Antología poética vs. una ética de antología
Hoy en día, cuando Miguel Gutiérrez, uno de los más visibles socialistas de la narrativa peruana contemporánea, es figura de Alfaguara-Perú, y su obra la ha publicado también el Congreso de la República (como ha ocurrido también con el trabajo de escritores del grupo Kloaka), distinguir entre marginales y hegemónicos en el mundo literario nacional resulta un ejercicio muchas veces caprichoso.
La ambigüedad no es nueva, claro. Hace tiempo que un escritor como Oswaldo Reynoso, manteniendo por un lado su habitual postura revolucionaria y antihegemónica, repite con orgullo que él es acaso el narrador contemporáneo más leído en los colegios del Perú (esos colegios que otros llamarían "aparatos ideológicos del Estado").
Ya hace unos doce años, aproximadamente, en una entrevista de la revista Caretas, Jorge Pimentel y Tulio Mora, miembros del contestatario y contraventor grupo Hora Zero, se quejaban lastimosamente de que el Estado Peruano no hubiera reconocido ni premiado sus trayectorias artísticas. Como si la canonización por decreto-ley debiera ser la coronación lógica para una vida supuestamente vivida en los márgenes.
Jorge Pimentel y Tulio Mora reaparecen en dupla, en días recientes, interviniendo en una polémica que quiero resumir rápidamente.
En los últimos años, un grupo de estudiosos de la literatura --Alejandro Susti, José Güich, Carlos López Degregori, Luis Fernando Chueca, los dos últimos, además, poetas--, han venido trabajando en una serie de proyectos críticos, ya sea cada cual individualmente o todos colectivamente o dos o tres de ellos en colaboración.
Los productos de esos emprendimientos han sido libros a la vez panorámicos y precisamente enfocados, organizados de modo temático: volúmenes que estudian, por ejemplo, la imagen de Lima en nuestra narrativa breve o su presencia en la poesía peruana, así como las formas en que la alusión y la representación de la capital han evolucionado.
El proyecto más reciente, compartido por los cuatro, es la elaboración de una "antología consultada" de la poesía peruana en el periodo que va desde 1968 hasta el año 2008. Yo recibí meses atrás un email cordial de Carlos López Degregori en el que me invitaba, a nombre suyo y de sus colaboradores, a responder dos preguntas.
En la primera, que era de respuesta necesaria, me pedían nombrar a quienes yo considerara los poetas peruanos centrales de ese periodo (hasta veinte como máximo). En la segunda, que era optativa, se me invitaba a nombrar los cinco libros cruciales de poesía publicados dentro de ese lapso de tiempo.
En un anexo del email constaba la invitación formal; en otro, una lista de diez páginas con nombres de poetas cuyas obras y edades caían dentro del rango temporal de la muestra (poetas nacidos después de 1940, si la memoria no me traiciona).
Se me hacía notar que la nómina era sólo una ayuda referencial y que se podía votar por autores que no estuvieran incluidos en ella. Confieso que no consulté la lista; simplemente, confeccioné mi respuesta con los nombres de autores que entendí necesarios e incluso obvios para contestar una pregunta así. Dejé el segundo ítem sin respuesta.
Buena parte de la (innecesariamente violenta) discusión que se ha desatado luego de hacerse conocida la nómina de los cuarenta y cinco poetas que obtuvieron la mayor cantidad de votos se debe al hecho de que, en esa lista final, estén incluidos tanto Carlos López Degregori como Luis Fernando Chueca, que son, como dije, también, dos de los críticos que condujeron la consulta y que confeccionarán la antología.
Pimentel y Mora han acusado a los antologadores de haber armado todo el experimento de la "antología consultada" sólo para incluirse a sí mismos atribuyendo la inclusión a la opinión de terceros. La encuesta habría sido, según ellos, el caballo de Troya con el que López Degregory y Chueca se habrían querido infiltrar en la ciudad amurallada, en la ciudad letrada (la metáfora les funcionaría mejor a Pimentel y Mora si no dijeran, al mismo tiempo, que López Degregori y Chueca son típicos habitantes de esa misma ciudad letrada).
