Estimado Gustavo:
6.3.06
El Ronsoco Ilustrado toma la palabra
Javier Garvich, autor de la columna El Ronsoco Ilustrado, que se publica en Terra, me ha enviado un correo electrónico en respuesta a la carta de Daniel Salas que apareció aquí días atrás. La única parte del correo de Garvich que me alude es una pregunta: ¿será que desde Brunswick (ciudad en la que vivo) se ve a la literatura provinciana despectivamente? Los lectores de mi blog Quipu saben que no, y que yo he dejado muy clara mi confianza en que en provincias hay una producción literaria valiosa que debemos promover y difundir. El mensaje de Garvich dice lo siguiente:
Estimado Gustavo:
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7 comentarios:
Estimado Gustavo:
He leído con paciencia la nota de Garvich, el texto de Salas que la motiva y varias de las entregas de "El Ronsoco Ilustrado", para hacerme una idea de qué es lo que se discute.
Luego de ese torturante análisis me encuentro -casi- tan perdido como al principio.
De primera impresión, los textos de Garvich parecieran un intento de colgarse del ya mohoso "debate de escritores" que causara las delicias de la chismografía limeña hace algunos meses. ¿Que más
se puede agregar que no se haya dicho antes, sobre las acusaciones y
contra-acusaciones de elitismo y provincialismo?
Pero eso no puede ser porque -sospecho- en realidad lo que molestó
a Salas no era el envidiosillo articulo de Garvich sobre el premio
Alfaguara, sino sus alusiones al campus de la Católica y a
las "epopeyas" de los ochenta.
Todo -recordemos- comenzó con un obituario, el de José López, que es un homenaje nostálgico a los amigos perdidos de la generación de los ochenta. En aquel texto Garvich quiere que pensemos que quienes estaban detrás de las "epopeyas" de los ochenta, actuaban inspirados por su rechazo a la vida muelle y corrupta de la "oligarquia" de la Catolica, a la que estaban expuestos día a día, y que cayeron "por la esperanza" de un Perú mas justo.
Ese argumento contamina las columnas del “Ronsoco” y les quita eficacia: son buenas (a veces) en tanto comentarios sobre el Perú, pero son indefectiblemente aburridas cuando dan paso a pomposas peroratas sobre cuán importante es el autor y cuán herido continúa por las secuelas de su heroico papel en las epopeyas del pasado. Basta ver la presentación que de sí mismo hace como "exiliado" del fujimorismo.
El tema de fondo para Garvich -seamos honestos- es ese y no el premio Alfaguara: cuando no se puede dar un debate político porque las condiciones no existen, hay que dar un debate literario, al estilo de Yao Wenyuan (gugleen pues).
A mí, lo que me incomoda de todo el asunto no es la memoria política de Garvich: está en todo el derecho de tenerla. Lo que me
irrita es que insista en glorificar su supuesto pasado de luchador social haciendo persistir el mito de una Universidad Católica "irreal" donde no pasaba nada en tanto que el país se desangraba.
El mito es falso y además es contraproducente porque -en rigor- niega precisamente lo que Garvich quiere reivindicar: es decir, el activismo radical de los ochenta y noventa en la Católica. En aquella época, el campus de Pando fue un centro de actividad intensa para todas las facciones políticas -legales e ilegales- de izquierda, centro y derecha y –por consiquiente- lo fue también para los servicios de inteligencia.
Estudiantes de la Católica fueron desaparecidos y ejecutados por los servicios de seguridad del Estado, tal como se lee en el informe de la
CVR. Otros fueron mutilados o muertos por los coches bomba de
Sendero. Flaco servicio se hace a su memoria y poca reverencia se muestra ante esa tragedia perpetuando la estúpida especie de una universidad de espaldas al país.
Es una hipocresía burlarse ahora del buen trabajo de los jardineros
de la Católica (todos disciplinados y fervientes sindicalistas) cuando era el fruto de su trabajo el que generaba la cubierta de respetabilidad e inocencia de la que se servía Garvich para correr menos riesgos que en universidades sin jardín.
Sería simplemente ignorancia si tal narrativa tonta la diseminara un
imberbe que nació ayer, pero que lo haga Garvich el supuesto perseguido, es simplemente hipócrita.
Garvich, a pesar de su larga carta, no responde a ninguno de los cuestionamientos hechos por Daniel Salas. En especial, omite ahora toda mención sobre la gruesa apología del terrorismo que deslizara en su columna. Tiene que explicarnos el señor Gárvich qué tuvo de “epopeya” esa terrible desgracia, en qué contexto es posible interpretar esa frase con un sentido diferente, qué es exactamente lo que quiso decir.
