28.2.06

Mañana, las mónadas

El escritor Carlos Gallardo ha colocado en su blog, recientemente, un par de textos en respuesta a cosas escritas por mí. Le he enviado un comentario, y comparto aquí con ustedes las partes más pertinentes:


Estimado Carlos,

Quipu no es una trinchera para marginados: es una puerta abierta para quienes están fuera del sistema editorial y quieran coronar la expectativa, justa para cualquier escritor, de entrar en él. ¿Qué de sospechoso u oscuro puede haber en eso? ¿Y qué cosa que haya dicho yo antes se contradice con este esfuerzo, que tanta gente, mezquinamente, quiere ver fracasar? No lo sé. Yo jamás he negado la injusticia del centralismo limeño, ni las dificultades de un joven escritor en provincias para que se le abran las puertas de Alfaguara, Peisa, San Marcos o Norma, y está claro que un escritor sin libro no llama la atención de ningún diario del mundo. Quizá esas trabas puedan disminuir si los escritores novatos son capaces de ir a una editorial diciendo que sus cuentos han aparecido en un medio en el que las publicaciones son aprobadas o descartadas por un grupo de reconocidos escritores y críticos (Velázquez, Nieto Degregori y Zorrilla, hasta ahora). Así de simple. Y me resultan esquivas e incomprensibles las razones por las que algunas personas puedan negarse a ayudar a un proyecto así.

En el caso de algunos, como Vicky Guerrero, sospecho que esa negativa se debe a dos razones: está mal visto en algunos círculos colaborar conmigo, y por lo tanto mantenerse lejos es más saludable que aproximarse a mí, aunque eso signifique no colaborar con un proyecto sincero de difusión de la literatura de escritores jóvenes de Lima y, sobre todo, del interior del país.

En el caso de otros, como tú, empiezo a creer que se trata de un miedo paralizante a cualquier tipo de gregarismo: algunas escritores no quieren asociarse con esfuerzos ajenos simplemente para no ser identificados con ningún grupo. Y eso me lleva al fondo de mi respuesta.

Saludo que no uses el término “mafia”, que implica un irresponsable enjuiciamiento moral de gente que, como bien dices, puede actuar de modo más o menos grupal por razones completamente ajenas a las malas intenciones propias de cualquier mafia.

El problema es que tu descripción de las “argollas” o las “camarillas” es la descripción de grupos de personas vinculadas entre sí a veces por amistad, a veces por proximidades de clase, a veces por afinidades políticas, etc.

El asunto, Carlos, es que así son todas las sociedades humanas. Acabar con todas los grupos que llamas “argollas” implicaría abolir no sólo el gregarismo de los amigos, sino, de modo más importante, los grupos literarios, los grupos de intención reivindicadora, los colectivos de creación, etc, etc., porque todos ellos, hasta los más inclusivos, establecen fronteras sin las cuales no podrían funcionar.

¿Habría algo más “argollero”, ajustándonos a tu definición, que Hora Zero, Kloaka, Neón, Narración, Noble Katerva, etc.? ¿Se le puede pedir a una revista que se proclama marginal y subterránea que publique cuentos de Fernando Ampuero? ¿Se le hubiera podido exigir a la revista Narración que abriera sus páginas a los cuentos de Alonso Cueto?

Cometes el error de llamar a tu generación (qué gregarista suena eso) a cometer el parricidio de acabar con ese circuito de agrupaciones y afinidades y con las consecuencias de esas agrupaciones. Error, Carlos: las rebeliones sociales no funcionan como los parricidios estéticos. Eso que llamas “tu generación”, de existir, no sería nada más que un grupo demasiado grande compuesto de muchos grupos demasiado pequeños, y es por eso que puedes esperar sentado a que tu generación cometa ese parricidio.

Te parecerá cínico lo que digo, pero es únicamente realista: pedirle a El Comercio que le ofrezca a Miguel Gutiérrez el puesto como editor de Somos sería absurdo, claro, pero no menos absurdo que pedirle a Intermezzo Tropical que coloque a Antonio Cisneros como su nuevo director. ¿Se pueden hallar espacios de convivencia? Obviamente sí: mi muy modesto Quipu, al reunir a Nieto, Zorrilla y Velázquez conmigo mismo, es claramente un pequeño espacio de convivencia. ¿Se pueden crear más? Eso es lo que quiero demostrar. ¿Eso quiere decir que debamos aspirar a una sociedad sin grupos, sin proximidades, sin oposiciones, sin gregarismos, sin intenciones y aspiraciones colectivas, aunque sean enfrentadas? Definitivamente no.

No es con los grupos con lo que hay que acabar, sino con las pequeñas mezquindades y con la posibilidad de que las enemistades personales se traduzcan en un serio desbalance de las posibilidades de acceso al circuito cultural por parte de quienes, finalmente, no pertenecen a ningún grupo.

Mi artículo en Perú 21, cuando ocurrió la famosa polémica entre criollos andinos y criollos limeños (porque ésa es una mejor manera de llamar a ambos grupos), reconoció claramente que había un error, de parte de quienes tienen influencia en ciertos medios, en negar que existieran desequilibrios. Pero, mucho cuidado: Gutiérrez, Reynoso, Gregorio Martínez, etc., no son escritores marginados: son escritores canónicos, publicados por editoriales limeñas y en algunos casos por instituciones del Estado, y estudiados a profundidad por críticos académicos en el Perú y en el extranjero. Los marginados son los otros, aquellos escritores desconocidos, jóvenes, inéditos, que tienen un largo y difícil camino para llegar desde su lugar hasta los medios y las editoriales y también a las universidades.

Por último, es notoriamente descabellado que un escritor pretenda demoler el sistema y ser acogido por él al mismo tiempo. Es notoriamente descabellado que un escritor defienda el sistema y quiera ser aplaudido por los marginales simultáneamente. No es nada descabellado, en cambio, que se pueda establecer un diálogo entre ambos. Pero lo aconsejable no es que ese diálogo se dé después de la utópica destrucción de todos los gregarismos, que tú planteas. Lo aconsejable es que ese diálogo se establezca seriamente, desde posiciones ideológicas pertinentes que unifiquen a cada grupo y, por tanto, les otorguen cierta representatividad. (No vivimos en el reino de las mónadas, Carlos). Si en el camino siguen sin invitarse unos a otros a sus fiestas, o a compartir por entero los espacios que cada cual ha conquistado o construido, eso, realmente, es lo de menos.

Imagen: el cuentista Carlos Gallardo (gfp).

27.2.06

Sigue la racha

Iván Thays habrá renunciado a la blogósfera, pero no abandona su papel de mensajero de buenas nuevas. Temprano por la mañana, me encuentro con un correo suyo en el que me avisa, con notable alegría, que el narrador peruano Santiago Roncagliolo es el flamante ganador del último Premio Alfaguara.

No tengo que refrescarle a nadie la memoria sobre el hecho de que, a mí,
Pudor, la anterior novela de Roncagliolo, me pareció atravesada de incontables defectos, pero tampoco dudo en celebrar este premio, que quizá sea un indicio de que la nueva novela supera, corrige y echa al olvido los errores de la anterior.

Habrá que leer el libro, obviamente, pero, por lo pronto, el premio es auspicioso y corona una racha extraordinaria de victorias peruanas en importantes concursos literarios recientes (
Lauer, Bayly, Corcuera, Cueto, Begazo, etc).

La noticia en El País dice poco sobre el libro mismo: apenas consigna el título:
Abril rojo (¿será la ficción sobre la violencia senderista de la que Roncagliolo había hablado recientemente?). Y abunda en números: ciento setenticinco mil dólares para un libro ganador que compitió con más de quinientas novelas de todo el mundo hispano. El jurado, esta vez, no fue encabezado por ningún notable escritor, como en años anteriores, sino por una más bien exitosa pero irrelevante: Ángeles Mastretta.