Pimentel y Mora, que estuvieron entre los consultados y se negaron a responder el cuestionario, aseguran que su negativa se debió a tres razones: los "antecedentes" de los antologadores; las "inconsistencias y premeditaciones" de la propuesta; y, sintomáticamente, el hecho de que dos de los antologadores fueran autores de un "ensayo manifiestamente adverso a Hora Zero".
Pimentel y Mora, entonces, previeron, según dicen, el resultado: intuyeron las "premeditaciones". Ellos no participarían en un proyecto conducido por personas que habían expresado opiniones no favorables a Hora Zero (el movimiento poético al que pertenecieron hace unas cuatro décadas y de cuyo recuerdo siguen alimentándose), porque el resultado no podía ser sino un nuevo desaire a la "multiculturalidad" (encarnada, entre otras cosas, en el mismo Hora Zero), un desaire ejercido desde el centro mismo del "canon".
No es difícil imaginar a Pimentel y Mora esperando el momento en que los resultados de la encuesta se hicieran públicos para saltar de la trinchera y protestar. Lo hubieran hecho, probablemente, si la lista final hubiera sido otra, casi cualquier otra. Porque ellos esperaban, y así lo dicen, que el resultado concordara con lo que consideran los "despropósitos" de la "literatura canónica".
Es casi cómico eso último: obviamente, si se hace una encuesta entre las personas que, mal que bien, con mayor o menor presencia, contribuyen a la formación del canon (con sus reseñas, sus comentarios en diarios o revistas, su producción crítica, académica o no, etc), debe esperarse que el producto muestre los nombres canónicos.
Pero eso debe esperarse incluso más si, precisamente, aquellos que dicen viajar contra la corriente, prefieren abstenerse de responder en lugar de formar parte del debate. Abstenerse, en este caso, no es una muestra de firmeza, sino una muestra de intolerancia: Pimentel y Mora no aceptan que un crítico pueda tener reservas en relación con, por ejemplo, la obra de Hora Zero, y seguir siendo un crítico respetable.
Y la manera en que los Hora Zero reaccionan es en verdad triste y muy baja: descalificaciones, insultos, apodos carcelarios, ataques adolescentes, sin claridad, sin fundamento, sin agudeza alguna. El tipo de reflejo primario que, traducido en insidia y en intriga, alimenta ese ambiente de violencia contenida que a veces parece el rasgo clave en las relaciones entre muchos escritores peruanos.
Veamos el otro lado: en la encuesta que él mismo conduce con sus tres colaboradores, Carlos López Degregori aparece en el puesto cuatro entre los once poetas con mayor votación (sólo el top ten se ha hecho público, y son once autores en vez de diez porque el décimo lugar lo han igualado Rosella di Paolo y Domingo de Ramos). Además, entre los otros treinta y cuatro mencionados (sin especificaciones de votación), aparece también Luis Fernando Chueca.
Está claro, creo yo, que ocupar la situación de encuestador y, luego de respondidos los cuestionarios, aparecer entre los seleccionados, no le hace ningún favor a la imagen del proceso. Mucho menos teniendo en cuenta que, ya en la nómina referencial de poetas que cada encuestado recibió junto con la invitación, Luis Fernando Chueca y Carlos López Degregori, conductores del proyecto, habían incluido sus propios nombres (entre centenares de otros: la lista excedía las nueve páginas).
Claramente, si una persona o un grupo de personas X organiza una consulta de esa naturaleza; se enumera entre los candidatos (no importa cuán larga sea la enumeración); envía los mensajes y pide que las respuestas sean enviadas a su propio correo electrónico, entonces es obvio que su protagonismo y su ubicuidad en el proceso pueden inclinar la balanza, influyendo en el resultado. Metodológicamente, no es el procedimiento más adecuado, y eso se vuelve más patente y difícil de pasar por alto si todo el proyecto viene refrendado con el nombre del Instituto de Investigaciones Científicas de la Universidad de Lima: uno espera, en efecto, un poco más de cuidado estadístico y un poco menos de personalismo en un proyecto así.
