30.9.07

Camilo Marks sobre Daniel Alarcón

Observaciones sobre una crítica desafortunada publicada en El Mercurio

En El Mercurio de Santiago, el crítico Camilo Marks ha publicado hoy una reseña enconadamente negativa de la novela Lost City Radio, del narrador peruano-norteamericano Daniel Alarcón.

Iván Thays ha señalado en su blog Moleskine Literario los extremos de arbitrariedad que parecen dar forma a dicha reseña: en su comentario, dice Iván, Marks luce ofendido a priori por la fama de Daniel, y da la impresión de derivar sus opiniones a partir de ese rechazo, antes que a partir de su comprensión de la novela.

De hecho, la crítica de
Marks no expresa ningún indicio de comprensión del texto que comenta. Marks solo alcanza a decir que los conflictos narrados le resultan "difusos hasta lo ininteligible" y que el propósito de la novela no es claro.

Eso amerita una explicación de parte del crítico: ¿cuál es el propósito que debería, a su juicio, albergar la novela? ¿El hecho de que él confiese no entender el libro es suficiente para juzgar el libro como malo o es, más bien, una razón para juzgar a Marks un crítico incompetente?

Resumo el punto: un libro puede ser, en efecto, gratuitamente difícil, complicado sin razón, o puede ser simplemente inconducente o carecer enteramente de coherencia. Y Daniel Alarcón, por cierto, como cualquiera otro de sus colegas, puede escribir un libro así. Pero afirmar todas esas cosas sobre una novela amerita explicar en qué se funda la observación. De lo contrario se está fijando un estándar insusitado: malo es lo que no sea entendido por la mente de Camilo Marks.

Para saber qué tal funciona la mente (profesional) de Camilo Marks (como crítico) no necesitamos una tomografía: basta con lo que podamos intuir de ella cuando la vemos funcionar: un crítico debería ser, siempre, como mínimo, capaz de explicarle a sus lectores de qué trata el libro que comenta, cuál es el entramado ideológico de ese libro y cómo es que el libro tiene o no tiene éxito en su construcción.

Marks no lo hace. Él simplemente declara al libro fallido en todos y cada uno de sus aspectos, desde el fraseo hasta la estructura argumental. Su trama le parece absurda --a pesar de que la historia del programa de radio que Daniel cuenta en la novela es, como sabemos los peruanos, real--, pero no explica qué tiene de absurda. Le reclama a la novela una supuesta debilidad de la intriga, pero olvida que la intriga no es un requisito de toda novela y no sé si no comprende o no quiere hacer notar que Lost City Radio no es una novela ni de suspense ni de misterio ni de intriga.

Eso no es todo. Marks no siente la menor necesidad de reconciliar su afirmación de que la novela es "estilísticamente pobre" con el hecho de que él la esté leyendo en una traducción: sin el mínimo rigor de contrastar el texto traducido con el texto original de Alarcón, Marks enjuicia la novela a partir de su derivación al español: llega a hablar de las "volteretas sintácticas" de Alarcón, por ejemplo, sin tener la más remota idea acerca de cuáles son las transformaciones que la traducción pueda haber operado en la sintaxis del texto primario.

Cuando Marks enumera los defectos del libro, incluye entre ellos "el tono futurista y apocalíptico del argumento". Uno se pregunta: ¿es que cuando un novelista escribe una historia futurista y apocalíptica, una historia distópica, como Lost City Radio, no puede hacerlo con tono futurista y apocalíptico? ¿Será lícito, a juicio de Marks, escribir novelas de amor románticas, o novelas de aventuras con tono aventurero?

Por último: Marks dice, en su párrafo inicial, lo siguiente:

"L
a pseudoglobalización, expresada en productos provincianos, locales, cerriles, está, en la práctica, forzando a muchos autores a escribir en inglés".

Y de inmediato pasa a disparar los gazapos antes mencionados. Marks, por respeto a sus lectores de El Mercurio, debería anotar que Daniel Alarcón, quien vive en Estados Unidos desde que tenía tres años, ha hecho todos sus estudios escolares y universitarios en inglés y el inglés es, simplemente, su idioma literario. ¿Cuál es el afán de pintarlo como alguien obligado a escribir en una lengua ajena? (¿Cómo podría un escritor escribir en una lengua que le fuera realmente ajena?). Peor aun: ¿por qué insinuar un interés comercial (interés en una "mayor difusión") en la "elección" del inglés?

Si Alarcón le rompe los esquemas a Marks con su bilingüismo, habrá que ver cómo reaccionará el crítico el día en que descubra la existencia de Conrad o Nabokov. O de su compatriota Vicente Huidobro. No lo digo con ironía: Marks se sorprende, entre otras cosas, del hecho de que Alarcón sea considerado una promesa de las letras norteamericanas y también un hallazgo de la narrativa peruana. Eso lo delata: Marks entiende el concepto "norteamericano" y entiende el concepto "peruano", pero el concepto "peruano-norteamericano" le resulta de una complejidad desconcertante, lo apabulla y le provoca cortocircuitos.

Ahora bien, teniendo eso en cuenta: ¿será de verdad "malo" todo aquello que no sea entendido por la mente de Camilo Marks?

Fotomontaje gfp.

El comuntarista

Programa para una nueva clase de crítica

Si queremos abolir el autoritarismo intelectual de raíz, debemos abolir ciertos oficios y ciertas actividades que lo representan, y abolir simultáneamente, así, a los individuos que desempeñan o ejercen esos oficios y actividades.

Por ejemplo: debemos acabar con la crítica literaria, la crítica cinematográfica y la crítica de las artes plásticas, porque es sabido que quienes las ejercen son siempre sin excepción artistas frustrados que se empeñan en vengar su aridez a costa de la obra de quienes son más creativos que ellos (lo que ocasiona una forma de autoritarismo doblemente atroz por ir contra natura).

Además, es sabido que la crítica es una institución esotérica, construida sobre un lenguaje arcano y hermético que en el fondo no dice nada, se adorna de complejidades falsas y se pierde en juegos gratuitos. Y, como si eso fuera poco, su objetivo final es inútil e inalcanzable pues, como afirmó el filósofo desconocido, "sobre gustos y colores no han escrito los autores".


En la misma vena, debemos quizás evaluar la posibilidad de acabar con el comentario noticioso, el periodismo de investigación y los blogs políticos, al menos si llegamos a percibir en ellos, alguna vez, la intención de ingresar en la misma esfera intelectual (y por tanto nociva) en la que habitan los críticos antes aludidos.

En cambio, la crítica de televisión y el periodismo de espectáculos debe ofrecernos el modelo a seguir en el campo de las artes y las letras: el crítico ha de ser siempre una persona que, no habiendo nunca ejercido el oficio de sus criticados, ningún prejuicio tenga contra ellos; si, además, se trata de una persona que no haya recibido formación alguna en el campo, mejor: eso le evitará la tentación de caer en las complicaciones de la jerga especializada.

Esto podemos resumirlo en un axioma: no habrá problemas complejos allí donde no haya pensamiento complejo.


Mejor aun: en diarios y revistas, el crítico deberá ser substituido por un trabajador manual que pegue, sobre la página o sobre la pantalla, una reproducción de la carátula del libro "comentado" y a partir de allí deje todo en manos del público. A continuación, los comentaristas voluntarios (gente común, a la que podríamos llamar "comuntaristas"), sin esperar ninguna guía del experto (ya abolido) habrán de anotar sus impresiones.

