6.3.06

El Ronsoco Ilustrado toma la palabra

Javier Garvich, autor de la columna El Ronsoco Ilustrado, que se publica en Terra, me ha enviado un correo electrónico en respuesta a la carta de Daniel Salas que apareció aquí días atrás. La única parte del correo de Garvich que me alude es una pregunta: ¿será que desde Brunswick (ciudad en la que vivo) se ve a la literatura provinciana despectivamente? Los lectores de mi blog Quipu saben que no, y que yo he dejado muy clara mi confianza en que en provincias hay una producción literaria valiosa que debemos promover y difundir. El mensaje de Garvich dice lo siguiente:

Estimado Gustavo:

Le escribo para aclararle algunos puntos mencionados en el linchamiento que he recibido a mano del señor Salas y que me parece que una persona como Ud. debiera conocer:

La existencia de una literatura peruana viva en provincias es un hecho. No es para nada un acontecimiento marginal. Que no lo sepamos es otra cosa. Y cuando hablo en “nosotros” hablamos de una comunidad de intelectuales y artistas bien conectada con el gran mundo académico y mediático. Al margen de ese mundo curiosamente cada vez más pequeño, como se puede ver en el caso de la poesía, género que ha terminado siendo “poesía escrita por poetas para poetas”—hay un magma cultural que busca sus propios caminos. Tarea heroica si vemos que cada libro que publican es ninguneado públicamente y suele salir de su propio bolsillo. Tampoco estamos hablando de samizdats, plaquetas, fotocopias o volantes mimeografiados (aunque eso cuenta y mucho en un espacio con tan poca industria cultural como el Perú) sino de varias editoriales que seguramente usted conoce.

Desde Lima, desde Madrid (y francamente no sé si también desde Brunswick) se suele ver esta literatura en términos muy despectivos. Hablo del clásico prejuicio capitalino de que en provincias todo (incluyendo la literatura) está atrasado, que no tiene sentido perder el tiempo en obras producidas por escritores domingueros, periodistas metidos a poetas, profesores de colegio con ínfulas de narradores. ¿Qué de original, de novedoso, de estéticamente importante puede tener la literatura de gente que nunca en su vida ha oído hablar de Bukowski, Kundera o Mishima, por hablar de escritores ampliamente conocidos por todos? ¿Qué poética, qué literatura puede salir de provincias, donde —con excepción de Arequipa— no existen facultades de lengua y literatura? ¿Cómo mantener el pulso de la literatura contemporánea si ignoran las novedades editoriales, los premios, los últimos artículos que redactan Paul Auster o Ismaíl Kadaré?

Nadie lo dice, todos lo pensamos: “Si las provincias son un páramo cultural (sin teatros, sin librerías, donde hasta los cuadernos son artículos de lujo) ¿Qué tipo de literatura saldrá de allá? ¿Qué puede florecer en un páramo?”.

(Perdone por ser crudo. Aquí puedo explayarme más allá de la tiranía de las ochocientas palabras a que me condena mi columna).

No voy a rebatir ese prejuicio. Es cierto, pues, que el grueso de esos escritores (todos en activo) se dedican a las profesiones más variopintas que le comen tiempo a la literatura, ese oficio exclusivo y excluyente, como diría Vargas Llosa. Andrés Cloud ejerció la abogacía por años, Ángel Gaviria es jefe de toda un área del hospital principa l de Trujillo, el gran poeta Leoncio Bueno que trabajó desde niño- era un consumado mecánico. Desde Pucallpa hasta Chalhuanca, desde Huarmey hasta Puno, vemos a periodistas, correctores de pruebas, funcionarios públicos, profesores contratados en lugares francamente inhóspitos. Todos sometidos a la ley de la escasez, a la falta de apoyo de las instituciones, a la precariedad de los espacios culturales donde se desenvuelven cotidianamente. Esto que puede parecer herir de muerte a su creatividad, resulta más bien un saludable acicate.

Hay otra sensibilidad. Y ese es el punto. Algo alejado del menú habitual de nuestras páginas literarias. Y es algo que, personalmente, me gusta porque es un valiente intento por hacer ar te teniendo todos los recursos y condicionamientos que exigirían lo contrario. Pero lo que ha definido mi apuesta por esa literatura es por ese hincapié en sacar arte de nuestra tierra, de nuestras raíces e historia, con todo lo retórico y cursi que pueda sonar. Ellos no quieren copiar, quieren hacer algo propio a partir de lo que tienen, de lo que conocen, de lo que ven y reflexionan todos los días: Y que creo esa es la forma más honesta de hacer literatura.