Felicitaciones a Roncagliolo y esperamos ver Abril rojo pronto en librerías.

Leer a ciegas

¿Quiénes deberían escribir reseñas de libros? No es necesario esperar mucho ni pensar demasiado para responder a mi pregunta: las reseñas las deberían escribir personas que supieran de literatura.

¿Qué sepan cuánto? Pues, que sepan tanto como sea posible. Nunca es demasiado. ¿Es que acaso hay que ser tan experto para escribir apenas una o dos carillas de comentarios? Sí hay que ser un experto, hay que ser todo lo experto que se pueda.

Porque, a diferencia de un crítico literario de oficio académico, que siempre decide con qué literatura enfrentarse, que siempre elige sus temas y puede por ello limitarse a las fronteras de su especialidad, los reseñadores y comentaristas deben ser capaces de lidiar con todo: no simplemente con los libros que ellos decidan, sino con los libros que la coyuntura, la coincidencia y el mercado les pongan frente a los ojos.

En otras palabras: deben estar en capacidad de leer una compleja novela neojoyceana y luego una intimista y confidencial de trama lineal y sencilla, pasar de Pynchon a Baricco, de Piglia a Reynoso, de Fuguet a Eco. Un reseñador debe tener la habilidad de comprender la superficie e intuir el tejido subyacente, ver la forma en que un libro se construye y cómo se vincula con otros: si el libro es simple, debe determinar el sentido de esa simplicidad; si es una trama cruzada de cientos de referencias intertextuales, debe tener la habilidad de descubrir buena parte de ellas.

De otro modo, el reseñador será un vigía ciego, que nada interesante nos podrá decir sobre los libros que lea. Para cuando él grite "tierra", nosotros estaremos regresando de la orilla. O nos habremos estrellado, o, mucho peor quizá, nos habremos pasado de largo sin ver la isla...

¿De qué hablamos cuando no entendemos?

Anoche conversé un rato con Luis Hernán Castañeda. Me contó que colocaría en Bata Japonesa (hoy, en algún momento) un comentario sobre la reseña de Luis Aguirre al libro de cuentos de Alexis Iparraguirre, El inventario de las naves. Eso, claro, llamó mi atención, lo suficiente como para hacerme buscar la reseña online.

Básicamente, en cuatrocientas palabras, Aguirre declara no haber entendido nada de nada más allá de la octava página de este volumen que tiene ciento treinta y seis. Esas son demasiadas páginas con la mente en blanco para alguien que tiene el oficio de decir algo más o menos iluminador sobre el contenido de los libros que lee.

Como Luis Hernán va a comentar ese texto (de hecho, acaba de colocar su comentario aquí), y yo me estoy adelantando malamente y a espaldas suyas, no diré nada más por ahora. Salvo una cosa: quienes le den una mirada a la reseña de Aguirre notarán que las palabras "literatura" y "literario" aparecen dos veces en referencia al texto comentado, y que en ambos casos el tono es acusatorio: lo literario es secundario, accesorio, poco importante, incluso molesto.

Quizás, entonces, la respuesta a mi pregunta de hoy --¿quiénes deberían escribir reseñas?-- tenga una versión corta y concisa: las reseñas deberían ser escritas por personas que tuvieran la habilidad de leer y escribir, de comprender lo que leyeran, y, si les gustara la literatura, mejor aun.

Imagen: Milton dictando a su hija, de Henry Fuseli.

26.2.06

Atando nudos

No parece necesario esperar más: Quipu empieza a funcionar debidamente desde esta semana (aunque ya hay, por cierto, seis cuentos publicados).

Quiero pedirles a quienes tengan blogs propios y piensen que este proyecto es importante o, al menos, digno de ser apoyado, que coloquen en sus blogs enlaces a Quipu, cuyo URL es:

http://quipu1.blogspot.com/


Los evaluadores seremos, en esta primera época, los narradores Luis Nieto Degregori y Zein Zorrilla, el crítico Marcel Velázquez y yo.

Hubiera querido un grupo menos exclusivamente masculino, pero Zoila Vega, la arequipeña ganadora del último premio del BCR, se excusó amablemente de participar, alegando que lo suyo a tiempo casi completo es la música.

Y, como saben los lectores de Puente Aéreo, invité públicamente a la poeta Vicky Guerrero, constante combatiente contra los vicios de la centralización, pero ella no ha ofrecido respuesta alguna.

Una rápida mirada por ciertos rincones de Internet permite observar que los mismos que, con mayor o menor razón, acusan a ciertas personas de acaparadoras y a ciertos medios de marginadores, paradójicamente, cruzan los dedos para que este pequeño proyecto fracase. En fin, allá ellos con sus pequeños corazones y sus hígados hipertróficos.

Requisitos

Una vez más: puede mandar sus cuentos a Quipu cualquier persona que cumpla con por lo menos UNO de estos requisitos (repito: no es necesario cumplir con todos los requisitos: basta uno).

a. Todos quienes sean menores de 30 años; o

b. Todos quienes nunca hayan publicado un libro, o quienes hayan publicado sólo uno o dos libros; o

c. Todos quienes nunca hayan publicado un libro en una editorial limeña.


Envíen sus cuentos a: gfaveron@gmail.com

Imagen: Este blogger, ¿aprendiz de quipucamayoc? Montaje y dibujo: gfp.

25.2.06

Rushdie cruzando la pista

Ayer estuvo Salman Rushdie en Bowdoin College. Dio una conferencia para estudiantes y profesores, en el teatro de la universidad, justo en frente de mi casa, y luego acudió a una recepción a la que estuvieron invitados todos quienes quisieran ir.

Tuve sesenta segundos de oportunidad para saludarlo, que me preguntara, intrigado por mi acento, si era latinoamericano, y decirle que sí, que peruano. Tras un rápido elogio de Vargas Llosa, se ofreció a autografiar el libro que llevaba yo en las manos; tuve que explicarle que no era uno de los suyos, sino una colección de cuentos de otro peruano.

Rushdie es de mi estatura: debe medir un metro ochenta, más o menos; tiene la cara gris, las ojeras grises y los párpados caídos como un villano de caricatura. Se ríe constantemente y en su conferencia no permitió que una sola de sus ideas dejara de ser coronada por una broma; su humor es británico, como su acento, explicable en un graduado de Cambridge que ya antes, en la India, tuvo al inglés como una de sus cinco lenguas nativas. Su tono al hablar, como el de sus novelas, es predominantemente satírico. Igual que en sus libros, sin embargo, es siempre fácil adivinar el bajo continuo de seriedad que recorre sus palabras.

Cuando le preguntaron por sus autores contemporáneos favoritos, mencionó a Grass y a García Márquez, pero concluyó que no había nadie en el mundo que escribiera hoy al nivel prodigioso de Philip Roth. Hizo un elogio (reflejo) del realismo mágico, contando el caso de un investigador indio que ha calculado que en su país se rinde culto a trescientos millones de divinidades, entre dioses mayores y medianos, y patronos de caminos, ríos y arroyos: "en la India hay apenas 3.3 habitantes de carne y hueso por cada habitante sobrenatural", señaló, e hizo notar que en un mundo como ése los códigos del realismo son incapaces de retratar apropiadamente la realidad.

Sobre las caricaturas de Mahoma, este irrefrenable defensor de la libertad de expresión (que alguna vez firmara una autorización para que se pusiera en cines de Londres una cinta árabe en que se le retrataba, a él, como un decadente borrachín sediento de sangre), la víctima más célebre de la intransigencia fanática de ciertos grupos musulmanes, se preguntó en voz alta: "¿Hay algo más inocente que esas caricaturas". Y se respondió de inmediato: "Sí, por supuesto que sí, muchísimas cosas".