No es necesario, tampoco, que sean impresiones sobre el libro. Podrán ser impresiones sobre la carátula o, acaso, sobre la fotografía del autor. Mejor aún, podrían ser impresiones generadas azarosamente o en función de intereses ocultos (los intereses ocultos de quienes no proceden de la élite académica son siempre más válidos, porque, al no estar mediados por la ideología ni contaminados por la aristocracia intelectual, por decirlo así, vienen del pueblo y van hacia él).

Abolida la figura del crítico, la literatura será un campo más democrático, a merced de la opinión popular, encarnada en la voz del comuntarista. De ese modo, la literatura será siempre más nueva y más original, pues para el comuntarista, que todo lo desconoce de corazón, todo será siempre novedoso y prístino.

El eventual exceso de complejidad de un autor, así, podrá ser sancionado rápidamente; la verticalización de la relación entre escritor y lector, encarnada en las literaturas oscuras, herméticas o difíciles, podrá ser igualmente detectada de inmediato y remediada acto seguido.

Imagen: The Critic, Herbert Cole.

Comentarios heterosexuales

(El negacionismo es una forma de asesinato)

Aunque no suelo publicar posts que sean sólo la reproducción de textos ajenos, a veces las circunstancias lo ameritan: Abelardo Oquendo ha colocado en su columna de hoy en el diario La República una de las prosas que conforman el libro Hechos inquietantes, del argentino J. Rodolfo Wilcock, y lo ha yuxtapuesto a las recientes declaraciones homofóbicas del presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, acerca de la inexistencia de homosexuales en Irán (como recuerda Oquendo, en Irán la homosexualidad se castiga con la pena de muerte: otro de los rasgos revolucionarios del "gran luchador antiimperialista").

Coincidentemente, yo no sólo acababa de publicar ayer, aquí, un comentario sobre el tema de Ahmadineyad, sino que, además, esta misma semana he leído el libro de Wilcock que Oquendo menciona: él, aparentemente lo ha leído en el italiano original (1992), del cual debe haber hecho la traducción que consigna en La República. Yo lo conozco en la edición en español de Editorial Sudamericana (1998), en traducción de Guillermo Piro.

Hechos inquietantes, o Fatti inquietanti, es una colección de prosas escritas a partir de noticias aparecidas en diarios (algo sumamente próximo, dicho sea de paso, al libro El imitador de voces, de Thomas Bernhard, del que les hablé hace unos meses; ambos son igualmente buenos).

Transcribo a continuación la versión que publica Oquendo:

Comentarios heterosexuales

Cuando se comenzó a discutir seriamente en Inglaterra la cuestión de la ley contra los homosexuales, en 1954, un viejo lord intervino en la Cámara y declaró que, aun cuando tenía ochenta y dos años, nunca, en toda su vida, había sido solicitado con fines amorosos por otro hombre: esto demostraba que el problema debía ser una pura invención de estetas y literatos.

Apenas publicado el informe Wolfenden (en el que se recomendaba atenuar los rigores de la mencionada ley) el informe fue comentado en el programa Debate, de la BBC, por dos conocidos parlamentarios, uno laborista y otro conservador. Ambos representantes del pueblo, que por lo general discrepaban en casi todos los temas en los que intervenían, estuvieron de acuerdo en que el proyecto de reforma era escandaloso y no podía ser aprobado por el Parlamento, pues significaba un paso tremendo hacia el reconocimiento de la decadencia británica. El diputado laborista confesó con orgullo que ignoraba todo lo relativo a la homosexualidad, ya que se trataba de un problema limitado exclusivamente a la clase aristocrática.

El empleado de la BBC que dirigía el debate le hizo notar que, según las estadísticas, el mayor porcentaje de homosexuales se encontraba entre los obreros del Lancashire. El diputado laborista sostuvo entonces, firme y violentamente, que ningún obrero es homosexual, diciendo que lo sabía por experiencia propia; la estadística era una mentira: se habían visto casos de estadísticas falsas.

(Sobre Wilcock he escrito alguna vez en Puerto Aéreo. Otros cuentos suyos pueden hallarlos aquí).

28.9.07

La revolución fascista

¿Es que cualquiera es un revolucionario en estos tiempos?

Sé tan poco de historia política, que soy incapaz de decir en qué momento los reaccionarios, los fascistas y los fascistoides empezaron a autodenominarse "revolucionarios" y se permitieron adoptar por completo el lenguaje de la izquierda, como si en ello no hubiera contradicción alguna. Pero está cada vez más claro que esa es la práctica común hoy en día en muchos lugares del planeta.

¿Recuerdan la homofobia del Che Guevara? ¿En qué se diferenciaba de la homofobia del presidente iraní Mahmud Ahmadineyad? En poco: para el Che los homosexuales debían desaparecer de Cuba; según Ahmadineyad, nunca han existido en Irán. Diferencia de matiz: la represión del primero era, sin duda, menos perfecta que la del segundo, pero el telón de fondo era similar: un rabioso conservadurismo.

¿Por qué llamamos revolucionario al Che y reaccionario al iraní? Es difícil entenderlo: el marxismo primitivo de Guevara era en gran medida una religión; la forma en que se entregaba a él era una fusión de aventurerismo suicida y devoción monacal. Como muchas otras religiones, la fe de Guevara era la esperanza de modificar la conducta privada de los hombres para luego modificar la sociedad a imagen de ellos.

Por eso la noción de "hombre nuevo" le resultaba imprescindible. Y la espina conservadora de esa idea es notoria incluso en la etiqueta: se trata del hombre nuevo; su primer rasgo es la virilidad del macho, la masculinidad indudable y la inclinación patriarcal. Detrás del discurso más abiertamente religioso de Ahmadineyad, ¿será tan difícil descubrir algo parecido? Claro que no, en absoluto.

¿Cuál es, a estas alturas de nuestra historia, el carácter revolucionario de políticos como Hugo Chávez o Fidel Castro? El primero, un caudillo trasnochado, no ha planteado siquiera alguna vez una propuesta de transformación social que se asemeje en algo a un principio revolucionario; el segundo, un verdadero dinosaurio, ya sólo será capaz de transoformar Cuba muriéndose. Sin embargo, ambos se llaman, a sí mismos y mutuamente, revolucionarios. Y no sólo eso: llaman revolucionario a Ahmadineyad.

Chávez dice de Ahmadineyad que es "uno de los grandes luchadores antiimperialistas de esta hora mundial". Ahmadineyad dice de Chávez que es "el gran revolucionario de América Latina".

A mí ese intercambio me resulta cómico, claro está, pero también esclarecedor: hace transparente el tipo de cosa que Chávez está dispuesto a condonar, promover y felicitar: de su admirado Ahmadineyad se sabe que ha reforzado la misoginia de su sociedad; que es un torturador y un asesino; que rutinariamente manda encarcelar y ejecutar a sus opositores sin siquiera buscar la excusa de algún tipo de delito; que no respeta la libertad de expresión de sus adversarios ni su libertad de reunión.

