24.3.11

En el segundo capítulo

La doble moral y el conflicto palestino-israelí

Hace menos de dos semanas, un grupo de terroristas palestinos asesinó a una familia israelí completa, la familia Fogel, en Itamar: degollaron al padre, a la madre y a los tres hijos, de once años, cuatro años y tres meses.

Hace un par de días, otro grupo de terroristas palestinos colocó una bomba en una estación de buses en Jerusalén y la hizo detonar en hora punta: una turista británica murió, treinta personas fueron heridas, incluyendo a dos mujeres embarazadas.

Entre ayer y hoy, media docena de proyectiles han sido lanzados desde Gaza sobre suburbios de Tel Aviv, y en la última semana otras dos ciudades, Ashdod y Beersheva, han sido atacadas del mismo modo, ocasionando la clausura de todos los colegios (los bombardeos suelen ser en horario escolar).

La respuesta israelí está comenzando: hoy atacaron túneles de contrabando en la frontera entre Gaza y Egipto, una de las posiciones de lanzamiento de proyectiles, un campo de entrenamiento de Hamas y una pequeña central de energía (lo que ocasionó un apagón temporal).

Eso quiere decir que mañana mismo comenzará el coro solidario propalestino y las condenas contra el gobierno israelí.

Me pregunto por qué no comenzaron las condenas la semana pasada (o anteayer o ayer) contra quienes cometieron los crímenes que acabo de listar. ¿Por qué quienes protestarán mañana no protestaron antes, ante las provocaciones y los asesinatos previos? ¿Por qué los comentarios sobre el conflicto árabe-israelí comienzan con tanta frecuencia en el segundo capítulo?

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23.3.11

Hecha la ley

Algo más sobre el Plan Lector

De todas las arbitrariedades que se pueden cometer a la sombra del Plan Lector, la más banal, pero también la más vergonzosa, es utilizarlo para convertir la obra propia en lectura escolar, servirse de él como mecanismo de autopromoción. Subrayarlo fue el objetivo de mi post anterior sobre el tema.

Por supuesto, alguien dirá (aunque nadie lo ha dicho) que esa actitud es sólo un signo de preocupación activa y de entrega a una causa: autores que ofrecen sus propios libros para la lectura de decenas de miles de colegiales.

Pero otros percibimos detrás de esa actitud, en el mejor de los casos, la terrible arrogancia de personas que suponen que la iniciación literaria de los peruanos debe darse en la lectura de los libros que esas mismas personas han escrito. En el peor de los casos, se trata de un asombroso ejercicio de autopublicidad: no en vano una de esas dos personas es un conocido publicista y la otra, un amante del autobombo.

Por supuesto, el Plan Lector permite otras indecencias: muchas editoriales no ofrecen a los colegios los materiales que juzgan trascendentes para la educación de un niño o un adolescente en la lectura, sino los libros que les sobran, los remanentes no vendidos de cualquier cosa que se les haya atascado en el almancén.

El Plan Lector no es, para esas editoriales, un proyecto de formación pedagógica en la lectura, sino una tabla de salvación para cuadrar los inventarios y borrar los rojos del balance anual. Los estudiantes y sus padres no son, para esas editoriales, sujetos de un proceso educativo, sino compradores de baratijas sobrevaluadas.

Hay editoriales que encargan la composición de libros especialmente destinados a ser vendidos mediante los mecanismos del Plan Lector: algunos pocos son valiosos; otros son libros de pésimo nivel, elucubrados por escritorzuelos que los componen ex profeso y por montones y que no son creadores ni estudiosos ni pedagogos, sino escribidores a destajo.

Hay editoriales que consiguen que ciertos autores --comprometidos con lo que piensan que es un plan de divulgación literaria o científica-- cedan los derechos de sus obras, o parte de esos derechos, sin darse cuenta de que la editorial está medrando más de lo habitual, haciendo un negocio redondo que, como se ha visto en informes periodísticos, puede incluir coimas, sobornos y arbitrarios sobreprecios.

Todo eso es consecuencia de la puesta en marcha de un mecanismo pésimo, el Plan Lector, que permite que el contenido de las lecturas colegiales de los niños y adolescentes peruanos se construya más en la dinámica del negocio editorial que en la del aprendizaje, más en la venta o la "colocación" de libros que en los contenidos de esos libros, mucho más en la promoción negociante que en la pedagogía.

De hecho, cualquiera que quiera discutir el basamento pedagógico del Plan Lector se encontrará con un vacío absoluto: no hay nada que discutir, porque el Plan Lector no tiene fundamento educativo, sólo páginas y páginas de documentos arbitrariamente diseñados por las mismas personas que ahora aprovechan ese vacío para vender cebo de culebra a millones de familias que, así, invierten lo poco de que disponen para libros anualmente en comprar libros sin orden ni concierto.

Por supuesto, nadie habla de eso ahora: hay una campaña electoral llegando a su fin, y en esa campaña la educación ha sido apenas objeto de pasajeras ofertas sin sustento, y no de debates, porque, claro, pocos peruanos son capaces de vincular al gobierno con la promoción cultural y de habilidades intelectuales.

