25.5.11

Carta de escritores peruanos

Contra el fujimorismo y a favor de la democracia


Ha aparecido en El País y ojalá empiece a ser publicada en medios peruanos (porque esa es su intención) la carta que hemos escrito y suscrito más de un centenar de escritores peruanos, rechazando el posible regreso de la dictadura fujimorista y llamando a un voto crítico, vigilante y activo por la candidatura de Ollanta Humala.


Como muchos están empezando a subrayar, las firmas que suscriben la carta no se han reunido nunca antes en defensa de causa alguna: Alfredo Bryce Echenique, Mario Vargas Llosa, Miguel Gutiérrez, Rodolfo Hinostroza, por ejemplo, junto a escritores de todas los lugares del espectro político y de todas las generaciones. Este es el texto completo y las firmas reunidas hasta el momento:


Carta de escritores peruanos
CONTRA EL REGRESO DEL FUJIMORISMO Y A FAVOR DE  LA DEMOCRACIA

Quienes suscribimos esta carta expresamos nuestro enérgico rechazo ante la amenaza que, contra la democracia y la libertad de los peruanos, supone la posible resurrección de la dictadura fujimorista.

El régimen de Alberto Fujimori marcó el periodo más siniestro en la historia de nuestros gobiernos republicanos. Fue una década criminal cuyas funestas consecuencias no debemos olvidar, relativizar ni pasar por alto. En los últimos años, el mayor triunfo de la democracia peruana ha sido el rechazo a esa dictadura, el procesamiento judicial de sus líderes y el castigo legal a los innumerables delitos y crímenes contra la humanidad que cometió. El Perú debe rechazar una vez más la impunidad y reforzar su fe en una democracia con justicia para todos y con posibilidades de progreso dentro de un orden legítimo.

Los escritores que firmamos esta carta venimos de lugares muy distintos del espectro político peruano y tenemos ideas divergentes sobre cómo debería ser el manejo económico y social del Perú. Creemos, sin embargo, en el valor de la libertad, el rechazo a la criminalidad y a la violencia de estado, la defensa del orden legal y el respeto a los derechos humanos. Pensamos que estos son cimientos cruciales para la construcción de una nación justa y solidaria.

El candidato presidencial Ollanta Humala ha jurado públicamente defender esos principios. Creemos que nuestro deber en este momento es escuchar ese juramento y que nuestra obligación inmediatamente posterior será vigilar su cumplimiento. El presente nos ha dejado con esa alternativa que es la vía válida de oposición a la reinstauración de la dictadura.

La democracia es el ejercicio de una negociación: todo gobierno debe escuchar a su sociedad civil. La sociedad civil tiene el deber de guiar a su gobierno, hacer sentir su poder y su mandato y fiscalizar su rectitud. Pero esa negociación sólo es posible cuando el poder lo ocupa un movimiento político. El crimen está fuera de ese espectro: no se negocia con quienes han abandonado la política y han elegido la criminalidad.

Por estas razones, los abajo firmantes llamamos a la sociedad a mantener su poder de representación, rechazando el regreso de la dictadura y solidificando, mediante el voto por Ollanta Humala, con una actitud activa y vigilante, nuestro orden democrático. El nuestro es un llamado esperanzado y optimista a la unidad nacional: este 5 de junio, los peruanos debemos defender, a través de un voto responsable y cívico, nuestra dignidad, nuestra libertad y nuestra democracia.