Es conocido también su antisemitismo, así como el hecho de que ha anunciado más de una vez el aniquilamiento de Israel ("porque eso ha prometido Dios y lo desean todas las naciones del mundo", ha dicho), y que auspició una conferencia mundial de negacionistas del Holocausto el año pasado.

¿Cuál de esas cosas lo califica como un luchador y un revolucionario? ¿Cuál de esas virtudes es la que a Chávez y a los chavistas les parece tan encomiable? ¿Por qué es tan fácil arrebatarle a la izquierda sus banderas y cómo es que tal cosa puede ser hecha con tanta impunidad por fanáticos ultraconservadores y por populistas mesiánicos por igual? ¿Será que ahora que las izquierdas de verdad han echado al abandono el término "revolución", o han extraviado la capacidad de aggiornarlo, son los conservadores y los reaccionarios quienes van a terminar de desemantizarlo con usos aberrantes?

PD: Ahmadineyad estuvo en New York hace unos días, participando en una conferncia de la ONU. Cierta organización de Columbia University lo invitó a dar un discurso, y el iraní acudió. El rector de la universidad, espantado ante el prospecto pero sabiendo que vetar a Ahmadineyad sería causa de un escándalo, fue a la conferencia y leyó un texto durísimo contra el visitante. Les dejo el video aquí, en dos partes (y si alguien quiere escuchar el discurso de Ahmadineyad, está aquí):




Fotomontaje gfp.

27.9.07

Kertész y El ojo que llora

Los "lugares de memoria" y la contribución fujimorista

El novelista húngaro Imre Kertész, que anda de viaje promocional presentado su autobiografía Dossier K, ha dicho en Barcelona, ayer, entre otras cosas, que lo que queda del campo de exterminio nazi de Auschwitz, en Polonia, donde él mismo pasó un tiempo recluido, se ha transformado en "un parque temático montado para el turismo".

Kertész
no critica el hecho de que Auschwitz se conserve y sea mostrado a los visitantes interesados en conocer la historia de la Shoa: por el contrario, lo que él objeta es la falsa monumentalización de Auschwitz, su deformación, el hecho de que las ruinas preservadas en medio de la verde pradera de la región sean una versión meliflua de la realidad.

Quienes quieran intuir esa realidad, dice
Kertész, deberían ir a otro campo, el de Birkenau, en el cual "todavía se muestra algo de lo que fue y se puede observar la irracionalidad al servicio de la muerte".

Es interesante la percepción de Kertész: lo que propone es no convertir las ruinas en simbólicas, no pasarlas por el tamiz de la interpretación, no transformarlas en versiones líricas o épicas de la realidad, sino preservarlas tal como fueron, para leerlas, por decirlo de algún modo, literalmente.

Quienes, inspirados en los escritos del francés Pierre Nora sobre los "lieux de mémoire" (los "lugares de la memoria"), defienden la monumentalización de ciertos espacios en función de su pasado histórico y sus posibilidades de volverse estímulos de una memoria comunal, tienen, pues, en Kertész, una suerte de relectura realista de esa misma noción.

En el Perú, dicho sea de paso, no hemos adoptado ni un camino ni el otro, y tenemos problemas incluso para lidiar con los objetos puramente simbólicos que hemos creado para perennizar el recuerdo de nuestra propia violencia: hemos visto una larga sucesión de polémicas en torno a la construcción de "El ojo que llora", espacio público que es obra de la artista plástica Lika Mutal y que constituye, hasta cierto punto, la edificación de un "lugar de memoria" (en tanto que su espíritu es el de "preservar lo invisible a través de lo visible", como quería Nora), aunque en este caso no se trate de la perenniazación de un escenario histórico.

Personalmente, mis mayores objeciones al monumento no son éticas, sino estéticas y acaso de discurso: "El ojo que llora" me resulta de un patetismo simplificador (algo influye en ello el hecho de que el monumento siga la estética estándar de otros similares levantados en otras partes del mundo) y su sentido me parece inapropiado; me da la impresión de ser el símbolo de un proceso de duelo inacabable, eterno, y no, precisamente, el de un duelo que sea proceso, es decir, que conduzca a algo.

Y también me incomoda el contraste extremo entre, por un lado, la despersonalización implicada por la figura de ese ojo sin cuerpo, y, por otro, la individualidad de las víctimas expresada en la inscripción de sus nombres en las piedras: como si la idea detrás del monumento fuera que, si bien es posible identificar a las víctimas, no es posible, en cambio, identificar ni a los responsables ni a los culpables ni, siquiera, a los dolientes.

Dicho esto, debo añadir que la intención de levantar el monumento me parece loable, que mis objeciones no comprometen mi admiración por quienes plantean la memoria de la violencia como un ejercicio necesario, y, por último, que la actitud de sus destructores, la rapiña fujimorista, los retrata fielmente: el fujimorismo ha sido desde el principio, esencialmente, un impulso de disolución, un atentado contra cualquier principio de cohesión social y de solidaridad en el Perú, y un impulso autoritario, violento y apabullante.

Contra su voluntad, quienes atentaron contra el "Ojo que llora" días atrás han añadido al monumento una capa más de sentido, que estaba ausente al principio, y que nos permite recordar una cosa adicional: que no sólo el terrorismo es violento, que no sólo la guerra fue violenta, que hay muchas formas de violencia latentes todavía en el Perú y que el sistema jurídico peruano y los actores civiles de nuestra sociedad tienen en sus manos --en los meses próximos, durante los juicios a Fujimori-- la posibilidad de acabar con, al menos, una de sus manifestaciones más lamentables.

25.9.07

¿Con cuál Godard se queda usted?

Una polémica carta de Isaac León Frías sobre el cine y la crítica

Del mundo de la crítica literaria quiero pasar por un instante al de la crítica cinematográfica, un universo que --incluso en el Perú, un mercado pequeño y de producción contraída-- se ve siempre severamente influido y condicionado por el extraordinario peso económico que tiene el cine en tanto industria.

En el blog Páginas del Diario de Satán, que administra el crítico y maestro universitario Ricardo Bedoya, se publicó hace unos días una polémica carta de Isaac León Frías --quien es, como se sabe, otro conocido crítico local--, acerca, precisamente, de los peligros de esa influencia: la de la industria sobre la prensa especializada, la de la empresa privada sobre el juicio estético y artístico, la de los intereses económicos sobre la independencia de la crítica.


La carta alude, por cierto, a un caso en particular: el de la revista Godard!, y hace acusaciones que no son desatendibles. El texto de León Frías está dirigido a los señores Juan José Beteta y Gabriel Quispe, dirigentes de la Asociación de la Prensa Cinematográfica.

Aunque la carta alude a un asunto en particular (acusa a los miembros de la revista Godard! de una proximidad incómoda con una distribuidora americana que opera en el Perú, y sugiere (o denuncia) la intención de Godard! de prestarse a un juego de copamiento del mercado cinematográfico peruano), a mí me interesa más el lado crítico del texto: la afirmación de que Godard! ejerce una suerte de crítica seudo iconoclasta, detrás de la cual se esconde un evidente conservadurismo estético e ideológico.

Es interesante porque creo que, en verdad, la seudo iconoclasia como ornamento para un conservadurismo esencial es un rasgo muy repetido en la crítica de las artes peruanas en general (incluyendo la literatura) y, yendo mucho más allá de Godard! y otros casos cercanos, también lo es en nuestra política: ¿qué mejor ejemplo que la falsa iconoclasia enteramente burguesa del fujimorismo, o la falsa inconoclasia por completo reaccionaria del humalismo, o la fingida iconoclasia, autoritaria y anacrónica, del aprismo?

