El resto del artículo de Vargas Llosa es sorprendente. ¿Realmente piensa que toda la filosofía postmoderna es simplemente un discurso sin conexión con la realidad? ¿Qué los libros de Derrida son un juego de palabras sin mayor objeto? ¿Que la premisa de todo crítico postestructuralista es que la literatura no nos puede decir nada sobre el mundo? ¿Que el solo objetivo de la deconstrucción es hacer que los libros digan cualquier absurdo?
¿En verdad piensa que el efecto mayor de las especulaciones de Foucault sobre el poder es que ahora, debido a ellas, los maestros ya perdieron para siempre el respeto de sus estudiantes? ¿O que en un mundo postmoderno la gente no tiene una escala de valores éticos, estéticos o intelectuales? ¿Y que la academia americana, en la que él trabaja con frecuencia, es una institución que nada aporta a las humanidades y al estudio de la literatura?
¿Realmente cree que el hecho de que la alfabetización alcance a números inéditos de seres humanos en todo el planeta es menos preferible que la supervivenvia de una élite de eruditos a la antigua? ¿Y que las humanidades mismas han sido asesinadas y enterradas para siempre por una corriente filosófica francesa? ¿Simplemente porque los herederos de esa corriente han propuesto abolir el eurocentrismo, el patriarcado y el occidentalismo como principios definidores de nociones como civilización y cultura?
Parece que sí, que eso cree. El siguiente párrafo nos lo deja más o menos claro:
"Nadie puede saber todo de todo –ni antes ni ahora fue posible–, pero al hombre culto la cultura le servía por lo menos para establecer jerarquías y preferencias en el campo del saber y de los valores estéticos. En la era de la especialización y el derrumbe de la cultura las jerarquías han desaparecido en una amorfa mezcolanza en la que, según el embrollo que iguala las innumerables formas de vida bautizadas como culturas, todas las ciencias y las técnicas se justifican y equivalen, y no hay modo alguno de discernir con un mínimo de objetividad qué es bello en el arte y qué no lo es. Incluso hablar de este modo resulta ya obsoleto pues la noción misma de belleza está tan desacreditada como la clásica idea de cultura".
Ese mundo que Vargas Llosa piensa destruido y finiquitado, lo describe en términos que dicen mucho: una sociedad en la que el "hombre culto" era capaz de "establecer jerarquías y preferencias", tanto en la ciencia y el conocimiento como en las artes. Un mundo en el que sólo ciertas formaciones sociales merecen llamarse "culturas", mientras que otras "innumerables formas de vida" no: sólo han sido "bautizadas" así por el capricho de los antropólogos.
No es necesario añadir mucho para saber qué mundo es ese: "falocéntrico" y "eurocéntrico" no son términos que yo use con mucha frecuencia, pero aquí se hacen necesarios; parecen inventados para criticar el texto de Vargas Llosa.
Aunque quizá lo más curioso sea la queja sobre la imposibilidad de objetividad para juzgar las artes: en el mundo de hoy, dice Vargas Llosa (aparentemente por contraste con el mundo previo al postestructuralismo), "no hay modo alguno de discernir con un mínimo de objetividad qué es bello en el arte y qué no lo es". Cabría preguntarse, claro, en qué mundo la belleza estética ha sido indiscutible y objetivamente reconocible.
La primera respuesta que viene a la mente es: en ninguno. La segunda es: quizá dentro de un solo sistema estético-filosófico, aislado de cualquiera anterior, simultáneo o subsiguiente. Es decir, sólo en condiciones de laboratorio, donde una sola teoría estética o un solo conjunto de modos de valoración dominen todo el juicio. Pero esto es equivalente a la primera respuesta: decidir, categorizar y jerarquizar lo bello objetivamente no ha sido posible jamás sin la inmediata o concomitante afloración de contradicciones.
En otras palabras, lo que Vargas Llosa añora no es simplemente el mundo anterior a la postmodernidad. Lo que añora es el círculo central de la élite cultural, la de la antigua academia y la de las academias de las letras, la de los poetas coronados y los cánones irrompibles.
Una buena parte de su artículo está dedicada a llamar la atención sobre los peligros de la especialización en las humanidades (aunque, a decir verdad, los extiende a todos los campos, hasta alcanzar el colmo del aliento apocalíptico asociando la especialización en las ciencias con la producción de armas de destrucción masiva y no, por ejemplo, con el diseño de medicinas de alcance mundial: cuestión de parcialidades).
