3.6.06

Reseña de Abril rojo

Este sábado apareció en Somos, la revista sabatina del diario El Comercio, mi reseña de Abril rojo, última novela ganadora del premio Alfaguara, del peruano Santiago Roncagliolo. La copio aquí debajo.

Símbolos vacíos

Lo más llamativo de Abril rojo —la divertida novela de suspenso por la cual el peruano Santiago Roncagliolo recibiera meses atrás el premio Alfaguara 2006—, es que de algún modo misterioso se las arregla para sobrevivir, al menos parcialmente, a sus muchos defectos. Porque es posible decir que no hay virtud en este libro que no esté emparejada con algún vicio, o formal o de concepción.

El libro es difícil de abandonar, debido, sobre todo, a la facilidad del autor para entretejer los hilos de la trama principal, calcular los golpes de efecto, construir espirales climáticas de intriga que son en todos los casos un acierto. Pero esa atención minuciosa a las aceleraciones argumentales no evita que las subtramas se vuelvan débiles y artificiales, ni le permiten a la narración la serenidad de apaciguarse, dosificarse, abrir distensiones que conviertan la lectura en un ejercicio rítmico en lugar de una caída libre.

La historia central es ésta: un fiscal ayacuchano, criado en Lima, regresa a su tierra natal arrastrando los traumas de una vida ardua, sólo para darse de cara con una borrasca de crímenes feroces que pueden ser la obra de un asesino en serie o un rebrote de Sendero Luminoso. La inmediata investigación que conduce lo involucra con senderistas de espíritu refinado y sacerdotes homicidas (un reparto antojadizo pero funcional) y con la dupla descabellada de un coronel cuyo jefe inmediato es un comandante (un rasgo de originalidad involuntaria). En ese trayecto, el fiscal sufrirá una gran mutación psíquica y una incluso mayor demolición moral.

En la huella borgiana de La muerte y la brújula, pero aun más en la del Fincher de Seven, o el Nolan de Memento (Roncagliolo es un devoto de la cartelera semanal: Abril rojo, de seguro, no tardará en llegar al cine), ese protagonista, Félix Chacaltana, dejará en algún momento de ser cazador para volverse presa, y en ocasiones dará la impresión de andar rastreando, en el fondo, sus propios pasos.

Allí es donde empiezan los problemas: Chacaltana carga con tanta responsabilidad en la historia (es el eje focal de la narración, la voz directa de varios pasajes, y el lugar de confluencia de demasiadas líneas simbólicas diversas), que su omnipresencia desdibuja y convierte en fantoches a los demás personajes, reducidos a ser requisitos del argumento, paredes contra las cuales el protagonista juega el frontón verbal de sus diálogos.

Pero la diversidad de las responsabilidades del actor principal no solamente minimizan la densidad de los otros: también lo hacen colapsar en gran parte a él mismo, aplastado por su incongruente pluralidad: Chacaltana es, a la vez, un limeño poderoso y un ayacuchano despreciado. Es un abogado reglamentario y un malhechor alevoso. Es un psicótico que ha construido una imagen fetichizada de su madre, cuyo altar ha levantado en casa, pero no le cuesta nada desprenderse del fetiche y alejarse del altar cada vez que debe emprender un viaje. Incluso su lenguaje es víctima de esa dislocación inverosímil: Chacaltana es un improbable hablante de español que se expresa nítidamente en la norma culta cuando habla, pero cae en todas las muletillas de la oralidad cotidiana popular cuando escribe: habla como estudiante de derecho y escribe como constructor civil.

Algunas veces por dotarlo de un grosor semántico que lo vuelva real (tal es el caso del fetiche materno), y otras veces sólo por el afán de hacerlo risible, Roncagliolo ha deteriorado hasta el extremo las posibilidades de ese protagonista de ser un personaje verosímil: no lo ha convertido en una caricatura, sino en varias. Curiosa pero lógicamente, en el último tercio de la novela, cuando la historia se deshace de sus intenciones paródicas, y abandona su vocación por la broma superficial y el gag instantáneo, el personaje alcanza la humanidad que hasta entonces le ha sido esquiva. Lo malo es que, para ese momento, las revelaciones del enigma sobrevienen, y parte de ellas se vinculan con personajes tan marginales hasta allí que el argumento (que ha sido el fuerte de la novela) se debilita también, reflejamente.