Otro prejuicio: Dado que lo que tienen en sus narices son llamas y vicuñas pues sólo escribirán sobre llamas y vicuñas. Hay la idea —que lanzó hace tiempo Lucho Nieto y no sé si él mismo ya se dio cuenta que el rollo es otro—: buena parte de la literatura del interior es inevitablemente epigonal, por no decir tributaria a Arguedas y Ciro Alegría. Hay el prejuicio que solo leeremos historias nativistas, lloronas, previsibles, dejà vues hace veinte años. Hay otra idea igualmente prejuiciosa y es la de una literatura de provincias anclada en el pasado, regodeándose con escenarios de gamonales y comuneros. Es decir, de un Perú ya extinto. Y que el nuevo país que tenemos parece no haber sido aprehendido por esos escritores con sus textos mecanografiados.

Lo real es que los nuevos escenarios del Perú sólo los conoces en ese tipo de literatura. Saber en qué ha cambiado el Perú profundo es una tarea imposible para gran parte de los escritores capitalinos (y cuando digo capitalinos me estoy refiriendo a aquellos que se pasan la vida en no más de cinco distritos dorados de Lima): La violencia como espectáculo cotidiano (rutinario, muy empapado en fatalidad) en la ceja de selva, el exterminio de pueblos enteros de la cordillera, la urbe andina como nuevo espacio de referencia, el campo post-reforma agraria, las migraciones interprovinciales, las memorias musicales que maneja gente que nunca en su vida ha hojeado un Caretas (Algo masivo. En Huanuco, por lo que sé, solo se venden DOS ejemplares por semana).

Aquí es donde quiero llegar, Gustavo. Vivimos en un país partido, posiblemente en varias fracciones. Lo que es peor. Hay muchos que no conocen el Perú por dentro, quizá porque este además de ser un país muy hermoso, también es muy cruel. Viajar en un bus pirata hasta el callejón de Conchucos ya es arriesgar. Y no vale la pena jugarse la vida por bajarse del balcón del Hotel de Turistas de turno. Es así de increíble cómo determinados escritores consagrados por la crítica capitalina y extranjera no tienen ni idea de lo que sus homónimos hacen no solo fuera de Lima, sino incluso en los propios conos. Y no es por inocente ignorancia. Hay un rechazo instintivo. Me consta que a reconocidos críticos de reconocidos periódicos de Lima (bueno, de los DOS periódicos más reconocidos de Lima, ya sabe a quienes me refiero) les llega abundante material de tierra adentro. No lo digo por mí, ojo, sino por muchos amigos ilusionados con que Don Pedro o su antiguo patita con quien chupaba en el Queirolo siquiera les mencionara en alguna línea. Pese a mis recomendaciones casandrianas, lo siguen intentado una y otra vez. Y los resultados a la vista. Hasta manuales de autoayuda ocupan sus preferencias frente a un Oscar Colchado o un Feliciano Padilla, por mencionar nombres mayores.

¡Y no sabe la cantidad de escritores jóvenes que están saliendo! En Chimbote, en Puno, en Huánuco, en Iquitos (la literatura loretana contemporánea, una de las más extensas y con más trayectoria del país, es la gran olvidada) tienes el futuro. Futuro truncado en el caso de otros (el joven poeta y narrador apurimeño James Oscco fue torturado hasta morir en las afueras de Abancay en circunstancias desconocidas y ocultadas por las autoridades ¿Cree que la llamada prensa cultural y literaria le dedicó alguna línea?).

Solo desde este desconocimiento del Perú real, de este tácito divorcio con el país que le tocó nacer, podemos explicar la boca llena de espuma que el señor Salas evidencia en su post: Cree que la Universidad Católica se ha democratizado porque hay más cabelleras negras y en la Facultad de CCSS se enseña antropología del mundo andino. No tiene ni idea de lo privilegiado que es en este país siquiera cursar una carrera universitaria. Y cuando el Perú se consumía en una feroz guerra interna durante los años ochenta (cuando volaban coches-bomba, se fusilaba en descampado, se bombardeaban pueblos y las comunidades vecinas se agarraban a machetazos una contra otra) el campus ajardinado de la Católica, que invitaba a la vida muelle y simulaba una tranquilidad etérea, era absolutamente irreal.