Es llamativo el razonamiento de alguien que simultáneamente considera perniciosa la especialización en el terreno de las humanidades, la estética, la teoría y la crítica literaria y, por otra parte, piensa que estas últimas deberían aspirar a prescribir unas formas de juicio objetivo sobre lo bello en el arte. Porque, ¿cómo exactamente es que un conocimiento especialziado puede atentar contra la formulación de juicios estéticos? ¿Cómo es que la apertura a un mayor número de tradiciones, corrientes, usos y aproximaciones estéticas o literarias, y su estudio especializado, puede ser un obstáculo para el juicio estético?
Las corrientes culturalistas en los estudios literarios han permitido la incorporación a la esfera académica de territorios como las "literaturas étnicas", las tradiciones orales, la literatura proletaria, la cultura popular y la cultura pop, el cómic, la canción de protesta y una lista tan larga que resultaría ocioso siquiera comenzar a enumerar sus ítems.
Lo crucial es hacer notar que cada uno de esos territorios ha ingresado en los estudios literarios con sus propias escalas valorativas, surgidas del medio social donde se cultiva cada género o cada especie o cada forma artística. Eso es probablemente lo que Vargas Llosa llama caos y percibe como una "amorfa mescolanza". Pero, ¿acaso eso está mal?
Es cierto: es ahora más difícil que antes imaginar una jerarquía, desde el momento en que tanto un estudioso de la literatura como un simple lector sabe o intuye que allí donde antes sólo estaban los Virgilios y los Rabelais y los Zolás, ahora están también los Art Spiegelman y los Chris Ware: hay un riesgo mayor en el juicio porque la escala culturalmente unívoca de antes no sirve para valorar objetos que provienen cada cual de tradiciones no sólo divergentes sino a veces simplemente desoconocidas o mal conocidas o apenas conocidas para el lector.
Pero, repito: ¿acaso eso está mal? ¿Debemos rechazar todos aquellos objetos literarios que no pueden probar su limpieza de sangre, que no pueden demostrar que vienen de una familia de "cristianos viejos", por decirlo así, en la historia de la literatura? Y si la respuesta es no: ¿debemos juzgar todas las obras creativas de la familia literaria con los estándares de una sola, con los estándares, digamos, de la lírica, la épica y el drama tradicionales?
Lo que ha ocurrido con la crítica literaria en las últimas cuatro décadas no es un exceso de especialización, sino la conjunción de las tradiciones críticas con la apertura de la multiculturalidad. Es imposible pensar en críticos más especializados que aquellos a quienes Vargas Llosa adora: Trilling, Eliot, Steiner, por ejemplo, que nunca pusieron los ojos sobre literatura que no fuera europea y eurocéntrica y canónica ni valoraron nada que proviniera de otras tradiciones.
Lo que a Vargas Llosa parecer repelerle es la idea de un crítico que pueda no interesarse crucialmente en esas tradiciones y sí, digamos, en los narco-corridos de la frontera mexicana o la poesía mapuche o que piense que un novelista gráfico como Chris Ware es más interesante que cualquiera que escriba novelas tradicionales hoy en los Estados Unidos.
Al mismo tiempo, sin embargo, Vargas Llosa valora y tiene en muy alta estima a novelistas como el sueco Stieg Larsson y no pocas veces ha hecho patente su admiración por otros autores del mundo de los súper-ventas. Me pregunto: ¿cómo podría Vargas Llosa aproximarse a su proclamada objetividad pre-postmoderna para decir que un best-seller de Larsson es estética y literariamente más bello o más complejo o más inteligente o más penetrante que un reportaje-cómic de Joe Sacco o una performance de La Fura dels Baus?
A fin de cuentas, lo que Vargas Llosa hace al añorar el orden, las facilidades jerarquizadoras, la uniformidad de criterios y la capacidad de objetividad en el juicio estético que falsamente atribuye a las artes y a la literatura anterior al postestructuralismo, es lanzar un canto de sirena por una crítica literaria y estética más transparente por menos compleja, más comprensible por más limitada, más homogénea por menos inclusiva y más cómoda por menos problematizadora.
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