Copio debajo la carta de Isaac León Frías.

(Fotomontaje gfp)

CARTA A LA ASOCIACIÓN DE PRENSA CINEMATOGRÁFICA (APRECI)

Apreciados Juan José y Gabriel,

Ayer le envié una comunicación a Gabriel sobre este tema y, pese a no haber recibido aún la respuesta, y dada para mí la importancia del asunto, les escribo a los dos e incluso les solicito que este texto sea leído o comunicado a los asociados de APRECI.

El día de ayer martes 18 por la tarde, en una función promocional de la empresa Warner Bros. dirigida a los estudiantes de la Universidad de Lima, se infiltró (otro nombre no tiene) un grupo de redactores de la mal llamada revista
Godard (qué culpa tiene Jean-Luc de que se use su apellido de modos tan innobles), en una típica operación de "caballazo", para supuestamente presentar la revista y hablar sobre la comedia musical contemporánea. No es la primera vez que los responsables de esa revista, al no ser invitados, se meten por las ventanas, sorprendiendo, medrando a través del aprovechamiento y la operación calculada, en busca de favores y notoriedad. Aclaro que se trataba de una función que formaba parte del marketing que la empresa Warner realiza y que cuenta con la aprobación de la oficina de Imagen Institucional de la Universidad, una función ajena a la programación habitual de la sala Ventana Indiscreta. ¿Qué tenía que hacer la presentación de una revista, anunciada además el día anterior, en una proyección promocional de la Warner?

Es muy revelador que esa presentación solapada, revelada casi a última hora, se ampare en una función promocional de una empresa distribuidora norteamericana. Ya era bastante sintomática la ausencia de casi la menor referencia al estado de la distribución y la exhibición cinematográfica del país en las columnas periodísticas en que han escrito o escriben los responsables de Godard y en las mismas páginas de esa revista.

Esa publicación nació con la pretensión de cuestionar el estado de cosas imperante (el cine peruano, la crítica de cine en Lima, el cine en general) y qué cosa es lo que ha hecho. Más allá de una posición adjetivada en contra de las películas locales (consideradas "aberrantes" en el primer número) y de las bravatas hacia algunos críticos mayores, nada de renovador o novedoso se podía encontrar en esos primeros números supuestamente combativos. Ni una propuesta distinta de metodología crítica, ni una nueva mirada sobre el cine. No se ocuparon de evaluar las condiciones en que se hacía y se veía cine en el Perú ni formularon la menor propuesta alternativa frente a esa crítica que denostaban. Ya desde ese entonces se advertía una visión tradicional, más bien conservadora si se la compara con la de los críticos con más años de ejercicio. A un acercamiento ponderado y con diversos matices valorativos sobre la obra de Stanley Kubrick publicado en la revista
La gran ilusión, replicaron ofendidos, como si se tratara de un tótem, de un intocable. Esa visión sacralizada se ha ido agudizando con el paso del tiempo y de incendiarios de la boca para afuera han pasado a ser absolutamente funcionales para el statu quo. Por ejemplo, después de haber despotricado de las películas de Lombardi, hacen una selección de las 10 mejores peruanas, incluyendo nada menos que tres películas de ese realizador, en una operación de inconsecuencia escandalosa y flagrante y como si nada hubiera cambiado. Por lo visto, no se les mueve ni un pelo.

Pero, además, ha ido en aumento la exaltación y la alta calificación de películas del
mainstream hollywoodense, tratadas como si fueran los exponentes más avanzados del séptimo arte, mientras que jamás han llamado la atención sobre esos films que se descartan sistemáticamente para su exhibición comercial en el Perú, incluso después de que los trailers han sido exhibidos (uno de los últimos ha sido el español Alatriste, precisamente excluído por la misma Warner a la que celebran) Hay que ver la cantidad de estrellas que prodiga quien tiene a su cargo la crítica en la revista Somos, levantando a diestra y siniestra, cual monje Silas (el de El código Da Vinci) de la crítica local, las supuestas profundidades espirituales de bodrios del tipo El exorcismo de Emily Rose. Godard, por su parte, con nuevos redactores que entran y salen, algunos de los cuales seguramente son ajenos a las maniobras de los responsables, luce ahora amansada, domesticada, sin el menor atisbo de esa vehemencia que, aunque torpe, despistada y desinformada, exhibía en sus primeras entregas, cuando ese acento promocional no era tan descarado como el que se muestra ahora en esa combinación de celebraciones y silencios.

Por eso, la presentación de ayer ratifica lo que ya venía manifestándose en los últimos números, una suerte de compromiso (no se si explícito o tácito) de un grupo que se presenta como independiente y las empresas de distribución, en especial las transnacionales. Me extraña que, en esas condiciones, una
Asociación de Prensa Cinematográfica pueda acoger en sus filas a quienes, obviamente, no se encuadran dentro de la crítica independiente y este es un asunto especialmente serio. La crítica de cine, como cualquier otra, es independiente o no lo es y prestarse al juego de una operación de marketing empresarial compromete gravemente tal independencia, más aún cuando los antecedentes de los responsables de esa publicación revelan una tendencia inequívoca a levantar películas de esas distribuidoras. Véanse las columnas de Somos y las páginas de esa revista. No ha habido ni hay el menor cuestionamiento al estado de una distribución-exhibición penosa que se vive en el país y en este último año de manera clamorosa. En muchos años la cartelera no había caído tan bajo como en el 2007. Sin embargo, escriben como si estuviéramos en el mejor de los mundos, con una manifiesta complicidad con las compañías transnacionales. Hay quienes dirán que eso es legítimo, que es una opción que puede ser escogida ¿No es acaso lo que hace Bruno Pinasco? En efecto, es una opción legítima, pero que se manifieste como tal, que no se encubra en la doble cara de una publicación al servicio de la industria que pretende no serlo y que se disfraza de independiente, valiéndose entre otras cosas de la apelación a cineastas marginales o ajenos a las pantallas locales.

En la línea de lo anterior, no ha aparecido nunca la menor referencia al que se supone es el mentor intelectual o creativo de esa publicación. Porque, claro, es una revista raigal y profundamente antigodardiana. La trayectoria de Jean-Luc Godard representa (antes y ahora) la negación absoluta de esa revista, que es cada vez más la claudicación de la función crítica y el acomodo a lo que les resulte favorable. Es casi un sarcasmo, una burla cruel, además de un desatino y una estafa, que una publicación de tales características lleve el nombre de uno de los creadores más independientes e intransigentes del cine de todos los tiempos. No me cabe la menor duda de que terminarán elogiando películas peruanas que antes denigraban (como ya han hecho con algunas películas de Lombardi) si es que eso sirve a sus intereses.