En sus declaraciones a la prensa, Roncagliolo ha sido zigzagueante respecto del fondo ideológico de esta novela: ¿es un aporte considerable a nuestra narrativa sobre los años de la violencia, o un divertimento que utiliza ese marco temático como excusa? Pienso que es lo segundo, y que en eso reside su novedad, buscada o no: es el primer producto desapasionado y comercial que un peruano crea en relación con este asunto. Tal cosa no tiene nada que ver con la capacidad de reflexión con que la distancia, según ha dicho Roncagliolo, está dotando a los escritores peruanos para pensar serenamente en la guerra interna, porque en este libro no hay ninguna reflexión interesante sobre esa guerra. Eso, siempre que estemos de acuerdo en que “la violencia engendra violencia” no es una reflexión interesante.

Si alguna idea considerable asoma en algún momento en la novela, se desactiva en el instante en que descubrimos que el único rasgo ideológicamente cautivante del relato, es decir, la aparición del leit motiv del Inkarrí como vínculo entre la cadena de crímenes y el origen mismo de una violencia que pudiera trascender la anécdota privada, no es, en el fondo, nada más que una impostura, el capricho de un homicida delirante: literalmente, Roncagliolo abandona la posibilidad de reflexión para privilegiar la sorpresa del buen thriller, con lo cual el tema de la guerra interna se transforma en insumo y deja de ser el asunto central.

Que la narración, al momento de explicar el origen del mito de Inkarrí, confunda clamorosamente a Túpac Amaru II, el cacique cusqueño desmembrado por los españoles en el siglo XVIII, con Túpac Amaru, el rey inca de Vilcabamba, decapitado dos siglos antes, es un indicio nítido de la poca importancia que Roncagliolo le otorga a las referencias culturales en torno a las cuales él mismo ha intentado organizar su relato. Eso nos debe servir para entender una cosa: hay cierta literatura que toma referencias de una tradición, las reelabora y las devuelve, engrosando la tradición y transformándola, y cierta literatura que sólo toma y jamás devuelve, y por eso, cuando leemos los libros de esta especie, sentimos que incluso si hemos pasado un buen rato, no hemos sacado gran cosa de la experiencia. Abril rojo, pese a superar en mucho la calidad de Pudor, la novela previa de su autor, está en ese grupo.

11 comentarios:

Pedrop dijo...

Hay que tener en cuenta también que
lo que es una novedad en la novela peruana no lo es en la española (que es el ambiente donde se mueve Roncagliolo a diario). Ahí el uso de temas históricos todavía dolorosos para "dignificar" novelas superficiales se ha vuelto muy frecuente en la última década; el tema principal ha sido la guerra civil española (aunque también el maquis de los 40, la violencia de la ETA, etc).
No puedo criticar a un autor por escoger el tema que le dé la gana; el problema es cuando esa novela es lanzada al mercado como una importante reflexión sobre el evento. Un caso clave en España de novela ligera presentada como "el retorno de la memoria" de la Guerra Civil es Soldados de Salamina, de Javier Cercas. Las conferencias y entrevistas del autor sobre esta novela giran todas alrededor de la guerra, sin embargo este tema está tratado con una ligereza casi imperdonable y sepultado en una retórica vacía. Como era de esperarse, hubo película (en la Tusquets tuvo créditos iniciales a pantalla completa). Después de este caso (al que siguieron otros) ; no es raro que haya aparecido una novela como Abril Rojo.

Gustavo Faverón Patriau dijo...

"Remedios" puede ir consiguiéndose un apellido antes de seguir comentando en este blog.

¿Y eso del inkarri boliviano vs. el peruano? ¡De dónde ha salido eso! Una vuelta por Buscando un inca no le haría mal a la comenarista.

Gustavo Faverón Patriau dijo...