Aunque no dijo mucho más sobre el tema, en sus palabras acerca de su propia experiencia con la fatwa impuesta en su contra años atrás se dejó ver con claridad su posición: Rushdie es un indio criado en Bombay, en presencia de muchas religiones, y en consecuencia carece de los estúpidos prejuicios de tantos occidentales contra los musulmanes en general. Rushdie no confunde a los musulmanes con los fanáticos musulmanes, tal como ninguno de nosotros confundiría a la madre Teresa de Calcuta con Torquemada.

Sobre ello, Rushdie contó dos anécdotas. Según la primera, la carta más conmovedora que Rushdie ha recibido de un lector en toda su vida le llegó en los meses posteriores al escándalo de Los versos satánicos. La carta venía de Suiza y la escribía una árabe musulmana que firmaba sólo con un nombre de pila. La carta decía, más o menos, esto:

"Cuando hay un secuestro y alguien es encerrado en una habitación, y un grupo de personas acude a rescatarlo, el que patee la puerta y sea el primero en entrar probablemente recibirá todas las balas; pero quienes vengan detrás encontrarán la puerta abierta y el camino señalado. Con su novela, señor Rushdie, usted ha pateado la puerta y nos ha abierto el camino, y debemos agradecerle por ser usted quien ha recibido las balas".

Rushdie dejó en claro que la carta no era de una árabe renegada del Islam, sino de una mujer musulmana creyente. La carta añadía: "los mullahs están diciendo cosas terribles sobre usted, pero usted no se preocupe: todos sabemos lo que son los mullahs".

¿La segunda anécdota? En un restaurante americano, lo abordó una vez un hombre mayor, un turista egipcio, amigable y gritón, que le dijo: "Mista Rooshdie, mista Rooshdie: he leído su libro, buen libro, he leído su libro, bueno, bueno... Allá en Egipto todos hemos leído su libro: es que está prohibido".

Imagen: Fotomontaje gfp.

24.2.06

Salir o seguir igual

Seamos siniestros: supongamos que en el Perú hay una gran cofradía que lo controla todo en nuestra vida cultural: diarios, revistas, radios y canales de televisión, circuitos de difusión, distribución y circulación, etc.

Imaginemos que, por ejemplo, los hilos de todas las editoriales los mueve un mismo grupo de personas.

Seamos radicalmente siniestros: imaginemos que no sólo controlan Peisa o Alfaguara o El Comercio o Perú 21, sino que incluso manejan Lluvia Editores o San Marcos o el Fondo Editorial del Congreso de la República.

Seamos puntillosamente exagerados en lo siniestro: imaginemos que ellos son los únicos que atraen la atención de la crítica dentro y fuera del país...

¿Qué se podría hacer? ¿O es que acaso sería suficiente dolerse y condolerse sin hacer nunca nada?

(¿O es que lo que algunos buscan es la comodidad de una posición en la que pueden disfrutar de los beneficios del mercado editorial y el circuito mediático y, a la vez, proclamarse ajenos a él y denunciar su carácter títere y venal?).

Muchas veces he escrito que el asunto real no puede reducirse a la ritual acusación de dos o tres personas tomadas como chivos expiatorios de un problema evidentemente mayor. Y mucho menos a la inútil e incluso ridícula actitud de culpar de todos nuestros males a un diario, como si aparecer en las páginas de ese diario fuera la receta mágica para adquirir una identidad en el Perú.

Decir que el tema es mucho más complejo, no significa limpiarnos de responsabilidad como individuos.

Significa que debemos buscar soluciones más complejas: respuestas imaginativas para paliar lo inmediato, sí, pero, sobre todo, respuestas profundas para lidiar con males estructurales.

Si de las conversaciones que podamos tener en este blog saliera acaso, quizás, un asomo de idea, sería ya algo que celebrar.

Hay otra opción, claro: podemos seguir culpando a tres personas y que tal actividad ocupe el tiempo que podríamos dedicar a lo otro. Eso nos dará licencia para no hacer nada.

Imagen: Fotomontaje de gfp.

22.2.06

Los primeros cinco

Una cosa llama la atención entre los primeros quince cuentos recibidos hasta ahora en Quipu (cinco de los cuales están ya publicados): un tercio de los relatos enviados al blog desde provincias son de ciencia ficción.

Parece que nuestro amigo
Daniel Salvo está en lo cierto cuando habla del género como un objeto de culto más extendido de lo que creemos en el Perú. (Algún ejemplo de esa ciencia-ficción de sabor nacional, directamente desde Huancayo, lo pueden ver en Quipu ahora mismo).

Cambio y fuera

Espero que la despedida de Moleskine, el blog de Iván Thays, que fue sin duda el más interesante y divertido informativo literario en el Perú por dos largos años, se deba a que Iván tiene entre manos proyectos más interesantes. Y si no es así, peor para nosotros.

No he tenido contacto con él en un par de semanas, así que no tengo mucho que comentar acerca de sus razones para dejar Moleskine, ni derecho a especular sobre el tema, pero sí me toca decir, quizá en nombre de sus muchos lectores, que se va a extrañar el papel que cumplía.

En esta blogósfera tan llena de desperdicios, y que tantas veces parece un vertedero de odios y resentimientos desbocados, resultaba reconfortante saber que alguien quería, simplemente, hablar sobre literatura.

21.2.06

Tábula raza

Es peculiar la manera en que se transforma la percepción de las razas luego de desmoronado el régimen colonial.

Todos sabemos, al menos desde Mariátegui, que muchas cosas de ese orden sobrevivieron en la República, y algunas hasta hoy, y está claro que el racismo fue uno de los remanentes (paradójicamente, uno que no está ausente en el mismo Mariátegui).

Pero la mecánica de aquel racismo y la del contemporáneo no parecen las mismas. Si uno lee literatura colonial, e incluso cuentos, relatos y ensayos del siglo diecinueve, notará la casi maniática precisión con que los autores intentan puntualizar los rasgos físicos de cada individuo como rasgos propios de un grupo: los miles de trabajos que se toman para delimitar cada variante racial, cada mezcla, cada subconjunto. La necesidad clasificatoria de la colonia era también una respuesta a la explosión de las mezclas, que amenazaba el orden estamental. El mestizaje y la abundancia de los contactos interraciales desbordaron por completo ese frenético afán ordenador.

En una página de Duque (1934), la novela sorprendente de José Diez Canseco, uno encuentra el magnífico pasaje del partido de tenis. Teddy Crownchield, el protagonista, hijo de la nueva aristocracia empresarial, se enfrenta a Santos, un modesto empleado del Lawn Tennis. Hasta los mejores golpes de Teddy son respondidos fácilmente por Santos: al otro lado de la net, dice el narrador, Teddy creía ver "cinco Santos que corrían, saltaban, contestaban, rápidos como insultos". Por supuesto, nunca mejor el lenguaje de Diez Canseco: el racista invadido y vencido por un hombre "de piel oscura" cree ver muchos, y la sola presencia de aquellos es ya un ataque.

Pero tampoco el narrador, y acaso Diez Canseco, dejan de mostrar síntomas interesantes de la forma en que se empezaban a percibir las razas en esa década del treinta. Santos, el empleado del Lawn Tennis, es descrito, en sólo página y media, primero como un "mulato pequeño, sonriente"; luego como un "mestizo pequeño y fuerte"; más adelante como un "cholito que sonreía seguro y modesto".