Y esto por poner solamente un ejemplo porque no voy en molestarme en refutar cada uno de sus comentarios sobre frases s acadas de contexto y la ceguera ramplona en sus interpretaciones.

Otra cosa más. Creo que la literatura no vive precisamente sus momentos más felices. Cercada por la pangea multimedia, el formato audiovisual, la transformación de las actividades cognoscitivas que ha significado la revolución informática; la literatura (por lo menos en su versión clásica) se ha hecho más minoritaria aún. Estos cambios han marcado con fuego a la literatura: Rechazo al experimentalismo narrativo, simplificación de las estructuras literarias, proclividad al entertainment, autoempequeñecimiento de la presencia del escritor en la opinión pública, ejercicio de la banalidad, sometimiento incondicional al público, persecución del éxito como estrategia literaria. Mucho ha llovido desde que Vargas Llosa se enfrentara al estamento militar cuando publicó La ciudad y los perros o cuando un anciano Sartre vendía por las calles de París ejemplares del Ami du peuple. La literatura parece condenada a ser una práctica privilegiada de unos pocos para pocos, cuando no un aditamento más de la multimillonaria industria del ocio.

Obviamente, no digo nada nuevo . Muchos escritores lo saben y de allí su instinto por aferrarse a sus pequeñas coronas de laurel o perejil, por desconocer otras experiencias que él ve solamente como competencia, por fijarse solamente en ellos mismos y abandonar toda ambición de trascendencia que la literatura ofrece. Y por copiar, a veces descaradamente, a Houellebecque, a Baricco, a Coetzee. Porque, cuando se pierde la ambición, se quiere básicamente figurar, se busca el triunfo lo más pronto posible; uno termina perdiendo toda perspectiva literaria y artística. (¿A ud. acaso no le cansan las mismas narraciones intimistas de clase media, el mismo anecdotario personal dizque urbano, las mismas novias imaginarias convertidas en personajes imposibles, la recurrencia al manido tema de la homosexualidad, las mismas borracheras, las mismas juergas con cocaína casi acompañadas casi del mismo soundtrack?)

La época dorada del Boom fue mucho más que una operación comercial porque en esta parte del mundo había cosas nuevas y hermosas que decir a los lectores de todo el mundo, y bajo nuevas formas literarias incluso ¿Qué tenemos hoy de nuevo qué decir? ¿Qué ambición hay más allá del agigantado ego?

La nueva sensibilidad de la literatura peruana de la cual le he hablado puede ser una salida. La frescura de historias salida de paisajes y person ajes nunca antes explorados, la reflexión sobre las contradicciones de nuestra identidad formuladas desde sujetos distintos a los habituales, la actitud de escribir bajo otras motivaciones. No le enseño la tierra prometida ni mucho menos, y no es necesario decirle que en todas partes se cuecen habas y que las mismas dosis de engreimiento, mediocridad y hasta bajeza se pueden encontrar en buena parte de esos escritores que se autodenominan “andinos” como en aquellos que se alucinan “cosmopolitas”. El problema es que ignoramos olímpicamente a unos. Y solo hay espacio para los de siempre.

Tengo entendido que ud. va a formar parte de un jurado junto con Marcel y Zein sobre un concurso que busca esa otra literatura. Enhorabuena, se encontrará con agradables sorpresas. Verá, pues, que lo que le he dicho no son inventos de un fanático o un resentido y que hay vida más allá de Alfaguara. Si en algo puedo ayudarle a difundir ese concurso, haga el favor de decírmelo que gustoso cooperaré con ud.

Gracias por leerme y solo le rogaría que acusara recibo de esta carta. Un saludo.

Cordialmente

Javier Garvich

Fotomontaje: gfp.

7 comentarios:

Eduardo Gonzalez dijo...

Estimado Gustavo:

He leído con paciencia la nota de Garvich, el texto de Salas que la motiva y varias de las entregas de "El Ronsoco Ilustrado", para hacerme una idea de qué es lo que se discute.

Luego de ese torturante análisis me encuentro -casi- tan perdido como al principio.

De primera impresión, los textos de Garvich parecieran un intento de colgarse del ya mohoso "debate de escritores" que causara las delicias de la chismografía limeña hace algunos meses. ¿Que más
se puede agregar que no se haya dicho antes, sobre las acusaciones y
contra-acusaciones de elitismo y provincialismo?