Atentamente,

1. Alfredo Bryce Echenique DNI: 10840740
2. Abelardo Oquendo Cueto DNI 07774567
3. Alfredo Pita DNI O6519037
4. Andrea Cabel García DNI: 41624669 
5. Alexis Iparraguirre DNI: 08157171
6. Antonio Angulo Daneri DNI 09641914
7. Alonso Rabí do Carmo DNI: 08231094
8. Armando Arteaga DNI: 07315586
9. Bernardo Rafael Álvarez DNI: 25486055
10. Carlos López Degregori DNI: 07770757
11. Carmen Ollé DNI: 07584661
12. Carlos Yushimito del Valle DNI: 07525367
13. Carlos Dávalos DNI: 10278109
14. Cecilia Podestá DNI: 41028393
15. Claudia Arteaga DNI: 42500425
16. Christian Reynoso DNI: 01345870
17. Carlos Chang Cheng DNI: 41016348
18. Daniel Alarcón DNI: 46678140
19. Diego Trelles Paz DNI: 10770076
20. Diego Otero Molinari DNI: 09870763
21. Diego Salazar DNI: 4113601
22. Domingo de Ramos
23. Dante Castro Arrasco DNI: 25402972
24. Enrique Planas Ravenna DNI: 99644304
25. Emilio Bustamante DNI: 10811698
26. Ezio Neyra Magagna DNI: 40762566
27. Eloy Jáuregui DNI: 07224437
28. Ernesto Escobar Ulloa DNI: 09867828
29. Eduardo González Viaña DNI: 18172685
30. Eduardo Adrianzen Herrán DNI: 07243932
31. Edward Chauca DNI: 40401930
32. Emmanuel Velayos  DNI: 44316736
33. Elba Luján DNI: 08265468.
34. Fernando Iwasaki DNI: 06517306
35. Fernando Obregón Rossi DNI: 07227030
36. Félix Terrones DNI: 40730345
37. Fredy Roncalla  DNI: 06350138
38. Gabriela Wiener Bravo DNI: 10141561
39. Gustavo Faverón Patriau DNI: 09297955 
40. Gustavo Rodríguez DNI: 07864321 
41. Grecia Cáceres DNI: 09817275
42. Giancarlo Stagnaro DNI: 10003659.
43. Gladys Basagoitia DNI: 2857375AA
44. Giancarlo Huapaya Cárdenas DNI: 40204049
45. Hildebrando Pérez Grande DNI: 07565635.
46. Harold Alva Viale DNI: 80654533
47. Juan Carlos Ubilluz DNI: 25728798
48. Juan Manuel Robles DNI: 40037861
49. Jorge Eduardo Benavides Pasaporte: 0426237
50. José Carlos Yrigoyen DNI: 10273153
51. Jorge Frisancho DNI: 07862021
52. Jaime Rodríguez DNI: 104349
53. Jorge Eslava DNI: 25680876
54. Julio Villanueva Chang DNI: 09310462
55. Juan Cristobal DNI: 08705429
56. José Antonio Galloso DNI: 09868715
57. José Güich Rodríguez DNI: 07272400
58. Juan Carlos Lázaro DNI: 07377888
59. Jeremías Gamboa DNI: 1017958
60. Julio Carmona DNI: 02874377  
61. José Luis Ayala DNI:  08265468
62. Jorge Hurtado Caballero DNI: 18173267
63. Luis Hernán Castañeda DNI: 41308217
64. Luis Freire Sarria DNI: 06628179
65. Luz Vargas de la Vega DNI: 40361721
66. Luis Alvarado DNI: 40954900
67. Mario Vargas Llosa DNI: 06625243
68. Miguel Gutiérrez Correa DNI: 06117054
69. Miguel Ildefonso DNI: 07466249
70. Martín Guerra Muente DNI: 07535897
71. Maurizio Medo DNI: 06026716
72. Mariela Dreyfus Vallejos DNI: 07605386
73. Miguel Ruiz Effio DNI: 07524759
74. Max Palacios DNI: 07877452
75. Oswaldo Chanove DNI: 29218873
76. Olga Rodríguez Ulloa DNI: 41898752
77. Oscar Málaga DNI: 6534288
78. Otilia Navarrete  DNI  08809979
79. Pedro Escribano Taipe DNI: 06105118
80. Patricia de Souza Pasaporte: 09zz 20696
81. Percy Encinas C. DNI: 08266219
82. Pedro Flecha DNI 07819392
83. Rodolfo Hinostroza DNI: 06644071
84. Roger Santiváñez DNI: 08104162
85. Ricardo Sumalavia DNI: 25564248
86. Rosina Valcárcel DNI: 07330070
87. Richard Parra DNI: 07507025
88. Rodolfo Ybarra DNI: 09441432
89. Rafael Inocente DNI: 0868800
90. Rafael Espinosa Montoya DNI: 08261475
91. Rossella Di Paolo DNI: 08260130.
92. Reynaldo Santa Cruz DNI: 07818386
93. Ricardo Falla Barreda DNI: 07912786
94. Santiago Roncagliolo DNI: 10264193
95. Sergio Galarza Puente DNI: 10341313
96. Sandro Chiri DNI: 10146966
97. Tatiana Berger Vigueras DNI 07731870
98. Tulio Mora Gago DNI: 06644613
99. Teófilo Gutiérrez Jiménez DNI 06022047
100. Úrsula León DNI: 40007116 
101. Victoria Guerrero DNI: 09645644
102. Víctor Quiroz DNI: 41014992
103. Víctor Coral Cordero DNI 06623187
104. Violeta Barrientos DNI: 09816811
105. Walter Lingán DNI: 23522780
106. Willy Gómez Migliaro DNI 08675086
107. Wilfredo Jesús Ardito Vega DNI: 06522399