Mario Suárez Simich (a quien, dicho sea de paso, no conozco) me ha hecho llegar un texto referido a la novela de Santiago Roncagliolo. Cumplo con colocarlo aquí:

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Abril rojo de Santiago Roncagliolo
El EXTRAÑO CASO DE LAS CHANCLAS METÁLICAS Y LAS ALMEDRAS ANDINAS

Mario Suárez Simich

El celular sonó a las tres de la mañana del viernes santo.
-¿Lo he despertado, señor?- Reconozco la voz de Lady. Una amiga que ha terminado el doctorado en hispanoamericana en la Universidad de Madrid y que ahora prepara una tesis sobre Clemente Palma. Suele llamarme para preguntarme el significado de algún peruanismo o para que le aclare el contexto de ciertos artículos de Clemente. A esa hora y con una mujer al otro lado de la línea, como en las buenas novelas policiales, sólo queda hacerse el interesante. Recuerdo a Cyrano de Bergerac.
-No. Estaba leyendo a Descartes, Lady.- Lanza entonces la pregunta.
-¿Cómo se llora en quechua, señor?
No sólo termino de despertarme, me levanto de la cama y enciendo la luz del dormitorio. Pienso que debe ser una broma, cosa rara en Lady.
-Como en alemán o francés, señora. Con pena, alegría o algo por estilo. ¿De dónde ha escuchado eso?
-Lo he leído en Abril rojo de Roncagliolo, página 20 (ella siempre académica). Lo encontré en la estantería del supermercado y lo he comprado…
-Eso es lo que algunos llaman éxito literario.- La interrumpo.
-No se ponga sarcástico a esta hora. Hay otras cosas que no entiendo y que quería preguntarle. ¿Lo ha leído usted?
-No, pero me temo que terminaré haciéndolo; sabe que siempre trato de estar al día sobre la competencia. Hacemos una cosa, si va ir el sábado donde Ángeles, me lo presta, me ahorro el comprarlo y domingo nos vemos para conversar. Ahora voy a dormir en peruano, Lady.
-¿Y como es eso, señor?
-Con mucho sueño, señora. Hasta el sábado y buenas noches, Lady.

Las sayonara metálica y el domingo de resurrección
¿Por qué será que cuando uno no sale de vacaciones en semana santa hace el mejor clima? Me preguntaba eso la mañana del domingo mientras me dirigía a mi cita con Lady. Había pasado la tarde-noche del sábado leyendo Abril rojo en una terraza del centro de Madrid, tomando vermouth y echándome gotas a los ojos y a la nariz para combatir mi alergia al polen primaveral. Podía considerar entonces el picor de los ojos, los estornudos constantes, la irritación de la nariz y la lectura de la novela como mi penitencia particular. Por lo subrayado en el libro sabía lo que Lady iba a preguntarme; yo tenía las respuestas preparadas. Llegó puntual como las flores y el polen en abril.
-Señor, ¿Cómo son las chanclas de llanta? (Páginas 68 y 121) Yo me las imagino, pero debe tratarse de un error.
-Y el culpable de ese error es el Rey, no Santiago, señora.-Me mira sorprendida.- Déjeme que le explique: cuenta Pepe Bravo que cuando su Majestad estuvo en el Perú le dieron a probar cancha y que le gustó tanto que cuando se le acabó llamó al mozo y le dijo: Por favor, me trae un poco más de almendras andinas. Fue él quien empezó con este juego de traducciones del español al peruano; Roncagliolo lo ha hecho a inversa, pero mal.
Como no la veo convencida, entro en detalles de mecánica ligüística-literaria. Una rueda peruana, Lady, la forman el aro, la llanta y el vaso; una española, en cambio y en el mismo orden, la llanta, el neumático y el tapacubos. A esto hay que agregarle que ustedes entienden por chanclas el calzado que no lleva sujeción al talón lo que para nosotros bien podría ser una sayonara. De ahí que un español imagine unas “chanclas de llanta” como peruano imaginaría unas “sayonaras metálicas”.
-Entiendo ¿Entonces un chullo sería algo así como boina andina?
-Usted siga enredando con la semántica, Lady. Bastaba decir ojota, que además está en el Real diccionario. Como dijo el poeta, el escritor quiso laurearse, pero se encebolló.