Esa indefinición habría sido un error inconcebible en un texto colonial, pero en Duque es un síntoma temprano de lo que, me parece, es una tendencia del racismo de élite peruano desde el siglo veinte: la inclinación a transformar el complejo espectro de las castas coloniales en una suerte de mar de aguas divididas, donde todos tienen que buscar refugio en una lado o someterse y subsumirse en el otro. Y sólo hay eso: dos lados, dos grupos. Mestizo, cholito, mulato: todos los avatares de ese Santos que se multiplica por cinco, son un mismo insulto para Teddy.

La respuesta a ese racismo de los equívocamente "blancos" contra todos los demás, la vemos hoy en ese racismo igualmente equívoco que quiere ver el mundo dividido en "cobrizos" contra "todos los demás". Son ambos la exacerbación del racismo colonial, reducido a sus coordenadas polares, y, con ello, aún más potente, aún más peligroso que antes.


Fotomontaje: Diez Canseco y las castas huidizas: gfp.

19.2.06

En busca de lectores

Quipu: Literatura Descentralizada está en marcha. A sólo un día de anunciado el proyecto (a pesar de que fue durante un fin de semana) han llegado ya diez cuentos para ser evaluados, de modo que Quipu se declara oficialmente en busca de lectores que quieran asumir la tarea de juzgar los textos que sean remitidos para su publicación.

Como dije antes, la idea es que la mayoría de esos lectores sean escritores del interior del país, de modo que su misma presencia deje en claro la intención descentralizadora del proyecto.

Se me ocurre que otros que podrían estar interesados son aquellos escritores que se han declarado en pie de guerra contra las injusticias del centralista circuito cultural capitalino. En vista de ello, creo oportuno invitar públicamente a la poeta Victoria Guerrero, directora de Intermezzo Tropical, a que se una al grupo de evaluadores en el que se encuentra ya (y agradezco una vez más su espíritu de colaboración) el narrador cusqueño Luis Nieto Degregori.

Otros dos escritores del interior han sido invitados al proyecto. Espero que pasado el fin de semana, cuando tengan acceso al correo electrónico y vean el mensaje enviado, sus respuestas sean también positivas. Pero desde aquí quisiera pedir que aquellos escritores ya reconocidos que se sientan atraídos por el proyecto me escriban si es que les interesa ayudar en la tarea de leer y decidir la publicación o no publicación de los cuentos recibidos.

Por cierto, ya hay dos cuentos publicados que pueden ver en Quipu.

Fotomontaje: gfp.

18.2.06

Quipu: Literatura Descentralizada


Puente Aéreo anuncia el inicio de un pequeño proyecto, "Quipu: Literatura Descentralizada".

La idea es muy sencilla: crear un blog, directamente enlazado a Puente Aéreo, una suerte de suplemento de éste, en el que puedan publicar sus cuentos (y más adelante haremos lo mismo con otros géneros) todos aquellos que, por uno u otro motivo, tengan dificultades de acceso a los medios masivos de comunicación o al circuito editorial.

Puente Aéreo, por cierto, no tiene una lectoría millonaria, pero en sus buenos días recibe alrededor de mil lectores distintos. Con más de cincuenta mil entradas diferenciadas en sólo tres meses, y más de trescientas cincuenta mil visitas en total en ese mismo periodo (contando reincidencias), Puente Aéreo puede, después de todo, ofrecer a los escritores que quieran publicar aquí una llegada bastante mayor que muchos medios tradicionales, y además, se trata de una llegada a un público directamente interesado en la literatura.

¿Cuál es la mecánica? Podrán publicar en Quipu todos aquellos escritores peruanos que cumplan con al menos UNO de los siguientes requisitos (no necesariamente con los tres):

a. Ser menor de 30 años.

b. Haber publicado 2 libros como máximo (es decir haber publicado 2 libros, 1 libro o ningún libro).

c. No haber publicado nunca en una editorial limeña.

Repito: basta con cumplir con UNA de las tres condiciones anteriores. Y pueden enviar sus cuentos al siguiente correo electrónico: gfaveron@gmail.com

La decisión de cuáles de los cuentos recibidos serán publicados en Quipu será tomada por un grupo de evaluadores. Los evaluadores serán escritores de trayectoria conocida, en su mayoría provenientes del interior del país (pues una de las intenciones de Quipu es la de servir de estímulo a la producción literaria de provincias, aunque eso de ninguna manera implique marginar a los auotres capitalinos, para quienes Quipu también está abierto). Al menos dos evaluadores, de un grupo mayor que deberá ser de cuatro o cinco, leerán cada texto antes de decidir si aceptarlo o no.

¿Las dimensiones de los cuentos? No se fijará una extensión mínima; la extensión máxima será de 4 mil palabras. ¿El idioma? En el Perú se hablan muchos; si llega alguno en una lengua que ningún evaluador conozca, ya sabremos encontrar a un lector adecuado...

Imagen: Fotomontaje: gfp.

¿Tantas veces Freire?

Hoy temprano encontré en mi correo una carta de Julio César Vega, escritor y ex miembro fundador del proyecto editorial Sarita Cartonera.

La carta del señor Vega era una protesta por el resultado del último Premio de Novela Corta Julio Ramón Ribeyro, del Banco Central de Reserva del Perú, otorgado, según señalaba Vega, por segundo año consecutivo, a Luis Freire Sarria.

(En vista de que el texto de la carta es el mismo que aparece como post en el blog del señor Vega, coloco este enlace para que lean la carta en dicho blog). [Nota posterior: el señor Vega ha retirado el texto mencionado].

La carta especula sobre cómo el BCR, al repetir un mismo jurado cada año, atenta contra la "pluralidad cultural" (los mismos jurados preferirán el mismo tipo de literatura, y el ejemplo más evidente es que... ¡año tras año ese jurado elige siempre al mismo escritor!), contribuyendo con ello a la marginación de muchos autores (todos los de "estilos y temas diversos" al preferido por el jurado).

La carta concluye con una observación sabia destinada a que el BCR recapacite y modifique radicalmente la monotonía del concurso: "el poder siempre corrompe, hasta estéticamente", apunta Vega.

A mí me llamó la atención algo: que el acta del jurado que citaba Vega (y cuyo enlace ofrece en su blog), hablaba de las virtudes de la novela ganadora de Freire, Memorias desde un tubo de neón, título idéntico al de la novela de Freire que ganó ese mismo concurso el año pasado.

¡Freire ha ganado dos años seguidos con novelas que, además, tienen un mismo título!, pensé. Y luego pensé algo peor: ¡ese jurado de argolleros ha premiado dos años consecutivos a la misma novela! ¿Quiénes son los caraduras? Busqué sus nombres:
Alonso Cueto, Mirko Lauer, Abelardo Oquendo, Luis Jaime Cisneros y Marcel Velázquez... ¡Siempre lo supe!

Luego recordé otra cosa. Ayer, en La República, apareció una nota en la que se saludaba el triunfo, en el Premio de Novela del BCR, de la arequipeña Zoila Vega Salvatierra, con su obra Cápac Cocha... Regresé a revisar los enlaces ofrecidos por Julio César Vega y, en efecto, allí estaba el origen de todos sus males: él había leído el acta del año pasado como si fuese el acta de este año.

No mencionaría siquiera esta anécdota si no fuera porque deja bastante claro lo fácil, lo increíblemente fácil, que es acusar sin pruebas a los demás, y hacerlo públicamente, colocando ataques en Internet y enviando cartas a desconocidos (como yo) para expandir una crítica que acaba por ser infundada e irresponsable.

Y, sobre todo, qué fácil es acusar de argolleros ("el poder siempre corrompe", dice Vega) a todos los que deciden que un colega se merece cierto reconocimiento que a nosotros nos ha sido esquivo (Julio César Vega es un ex finalista del premio del BCR del 2002, y si yo fuera de los que acusan especulativamente, me atrevería a decir que también debe de haber participado en la última edición).