Pero eso no puede ser porque -sospecho- en realidad lo que molestó
a Salas no era el envidiosillo articulo de Garvich sobre el premio
Alfaguara, sino sus alusiones al campus de la Católica y a
las "epopeyas" de los ochenta.

Todo -recordemos- comenzó con un obituario, el de José López, que es un homenaje nostálgico a los amigos perdidos de la generación de los ochenta. En aquel texto Garvich quiere que pensemos que quienes estaban detrás de las "epopeyas" de los ochenta, actuaban inspirados por su rechazo a la vida muelle y corrupta de la "oligarquia" de la Catolica, a la que estaban expuestos día a día, y que cayeron "por la esperanza" de un Perú mas justo.

Ese argumento contamina las columnas del “Ronsoco” y les quita eficacia: son buenas (a veces) en tanto comentarios sobre el Perú, pero son indefectiblemente aburridas cuando dan paso a pomposas peroratas sobre cuán importante es el autor y cuán herido continúa por las secuelas de su heroico papel en las epopeyas del pasado. Basta ver la presentación que de sí mismo hace como "exiliado" del fujimorismo.

El tema de fondo para Garvich -seamos honestos- es ese y no el premio Alfaguara: cuando no se puede dar un debate político porque las condiciones no existen, hay que dar un debate literario, al estilo de Yao Wenyuan (gugleen pues).

A mí, lo que me incomoda de todo el asunto no es la memoria política de Garvich: está en todo el derecho de tenerla. Lo que me
irrita es que insista en glorificar su supuesto pasado de luchador social haciendo persistir el mito de una Universidad Católica "irreal" donde no pasaba nada en tanto que el país se desangraba.

El mito es falso y además es contraproducente porque -en rigor- niega precisamente lo que Garvich quiere reivindicar: es decir, el activismo radical de los ochenta y noventa en la Católica. En aquella época, el campus de Pando fue un centro de actividad intensa para todas las facciones políticas -legales e ilegales- de izquierda, centro y derecha y –por consiquiente- lo fue también para los servicios de inteligencia.

Estudiantes de la Católica fueron desaparecidos y ejecutados por los servicios de seguridad del Estado, tal como se lee en el informe de la
CVR. Otros fueron mutilados o muertos por los coches bomba de
Sendero. Flaco servicio se hace a su memoria y poca reverencia se muestra ante esa tragedia perpetuando la estúpida especie de una universidad de espaldas al país.

Es una hipocresía burlarse ahora del buen trabajo de los jardineros
de la Católica (todos disciplinados y fervientes sindicalistas) cuando era el fruto de su trabajo el que generaba la cubierta de respetabilidad e inocencia de la que se servía Garvich para correr menos riesgos que en universidades sin jardín.

Sería simplemente ignorancia si tal narrativa tonta la diseminara un
imberbe que nació ayer, pero que lo haga Garvich el supuesto perseguido, es simplemente hipócrita.

Miguel Rodríguez Mondoñedo dijo...

Garvich, a pesar de su larga carta, no responde a ninguno de los cuestionamientos hechos por Daniel Salas. En especial, omite ahora toda mención sobre la gruesa apología del terrorismo que deslizara en su columna. Tiene que explicarnos el señor Gárvich qué tuvo de “epopeya” esa terrible desgracia, en qué contexto es posible interpretar esa frase con un sentido diferente, qué es exactamente lo que quiso decir.

De lo contrario, no nos queda sino concluir que Gárvich estaba simplemente aprovechándose de un debate literario para contrabandear un mensaje apologético. No es que a Gárvich le importe siquiera un bledo que los escritores provincianos sean marginados por el sistema editorial; su larguísima letanía de perogrulladas sobre la literatura peruana (¿alguien acaso ha dicho algo diferente?) no son sino el envoltorio perfecto para ocultar lo que realmente quiere: re-escribir la historia de la violencia senderista.

Es sintomático, también, su virulento ataque contra la Universidad Católica. Pretende Gárvich que la extracción social de quienes estudiamos allí produce una suerte de tara intelectual para entender la realidad fuera de los muros. Raro insulto, teniendo en cuenta que el propio Gárvich estudió allí. Pero hay más. No solamente elige Gárvich ignorar que los alumnos de la Universidad han hecho de la realidad peruana un tema constante de su reflexión y de su actividad personal y política; soslaya también el hecho de que varios alumnos de la Católica fueron víctimas de la violencia política en el Perú de esos años, directa e indirectamente (como Eduardo menciona). Y hay algo incluso más grave. Al negar que la Universidad sea capaz de entender la realidad, Gárvich está diciendo que las herramientas concebidas por sus profesores, que son en buena cuenta las del discurso académico y científico, son por completo inútiles. No es una sorpresa comprobar que esa fue la idea central detrás de la sangrienta “revolución cultural” maoísta y detrás de las matanzas de polpotianas (ambas, caros modelos del senderismo). Una vez más, descubrimos a Gárvich en su verdadero propósito: contrabandear un mensaje maoísta.