Por esos motivos, me temo que el futuro de la
APRECI, de la que no son miembros buena parte de los que escriben en medios impresos, termine a merced de quienes como ellos saben muy bien cómo meterse por las ventanas. Ya uno de los responsables de esa publicación le hizo la pregunta y en público al mismo Klaus Eder: si es que los miembros de una revista podían ser los representantes de la FIPRESCI en el Perú. A eso sin duda apuntan y la capacidad de maniobra que demuestran puede terminar en la exclusión gradual de los críticos independientes o de quienes no estén alineados con ellos al interior de la APRECI. En esas condiciones, y con esa compañía, no creo que nadie, a no ser los que estén buscando la oportunidad de algún viaje, pueda querer asociarse a la APRECI. Mucho lo lamento por ustedes y por quienes como ustedes están en la APRECI por una vocación asociativa y gremial y por una afirmación de su condición de críticos ajenos a cualquier tipo de presión o acomodo.

Saludos cordiales,

Isaac León Frías

Lima, miércoles 19 de septiembre de 2007

Última vez

Pequeñas memeces del mundo literario

Héctor Ñaupari escribe versos, pero sabe tanto de crítica literaria como los escarabajos saben sobre entomología: nada. La diferencia es que los escarabajos no opinan. Y Ñaupari. Y peor aún: yo respondo. Pero esta vez mi respuesta será breve y será la última, y la dividiré en dos puntos para que sea más clara (a ver si ahora el señor la entiende).

1.
Ñaupari sigue sin responder las únicas preguntas puntuales que le he hecho sobre su exégesis del poema de Rossella di Paolo: el llamarme comunista no sólo constituye una reducción y una mentira, sino que además no hace que su lectura sea súbitamente explicativa y pertinente. ¿Las desapariciones son "cantos de sirena"? Oportunismo vergonzoso.

2. Esta afirmación de Ñaupari merece perennizarse en una vitrina con las demás Pequeñas Memeces del Mundo Literario:

"Si [
Rossella di Paolo] sostiene que esos versos son lo que más se acerca a lo que los compiladores le pidieron, no hay nada más que discutir".

En primer lugar, Rossella di Paolo admite que los poemas jamás fueron escritos con el tema de la violencia en mente. Eso sí que es un buen indicio, ¿no? Pero, además, es simplemente ridículo decir que la opinión expresa de un escritor sobre su obra es la interpretación definitiva del texto. Ñaupari es tan obtuso que ni siquiera se da cuenta de que al decir eso está diciendo que la crítica literaria bien puede desaparecer y ser reemplazada por un equipo de entrevistadores grabadora en mano. ¿Suena gracioso? Es que es una payasada.

Fotomontaje gfp.

24.9.07

Digno de él

Fujimori, García, Cipriani: ¿los reyes del trato digno?

Antes pensaba que la literatura era --así de simple-- un mundo mejor que el mundo real. Ahora sé que no: hay buena y mala literatura, y la mala puede ser peor que la realidad, incluso; pero, además, sé que hay buena y mala realidad, también, por decirlo de algún modo.

Y las nociones que me llevan a juzgar una novela como mala no se distinguen mucho de las que me hacen creer que una realidad es mala.


Tomemos por ejemplo el asunto de la dignidad de las personas: en principio, creemos que en un mundo real correcto y funcional, todas las personas tienen derecho a ser tratadas con la misma dignidad, y no importa para ello si la persona es un delincuente o un santo, un criminal o un héroe.

En una novela, igualmente, todos los personajes merecen poseer una cierta dignidad y ser retratados (es decir, puestos en el mundo) de acuerdo con ese principio.
La empatía del autor hacia todos y cada uno de sus personajes es, si se quiere, el equivalente de los derechos humanos dentro de los mundos ficticios: no es asunto relativo: todas las criaturas de la ficción merecen un autor (un dios) que las respete, tal como todos los seres humanos merecen que el resto de la humanidad (que es lo más parecido a un dios en el mundo real) los respete por igual.

Hace sólo un rato, leyendo el blog de Iván Thays, encontré ciertas declaraciones del novelista Norman Mailer, que, no por casualidad, en una misma entrevista ha hablado de su reciente convencimiento de que dios (o Dios) sí existe y del hecho de que él, Mailer, al escribir su novela más reciente, en la que cuenta la infancia de Adolf Hitler, sintió compasión por su personaje al componerlo sobre el papel. Compasión: empatía y afán de entendimiento. Hitler: lo más parecido a un monstruo que ha visto el mundo real.

Una novela escrita contra un personaje, hecha por una novelista que no sepa ponerse en los zapatos de todas y hasta la última de sus criaturas no puede ser buena ficción. En el caso del mundo real, claro, no tengo idea de cómo podría yo pedirle a dios una similar empatía: pero en vista de que el mundo lo creamos todos, día a día, supongo que nada de malo tiene exigirnos ese rasgo a nosotros mismos.

El tema es la dignidad, entonces. Y el personaje circunstancial es
Alberto Fujimori. El señor Fujimori exige un trato digno para él. La señora Keiko Fujimori, su hija, exige un trato digno para su padre el ex-presidente. El actual presidente, Alan García, asegura que su gobierno dará un trato digno al desprestigiado ex-presidente (de cuya existencia política, dicho sea de paso, García es creador, de modo que a nadie le compete más que a él sentir empatía por Fujimori: es su obra maestra). Hasta el obispo de Lima, el señor Cipriani, cómplice y confesor de la familia Fujimori, llama a tratar al prisionero con dignidad.

Pero, cuidado: lo que estas personas llaman dignidad no es lo mismo que yo llamo dignidad. Yo me refiero a algo que todos los seres humanos merecen, por el simple hecho de su humanidad; ellos, en cambio, se refieren a algo que hasta el peor de los criminales, como Fujimori, merece, no por ser humano, sino por ser un ex-presidente. Yo hablo de dignidad humana; ellos hablan de la dignidad de los poderosos; yo hablo de dignidad a secas, ellos hablan de la dignidad de los dignatarios. Yo hablo de una dignidad que iguala; ellos hablan de una que pone a ciertas personas por encima de otras.

La dignidad de verdad, la merecen, entonces, todas las personas (es inherente a ellas): incluso los criminales a los que Fujimori disfrazaba de rayas, exponía en jaulas, fotografiaba semidesnudos, lanzaba a calabozos congelados; incluso los presos a los que
Alan García bombardeaba, mandaba a quemar vivos, pasaba y repasaba por las armas. Y ciertamente también los campesinos a quienes Cipriani veía morir sin inmutarse mientras enseñaba que los derechos humanos eran una cosa relativa y que matar comunistas no era lo mismo que matar gente.

Es verdad, pues: se le tiene que dar a Fujimori un trato digno. Pero es bueno recordar que Fujimori y quienes hoy se llenan la boca hablando de dignidad, fueron y siguen siendo los reyes de la indignidad.

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Los motores del canon

Cuáles son los críticos más influyentes de nuestra historia

El canon de una tradición literaria se perfila desde muchas direcciones y a través de muchos impulsos: es en verdad un territorio tan complejo como el campo mismo de la hegemonía y las corrientes que lo atraviesan.

Uno de los haces de influencia más poderosos en ese choque lo representa el campo de la crítica literaria y los discursos, debates y tensiones que le dan forma.

En el Perú, los discursos críticos más influyentes se construyeron a principios del siglo pasado, cuando tomaron forma coherente las líneas maestras de nuestra crítica conservadora (con
Riva Agüero, por ejemplo) y de nuestra crítica socialista (con Mariátegui, a todas luces).