¿Acaso no habría que proponer alternativas?

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11.3.11

Wells y los taxidermistas

Racismo, supremacismo y delirio de grandeza

Hay un cuento de H.G. Wells en el que un maestro taxidermista le cuenta a un colega principiante las cumbres mayores de su carrrera y, a la rápida, en su enumeración, menciona haber momificado "el cadáver de un negro", disponiendo los dedos del muerto de manera tal que le sirvieran para colgar sombreros y abrigos.

Ninguna otra alusión racial hay en el relato, ningún comentario que haga figurar al personaje ni como un racista culposo o culpable ni como un racista activo y programático. Es simplemente inconsciente de su racismo. Tampoco el narrador del cuento (que es su interlocutor en la conversación) lo objeta o lo critica.

Las enumeraciones continúan: el taxidermista ha falsificado animales, componiéndolos con partes de otros; ha construido una sirena; ha fingido especies nuevas; ha hecho, incluso, seres fantásticos, con tal agudeza de talento y sutileza de detalle que los especímenes han ido a parar a museos de zoología sin que experto alguno distinga la mentira.

En el momento cumbre de su carrera, el taxidermista ha creado un animal enteramente, componiéndolo de partes unidas con tal maravilla de realismo que, en efecto, el resultado ha sido, ya no una falsedad, sino una bestia flamante, nueva, verdadera: el sujeto es otro moderno Prometeo, un doctor Frankenstein, orgulloso de su concebida criatura.

Entonces uno descubre el valor de la referencia previa, de esa línea rápida que delataba el racismo del personaje: la megalomanía del alucinado que se siente un semidiós involucra también el complejo de superioridad que sustenta su racismo. En la base del delirio del suplantador de Dios está la banal creencia en una jerarquía en la que unos seres humanos son intrínsecamente superiores a otros, y los seres a los que cree inferiores son poco más que animales u objetos ante sus ojos.

La creencia en la posibilidad de crear un ser perfecto implica la creencia en la superioridad del creador sobre los demás: es su deicidio, la falsedad de su egolatría. (Su creación no tiene que ser un ser tangible, una entidad de carne y hueso, ni siquiera un elaborado concepto de Ser Superior --o de ser humano superior--: es siempre una pura proyección ideal de lo que entiende como sus propias virtudes).

Es en ese terreno donde brotan las segregaciones: el espíritu de discriminación es siempre una voluntad de afiatar la fantasía de superioridad. Pero esos suplantadores de Dios, nos dice Wells, no son dioses; son, a lo sumo, taxidermistas: la criatura superior de su imaginación es un ser muerto, un despojo, una apariencia. El supremacista, como todo racista, es un obnubilado y un delirante.

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7.3.11

El plan combi

Javier Arévalo, ReCreo, el Plan Lector

Por siglos (aunque no tantos) se ha hablado de la relación temprana entre un niño y los libros como el más elemental fundamento para una actitud intelectual válida y constructiva en el futuro. Eso se convertirá en una verdad sólo parcial tan pronto como el libro sea reemplazado por algún otro instrumento de lectura, pero parece más o menos indiscutible hoy.

¿Con qué libros se debería iniciar la relación? Las respuestas de los pedagogos, al menos en el campo de la literatura, son disímiles y múltiples y a veces contradictorias: se debe comenzar por lo más familiar y cercano, para mostrar al niño que los libros hablan sobre su propio mundo; o por lo más extraño y distante, para que se descubra la diversidad y se acelere la imaginación de lo desconocido; o por lo más canónico, para sentar las bases de una apreciación estética coherente; o por lo más simple, para no aturdir; o, acaso, por lo relativamente complejo, para activar desde temprano la capacidad de análisis y raciocinio.

El escritor Javier Arévalo tiene un plan distinto a todos esos. Tiene la atendible idea de que esos libros deberían ser peruanos, la arbitraria noción de que deberían ser contemporáneos, el inquietante capricho de que deberían ser de sus amigos y la aterradora ocurrencia de que deberían ser los suyos.

Desde hace pocos años, Arévalo, asociado con el publicista Gustavo Rodríguez, maneja un proyecto al que ha llamado ReCreo, una suerte de misión de difusión librera, con un fondo editorial aparentemente financiado por la editorial San Marcos, y que explota las posibilidades del Plan Lector, que es la norma estatal que rige los programas de lectura en los colegios peruanos.

El papel de Arévalo en el Plan Lector y sus alrededores es en apariencia omnipresente. Si aceptamos sus propias declaraciones, Arévalo diseñó el Plan Lector, lo promovió y lo llevó hasta la aprobación y la institucionalización. Luego creó el proyecto ReCreo, originalmente concebido a pedido de la Editorial San Marcos, que aún hoy, en su website, coloca los libros de ReCreo como propios, y que es una de las editoriales denunciadas por sus negociados y sobornos en relación con el Plan Lector en un reciente informe de Panorama. Por último, a través de ReCreo, Arévalo edita sus propios libros (y los de su socio Gustavo Rodríguez, junto a obras de otros autores) para convertirlos en lectura escolar.