Y si acaso Gárvich fuera a decir que estas son interpretaciones antojadizas o “fuera de contexto”, lo invito a negarlas expresamente, y no a través de ambigüedades.

Daniel Salas dijo...

En la respuesta a mi carta, Javier Gárvich parece querer batir el record de discutir con su sombra: en primer lugar, dedica exactamente doce párrafos a contradecir ideas que nunca he sostenido. Y si estoy mintiendo, que Gárvich señale dónde y cuándo he sostenido que en el Perú solamente existe la literatura limeña. De manera que desde el inicio hasta la pregunta “¿Cree que la llamada prensa cultural y literaria le dedicó alguna línea?” no tengo absolutamente nada interesante que decir, salvo esta observación que cae por su propio peso: Gárvich se pone corajudo contra quienes prejuzgan la obra literaria sobre la base de los prejuicios contra sus autores (por ser provincianos o “cholos”) cuando justamente es así como juzga la obra de Santiago Roncagliolo: sin haber leído la obra ganadora del premio Alfaguara, descarta la posibilidad de que la novela posea algún valor debido a la extracción social de su autor. Es decir, Gárvich se ahoga en sus propias palabras y uno se pregunta en este punto si vale la pena continuar discutiendo.

Más adelante sostiene que yo creo que “la Universidad Católica se ha democratizado porque hay más cabelleras negras y en la Facultad de CCSS se enseña antropología del mundo andino”. Y que por tanto no tengo “ni idea de lo privilegiado que es en este país siquiera cursar una carrera universitaria”. Aquí, por lo menos, Gárvich asoma sus narices a las objeciones que le he planteado. Sin embargo, las saca de inmediato.

Aclaro que en ningún momento he sostenido que estudiar en una Universidad Católica no sea un privilegio. Claro que lo es.

El resto de la carta insiste en la banalidad. Desde la parte que dice “Y esto por poner solamente un ejemplo…” y hasta “se encontrará con agradables sorpresas.” Gárvich aprovecha su “respuesta” para despachar otra extensa perorata sobre su visión de la literatura que, por supuesto, nunca he objetado.

Para que la carta de Javier Gárvich tenga sentido, debemos suponer que me encuentro entre los que no ven “más allá de Alfaguara”. Aquí se convierte en adivino y me inventa una personalidad que nada tiene que ver conmigo. Construye un personaje (que supuestamente soy yo), me achaca opiniones que no tengo, me atribuye lecturas que no he hecho, valoraciones de textos que no he leído y desprecios que no poseo ni he manifestado.

Si Gárvich quiere responder mi carta, le toca dar cuenta de los siguientes puntos que se hallan claramente expresados en ella:

a) Que demuestre que los críticos de los grandes medios reciben sobornos de las editoriales. Y si no puede dar pruebas irrefutables (de esas que pueden ser llevadas a una corte), que al menos presente indicios: es decir, nombres de libros y autores que hayan sido evidentemente beneficiados por una crítica que tiene que haber sido comprada. Supongo que entre éstos no puede encontrarse Alonso Cueto, ni Beto Ortiz, ni Jaime Bayly, tres escritores duramente tratados por los críticos. Que responda esta pregunta, porque la acusación (si no se ha dado cuenta el señor Gárvich) es muy seria.
b) Que demuestre que la Universidad Católica es una universidad oligárquica, lo que significa que las ideas que en ella se propagan y que la composición social de los estudiantes son hegemónicamente oligárquicas. Que demuestre también cómo es compatible con esta comprobación el hecho de que uno de sus rectores en ejercicio haya sido a la vez el presidente de la Comisión de la Verdad y Reconciliación.
c) Que explique cómo es el caso que una literatura no puede ser disfrutada si no se ha experimentado los hechos representados. Gárvich debe ser capaz de explicar que no puedo identificarme con la dramaturgia de Shakespeare si no he vivido en la Inglaterra isabelina y que para disfrutar de la poesía de Thomas S. Eliot es menester haber sido estadounidense y anglicano. Bien mirado, que “deba ser capaz de explicar” en este caso es tan sólo un decir, ya que hay una imposibilidad lógica: para que Gárvich pueda demostrar su extravagancia, debería primero él mismo haber pasado por la experiencia de identificarse con Shakespeare y disfrutar de la poesía de Eliot, porque solamente después de ese punto de vista privilegiado podría definir con fundamento de la diferencia entre su experiencia y la mía.
d) Que Javier Gárvich explique cómo es que el proceso de violencia perpetrado entre 1980 y el 2000 es una “epopeya”. La epopeya, como sabemos, es un subgénero de la épica. Si es una epopeya, que explique Gárvich cuáles son las virtudes que fueron sometidas a prueba, quiénes fueron los héroes y si el final es triste o feliz. ¿Es un final como el de la derrota de Roncesvalles, como el de la destrucción de los nibelungos, como el de la vindicación del Cid? ¿Fue el presidente Gonzalo un héroe o un villano? Y si fue un villano, ¿eso significa que Montesinos fue un héroe? Y si ninguno de los dos fue un héroe, entonces ¿dónde están los bandos que forman la epopeya? En la epopeya, como en el melodrama, la distinción entre buenos y malos es clarísima, tanto como la diferencia entre el agua y el aceite. La epopeya no da espacio para las medias tintas ni para las dudas morales (y es por ello que el “Cantar de los Nibelungos” no encaja bien en el género). Que diga Javier Gárvich quiénes pertenecían al bando del bien y quiénes al bando del mal. Y ya que podemos suponer que él sí estuvo atento a las epopeyas de nuestra historia, que diga además Javier Gárvich por cuál de los dos bandos tomó partido.
e) Si es incapaz de responder las objeciones de la a) a la d). porque objeta que parten de frases sacadas fuera de contexto, que explique entonces Javier Gárvich cuál es el contexto de las frases que permiten comprender su verdadero sentido.

Eduardo Gonzalez dijo...

Yo creo que seria bueno ver que piensa Garvich de todo esto y seguir el debate en el Queirolo o -mejor- en el Superba. Al fin y al cabo el tambien es otro de los patas de la rotonda.

No hay que ver conspiraciones personales donde no las hay, por Dios. Es desopilante que yo quiera "quedar bien con Faveron", como si el fuese algun tipo de guru del que dependo y no el pata con el que nos echamos unos buenos rones hace veinte anhos. Para eso, tambien tendria motivos para quedar bien con Garvich con quien -con mas pelo los dos- tambien nos roneamos al frente del fundo Pando.

Reitero mi sospecha: esto no es sobre la estructura de poder del campo literario en el Peru sino sobre la memoria politica de la que todos los participantes en el debate compartimos un aspecto, parcial y controversial.

Lo que hay que hacer -y me incluyo en la autocrtiica para que la cosa sea democratica- es aprender a discutir con rigor y sin personalizaciones. Me gustaria que pudieramos hacerlo en este caso.

Gustavo Faverón Patriau dijo...

¿Acaso el comentarista enmascarado es tan caído del palto que no se da cuenta de que la carta de Javier Garvich la he publicado yo en mi propio blog y por iniciativa que no fue de Garvich, sino mía?

Eduardo: una vez más tratas de reescribir la historia, diciendo que fue ron lo que en verdad fue un vergonzoso anís del mono y vinos lamentables hechos con alcohol rectificado (cosas que nos provocan de vez en cuando a los pitucos).

Daniel Samanez dijo...

Eduardo Gonzalez said...

“Lo que hay que hacer -y me incluyo en la autocrtiica para que la cosa sea democratica- es aprender a discutir con rigor y sin personalizaciones. Me gustaria que pudieramos hacerlo en este caso.”

------------
Si pues, buena voz. Quizás empezar armando puentes alrededor de los puntos en los que están de acuerdo. Luego discutir los que son controversiales con rigor y racionalidad. Y evitar las descalificaciones morales a priori.

Gustavo Faverón Patriau dijo...

Manuel R, José M, Malcolm X, Juan XXIII y demás: en el momento preciso en que descubran sus nombres, sus mensajes serán publicados. Hace tiempo quedó claro que Puente Aéreo no se dedica a publicar injurias y mucho menos cuando son hechas a escondidas.