Uno tiene la impresión de que el discurso mariateguista dejó una huella tan profunda que ha atravesado la mirada política de la crítica peruana en general, incluso de la que no abraza las causas de la izquierda que propugnara Mariátegui (aunque habrá quienes digan que incluso Mariátegui es un crítico conservador, y que el verdadero espíritu de inclusión y apertura en nuestra crítica llega recién con Cornejo Polar).

También el conservadurismo y el tradicionalismo de
Riva Agüero permamecen vigentes, quizá no debido a él, sino como reflejo del conservadurismo y el tradicionalismo de Lima en tanto centro de los circuitos culturales peruanos. Hace unos días, el crítico Camilo Fernández Cozman propuso que aquí se hiciera una pregunta abierta acerca de cuáles han sido los críticos literarios más importantes e influyentes de nuestra historia.

Camilo
lo propuso como una encuesta y, de hecho, nos proporcionó una lista de candidatos. Yo he reducido significativamente la lista, y, aunque abro desde ya la encuesta para los votos de los lectores, me parece más importante ver si el tema puede generar una discusión interesante en el blog: ¿qué intelectuales han sido fundamentales en la formación de nuestra tradición crítica, y cuáles en la formación de nuestro canon?

(Por cierto, la encuesta estará, como siempre, en la barra de la derecha del blog. Incluye los nombres de
José de la Riva Agüero, Ventura García Calderón, José Carlos Mariátegui, Estuardo Núñez, Luis Alberto Sánchez, Alberto Escobar, Antonio Cornejo Polar, Julio Ortega, José Miguel Oviedo).

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23.9.07

El tamaño de la conchudez

¿Y quién juzgará al pastor espiritual? ¿Una corte de querubines?

Escuchar a Juan Luis Cipriani es como enfrentarse a un personaje-fantoche de novelón anticlerical: la caricatura del cura malvado, el sacerdote de caninos puntiagudos y perpetua caradura que vive o para el complot o para borrar las huellas del complot.

El cura malo de las novelas: el sacerdote exaltado que abusa del pobre Martín Romaña frente al altar de su propia iglesia; el ciego dos caras Jorge de Burgos que rocía de cianuro las páginas del libro prohibido de la comedia en El nombre de la rosa, y luego se sienta a escuchar los estertores de sus víctimas con gesto de santidad.

El cura que lanza maldiciones estrafalarias desde el púlpito, en medio de una hambruna general, en El matadero de Echevarría (tan parecido al de "El terremoto en Chile" de Von Kleist); el sacerdote hipócrita que predica la indolencia para asegurar la servidumbre ajena en El mundo es ancho y ajeno; el cura que pacifica a las mujeres para perpetuar su esclavitud en Los ríos profundos; el que desea de todo corazón, sólo por soberbia, que su rival arda en la hoguera, en "Los teólogos" de Borges.

El cura malo de la realidad: el que toma las ideas de la Iglesia sobre solidaridad, perdón y caridad para --trabalenguas de por medio, retorcimiento de por medio-- proponer la exculpación de los mafiosos, la reivindicación de los criminales, el borrón y cuenta nueva de la antigua dictadura.

Vean cómo lo explica el cable de RPP (radio de la cual el cura malo de la realidad, es decir, Juan Luis Cipriani, es colaborador), para que no piensen que yo lo estoy inventando:
"Al referirse a la extradición del ex presidente Alberto Fujimori, el cardenal Juan Luis Cipriani hizo un llamado a los peruanos a dejar de lado los odios, los enconamientos y las venganzas. “Es difícil, pero el país requiere de una mayor madurez”, sostuvo.


"El Arzobispo de Lima dijo que sólo nos debe interesar conocer la verdad. “Comprendo que es una tarea casi imposible, pero la verdad es lo único que beneficia y sana a la gente. Todo lo demás alborota los espíritus”, anotó.

"De otro lado, el Cardenal Cipriani citando a San Agustín animó a todos los fieles a que miren bien su corazón, porque ahí donde está nuestro tesoro está nuestro corazón. Señaló también que debemos pedir a Dios que nos dé un corazón que sepa amar y perdonar; pues la purificación del alma es una tarea de toda la vida".

Es decir, por enésima vez en su patética historia pública, Cipriani repite la fórmula de la pacificación espiritual tal como la entiende el perfecto cómplice de los mafiosos: la paz consiste en perdonar a los delincuentes siempre y cuando esos delincuentes sean nuestros aliados (y con más razón si esos delincuentes saben nuestros pecados como si ellos fueran nuestros confesores, y no al revés).

Recordemos las cosas que escribía Cipriani en los años 90, y quiero que noten qué distinta canción era la que cantaba esta persona en aquella época (pero qué parecida, en el fondo):
"Mientras no afirmemos con claridad que los derechos humanos no son unos valores absolutos intocables, sino que están permanentemente sometidos a los límites que les señalen unos ‘deberes humanos’, es imposible afrontar con eficiencia los males que padecemos, especialmente la inmoralidad en las funciones públicas y el terrorismo. Digámoslo de forma sintética: la mayoría de instituciones llamadas de ‘Defensa de los Derechos Humanos’ son tapaderas de rabo de movimientos políticos, casi siempre de tipo marxista y maoísta".
En esa época, Juan Luis Cipriani, el abogado del perdón universal, era el principal promotor de la implantación de la pena de muerte en el Perú. ¿Lo recuerdan?
"No podemos permitir que por el miedo, temor y cobardía de unos cuantos el país no apruebe la pena de muerte (...). No podemos temblar de miedo. El mundo cambia día a día y no a favor de los cobardes. Nos encontramos en una época de firmeza, claridad y hombría".
¿Y qué decía Cipriani sobre los estudiantes de La Cantuta asesinados?
"El caso La Cantuta está siendo utilizado políticamente y bajo el pretexto de la defensa de los derechos humanos se está dando el último intento de atropellar la libertad del pueblo peruano. Esa libertad que ya la hemos consolidado todavía encuentra pequeñas voces de peruanos que no tienen cariño a su pueblo y siguen creando dudas acerca de la integridad moral del ejército y las autoridades que gobiernan el país. Y esas dudas son una traición a la patria, por lo tanto no debemos permitir que se siga discutiendo, bajo pretexto de los derechos humanos lo que no es otra cosa que un último intento de atropellar lo que la mayoría de los peruanos gozamos en este momento: la libertad"
En efecto: decía que el solo plantear que el caso fuera discutido y juzgado era "traición a la patria". Obviamente tenía que decirlo: Cipriani fue siempre un socio de Fujimori. Y ahora sigue siéndolo. No está de más recordar la cercanía de esa relación, quizá revisando pasajes del Informe fInal de la CVR, como este que sigue:
"Monseñor Cipriani aparecía muy cercano a los militares en Ayacucho, se desplazaba por el departamento junto con ellos en sus helicópteros, o acompañando al presidente Fujimori, el cual, en sus frecuentes visitas a Huamanga, a quien primero visitaba era a monseñor Cipriani, en cuya compañía realizó recorridos en helicóptero a diversos lugares del interior del departamento, en algunas ocasiones acompañados de representantes de la Cooperación Internacional y de organismos oficiales de diversos países, en explícito aval del Arzobispado de Huamanga al gobierno de Alberto Fujimori (Anexo 7). Las tomas de posición de Mons. Cipriani se fueron acercando al gobierno de Fujimori. Monseñor Cipriani manifestaba su apoyo a diversas decisiones del Gobierno en sus declaraciones y acompañaba a Fujimori en sus viajes por Ayacucho; lo invitó a encabezar con él la procesión de Semana Santa (LR. 11.4.93). Estas acciones aumentaron cuando fue nombrado arzobispo, en mayo de 1995. En otra oportunidad se vistió con un poncho igual al del presidente y lo acompañó a inspeccionar obras, ocasión en que Fujimori afirmó que él lucha por los derechos humanos de los campesinos y no de los terroristas, en presencia del representante de la Cruz Roja Internacional (EM 20.10.95)".
Del mismo Informe final de la CVR proceden las citas anteriores de este post.


