estar allí y por qué, y debería hacerlo de manera que su argumentación parezca en verdad una explicación plausible para suponer que la antología final será, de modo inevitable, fallida. No basta con una sábana general de insultos sin nombres propios; no basta con una serie de formulitas descalificadoras repetidas hasta el cansancio (de quienes lo escuchan).

Por el lado de los antologadores, lo que hará falta, sin duda, es que el aparato crítico de la antología exprese claramente una visión indagatoria y metódica de los resultados de la encuesta. Porque --es verdad-- sólo decir que los consultados son poetas, críticos, lectores entrenados de poesía o investigadores académicos de las letras peruanas contemporáneas, no basta para contestar todas las dudas: ¿la antología se ve a sí misma como canonizadora, consagratoria? ¿Se propone como un objeto de estudio, uno que, por ejemplo, quiere delimitar el campo de lo que la crítica actual percibe como las columnas centrales de la poesía peruana?

Si es así, si la antología se va a presentar explícitamente como una fotografía panorámica de lo que la institución literaria ve hoy como las más notables puntas de iceberg de la poesía contemporánea en el Perú, ¿asumirán los antologadores una posición de mayoría o una de minoría (irán con la corriente o expresarán sus divergencias? ¿No hay nada que deban o piensen criticar a la institución literaria misma? ¿Hay, dentro de la densidad de las cifras y la bruma de los porcentajes, corrientes distintas de opinión, cuyas diferencias puedan verificarse?

En fin. Lo que no dejo de preguntarme en estos días, leyendo las cosas que se escriben sobre el tema, es si queda alguien en el Perú que piense en una antología poética de la manera en que pensaban los lectores barrocos de una miscelánea o los lectores griegos ante un florilegio (que eso significa "antología"): ¿cuántos buenos poemas habrá en este libro, que no conozco o que he olvidado? ¿Cuánto disfrutaré leyéndolos?

Digo esto porque, en el fondo, ¿no les parece brutalmente ridículo que una serie de escritores se opongan a la publicación de un libro de poesía? Yo supongo, quizás inocentemente, que en el peor de los casos deberían esperar a que el libro exista y salga publicado, para luego leerlo y condenarlo, si en ese momento les sigue pareciendo condenable, o echarle muchas flores (poliantea) si es que, por el contrario, descubren que...

Pero ahora sí estoy siendo demasiado inocente.

...

4 comentarios:

Gustavo Faverón Patriau dijo...

Mi pregunta para Tulio Mora está muy clara en este pasaje del post:

"Si Mora quisiera ser serio y cortar de raíz el largo ridículo que viene haciendo, debería referirse a los consultados, decir quiénes no deberían estar allí y por qué, y debería hacerlo de manera que su argumentación parezca en verdad una explicación plausible para suponer que la antología final será, de modo inevitable, fallida. No basta con una sábana general de insultos sin nombres propios; no basta con una serie de formulitas descalificadoras repetidas hasta el cansancio (de quienes lo escuchan)".

Sin embargo (como verán si revisan los comentarios al post anterior sobre este tema), Mora no responde, no dice una palabra sobre el asunto, se vuelve a ir por las ramas y declara que ya no dirá más para no aburrir.

Así estamos.

tulio mora dijo...

Señor Faverón: otra vez se lo digo, relájese. Yo ya di por finalizada mi intervención desde que usted demostró no tener competencia en este tema. No se trataba aquí de quién tenía la última palabra porque usted siempre querrá tenerla (dispone de un blog para más ventajas). Sea prudente citando con propiedad aquello en que puede ser autoridad y cállese la boca en lo que no sabe o no entiende y sobre todo no recurra, como un estudiante de primer ciclo de Estudios Generales, a Wikipedia para "apantallarme" (otra vez recurro a mis muletillas mexicanas). El protagonismo lo traiciona y no me pida el mismo gesto alevoso y de mal gusto de solicitarme, sumándose a la Banda de los 4, los nombres de los descalificados de esa lista de la encuesta consultada. Basta con decirle que usted forma parte de la misma. Allí hay decenas, por si acaso, yo apenas cité unos cuantos ejemplos, pero también hay gente muy respetable, incluso cuando marcan diferencias con HZ. Esa es su carencia mayor: no honrar éticamente su academicismo. Aprenda de Alberto Escobar, autor de la única antología memorable que se ha elaborado en el Perú, sin pontificar ni escudarse en la inexistente "institución literaria". El otro autor ejemplar es Estuardo Núñez. Lea sus libros con atención y haga una buena obra, si es eso lo que quiere para beneficio de la literatura peruana. ¿Le molestó que Pimentel le dijera alguna vez "mayordomo"? OK. Yo le di la oportunidad de limpiarse de ese motejo. Y ya fue bastante de mi parte. Que tenga buena suerte en su vida académica. Aquí me despido para siempre.

Anónimo dijo...

lo que pasa es que faverón tiene una conciencia catolicista, por decirlo de un modo, que le impide dormir tranquilo (bueno, el frío hace su poco también) después de aceptar por vanidad ser parte de una antología que no tiene consistencia.

Anónimo dijo...

Me da la impresión que la antología ha perdido muchos de los sentidos que señalas. Al menos, en el caso de Occidente y las compilaciones actuales, ya que, dado el vertiginoso ritmo de intercambio de información y la sobreproducción de textos en todo formato, la antología termina siendo: mira lo que te perdiste y no tuviste tiempo de revisar (la imagen de la mesa de noche que señalas es así de representativa).

Me encantaría tener el tiempo de poder revisar con calma todas las cosas que me interesan, pero ya lo dije: "me encantaría" y da la impresión que el académico es una especie en peligro de extinción que puede darse el lujo de leer todo lo que se propone leer.

El resto de la humanidad aún no contamos con dicho privilegio. Por ejemplo, sé de "Estos 13" y que, por alguna razón, es importante, pero no lo he leído y menos sé, si me gustaría.

La pregunta también sería, si las antologías siguen siendo tan populares y difundidas como antes (con el mismo peso que han tenido en otros momentos de la historia o en la nuestra y en otras culturas).