La ficción del poder aéreo: arma decisiva para la victoria
-Entonces también es un error lo del helicóptero que da marcha atrás. (Página 149)
-Eso es rigurosamente cierto, pero una indiscreción de Santiago.- Mi profundo nacionalismo me llevó a mentirle.- Sabemos que desde hace tiempo Chile se viene armando y rompiendo el equilibrio estratégico en la zona. Los peruanos, para no ser menos, hemos adquirido una flota de helicópteros Retro-fire, de fabricación china por supuesto, que son capaces de dar “marcha atrás” como dice Roncagliolo y de varias cosas más en las que no abundo porque es secreto de estado. Así que le pido que esto quede entre nosotros.
-¿Y que me dice de “el pasadizo oscuro lleno de dolores” (página 22), de “la foto soleada y tranquila” (Página 64), de restregarse la cara “para quitarse las legañas” (página 109) o de la lluvia que “caía horizontalmente” (página 93)? ¿Quiere que siga?- dijo en tono amenazante.
-Esa no es lluvia, Lady. En todo caso un manguerazo.- Lo dije en broma y para apaciguarla. Al parecer mi respuesta anterior no la había convencido.
-Me parece increíble que se les haya pasado hasta a los correctores de estilo.
-En Alfaguara ese trabajo lo hace el departamento de marketing, Lady.
-¡Señor Simich!- Ella sólo me llama así cuando está molesta.
-Vale, señora. A mí también la novela me pareció mala. Cuando terminé de leerla sólo pude pensar en dos cosas: en la deforestación del planeta y en cómo serían las demás novelas del concurso. ¿Contenta? Pero la única que puede reclamar es usted; yo la he leído gratis.
-Y usted que es peruano, qué opina de la trama.-En sus ojos castaños pude atisbar la trampa de la pregunta.
-Buscar un asesino en serie en Ayacucho resulta tan inútil como buscar un adúltero en una orgía romana. Además el autor, con otras palabras, lo dice en la nota final: Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
-Por fin algo ingenioso, señor Simich.
Seguía molesta. Me dio dos besos como despedida. Antes de que fuera y para compensarla por el mal trago le presté Rosa Cuchillo de Óscar Colchado y los cuentos de Edgardo Rivera. Se alejó entonces por el Paseo de Recoletos con dirección a la Plaza Cibeles. Mientras su silueta se fundía en la lejanía con el atardecer del domingo de resurrección madrileño, yo pensaba en lo lejos que estaba este tipo de narrativa de la que años atrás ganaba concursos con libros como La Ciudad y los Perros o Huerto Cerrado.

Gustavo Faverón Patriau dijo...

¿Y qué tendría que poner en el cartelito? ¿Prohibido el ingreso de comentarios estúpidos?

Vanessa Soldevilla dijo...

Por favor Gustavo, sea ud. más amable y escuche lo que Remedios le trata de decir. Un consejo, hasta de un conejo.
También lo encuentro un tanto bilioso últimamente y no es porque sea partidaria de ese personaje seudónimo, aunque lo he leído con cierta atención y me parece que hay algo importante que intenta decirle. Yo también, a veces lo leo y me queda esa desazón que ocasionan los críticos destructivos que pretenden inteligencia implacable frente a los lectores menos expertos. Me apena que muchas veces seamos menos capaces de encontrar las virtudes en los otros que sus grandes desaciertos, hablo sobre Abril Rojo. Yo, recién acabo de comprar la novela de Santiago así que no puedo dar mayor opinión. Pero vamos me queda esta mala sensación al leerlo a Ud. y no sé como seguir, aunque tengo el completo ánimo de hacerlo.
Pienso que no les vendría mal a los críticos ser capaces de construir un poco más, aprender a matizar sus argumentaciones destructivas, encontrar resquicios de luz en alguna obra naciente, sin dejar de ser exigentes con la premisa de hacer buena literatura. Sé que resulta díficil, pero también que no es imposible.
Contágiese un poco del ánimo y las actitudes de Remedios que se da el trabajo de leerle y escribirle esperando que ud. le escuche. Yo he leído el post y su coments con paciencia y no he podido dejar de pensar en mi respetado exmaestro universitario Ricardo Gonzáles Vigil. Creo que no les vendría mal a algunos comentaristas y críticos de literatura vía blogger contagiarse un poco de los ánimos y actitudes de RGV, sin dejar de lado, claro está, la ansiada "objetividad crítica" por causa de los excesos emotivos que tanto le reclaman.
Le sigo leyendo, aunque aún no me animo a poner un link con su página en mi sencillo y pequeño blog, ya veremos que resulta de mi post. Le cuento que he estado pensando en unirle en mi lista de favoritos últimamente, pero espero primero escucharle.
Estaré atenta a leer su respuesta calmada a mi comentario. Estoy muy interesada en saber que piensa al respecto.
Que tenga Ud. un buen fin de semana.
Vanessa