22.5.11

En este momento se jodió el Perú

Qué cosa implica la decisión del 5 de junio

En la historia de cada nación, en su proceso histórico, hay momentos críticos que pueden señalar el inicio de un auge o marcar un súbito deterioro. Hay momentos de crisis que señalan el futuro de generaciones enteras. Eso lo intuimos todos. Solemos pensar que se trata de grandes eventos: proezas, tragedias, victorias heroicas, derrotas multitudinarias, hecatombes, guerras civiles, golpes de estado, dictaduras.

La relativa atención que ponemos en detectar esos pasajes críticos nos impide verificar el acontecimiento, cuando se trata de algo mucho más sutil, menos monumental. Por ejemplo, la aceptación pública y masiva de una idea que jamás debió ser aceptada, y que luego conduce a alguno, o a muchos, de esos instantes insoportablemente inmanejables.

Pienso en el momento en que los alemanes aceptaron su superioridad sobre todos los pueblos del mundo y eligieron creerle a un demagogo. Pienso en el instante en que los iraníes sucumbieron a la promesa de una revolución que no era más que una involución. Pienso en el periodo en que muchos cubanos aceptaron que la rebeldía popular se convirtiera en reinado y después se redujera a dinastía monárquica.

(Pero también pienso, por otro lado, en los años en que la idea de los derechos universales se fue transformando, en occidente, en un saber común indiscutible. Pienso en cómo se impuso en los países nórdicos la noción de que el estado podía transformarse en administrador de la solidariadad social; en cuándo la mayoría de los países de europa del Oeste concluyeron que, en verdad, todos los ciudadanos tenían derecho a un número de beneficios y seguridades elementales).

En las últimas décadas, los peruanos han librado batallas sonoras y batallas silenciosas. Han puesto una en frente de la otra concepciones autoritarias y concepciones democráticas del mundo. Han rechazado al terrorismo, han rechazado una dictadura y han protestado contra la corrupción, pero también, otros muchos, han defendido a la dictadura y se han afiliado a la corrupción.

Y estas elecciones los han colocado nuevamente, casi sintéticamente, dramáticamente, en la situación de volver a escenificar ese duelo.Quienes defienden abiertamente el orden democrático, los derechos humanos, el estado de derecho en general, la legalidad, el orden y el progreso en libertad, tienen razones para pensar que nadie los representa cabalmente en esta segunda vuelta.

Pero también tienen motivos para suponer que sólo uno de los participantes, Ollanta Humala, representa siquiera una puerta abierta para la defensa de todo lo anterior. Keiko Fujimori --como Alberto Fujimori, como Vladimiro Montesinos-- representa inequívocamente la corrupción, la dictadura, la burla del estado de derecho, el desprecio por los derechos humanos.