Redondeando la cuenta: Arévalo produjo una ley que hoy le sirve para tener una audiencia cautiva y numerosa de lectores para sus propios libros, lo que no sólo le deja una ganancia a San Marcos y a ReCreo (entidad que además recibe donaciones) sino que curiosamente convierte a un escritor secundario como él en lectura escolar. Se entiende por qué Arévalo cuenta con tanta alegría en entrevistas su relación con la hoy denunciada editorial San Marcos ("tengo una alianza con San Marcos", explica, en una entrevista).

Dice Arévalo: "ellos financian la impresión de los libros, manejan el stock, y sus vendedores venden los libros como cualquier otra editorial. Por nuestra parte, nosotros manejamos la Escuela de Desarrollo, que es el objetivo de Recreo". El informe de Panorama nos permite saber exactamente cómo es que la editorial San Marcos "maneja el stock" y cómo es que "sus vendedores venden los libros".

Por su parte, la "Escuela de Desarrollo", que pretende ser un proyecto de difusión didáctica, no es sino la fuente de los beneficios complementarios que ReCreo ofrece a las escuelas: cursillos sin mayor estructura ni fundamento pedagógico alguno, que, al carecer de cualquier tipo de base teórica, se reducen a la función de convertir a los niños en lectores de los libros que a Arévalo le provoque; en más de un caso, esos libros son los mismos que él escribe.

Uno puede rebuscar una y mil veces las cosas que Arévalo ha dicho y escrito sobre la filosofía de su Plan Lector y su proyecto ReCreo y en ninguna parte encontrará una sola reflexión inteligente acerca del valor intelectual de la lectura, la importancia de la imaginación literaria y la formación en el universo de los libros y del saber en general, o la necesidad de incitar la curiosidad reflexiva a través de la investigación.

Todo lo que Arévalo atina a decir es que leer debe ser una diversión y que hay que leer cosas que resulten entretenidas. En una entrevista, incluso, declara que leer libros de Paulo Coelho en las escuelas es más aconsejable que leer libros más complejos que puedan resultar "aburridos". Recordemos: hay niños peruanos cuya relación con los libros depende en enorme medida de la persona que afirma cosas como ésa.

Como consecuencia de ello, la lista de libros que ReCreo lleva a los colegios incluye a autores como Pedro Salinas, Beto Ortiz, Dante Castro, Guillermo Thorndike o Mario Suárez Simich, además, como digo, de los directores del proyecto, el mismo Arévalo y Gustavo Rodríguez.

El Plan Lector es un ejemplo perfecto de lo que sucede cuando la supuesta solución a un asunto crucial (en este caso, la columna vertebral de la formación intelectual en la escuela) se diseña a partir de ideas torpes, con expectativas miopes, sin trazarse ningún objetivo intelectualmente relevante y, además, sin conocimiento profesional; en resumen, desde la ignorancia. El Plan Lector deja la educación de los niños y adolescentes peruanos sin brújula y en manos de negociantes inescrupulosos. Pero eso no es todo.

El informe de Panorama hace evidente lo que todos siempre supieron: que el Plan Lector es un caldo de cultivo para todo tipo de delito comercial y está a kilómetros de solucionar, siquiera parcialmente, el problema de la pobreza lectora en el país. Pero sería tonto suponer que ese es el único defecto del Plan Lector; no es así, y la solución al problema no es únicamente judicial o policial.

El Plan Lector es, en la práctica, el abandono de cualquier aspiración de hallarle un sentido relevante a la lectura y a la reflexión intelectual en el colegio. Es la versión editorial de la "liberalización" del transporte público que ofició Fujimori en la década pasada: las editoriales circulan hoy por las escuelas con la misma brutalidad con que las combis circulan por la ciudad, sin orden ni concierto, sin una dirección predecible, sin someterse a un plan que les dé una lógica general.

El resultado más grave: hoy en día un niño puede salir del colegio confundiendo la literatura, los libros, la cultura, la intelectualidad y la imaginación con los libros de Beto Ortiz, Gustavo Rodríguez o Javier Arévalo. Si eso es posible, estamos muy mal, mucho peor de lo que el informe de Panorama nos permite percibir.

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6.3.11

Vuelvo

En mi calidad de padre...

La larga pausa de este mes en Puente Aéreo ha tenido el mejor de los motivos: el 16 de febrero nació mi hija Zoe, un buen tiempo antes de la fecha en que la esperábamos, como quien quiso adelantarnos la alegría a mí y a su mamá, mi esposa, Carolyn Wolfenzon.

Y, claro, Zoe nos ha hecho inmensamente felices y al mismo tiempo ha robado toda mi atención. Pero desde esta semana vuelve el blog a su ritmo normal, es decir, al ritmo al que me conduzca el azar, que, espero, no será muy diferente del que ha tenido en los (ya más de cinco) años anteriores.

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