Vanessa Soldevilla dijo...

Buenas tardes Gustavo.
No sabía lo de la anécdota con RGV pero, ironías aparte, gracias por compartirla. Vamos, que el tema central de mi post no es nuestro antiguo maestro, sino Ud. su actitud crítica negativa. Tan difícil es reconocer que puede estar errando, que a lo mejor no le vendría mal ser un poco más constructivo?

Gustavo Faverón Patriau dijo...

Te explico mi punto de vista: yo, según calculo, debo de haber publicado unas doscientas cincuenta reseñas desde que comencé a hacerlo, en 1998 aproximadamente. Y también unos quince o veinte estudios académicos sobre obras literarias. Supongo que, de todo ese modesto corpus, se podrá decir que mis reseñas realmente negativas han sido unas diez o doce, acaso quince. Difícilmente he recibido feedback acerca de las reseñas positivas. Pero en el caso de las negativas, que representan algo así como el cinco por ciento del total, he recibido siempre, invariablemente, un mismo comentario: que debería ser "constructivo", comentario con el que, en el fondo, se me trata de decir que yo debería haber dicho cosas positivas sobre un libro incluso si el libro me ha parecido terrible. Me pregunto cuál sería mi ética en destacar las bondades de un libro malo, o en decir que es bueno un libro que me parece desastroso. Tú me dirás... Yo entiendo que un crítico no le hace el menor favor ni a sus lectores ni a los autores de los libros que reseña si no es radicalmente fiel a lo que piensa en el momento en que escribe una reseña.

(Ah, por supuesto, el otro comentario que escucho es que esas reseñas son puro hígado. Y dos o tres veces también he recibido mensajes de autores que planean pegarme por haber dicho que sus libros eran menos brillantes de lo que ellos creían... Y muchas de las veces en que he tenido feedback sobre una reseña positiva ha sido más o menos así: "se nota que el autor es tu amigo". Incluso cuando no conozco al autor. Incluso cuando el autor es alguien que me cae mal).

César Silva Márquez dijo...

pues a mi si me sirvio tu reseña, no se me hace que sea mala leche. Por que tendria uno que mentir o ser mas politico de lo que eres, chida tu reseña

César Silva Márquez dijo...

a mi si me hace sentido tu reseña, ya uno como lector sabra si lee el libro o no, los criticos estan para dar su opinion no la de otros

gracias

Anónimo dijo...

solo indico que santiago roncagliolo me decepciono en su presentacion en la ventana indiscreta por su pobre lexico

Luis dijo...

Abril Rojo presenta un desconocimiento total de la tradicional Semana santa en Ayacucho, indica que salen procesiones en días que no corresponde, presenta errores muy graves, como cuando describe al cerro acuchimay como salida a Huanta cuando esta del otro lado de la ciudad, anuncia gallinazos en el cerro acuchimay cuano nunca se ha visto Gallinazo alguno en Ayacucho, Jeremias gamboa en su libro Contarlo Todo en la ultima parte narra que llega a la ciudad de ayacucho y lo narra Literalmente exacto a como es la ciudad...