Humala, con todas sus pequeñeces, con sus imperdonables fluctuaciones y sus muchos errores, es la única salida posible para quienes creen que nuestra democracia debe ser una negociación abierta y que el crimen no tiene derecho a sentarse en esa mesa. No se trata de elegir entre el mal mayor y el mal menor: se trata de dibujar una línea palpable y concreta entre la posibilidad de un futuro depositado en nuestras manos y el regreso de la inmoralidad, el regreso de la dictadura de la inmoralidad; no hay medias tintas.

Cada generación contesta como puede y como quiere la vieja pregunta de Zavalita: "¿en qué momento se había jodido el Perú?".

Este 5 de junio, las generaciones presentes pueden hallar una respuesta terrible: el Perú se jodió el día en que abrió las puertas de una prisión para liberar a sus peores criminales y darles el poder; el Perú se jodió el día en que dispuso que el poder se mudara a una cárcel y lo tomara en sus manos un delincuente.

Ese es el tipo de decisión que un país puede lamentar por décadas, un momento que nos fracturaría por muchos, muchos años. No permitamos que ocurra.

Así como un individuo pierde toda dignidad y teme mirarse al espejo después de cometer una acto innoble, aborrecible, así también un país pone en juego la fibra crucial de su autoestima cuando decide alquilarse al diablo por un pequeño beneficio temporal, dudoso y objetable, o por puro miedo o por pura comodidad, o por creer que las faltas morales tienen justificaciones pragmáticas, que a veces la moral es un lujo innecesario, accesorio o trivial.

...

15.5.11

¡No hay que ser cómplices!

El crimen nunca trae la estabilidad

Después de pocos años de pausa, la dictadura fujimorista parece a punto de reiniciarse. En cada cárcel del Perú, un puñado de criminales celebra.

El diario La República informa sobre cómo Alberto Fujimori dirige la campaña de su testaferra desde la prisión. A la policía y al Instituto Penitenciario no les interesa ya ni mantener la apariencia de legalidad: desde hace un tiempo, los fujimoristas abren y cierran las puertas que quieren, y eso incluye, sobre todo, la celda dorada del mayor ladrón de nuestra historia.

No es difícil concebir la idea de una dictadura que se implante sin violencia aparente, con la anuencia o incluso la felicidad de una mayoría: hay muchos ejemplos en la historia. Es más extraño, y también más vergonzoso, que eso ocurra por segunda vez con la misma banda de criminales.

En este momento no es exagerado decir que Alan García ha implantado un régimen de convivencia entre su gobierno y un futuro gobierno fujimorista (sería muy interesante escuchar ahora a los ciegos voluntarios que hablaban de "coincidencias" y nunca se atrevieron a señalar los pactos evidentes). La extensión total de los acuerdos entre ambos las veremos en el futuro, pero no es difícil imaginarlas ya.

El fujimorismo no ha necesitado hacer mucho: regalar limosnas, jugar al miedo, pactar bajo la mesa con otro corrupto: eso ha bastado. Al parecer, una mayoría de los peruanos acepta (o celebra) el posible reinicio de la dictadura. No sabemos si el trato incluye liberar a Fujimori entre la segunda vuelta y el cambio de gobierno --esa tierra de nadie en la que el futuro del Perú suele decidirse cada cierto tiempo--, o si se esperará a que la liberación corra por cuenta de la hija del dictador.

El hecho concreto sigue siendo simple: una vez más Alan García se cubre las espaldas dejando en la posta a uno peor que él, dispuesto a pasar por alto la basura que encuentre en el ropero. Una vez más, ese otro es Alberto Fujimori. Demasiada gente lo acepta: otra vez queda claro que para muchísimos peruanos la democracia no es más que el decorado de la dictadura.