De lo contrario, no nos queda sino concluir que Gárvich estaba simplemente aprovechándose de un debate literario para contrabandear un mensaje apologético. No es que a Gárvich le importe siquiera un bledo que los escritores provincianos sean marginados por el sistema editorial; su larguísima letanía de perogrulladas sobre la literatura peruana (¿alguien acaso ha dicho algo diferente?) no son sino el envoltorio perfecto para ocultar lo que realmente quiere: re-escribir la historia de la violencia senderista.
Es sintomático, también, su virulento ataque contra la Universidad Católica. Pretende Gárvich que la extracción social de quienes estudiamos allí produce una suerte de tara intelectual para entender la realidad fuera de los muros. Raro insulto, teniendo en cuenta que el propio Gárvich estudió allí. Pero hay más. No solamente elige Gárvich ignorar que los alumnos de la Universidad han hecho de la realidad peruana un tema constante de su reflexión y de su actividad personal y política; soslaya también el hecho de que varios alumnos de la Católica fueron víctimas de la violencia política en el Perú de esos años, directa e indirectamente (como Eduardo menciona). Y hay algo incluso más grave. Al negar que la Universidad sea capaz de entender la realidad, Gárvich está diciendo que las herramientas concebidas por sus profesores, que son en buena cuenta las del discurso académico y científico, son por completo inútiles. No es una sorpresa comprobar que esa fue la idea central detrás de la sangrienta “revolución cultural” maoísta y detrás de las matanzas de polpotianas (ambas, caros modelos del senderismo). Una vez más, descubrimos a Gárvich en su verdadero propósito: contrabandear un mensaje maoísta.
Y si acaso Gárvich fuera a decir que estas son interpretaciones antojadizas o “fuera de contexto”, lo invito a negarlas expresamente, y no a través de ambigüedades.
En la respuesta a mi carta, Javier Gárvich parece querer batir el record de discutir con su sombra: en primer lugar, dedica exactamente doce párrafos a contradecir ideas que nunca he sostenido. Y si estoy mintiendo, que Gárvich señale dónde y cuándo he sostenido que en el Perú solamente existe la literatura limeña. De manera que desde el inicio hasta la pregunta “¿Cree que la llamada prensa cultural y literaria le dedicó alguna línea?” no tengo absolutamente nada interesante que decir, salvo esta observación que cae por su propio peso: Gárvich se pone corajudo contra quienes prejuzgan la obra literaria sobre la base de los prejuicios contra sus autores (por ser provincianos o “cholos”) cuando justamente es así como juzga la obra de Santiago Roncagliolo: sin haber leído la obra ganadora del premio Alfaguara, descarta la posibilidad de que la novela posea algún valor debido a la extracción social de su autor. Es decir, Gárvich se ahoga en sus propias palabras y uno se pregunta en este punto si vale la pena continuar discutiendo.
Más adelante sostiene que yo creo que “la Universidad Católica se ha democratizado porque hay más cabelleras negras y en la Facultad de CCSS se enseña antropología del mundo andino”. Y que por tanto no tengo “ni idea de lo privilegiado que es en este país siquiera cursar una carrera universitaria”. Aquí, por lo menos, Gárvich asoma sus narices a las objeciones que le he planteado. Sin embargo, las saca de inmediato.
Aclaro que en ningún momento he sostenido que estudiar en una Universidad Católica no sea un privilegio. Claro que lo es.
El resto de la carta insiste en la banalidad. Desde la parte que dice “Y esto por poner solamente un ejemplo…” y hasta “se encontrará con agradables sorpresas.” Gárvich aprovecha su “respuesta” para despachar otra extensa perorata sobre su visión de la literatura que, por supuesto, nunca he objetado.
Para que la carta de Javier Gárvich tenga sentido, debemos suponer que me encuentro entre los que no ven “más allá de Alfaguara”. Aquí se convierte en adivino y me inventa una personalidad que nada tiene que ver conmigo. Construye un personaje (que supuestamente soy yo), me achaca opiniones que no tengo, me atribuye lecturas que no he hecho, valoraciones de textos que no he leído y desprecios que no poseo ni he manifestado.
Si Gárvich quiere responder mi carta, le toca dar cuenta de los siguientes puntos que se hallan claramente expresados en ella:
a) Que demuestre que los críticos de los grandes medios reciben sobornos de las editoriales. Y si no puede dar pruebas irrefutables (de esas que pueden ser llevadas a una corte), que al menos presente indicios: es decir, nombres de libros y autores que hayan sido evidentemente beneficiados por una crítica que tiene que haber sido comprada. Supongo que entre éstos no puede encontrarse Alonso Cueto, ni Beto Ortiz, ni Jaime Bayly, tres escritores duramente tratados por los críticos. Que responda esta pregunta, porque la acusación (si no se ha dado cuenta el señor Gárvich) es muy seria.
