¿Qué enemigo elegirá el fujimorismo para legitimarse esta vez?
Para mi desgracia, durante mi vida el Perú ha estado siempre en crisis, que es como los peruanos llamamos a las distintas etapas de nuestra miseria económica y nuestra miseria política.
La crisis democrática del gobierno de Velasco; la crisis financiera del gobierno de Morales Bermúdez; la crisis subversiva con Belaunde y después; la crisis hiperinflacionaria del primer Alan García; la terrible crisis del shock fujimorista (seguida por la crisis del desborde de la corrupción); la crisis del crecimiento sin justicia y sin solidaridad --en la que otros quieren ver un momento de esplendor y de esperanza-- con los gobiernos de Toledo y García.
A muchos, Sendero Luminoso y la violencia de la respuesta estatal a Sendero Luminoso los acostumbraron a la muerte como realidad cotidiana: el asesinato masivo, la corrosión diaria de los derechos humanos, las bombas imprevisibles, las previsibles, las tumbas masivas, el secuestro de civiles y la violación de mujeres por decenas y centenas en pueblos de provincias, en zonas marginales de la capital, el envilecimiento de la vida humana, el abuso de menores enlistados para pelear o aniquilados en sus casas, el asesinato selectivo de personajes políticos, de líderes populares, de madres agrupadas en clubes y movimientos sociales, de alcaldes modestos en pueblos ignotos, de oficiales de las fuerzas armadas fuera de servicio, de jefes sindicales, etc: la muerte omnipresente nos acostumbró a la fatuidad de la muerte ajena, nos disminuyó a esa condición instintiva en que empieza a preocuparnos únicamente la supervivencia de nosotros mismos y de los más cercanos: quebró el vínculo ya débil de la nación, el sentimiento de solidaridad.
Ese fue el terreno en el que germinó el fujimorismo. No fue una respuesta que afirmara los valores contrarios: fue un brote, una supuración de la misma herida, que abrió más heridas similares. Con Fujimori, incluso más que con el primer gobierno de Alan García, el Estado legitimó la inmoralidad del crimen como forma de vida diaria, supuso que la muerte indiscriminada debía combatirse con muerte indiscriminada, la corrupción moral con más corrupción moral, el desprecio a la vida humana con la duplicación de ese desprecio.
Durante el gobierno de Fujimori, la inteligencia de un grupo de policías que actuaron muy al margen de las políticas del Ejecutivo, inició la caída de Sendero Luminoso. Eso no acabó con la violencia social: Fujimori se apropió de ese triunfo para convertirlo en lo que nunca fue: una victoria del animalesco método de la guerra sucia que el fujimorismo había asumido conscientemente en la lucha antisubversiva, aniquiliando civiles inocentes, desapareciendo estudiantes y maestros universitarios para lanzarlos en fosas comunes, entrando a fuego en casas de civiles para masacrar a ojos cerrados, o con los ojos muy abiertos, torturando a mansalva en los sótanos del Cuartel General del Ejército, organizando grupos paramilitares para el homicidio silencioso y el abuso a media luz.
El resto del gobierno de Fujimori fue la aplicación de ese modelo bestial de autoritarismo, revertido ahora contra el resto de la sociedad y para otro tipo de prácticas. Cuando buena parte de la población aplaudió la brutalidad como si la brutalidad hubiera sido la causa eficiente de la derrota de Sendero, el fujimorismo se sintió consagrado, sintió que su inmoralidad podía convertirse en la nueva moral de la república.
Y los peruanos se lo permitieron: le permitieron destruir el orden democrático, tomar el Poder Judicial, cerrar el Congreso, reescribir la Constitución, reelegirse dolosamente, robar a discreción, perseguir periodistas, encarcelar a opositores, manipular empresas privadas, privatizar a puerta cerrada, manejar a la prensa, comprar medios de comunicación, estafar, apropiarse de donaciones para los más pobres, destruir la honra de personas respetables, difundir mentiras, capturar la opinión pública mediante engaños y falsedades, esterilizar a mujeres pobres sin siquiera consultarles, colocar la seguridad de la nación en manos de delincuentes probados, rendir culto a la mediocridad intelectual, clientelizar a los pobres, inscribir partidos mediante la producción de firmas falsas, alquilar el voto de congresistas, comprar artistas, comediantes, conductores de televisión, columnistas, colmar el Congreso de ignorantes serviles, incautar todo debate intelectual o político para transformarlo en una versión miserable de ejercicio público, arrasar con la diplomacia peruana y con el honor de las Fuerzas Armadas; en suma, convencer a los peruanos de que la dignidad no existe y sólo existe el beneficio propio e inmediato.