Pero no hay nada más que criticar en ese asunto, ni nada que enjuiciar en la legitimidad del proyecto, ni hay que echar sombras sobre la ética de quienes lo han conducido. En efecto, creo que no se siguió el mejor procedimiento; pero no creo que eso se deba a ningún deseo protagónico; es, en el peor de los casos, un proyecto formalmente discutible, y nada más.
Preliminarmente, antes de ver qué es lo que Güich, Chueca, López Degregori y Susti encuentran en los resultados y qué es lo que comentan a partir de ellos en el aparato crítico de la antología (que debe aparecer en los próximos meses), hay algunas cosas interesantes que se pueden descubrir al ver la nómina de los once poetas más mencionados (que copio inmediatamente) y la de los cuarenta y cinco del cuadro mayor:
1. José Watanabe (101)
2. Enrique Verástegui (93)
3. Carmen Ollé (88)
4. Carlos López Degregori (83)
5. Mario Montalbetti (81)
6. Jorge Pimentel (67)
7. Roger Santiváñez (62)
8. Eduardo Chirinos (58)
9. José Carlos Yrigoyen (57)
10. Rosella Di Paolo (56)
10. Domingo De Ramos (56)
A pesar de la paradójica acusación de, digamos, caduca canonicidad, con que Pimentel y Mora han querido estigmatizar a la encuesta, la nómina tiene una composición no tradicional en este tipo de muestra en el Perú: por ejemplo, un veinticinco por ciento de los poetas más mencionados (en la lista de cuarenta y cinco) son mujeres; la inmensa mayoría no están asociados a ningún grupo poético; por el contrario, los outsiders (como Watanabe, Montalbetti, Yrigoyen, Di Paolo) predominan en los puestos superiores; abundan los autores de largo historial pero cuya obra se ha consolidado en la última década y media.
En ese sentido, da la impresión de que la muestra cumple su cometido principal: rastrear el aire de los tiempos en relación con un periodo literario que, por reciente, aún no se ha petrificado en un canon de apariencia inamovible. Pero cuidado con esto: la muestra es uno de los muchos breves pasos de la canonización, que no es una decisión instantánea sino la suma de momentos como el que esta misma encuesta y esta misma antología representan.
Tulio Mora debería saber esto perfectamente: es imposible pensar en una antología poética más canonizante y (tras el paso de los años) más canónica que el Estos trece de José Miguel Oviedo, que, si no oficializó, al menos determinó en gran medida la forma en que la poesía peruana de los setentas sería percibida y entendida en el futuro. Ahora, al cabo de las décadas, da la impresión de que Mora reaccionara sistemáticamente en contra de cualquier antología o encuesta que amenazara con modificar el perfil canónico que Estos trece impuso sobre la recepción y los estudios de la poesía del setenta.
Pero si aquella vez la opinión solitaria y personal de José Miguel Oviedo no le pareció cuestionable, y si en los años posteriores no ha tenido mayores problemas para convivir con el aire de leyenda que ese libro le otorgó al grupo del cual él formó parte, Mora haría bien ahora en no cuestionar tan fácilmente, tan violentamente, tan gratuitamente, la opinión de más de un centenar de críticos y escritores consultados por Güich, Chueca, López Degregori y Susti. No todo el mundo tiene que rendirle culto a Hora Zero o a Estación Reunida, y no todos aquellos que no les rinden culto tienen la oscura intención de demoler su recuerdo.
Pero la ironía mayor es que, si yo me equivocara y los antologadores sí tuvieran la intención de hacer eso, entonces estarían efectivamente yendo en contra de lo establecido y lo canónico, aunque les pese a Pimentel y Mora.
...