En este caso, los acusados (a quienes Vega, porque se le da la regalada gana, llama "un fujijurado de fujijueces") eran, como dije, Alonso Cueto, Mirko Lauer, Abelardo Oquendo, Luis Jaime Cisneros y Marcel Velázquez. ¿Acusados de qué? De nada, en el fondo, sólo de una cosa un tanto delirante que le pasó por la mente a alguien lento para buscar pruebas y rápido para atacar.

Una persona que, lamentablemente, ve empañada su victoria, es la joven musicóloga arequipeña Zoila Vega Salvatierra, la verdedera ganadora de un premio decidido por un jurado sobre el cual el otro Vega viene echando tierra gratuitamente. Si sirve para despejar la maleza, vaya para ella, desde aquí, una felicitación por su victoria: esperamos ver pronto publicada su Cápac Cocha.

Imagen: Freire por todas partes, pero la ganadora fue (otra) Vega.

16.2.06

Ante la tortura de los demás

Nuevas fotos de torturas de prisioneros iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib, a manos de militares norteamericanos, han salido a la luz pública esta semana, y aparentemente todas provienen de un video cuya exhibición ha sido vetada legalmente en los Estados Unidos.

Que las torturas tengan como escenario la sala de torturas de Saddam Hussein y que ahora, como entonces, los torturados sean iraquíes, es todo un síntoma de las similitudes, acaso continuidades, entre el "mundo libre" y el otro.

Les dejo un ensayo de Susan Sontag, escrito apenas meses antes de su muerte. Es una reflexión ocasionada por la publicación de las primeras fotografías, en el año 2004
.

Fotomontaje: gfp.

15.2.06

El tic del doble

Hay un síndrome frecuente entre muchos escritores peruanos, quizá relacionado con el desmoronamiento de buena parte de nuestras instituciones intelectuales: se trata de una suerte de tic doppelganger, una duplicidad espacial sufrida por quienes quieren estar al mismo tiempo en el centro del establishment y en sus márgenes.

Hace semanas recordé en este blog, por ejemplo, la forma en que los poetas de la antigua Hora Zero reclamaban que el Estado los reconociera, los premiara y los coronara de laureles por haber sido buenos marginales y haber minado los cimientos del orden establecido (según dicen)


Ayer, en el siempre interesante blog de Víctor Coral, Gabriel Ruiz Ortega decía sobre el escritor Oswaldo Reynoso —autor, por cierto, de textos fundamentales en las letras peruanas contemporáneas— que era un “escritor canónico” pero a la vez llamaba la atención sobre su estatus de “escritor marginal e incómodo”. ¿Esquizocrítica?

Hace poco, también, en la presentación del número tercero de su revista Intermezzo Tropical, Vicky Guerrero escribía acerca del “usufructo del poder de los escritores que dominan los medios de comunicación” y de cómo su revista era un espacio para combatir tal usufructo.

Curioso, dado que yo, si no fuera por artículos e incluso entrevistas publicadas en El Comercio (el medio de comunicación que todos tienen en mente cuando dicen esas cosas), nunca me hubiera enterado tan pronto y tan auspiciosamente de la aparición de los poemarios de Vicky.


En días recientes, en El Dominical de El Comercio, se habló sobre la “apreciable madurez” del último libro de Vicky, mientras que Ricardo González Vigil, en Luces, también de El Comercio, caracterizó a su obra como un “logro descollante” de “sostenido vuelo creador”. (Por cierto, aunque no la veo hace años, aprecio a Vicky, a quien conozco desde el tiempo en que ella trabajaba como correctora de estilo en… El Comercio).


De alguna manera, el conflicto del establishment vs. la marginalidad, o de la cultura oficial vs. la cultura antihegemónica, se convierte en un problema de quién tiene acceso a cierto medio de comunicaciones, pero la batalla se libra contra los supuestos señores de esos medios al mismo tiempo que se busca aparecer en ellos. Y muchas veces, quienes despotrican contra estos diarios o revistas no sienten ninguna incomodidad cuando sus páginas les dan espacio y cobertura: viven en ese equilibrio, al margen y al centro.


Una vez en ese terreno, nada de eso es tan llamativo como cierto fragmento de la cada vez más célebre Conversación entre nuevos narradores peruanos que publicó Ciberayllu meses atrás. En un momento, el escritor Carlos Gallardo dice:


“Lo que a mí no me preocupa es la existencia de la mafia en este momento, porque además es muy complicado tratar de revelar este problema. Lo que me preocupa es que se reproduzca. Pero estos mecanismos, que tú criticabas, Alexis [le habla a Alexis Iparraguirre], se heredan. Si en algo podría cambiar esta generación la forma en que se manejan los medios es dejar de lado la camarilla, la argolla. Pero cada uno tiene su opinión”.


Gallardo, en efecto, pide que se limpie el terreno de camarillas. Y su interlocutor, Alexis Iparraguirre, dice esto:


“Se me ocurre algo. Yo creo que se podría hacer una encuesta y decir quiénes son buenos escritores en los últimos quince años y proponernos a los medios, decir estos deben ser los que aparezcan en los medios porque son buenos y en nombre de la pluralidad se les debe difundir. Creo que hacer la encuesta sería fácil, no tengo ni que preguntarles, es simple llegar a un consenso de quiénes son; lo difícil, casi imposible, sería que, en efecto, medios tan enmarañados con ciertos intereses la consideren siquiera.
Esa lista se traspapelaría”.

Justo cuando Carlos Gallardo hablaba de eliminar las camarillas, mi estimado Alexis Iparraguirre propone —espero que en una muestra del humor que lo caracteriza— que los allí presentes se pongan de acuerdo en quiénes son los “buenos escritores” que deberían recibir cobertura de la prensa. (¿Alexis el liberal proponiendo un mercado de cuotas?).


“Ni siquiera tengo que preguntarles”, dice Alexis (así que quizá la nómina la quiera formar él solito). ¿Y luego de confeccionar la lista, qué hacer? “Proponernos a los medios”, sugiere. Proponernos. Es decir que “los buenos escritores” son él y los allí presentes.


Y luego se queja del sectarismo de “ciertos intereses”. Difícil sensación esa de sentirse discriminado por una “mafia” que no deja espacio para que uno forme su mafia propia… Estoy seguro de que Alexis, excelente conversador y gran humorista, sabrá entender el sentido de mis comentarios y no le molestará que le pida una breve aclaración sobre el sentido de esas palabras.


(Felizmente, si siguen leyendo la Conversación, notarán que todos los demás dialogantes cambiaron de tema inmediatamente)
.

Fotomontaje: gfp.

14.2.06

Escribir desde el futuro

Estos son dos datos conocidos (confío en que el tercero no lo será tanto).

Primer dato: en cierto pasaje de "El otro", de
Borges, un personaje se sorprende al comprobar una fecha imposible en un dólar. El narrador, al final del relato, nos aclara que lo realmente imposible era que hubiera fecha alguna, pues los billetes de dólar no están fechados. Horas, o acaso días después, como si nos hubiéramos quedado encerrados en el cuento y siguiéramos lidiando con sus hechos, comprobamos que eso también era falso: los billetes americanos sí llevan fecha.

Segundo dato: la célebre "Postdata de 1947" que aparece al final de "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius", ya estaba allí, con esa misma fecha, en la edición original de 1940, de modo que los pasajes más aparentemente ensayísticos del cuento, los de la "Postdata", eran propuestos como una escritura hecha desde el futuro. O, si se quiere ver de otro modo, el narrador se situaba a sí mismo en ese periodo posterior a la lectura (en este caso, a la escritura previa del cuento) al cual el narrador de
El otro, a su modo, nos empujaba también.