Fotomontaje gfp.

22.9.07

Interpretaciones 2

Correspondecia con Rossella di Paolo sobre Memorias in santas

Luego de pedirle autorización a Rossella di Paolo, publico aquí los mensajes que he intercambiado con ella acerca de la polémica iniciada en torno a la inclusión de dos poemas suyos en la recopilación Memorias in santas: antología de poesía escrita por mujeres sobre la violencia política, cuya edición fue hecha por los poetas Roxana Crisólogo y Miguel Ildefonso.

(
Aprovecho para aclarar, por supuesto, que mi correspondencia con Rossella en nada la compromete con el texto Interpretaciones 1, que he escrito en relación con cierto artículo de Héctor Ñaupari).

PRIMER EMAIL DE ROSSELLA

Estimado Gustavo:
En Puente Aéreo recoges y comentas la opinión de Paolo de Lima sobre la presencia de mis poemas en la antología Memorias in santas. Así como a Paolo le reenvié ayer la carta que el 11 de julio les escribí a Miguel y Roxana, y que hoy ha publicado en Zona de Noticias, te la hago llegar también a ti, esperando que ayude a entender la inclusión de esos dos poemas.
Un abrazo,
Rossella

Queridos Roxana y Miguel:
Me piden unas palabras para contextualizar los poemas.
"No hay retorno" es la angustia por la ausencia (o desaparición) de quien se ama; en otras palabras, la angustia del que se queda y sigue buscando o esperando al ausente, casi en delirio.
En "Las altas distancias", personas alejadas unas de otras que tienen la esperanza de un reencuentro.
Pienso que estos poemas pueden hablar a los que sufrieron al ver partir a los suyos a la guerra o a la muerte. A los que sufrieron al ver partir a los suyos a otras tierras, sea como desplazados, sea buscando oportunidades fuera del país. A los que se enrolaron escuchando "cantos de sirena". A los que no recuperaron los cuerpos de sus seres queridos. A los que se pelearon, pero anhelan un espacio de reconciliación...
Un abrazo grande,
Rossella

PRIMER EMAIL MÍO PARA ROSSELLA

Gracias, Rossella. Aprovecho para aclararte, aunque lo debes de haber visto ya en lo que escribí, que no he puesto en duda las cualidades de tu poesía, sino la pertinencia de esos textos en una antología de esa temática. Después de leer tu mensaje me queda la misma duda: también textos sobre el Holocausto o las Madres de Mayo o los desaparecidos por Pinochet o la rebelión de Atusparia o la de Túpac Amaru, y un larguísimo etcétera, podrían "hablar a quienes vieron partir a los suyos a la guerra o a la muerte". ¿Por qué no incluir cualquier (buen) poema sobre la distancia, la separación o el abandono que haya sido escrito en los ochentas o los noventas, en el Perú, por una mujer, dentro de la selección? Porque el libro se anuncia de manera muy específica: literatura "SOBRE la violencia política", y es muy distinto escribir sobre la violencia política que escribir algo que a posteriori pueda ser analogable al sentimiento de quienes más y más directamente la sufrieron.
Gustavo

SEGUNDO EMAIL DE ROSSELLA

Gracias, Gustavo, por tu respuesta.
Tienes razón en que esos poemas no hablan SOBRE la violencia, tal como anuncia específicamente el subtítulo, pero debo decir que cuando me invitaron a dar dos poemas, la carta no mencionaba el título ni el subtítulo que llevaría la antología. Se me dijo que el libro recogería "poemas enmarcados en la temática de lo que fueron los años de guerra interna que vivió nuestro país".
Al final de la carta se repetía "poemas que se enmarquen en esa temática" y se añadía "o sea afín", lo cual proponía, a mi entender, un campo de expresión más amplio que ese específico sobre la violencia con que finalmente se subtituló el libro.
Mi ánimo fue el de ofrecer poemas que pudiesen ayudar de alguna forma a las personas a situar su angustia ("No hay retorno"), y proponer luego una ilusión o una esperanza ("Las altas distancias").
Es evidente que lo vi hacia el futuro, o "a posteriori" como dices tú, no hacia atrás. Después de todo, iban a leerlos quienes están vivos, quienes sobrevivieron, y quienes están vivos desean, deseamos, entender y sanar.
Un abrazo,
Rossella

SEGUNDO EMAIL MÍO PARA ROSSELLA

Hola, Rossella.
Una pregunta: me gustaría colocar esta correspondencia (los tres mensajes) en el blog, para ilustrar mejor el tema y que no quede en el aire. ¿Te opondrías a que lo hiciera?
Gustavo.

TERCER EMAIL DE ROSSELLA

De acuerdo, Gustavo. No hay problema.
Saludos,
Rossella

Imagen tomada de aquí.

21.9.07

Interpretaciones 1

Sobre una lectura insostenible de Héctor Ñaupari

Jorge Luis Borges, para quien la escritura crítica y la creación eran un mismo ejercicio, imaginó a dos de sus personajes más censurables y bochornosos bajo la apariencia de dos lectores de literatura que no tienen el menor escrúpulo en inventar interpretaciones aberrantes para los textos que leen: uno es Carlos Argentino Daneri, el ridículo poetastro de "El Aleph"; otro es el fascista testaferro de Pierre Menard, que hace la absurda exégesis de los párrafos de Cervantes de los que su amigo se ha apropiado.

Coincidentemente, en ambos casos se trata de críticos circunstanciales que ven, uno en sus propios versos y otro en las palabras ajenas, sentidos que aniegan, desbordan y rebalsan el significado que es lícito encontrar en los textos interpretados: el primero les obsequia a sus poemas, en la lectura, una semántica que ellos no contienen, intentando engrandecer el mediocre cuadro original con el marco sobrecargado de su crítica; el segundo le impone a las páginas de
Cervantes el retorcimiento de una lectura que traiciona enteramente el sentido del Quijote: no por nada ese segundo personaje es un facho evidente: su ejercicio es el aplastamiento arbitrario y caprichoso de la palabra de los demás.

La elección de ese rasgo común para dos de sus criaturas más aberrantes es sintomática de la ética literaria de
Borges: en un universo que es una biblioteca inabarcable, en un mundo que es un infinito libro de arena, en un laberinto de mortales e inmortales para quienes la vida y la muerte son avatares de la lectura, pocas cosas son más oscuras y criticables que un lector que no es fiel a los textos, a los discursos y a los sentidos posibles, inteligibles, intuibles y probables de textos y discursos. Más aun quien los tuerce voluntariamente.