b) Que demuestre que la Universidad Católica es una universidad oligárquica, lo que significa que las ideas que en ella se propagan y que la composición social de los estudiantes son hegemónicamente oligárquicas. Que demuestre también cómo es compatible con esta comprobación el hecho de que uno de sus rectores en ejercicio haya sido a la vez el presidente de la Comisión de la Verdad y Reconciliación.
c) Que explique cómo es el caso que una literatura no puede ser disfrutada si no se ha experimentado los hechos representados. Gárvich debe ser capaz de explicar que no puedo identificarme con la dramaturgia de Shakespeare si no he vivido en la Inglaterra isabelina y que para disfrutar de la poesía de Thomas S. Eliot es menester haber sido estadounidense y anglicano. Bien mirado, que “deba ser capaz de explicar” en este caso es tan sólo un decir, ya que hay una imposibilidad lógica: para que Gárvich pueda demostrar su extravagancia, debería primero él mismo haber pasado por la experiencia de identificarse con Shakespeare y disfrutar de la poesía de Eliot, porque solamente después de ese punto de vista privilegiado podría definir con fundamento de la diferencia entre su experiencia y la mía.
d) Que Javier Gárvich explique cómo es que el proceso de violencia perpetrado entre 1980 y el 2000 es una “epopeya”. La epopeya, como sabemos, es un subgénero de la épica. Si es una epopeya, que explique Gárvich cuáles son las virtudes que fueron sometidas a prueba, quiénes fueron los héroes y si el final es triste o feliz. ¿Es un final como el de la derrota de Roncesvalles, como el de la destrucción de los nibelungos, como el de la vindicación del Cid? ¿Fue el presidente Gonzalo un héroe o un villano? Y si fue un villano, ¿eso significa que Montesinos fue un héroe? Y si ninguno de los dos fue un héroe, entonces ¿dónde están los bandos que forman la epopeya? En la epopeya, como en el melodrama, la distinción entre buenos y malos es clarísima, tanto como la diferencia entre el agua y el aceite. La epopeya no da espacio para las medias tintas ni para las dudas morales (y es por ello que el “Cantar de los Nibelungos” no encaja bien en el género). Que diga Javier Gárvich quiénes pertenecían al bando del bien y quiénes al bando del mal. Y ya que podemos suponer que él sí estuvo atento a las epopeyas de nuestra historia, que diga además Javier Gárvich por cuál de los dos bandos tomó partido.
e) Si es incapaz de responder las objeciones de la a) a la d). porque objeta que parten de frases sacadas fuera de contexto, que explique entonces Javier Gárvich cuál es el contexto de las frases que permiten comprender su verdadero sentido.
Yo creo que seria bueno ver que piensa Garvich de todo esto y seguir el debate en el Queirolo o -mejor- en el Superba. Al fin y al cabo el tambien es otro de los patas de la rotonda.
No hay que ver conspiraciones personales donde no las hay, por Dios. Es desopilante que yo quiera "quedar bien con Faveron", como si el fuese algun tipo de guru del que dependo y no el pata con el que nos echamos unos buenos rones hace veinte anhos. Para eso, tambien tendria motivos para quedar bien con Garvich con quien -con mas pelo los dos- tambien nos roneamos al frente del fundo Pando.
Reitero mi sospecha: esto no es sobre la estructura de poder del campo literario en el Peru sino sobre la memoria politica de la que todos los participantes en el debate compartimos un aspecto, parcial y controversial.
Lo que hay que hacer -y me incluyo en la autocrtiica para que la cosa sea democratica- es aprender a discutir con rigor y sin personalizaciones. Me gustaria que pudieramos hacerlo en este caso.
¿Acaso el comentarista enmascarado es tan caído del palto que no se da cuenta de que la carta de Javier Garvich la he publicado yo en mi propio blog y por iniciativa que no fue de Garvich, sino mía?
Eduardo: una vez más tratas de reescribir la historia, diciendo que fue ron lo que en verdad fue un vergonzoso anís del mono y vinos lamentables hechos con alcohol rectificado (cosas que nos provocan de vez en cuando a los pitucos).
Eduardo Gonzalez said...
“Lo que hay que hacer -y me incluyo en la autocrtiica para que la cosa sea democratica- es aprender a discutir con rigor y sin personalizaciones. Me gustaria que pudieramos hacerlo en este caso.”
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Si pues, buena voz. Quizás empezar armando puentes alrededor de los puntos en los que están de acuerdo. Luego discutir los que son controversiales con rigor y racionalidad. Y evitar las descalificaciones morales a priori.
Manuel R, José M, Malcolm X, Juan XXIII y demás: en el momento preciso en que descubran sus nombres, sus mensajes serán publicados. Hace tiempo quedó claro que Puente Aéreo no se dedica a publicar injurias y mucho menos cuando son hechas a escondidas.
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