Tercer dato: en un artículo de
Daniel Balderston, "Fundaciones míticas en ´La muerte y la brújula´", aparecido en Variaciones Borges en 1996, descubro (para mí, al menos, es un descubrimiento), lo siguiente.

En
"La muerte y la brújula", el cuarto crimen, la muerte del detective, se produce un día 3 de marzo, con luna llena. Lawrence Zalcman, dice Balderston, ha cotejado los periodos lunares con las fechas de carnaval aludidas en el relato, y ha determinado que un 3 de marzo en el que todos los datos del cuento calzaran sólo pudo darse en 1893 o en 1950. La primera fecha es inverosímil porque el relato habla de automóviles y teléfonos. Pero 1950 tampoco parece aceptable porque el cuento fue publicado en 1942.

Pero ocurre que en su famosa conferencia "
El escritor argentino y la tradición", de 1951, Borges afirmó lo siguiente: "hará un año, escribí una historia que se llama ´La muerte y la brújula´". Un año atrás, dice Borges; esto es, en 1950 (y repito: el cuento había sido publicado en 1942). Lo que significa que "La muerte y la brújula" también es, como la "Postdata" de "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius", un cuento escrito en el futuro (aunque, cuando Borges reveló el secreto --en una conferencia, fuera del cuento, como nos forzó a hacer con la fecha del dólar en "El otro"--, ese futuro era ya pasado).

Balderston observa: "1950: esa fecha inscribe en el relato un conocimiento del Holocausto, de la Guerra Fría, del gobierno de Juan Domingo y Eva Perón". Por supuesto, no es que Borges fuera un clarividente o un adivino, aunque, por cierto, todos alguna vez hayamos intuido que lo fue. Pero sí resulta lógico, a la luz de muchos otros textos escritos por Borges durante la Segunda Guerra Mundial, que el argentino tuviera plena conciencia de estar situando su narración en un momento histórico (1950) en el que el posible apocalipsis europeo habría ya concluido, y en el que el peligro, como señala Balderston, podría más bien asomarse en este otro lado del mundo, poblado por todos los exiliados de aquel otro.

Balderston cierra su artículo así: "´La primera letra del nombre ha sido articulada´: esta afirmación críptica y sus continuaciones en el relato hablan de una vivencia apocalíptica, de un ´apocalypse now´. El intelectual argentino que escribe en un 1950 futuro y apocalíptico se sabe marginado y perseguido, sabe íntimamente que camina --como Lönnrot-- a su propia muerte. Y escribe desde ese saber".

Uno se pregunta por qué los cuentos de
Borges tienen siempre algo nuevo cada vez que uno los relee. La respuesta parece clara: porque Borges los sigue escribiendo aún, incluso hoy, o quizá mañana.

Imagen: Borges y la torre del reloj. Fotomontaje: gfp).

13.2.06

Libertad de qué

Izquierda: Rolling Stone fue duramente criticada por colocar en carátula al rapero Kanye West como Cristo. Sight and Sound no recibió crítica alguna por una carátula virtualmente idéntica con un Cristo blanco. En 1976, Hollywood tuvo la delicadeza de filmar una película sobre Mahoma en la que Mahoma no aparecía jamás en pantalla, ni se oía su voz. Salman Rushdie, que sabe mucho de estos temas, dará una conferencia en Bowdoin dentro de dos semanas.



No pretendo dar una opinión concluyente acerca del laberinto desatado en torno al asunto de las caricaturas de Mahoma publicadas en diversos diarios europeos. Entiendo que el caso tiene muchas aristas y que las culpas no pueden ser atribuidas únicamente a los periodistas irresponsables que dieron publicidad a las imágenes, ni tampoco enteramente a los creyentes musulmanes que manifiestan en contra de lo que perciben como un insulto flagrante a su fe.

Sí tengo claro que hay, al menos, un grupo de gente que no hace sino desbarrar y mostrar la peor cara de Occidente en este embrollo: los ultraconservadores de países como los Estados Unidos. Meses atrás, estas personas defendieron la cuasi fanática película de
Mel Gibson, The Passion of the Christ, pese a su evidente antisemitismo, y llamaron intransigentes a los judíos que se quejaron por ella. En esas circunstancias, estos individuos celebraron que revistas como Sight and Sound publicaran carátulas como la que aparece arriba (inofensiva en sí misma, por cierto).

Pero esos mismos sujetos armaron un alboroto desbordado y lamentable cuando, hace unos días, la revista
Rolling Stone colocó en su carátula una fotografía del rapero Kanye West, que es en todo idéntica a la anterior, salvo porque Kanye West es negro. Incapaces de justificar su racismo o de expresarlo abiertamente, estas personas alcanzaron a decir que la carátula era repudiable porque distorsionaba la imagen histórica de Jesús, que no fue de raza negra.

Ahora, reaparecen los mismos ultraconservadores con una nueva opinión: que los musulmanes son fanáticos y salvajes porque son incapaces de entender que, dentro de la liberada cultura occidental, un caricaturista tiene derecho a representar a
Mahoma como terrorista, o, peor, como el padre mismo del terror, y a los musulmanes en general, luego, como criminales (pero un fotógrafo no tiene derecho a representar a Jesús como negro).

En fin. La próxima semana,
Salman Rushdie, una voz autorizada y también polémica cuando habla sobre estos temas, estará de visita en Bowdoin College, donde trabajo, para dar una conferencia y sostener una charla con estudiantes y profesores. Si las circunstancias lo permiten, espero tener la oportunidad de preguntarle sobre esto (y si no, es seguro que alguien más lo hará) y pondré luego en el blog las opiniones de Rushdie sobre el tema.

12.2.06

Ficción y violencia

Para quien esté interesado, dejo aquí un artículo mío publicado hoy en El Dominical de El Comercio. Por cuestiones de espacio, el diario tuvo que suprimir un párrafo, motivo por el cual coloco aquí la versión completa.

El artículo apareció con el siguiente encabezado de los editores:

"Mientras elabora una antología de relatos peruanos sobre las décadas de la violencia política (antología que aparecerá en la editorial Matalamanga en la segunda mitad del año), el crítico cultural Gustavo Faverón Patriau nos entrega una breve reflexión sobre el tema".

Lo que sigue es el texto completo:

Toda la sangre
La narrativa peruana y la violencia política

Por Gustavo Faverón Patriau

Un dato cruel: quizá la primera obra narrativa sobre nuestra violencia política de los ochentas y noventas la escribió quien sería luego uno de sus más lamentables actores, Hildebrando Pérez Huarancca, el líder senderista que dirigió, en 1983, el asesinato de sesenta y nueve campesinos en Lucanamarca. “Es de Vilcanchos, es profesor que anda por aquí, la gente conoce, es alto, flaco, mestizo, estaba con pasamontañas”, dice sobre él un testigo en el Informe final de la CVR. En 1980, semanas antes de los primeros atentados de Sendero, Pérez Huarancca publicó Los ilegítimos, un grupo de relatos que dice mucho acerca del estado de ánimo que abismó a tantos hacia la locura violentista.

Suele decirse que, entre un acontecimiento colectivamente devastador, y acaso traumático, y el momento en que una sociedad se vuelve capaz de hablar sobre él, deben transcurrir los varios años de la introspección, la reelaboración íntima del trauma que precede a la capacidad de construir un discurso o de arriesgar una interpretación. Es interesante preguntarnos por qué, ante la desbordada ubicuidad de la violencia política que sufrió el Perú, sobre todo, entre 1980 y mediados de la década siguiente, la literatura peruana reaccionó con tanta rapidez (ya en 1982 había narraciones que recogían el tema y le empezaban a dar un tratamiento estético), y cómo es que, en los años posteriores, nuestras letras nunca se quedaron mudas ante la desolación y la muerte. ¿En qué momento ocurrió nuestro tránsito? ¿Cuándo pasamos del asombro ante la devastación a la elaboración y la búsqueda explicativa?