Quienes quieren votar hoy por el fujimorismo, cegándose a esa evidencia en unos casos, conociéndola y deseándola en otros (porque el fujimorismo sí ha creado escuela, porque la política peruana y el torcido sentido cívico peruano de hoy son el producto de esa dictadura), parecen olvidar una cosa: el fujimorismo solamente sabe actuar de esa manera. De hecho, no tenemos ningún indicio razonable para suponer que el fujimorismo sea algo más que eso: una excusa trivial para la dictadura y una dictadura trivial que se excusa en el estado de emergencia para actuar como se le da la gana. Hoy no existe el terrorismo masivo de los ochentas y noventas, no existe la hiperinflación; la sombra de emergencia es la posibilidad del triunfo de Ollanta Humala. Pero esa sombra desaparecerá en el momento mismo en que Keiko Fujimori sea elegida presidenta. Y entonces, ¿hacia dónde se dirigirá el brazo criminal del fujimorismo? ¿Qué emergencia lo validará al día siguiente de las elecciones?
Ese día los peruanos despertarán con una realidad atroz: la reinstauración de nuestra peor dictadura, el regreso de la mano dura, del puño de hierro, sin ningún enemigo acuciante al que destruir o derrotar. Y ninguna forma de negociación que no sea el chantaje, el soborno, la cooptación y el amedrentamiento. Un gobierno de emergencia que sin duda empezará a crear sus propias emergencias, a inventar enemigos, o a dar pie a su surgimiento real. Lo que hizo Alan García en Bagua será una caricatura infantil al lado de lo que seguramente hará el fujimorismo: los viejos sicosociales, la criminalización de la oposición, el fomento de formas de violencia que le son necesarias para existir, porque, repito, el fujimorismo no tiene otra forma de legitimización que la de presentarse como una necesidad ante un peligro social.
¿Los peruanos lo creerán? Los peruanos (una gran parte de ellos, ojalá no una mayoría de ellos) están dispuestos a creer cualquier cosa. Antes, en el régimen anterior, necesitaron escuchar audios y ver videos antes de convencerse de que el Estado había sido capturado por una banda de delincuentes. El problema es que ahora ya vieron los videos y escucharon los audios y saben que son delincuentes, pero todavía piensan votar por ellos. Esta vez no hay disculpa posible: están eligiendo lo que quieren. Podrían negarse; no lo están haciendo. Se les dice que la conciencia del país está en juego y la respuesta parece ser: ¿qué conciencia? Se les habla de moral, de dignidad, de vergüenza. Palabras exóticas. En el futuro, de sobrevenir la nueva dictadura, estarán esperando ávidos la flamante mentira, repetirán las injurias, consumirán las mentiras de la prensa, querrán creerlas, las creerán, querrán convencerse de ellas, justificar el hecho de que ellos hayan elegido la inmoralidad a sabiendas.
¿O elegirán, dentro de unas semanas, romper el círculo, votar por otra cosa, comportarse como adultos y afrontar el hecho de que una cosa es un gobierno que no nos gusta y otra es un gobierno infame y criminal que se entronice con el apoyo de ellos mismos. Ollanta Humala está lejos de ser un presidente deseable para el Perú, pero también está lejos de ser una potencia incontrolable con la que no se pueda negociar y a la que no se pueda poner en vereda. El fujimorismo, en cambio, desconoce cualquier política que no sea la autocracia; el autoritarismo es su definición y la corrupción dictatorial es su único método.