Los sosías de
Carlos Argentino Daneri y del narrador de "Pierre Menard, autor del Quijote" no son escasos: crecen en los árboles, a racimos, están por todas partes; en la academia abundan, fuera de ella merodean. Un fruto notable de esa cocecha es el poeta Héctor Ñaupari, y la joya de su corona (su corona de espinas) ha de ser "La libertad poética y sus enemigos", recolección de infundios, texto amorfo, parodia de sí mismo, que ha publicado por todas partes en la última semana, y en el que ensaya una lectura inverosímil de los dos poemas de Rossella di Paolo a los que me referí en un post pasado.

Tenía la intención de desmontar la lectura de
Ñaupari y de pronto me he dado cuenta de que no hace falta: viene desmontada, es una lectura peatona, no se sostiene sobre nada. En verdad, además, poco dice sobre los versos: les dedica dos párrafos e inaugura el primero con una perla desconsolada: tras citar dos versos de Di Paolo que aluden a la lejanía de un amante que ha partido de viaje ("pero los mapas desplegaron su canto de sirena / y te llevaron de aquí con fuerte encantamiento"), Ñaupari quiere imponerles un sentido arbitrario: los versos se refieren, dice Ñaupari, "de modo sublime a los secuestros y desapariciones ocurridos en ese infausto periodo de nuestra historia".

Nótese el absurdo: el poema de
Rossella di Paolo habla de "cantos de sirena"; Ñaupari sostiene que esa es una metáfora para aludir a los secuestros y las desapariciones: Ñaupari --y no Di Paolo-- dice que los asesinatos eran "cantos de sirena", es decir, eran engaños hermosos, seducciones, mentirosas atracciones.

Esa no es solamente una lectura errada, forzada y falseada de los versos: es una lectura irrespetuosa y oportunista: estamos hablando de una guerra real, aunque
Ñaupari parezca olvidarlo. Estamos hablando de más de 69 mil muertos. Que no murieron por haberse echado al mar como Ulises el encatado tras la voz de las sirenas: murieron abaleados, despedazados, acuchillados, incinerados. Ellos son los primeros traicionados por esa lectura insoportable. Y la siguiente traicionada es Rossella di Paolo, a quien Ñaupari atribuye un discurso que ella, poeta talentosa y persona inteligente, jamás podría ni defender ni siquiera sugerir.


Más lamentable incluso es el resto del artículo de Ñaupari: en seis párrafos abigarrados de prejuicios, en los que parece batallar con un ejército de enemigos a los que ni siquiera se atreve a nombrar, aunque en verdad solo combate contra las tinieblas de su propio desconcierto intelectual, Ñaupari sostiene, básicamente, que cualquiera que no encuentre en los poemas de Rossella di Paolo el sentido que él quiere ver en ellos, como poemas sobre la violencia política, es necesariamente izquierdista; y no cualquier izquierdista, sino un marxista-leninista; y no solo un marxista leninista, sino además un stalinista, un castrista, un maoísta (y, de paso, también un nazi), todo a la vez.

Curioso. Porque yo tengo entendido que si un rasgo comparten los stalinistas con los castristas, los maoístas (y, de paso, también los nazis), es el recurso a representar el mundo como si estuviera siempre dividido en solo dos regiones: la región propia, donde están los que siempre tienen la razón (llamémosle Ñauparilandia), y la región de las tinieblas, donde habitan todos los que no piensan como uno. También los senderistas pensaban así. Son las reducciones del fanatismo.


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¡Por fin!

Una razón para creer (eventualmente) en la justicia

Fujimori va a Lima, a encontrarse con los deudos de aquellos a quienes mandó a matar, o cuya muerte pasó por alto o justificó. Ya era tiempo.

La justicia tarda, sí, pero, en contra de lo que dice el lugar común, raras veces llega. Ahora, por lo menos, parece estar en camino.

Los criminales suelen frecuentar ciertos lugares de la sociedad: los palacios de gobierno y las prisiones son dos de ellos. Éste ya vivió en uno; lo espera el otro: ojalá pase allí mucho, mucho tiempo.

Justo anoche estaba escuchando una canción de Bob Dylan y la imagen de Fujimori y su socio el traficante de armas me pasó por la mente:

"I will follow your casket
In the pale afternoon
And I'll watch while you're lowered
Down to your deathbed
And I'll stand over your grave
'Til I'm sure that you're dead".

Por supuesto, no es cosa de desearle la muerte al jefe de los asesinos; pero haríamos bien en seguir al sujeto y cerciorarnos de que entre en una celda, y si es necesario pararnos en la puerta hasta estar seguros de que no salga de allí, si es posible, nunca más.

La noticia en el New York Times.
La noticia en el Washington Post
.
La noticia en El País
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La noticia en ABC
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La noticia en The Guardian.
La noticia en Bloomberg.com.
La noticia en Fon News (AP).
La noticia en CNN.
La noticia en Perú 21.
La noticia en El Comercio
.
La noticia en El Mercurio
.
La noticia en La Tercera
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La noticia en SwissInfo (Reuters).
Amnistía Internacional sobre el fallo (La República).
Lerner acerca del fallo (La República).
Távara sobre el fallo (La República).
Maldonado sobre el fallo (La República).
¿Dónde recluirán a Fujimori (El Comercio).

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20.9.07

La silla del dictador

Una caída que parece durar mil años

En la época en que leía a Saramago con placer (todavía lo hago, de vez en cuando, pero no suele tratarse de sus libros más recientes), una de las cosas suyas que más me gustaron, junto a la monumental y entretenidísima novela Memorial del convento, fue una colección de cuentos llamada Objecto quase (en español la publicó Alfaguara como Casi un objeto).

Creo que es el primer cuento de ese libro el que se titula Cadeira, es decir, Silla. Si lo encontrase en internet lo enlazaría, pero lo he buscado sin suerte. El relato, que no es particularmente corto, cuenta una historia mínima: un dictador está sentado en una silla; las maderas y los clavos del mueble ceden, se quiebran o se desgarran, la silla se destartala y se abre como si fuera de cartón, y el dictador sentado sobre ella se estrella contra el piso.

Si lo recuerdo bien, el cuento no tiene diálogos, ni descripciones que excedan el marco del hecho mismo; no hay mayor contexto ni se individualiza la figura del dictador (es un dictador abstracto, una categoría). Tampoco se propone una consecuencia luego de la caída, al menos no explícitamente.

El lenguaje de la narración es escrupuloso, atiende al menor detalle: es la voz de un observador que vuelve y vuelve a mirar cada punto una y otra vez, y que, en su acuciosidad, parece capaz de detener el tiempo para seguir mirando: una voz que se deleita en la contemplación de la caída y que, a fuerza de prestarle una atención gustosa y obsesiva, acaba por emblematizarla: la caída de la silla se vuelve la cifra de un suceso histórico, una réplica y un aviso.

En el cuento de Saramago, la caída del dictador dura un segundo pero parece durar mil años. En el cuento tragicómico que vivimos los peruanos con Alberto Fujimori, la caída en verdad dura años y años, y la silla que sustenta al miserable no se acaba nunca de hacer añicos. Mañana viernes por la mañana, salvo que medien nuevos aplazamientos, los jueces chilenos nos dirán si han decidido quebrar la silla de una vez o echarse a los pies del sujeto para servirle de asiento a su impunidad.

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