Es arriesgado conjeturar, pero es necesario: cabe decir, por ejemplo, que la experiencia socialmente traumática no puede ser percibida como tal mientras no haya un hecho traumático individual. En ese caso, sólo caerán dentro del principio de la teoría del trauma los discursos surgidos (o impracticables) en el lado de las víctimas y, acaso, incluso, en el lado de los victimarios. Quizá la vasta mayoría de la intelectualidad peruana, encargada de pensar la violencia, no fue su víctima directa, o no en un grado que desarticulara su capacidad de reflexión. Nuestra narrativa sobre la violencia política, entonces, sería en gran medida obra de espectadores situados en los márgenes del escenario, con un pie dentro y uno fuera. Eso, vale observar, no atenúa su dificultad: exentos en gran medida de una carga testimonial (que, sin embargo, sobrevive en una minoría de los textos), muchos de los cuentos y novelas referidos al tema se vuelven el terreno de una lucha ideológica, se ven atravesados de valores políticos, de complejos y enfrentados puntos de vista sobre la legitimidad o la ilegitimidad de la subversión, la moralidad o la inmoralidad de la respuesta estatal, la victimización a dos fuegos de la población civil, la validez de unos ideales sociales transformativos cuestionados por el desenfreno real de la actividad subversiva, y sobre la validez, también, de una estructura estatal capaz de transformarse en máquina aniquiladora. En cierta medida, en paralelo a la infernal batalla del campo y la ciudad, nuestra narrativa diseñó esta otra batalla de ideas y papel, en la que los bandos, por fortuna, no fueron dos, sino muchos, acaso uno distinto en cada cual de los doscientos cuentos y las más de cincuenta novelas (según cuentas del profesor Mark Cox) que han propuesto otras tantas representaciones del problema.

Lo cierto es que, desde que Fernando Ampuero publicara, en 1982, su cuento El departamento, un alegato contra el peligro homicida escondido en el aparato represor estatal, la multiplicación de puntos de vista ha sido incesante. Han sobrevenido luego un puñado de novelas cruciales y polémicas: Lituma en los Andes, de Vargas Llosa, la más célebre, es la más discutida, a raíz de su afán de caracterizar a la sociedad andina en términos arcaizantes, y porque busca el origen del problema entre sus víctimas antes que entre quienes han propiciado, desde el poder, las condiciones sociales de su aparición. Menos parciales han sido las aproximaciones de Alonso Cueto, desde los relatos de Pálido cielo hasta su novela La hora azul, en la que ha inaugurado el tema de la transmisión de la culpa burguesa en tiempos postraumáticos, y las de Luis Nieto Degregori, quien ha revisado los mecanismos del desencanto y el desasosiego en las juventudes andinas plegadas a Sendero en sus años iniciales (La joven que subió al cielo) y ha vuelto sobre temas afines en varios otros relatos. Escritores de la generación del cincuenta, como Oswaldo Reynoso y Miguel Gutiérrez —aunque el segundo ha escrito una novela monumental sobre las estructuras que darían lugar a la violencia—, y posteriores, como Guillermo Niño de Guzmán, o José de Piérola, han dedicado breves pero agudos relatos a la representación específica del tema. Otros, como Guillermo Thorndike, César Hildebrandt o Víctor Andrés Ponce, han estructurado sus novelas a partir de una experiencia periodística previa, dotándolas así de una centralidad informativa que muchas veces ha desequilibrado sus posibilidades estéticas.

Óscar Colchado ha escrito quizá la obra central en el intento de explicar las formas de comprensión de la violencia desde un marco cultural andino, Rosa Cuchillo, y en ese terreno lo han acompañado escritores disímiles constantemente atraídos por el asunto: Dante Castro le ha dedicado varias colecciones de cuentos, logrando, entre otros, un relato de gran patetismo titulado “La guerra del arcángel San Gabriel”; Juan Alberto Osorio ha dado al tema un cariz de reflexión existencialista en los relatos de El hijo mayor; Zein Zorrilla ha lidiado con estos tópicos en más de un texto, y entre ellos es destacable uno sobre la inestabilidad de las relaciones interpersonales en un marco de desequilibrio social: “Arrasados”, cuento de su libro Siete rosas de hierro; Enrique Rosas Paravicino también prefiere mirar la violencia en sus reverberaciones privadas, en cuentos como “Por la puerta del viento”, que cierra su libro Ciudad apocalíptica. También han asumido el reto de contar la violencia en sus escenarios más extremos, observando el objeto narrado desde atalayas andinas, escritores como Félix Huamán Cabrera, Julián Pérez, Mario Guevara, Sócrates Zuzunaga, Alfredo Pita, e incluso limeños como Carlos Thorne, Walter Ventosilla y Pilar Dughi. En esa línea, Julio Ortega elaboró una nouvelle, Adiós, Ayacucho, una suerte de épica de la supervivencia moral, con un hálito cercano al de Manuel Scorza pero dotada de un humor más negro, que tiene mucho de diablada y carnaval.

Un humor distinto se ha generado en cierta narrativa limeña, una lejanía desmitificadora que es visible en “Rock in the Andes”, de Fernando Iwasaki, y “El muro de Berlín”, la nouvelle de Rodolfo Hinostroza que forma parte de sus Cuentos del extremo occidente. Considerados en conjunto al lado de narraciones como las de Sergio Galarza (“Abel” y “Velas”, incluidas en La soledad de los aviones) o los cuentos que Daniel Alarcón ha reunido en War by Candlelight, esas narraciones parecen señalar nuevos accesos al asunto: la ironía como profilaxis y distanciamiento, en los dos primeros; la introspección sentimental, en Galarza; la reconstrucción de los escenarios de la violencia como actividad antropológica, en Alarcón (un peruano criado en Estados Unidos y que vivió un año en barrios marginales limeños para auscultar y descubrir las historias que habría de narrar, casi al modo de un etnógrafo).

Una cualidad deseable anida en esa proliferación de poéticas: la narrativa peruana parece estar venciendo el peligro de hallar un lenguaje unívoco y cerrado, una clave segura y ritual, formulaica, para hablar de los años de la violencia política. En la multiplicación de las miradas y la divergencia de los lenguajes, paradójicamente atribuibles a la quebrazón interna de nuestra nación, siempre fragmentaria y dividida, late también el pulso de una sociedad que, en efecto, está sobreviviendo, y es capaz de seguir señalando, desde su literatura, los vacíos y las inequidades que deberemos aprender a solucionar si no queremos que estas páginas se materialicen y salten a la realidad para golpearnos en la cara nuevamente, en un futuro... Y nuestros políticos, ¿aprenderán a leer, alguna vez, estas historias?

Imagen: Luis Nieto Degregori, Fernando Iwasaki, Óscar Colchado Lucio, Fernando Ampuero, Dante Castro, Alonso Cueto.

9.2.06

Muy cinematográfico para el cine

Se aproxima el estreno de La fiesta del chivo (anda ya en el Festival de Berlín, en exhibición, aunque no en competencia). Cabe rogar que la película sobreviva, ojalá, a las manos de su director, Luis Llosa, el hombre que convirtió para siempre la palabra anaconda en una mala broma de la serie b.