Nadie tiene que ser su cómplice si en verdad distingue la maldad de la dictadura, su vileza, y el valor intrínseco de resistirse a ella. No es necesario tampoco votar por Humala. Yo no sé si lo haré. Existe el voto viciado, existe la posibilidad de resistirse a votar y existe el derecho de un pueblo a desconocer el poder de una mafia criminal cada vez que esa mafia alcance el poder. ¿Que cualquiera de esas cosas crearían inestabilidad? Seguramente es cierto. Nada más estable que una dictadura ni nada más simple que aliarse a ella. Hay mucha más estabilidad en los cementerios que en las plazas colmadas de gente. Yo prefiero lo segundo.
(Unas veces es excesivo y otras veces insuficiente decir que todos tenemos el derecho o el deber de la memoria. Tenemos, más bien, la condena de la memoria y a veces la libertad de la memoria, como tenemos la condena y la libertad (o la liberación) del olvido. Una carta de un amigo muy querido, hace unos días, llena de recuerdos de cosas que pasamos juntos en los noventas, me llevó a escribir este post).
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7 comentarios:
Estupeno final de post: "Unas veces es excesivo y otras veces insuficiente decir que todos tenemos el derecho o el deber de la memoria. Tenemos, más bien, la condena de la memoria...". Que no se sientan impunes aquellos que preferirán votar por Keiko sabiendo todo lo que saben: el voto puede ser materialmente secreto y les puede garantizar el anonimato; las justificaciones que pueden utilizar para perpetrar ese voto pueden ser grandilocuentes; pero la memoria (como la consciencia) condena.
La mayor crisis ha sido la crisis de la educación y la de la falta de acceso al conocimiento (o a su puesta en práctica). El gobierno de Fujimori es el más claro ejemplo de la destrucción de un sistema educativo, que ciertamente ya estaba cayéndose en pedacitos, para mantener a la población ignorante, sin capacidad de reacción ni de pensar críticamente; una población de esas características vive de lo que le dan, en otras palabras, no tiene esperanza y no puede mirar al futuro, solo busca digerir el presente. Quizás por eso tampoco recordamos el pasado o, peor todavía, nos lo hacen recordar de una forma que nunca fue mediante la desestructuración de nuestra memoria ("el de mi papá fue el mejor gobierno de la historia" es un ejemplo práctico de ello, pero por su puesto hay muchísimos más ejemplos, y algunos mucho más siniestros). Por eso nunca se aprende, y si no se aprende no podemos poner en práctica nuevos conocimientos de cara al futuro. Aunque no es la única explicación, ello puede verse como una de las causas de la votación de K. Fujimori y también la de Humala; es más, eso explica por qué los otros candidatos con posibilidades fueron Toledo, Casteñada y PPK.
Los que sabiendo cómo fue de sucio el gobierno fujimorista le den su voto a Keiko, lo harán porque piensan ganarse alguito, o porque en el fondo prefieren vivir en la cloaca que en un país decente. Y PPkk está que le hace el juego a Keiko: nada de lo que dice Humala está bien. Igual Bayly. Con tal de asegurar sus negocios, son capaces de vender sus almas a la mafia.
No hay nada que hacer Faverón, tienes tu corazoncito catoniano...
A mí me quedo el penúltimo párrafo; pienso colocarlo en el muro de mi Facebook y poner su autoría, por lo demás, todos estos post han servido para que uno con esa intuición contra todo el mal de la dictadura tenga sus ideas claras... Nunca he visto una claridad tan notoria en una opinión política, así que yo quedo en deuda por el favor que hace. Suerte.
Si este texto pudiera ser sincronizado, con una cronologia en video de toda la miseria y autoritarismo que se vivio en los 11 calendarios, que de manera tramposa y prepotente el Fujimorato intento perpetuarse en el poder, seria una digna obra para la verdadera Historia del Peru.
Gracias por refrescarnos la memoria con toda la podredumbre que CON LOS MISMOS actores, HOY el Fujimorismo pretente hacer su segundo tramo...
Lamentablemente, del artículo se desprende que una forma de liquidar al fujimorismo, dejándolo sin argunmentos y sin razón de ser, es, precisamente, eligiéndolo en un momento como este en el que no existe una amenaza 'real' para la sociedad. En cambio, si Humala entra al poder, van a tener la excusa perfecta para seguir subsistiendo.
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