Esta es, si las cuentas no me fallan, la sétima vez que una novela de Vargas Llosa es llevada al cine. Están las dos versiones de Pantaleón y las visitadoras; Los cachorros; Tune in Tomorrow, adaptación americana de La tía Julia y el escribidor, en la que el siempre incapaz Keanu Reaves hizo el papel del joven escritor; y las dos versiones de La ciudad y los perros: la de Francisco Lombardi y la menos conocida versión rusa, dirigida por un chileno y titulada Yaguar. Jamás se llegó a filmar, lamentablemente, la cinta sobre la guerra de Canudos cuyo proyecto de guión dio origen a La guerra del fin del mundo.

Una cosa me llama la atención de todas estas adaptaciones. Uno escucha desde siempre que la profusión de relatos paralelos y alternos, flashbacks y prolepsis, y puntos de vista proliferantes que aparecen y se desvanecen súbitamente, son rasgos que Vargas Llosa integró a su técnica narrativa a partir de un aprendizaje del cine. Pero es bastante fácil constatar que, en el ejercicio de adaptar las novelas al cine, todas estas películas empiezan por desaparecer por completo esos rasgos, presentes en los relatos originales.

¿Se debe eso sólo a la dificultad de contar historias tan complejas en un formato que no exceda en mucho las dos horas de narración? ¿No se supone acaso que muchos de esos recursos narrativos surgieron en el cine como una forma de condensación que concentre la historia temporalmente? ¿O es que, más bien, esos rasgos "cinematográficos" de Vargas Llosa no lo son tanto? ¿Será que cuando pensamos en el Vargas Llosa de Conversación en La Catedral o La casa verde como un esmerado y complejo montajista (alguien para quien la máquina de escribir es una moviola, digamos), estamos valiéndonos metafóricamente del cine para describir lo que no es sino un conjunto de rasgos muy literarios, acaso, más bien, llegados al cine desde la literatura, o quizá surgidos en ambos terrenos de manera simultánea?

Imágenes: La fiesta del chivo, próxima a estrenarse. Y en sentido horario: Vargas Llosa dirigiendo la primera Pantaleón y las visitadoras; La ciudad y los perros; Los cachorros; Keanu Reaves, el Varguitas de Tune in Tomorrow; Angie Cepeda en la segunda Pantaleón.

8.2.06

Lima la indiferente

Semanas atrás, pasada la FIL de Guadalajara, Identidades, el encomiable suplemento de El Peruano, publicó una suerte de reseña múltiple, escrita por Enrique Cortez, acerca de las cuatro antologías de poesía peruana que por aquel tiempo salieron a la luz.

En su afán por discutir la legitimidad con que los antologadores de uno de aquellos libros discernían los límites generacionales de la poesía de los noventa (lo hacían en función de la relación de los poetas con un entorno acosado por la violencia política), el reseñador, Cortez, escribía entonces este párrafo increíble:


"Sin duda aquí hay que hacer una precisión, pues la lectura de los antólogos sitúa la violencia como un momento exclusivo de la década de 1990, cuando ella es un elemento constitutivo de nuestra historia que se inicia de manera dramática en 1532. Al contrario, la conciencia de la violencia en la década de 1990 es un proceso muy limeño que, de espaldas al resto de la sociedad peruana, observó cómo durante la década de 1980 se libraba una batalla en el interior del país. Esta mirada indiferente, de la cual el Informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación documenta bien –y sólo excepcionalmente crítica en los poemas de la llamada generación del ochenta–, sólo asumió esa violencia como un problema cuando un hecho real, que se hace símbolo de esa indiferencia
(el atentado de la calle Tarata de Miraflores en 1992), estremeció las seguridades que construyó el sistema republicano, bajo la forma del centralismo, con una violencia no tan abrupta como la de esos años, pero acaso más fatal".

Cortez asegura que el reconocimiento de la violencia política en los años noventa es un proceso propio de la capital. Hasta entonces, a decir de Cortez, los limeños, manierista y acrobáticamente, habían observado de espaldas, la ubicua violencia del interior del país, hasta que el atentado de la calle Tarata los despertó.

Esa afirmación en curiosa, teniendo en cuenta que antes Cortez mencionó 1532 como inicio del asunto y que luego hablará de que la bomba de Tarata colapsó las "seguridades" que el "sistema republicano" había proporcionado a los capitalinos, haciendo, así, que el ciclo temporal del cual habla vaya desde 1532 hasta 1992.

Es curiosa la observación, digo, porque, si no entiendo mal, entre 1532 y los años noventa del siglo veinte, Lima y su puerto adyacente fueron objeto de batallas conquistadoras y destrucción de pueblos indígenas, bombardeos piratas y ataques españoles, una prolongada invasión chilena plagada de asesinatos, saqueos y violaciones, varias decenas de golpes de estado cruentos, guerras civiles, feroces sublevaciones, magnicidios, huelgas generales y sangrientas huelgas de policía, paros armados, ejecuciones extrajudiciales, torturas, desapariciones, etc. Y sobra decir que la gran mayoría de las cosas que enumero ocurrió durante el tiempo de las "seguridades" del "sistema republicano", y todas, sin excepción, antes de Tarata.

¿Será que (además de someternos a ese enredo de fechas y periodos en que se salta a la garrocha los distintos procesos históricos que componen la historia del Perú) Cortez piensa, quizá, que Lima es solamente Miraflores y San Isidro? Porque, claro, no es errado hablar de la indiferencia de las clases altas capitalinas ante la violencia política desatada en el interior (y también en los barrios marginales de Lima, donde la mayor parte de los limeños vive). Pero es descabellado extender la responsabilidad de esa indiferencia a todos los limeños, entre otras cosas, justamente, porque cientos de miles de ellos tuvieron que convivir con esa violencia por muchos años.

Ah, pero es que Cortez no responsabiliza a todos los limeños, es cierto. Dice que hubo unos cuantos que sí alzaron su voz de protesta: los poetas de la "llamada generación del ochenta". ¿Y qué tal si Cortez tuviera la cordura de recordar también los nombres de, digamos, Maria Elena Moyano o Pascuala Rosado, para mencionar sólo a dos ciudadanas de la capital que fueron asesinadas por protestar y contradecir a la violencia? ¿O es que Huaycán y Villa El Salvador no son parte de Lima?

Finalmente, una aclaración. Decir que Tarata "se hace símbolo de la indiferencia" de los limeños es algo que sólo se le puede excusar a quien no ha aprendido a manejar su lenguaje. Tarata, como todas las demás masacres ocurridas en cualquier lugar del país, no importa quiénes fueran las víctimas y quiénes los victimarios, es antes que cualquier otra cosa un símbolo de la profunda decrepitud moral de sus perpetradores.

Foto: Carlos Domínguez.

7.2.06

Salas peruanas

Desde hace unos días, silenciosamente, al mismo tiempo que terminaban de desaparecer ciertos blogs permanentemente moribundos, y se inauguraba, belicoso pero cerrado al diálogo, uno flamante del periodista y poeta Víctor Coral, salía a la blogósfera, también, un nuevo sitio de Daniel Salas, Matado por la Letra.

Como notarán los que visiten el blog, Daniel está publicando comentarios agudos y puntuales de libros canónicos que viene releyendo en estos días, a razón de uno cada dos o tres días (un esfuerzo maratónico en el que el insomnio y la tranquilidad de Boulder, Colorado, colaboran).

Los libros comentados van desde el Diálogo de la lengua de Juan Valdés hasta Don Segundo Sombra de Güiraldes, e incluso Cien años de soledad, y Daniel amenaza, hoy o mañana, con un original texto acerca de La ciudad y los perros y el racismo como regla y fatalidad en la novela de Vargas Llosa.

Imagen: Viejo retrato de Juan Valdés adaptado con dibujo y fotomontaje de gfp..