Es irónico que, pese a su hermética repulsión por la imaginación, la inteligencia y la reflexión, el fujimorismo nos provea, involuntariamente, las mejores alegorías para describir el estado presente del Perú: un país gobernado desde una cárcel por sus peores criminales; un país extenso que se empecina en encerrarse en una prisión muy pequeña; millones de personas que porfían por hipotecar su futuro a los caprichos delictivos de una mafia; una historia circular, en la que el descubrimiento y la condena general de los crímenes de un dictador sólo precede a la repetición de esos crímenes por el mismo dictador.

A uno lo pone casi nostálgico recordar el tiempo en que los fujimoristas necesitaban alquilar la conciencia de algunos intelectuales, como Martha Hildebrandt o Pablo Macera, para darle cierto malparado lustre a su imagen. Hoy saben que no necesitan eso, porque no necesitan apelar a nada más que la inercia del clientelismo, la iniquidad del soborno y la mediocre comodidad de unas cifras torcidas. Les basta con la estupidez disfuncional de payasos como Nicolás Lúcar o Aldo Mariátegui, a quienes ya es imposible comprar porque no valen nada y cuyas inteligencias no se alquilan porque no existen.

Y eso es lo más triste: al grueso porcentaje de peruanos que probablemente le dé a Fujimori el margen diferencial para ganar la segunda vuelta, y a muchos de los que votaron por el fujimorismo ya en la primera, nadie los ha tenido que convencer. Ningún brillante demagogo los ha engatusado. Colocando a personajes como Kenji Fujimori o Keiko Fujimori en su primera línea, con el único mérito de ser los herederos del botín anterior, el fujimorismo se ha presentado en estas elecciones como lo que es, sin fingirse otra cosa que la misma pandilla de rufianes, ahora con (quizás) la exclusión temporal de los encarcelados y la inclusión de los que antes eran o parecían inimputables.

¿Tantos peruanos están dispuestos a volver a ponerse la venda sobre los ojos, ajustándola lo más posible, no para dejar de ver los crímenes, que siempre serán evidentes, sino para no mirarse la culpa en el espejo? ¿Por qué? Dicen que a cambio de estabilidad. Pero la estabilidad de la que hablan no es sólo inmoral ya en el proyecto mismo, en el precio que están dispuestos a pagar para obtenerla; también es inexistente, no se producirá jamás: ese otro sector de la sociedad civil que no quiere volver a la dictadura no aceptará con tanta facilidad los crímenes cuando vuelvan a venir: habrá indudablemente una oposición visible, y habrá una represión, y habrá víctimas.

Y todo eso traerá más inestabilidad, más desasosiego, más intranquilidad. Si llega a darse aunque sea un espejismo de estabilidad, aunque sea temporalmente, no será la estabilidad de las democracias prósperas, sino la falsa estabilidad de las dictaduras, que todo lo aplastan, y será pagada con el sufrimiento de inocentes. Y los cómplices serán todos quienes votaron por Fujimori, los que se dejaron convencer sin argumentos, los que se vendieron sin escrúpulos y los que sabían lo que ocurriría pero lo encontraron aceptable.

...

11.5.11

¿Y qué va a pasar con el periodismo?

Antes de que la historia se repita

Puedo intuir (creo) lo que muchos periodistas peruanos están pensando en estos días, considerando el tipo de presión que se mueve en los diarios, las estaciones de radio, los canales de televisión.

Esos periodistas --pienso en los más jóvenes, sobre todo, los que no han estado antes en coyunturas similares-- distinguen entre un colega indeseable y uno decente. Al menos idealmente, pero también cuando miran hacia el pasado: piensan en personas como Nicolás Lúcar o Álamo Pérez Luna, en los periodistas que hacían entrevistas por encargo para destruir o para ocultar lo que la dictadura fujimorista quería destruir u ocultar. Saben que ellos no son como Lúcar o Pérez Luna . Y eso está bien.

Pero según la campaña llegue a su fin, y después, cuando un nuevo gobierno se establezca, las líneas divisorias se van a esfumar, más rápidamente de lo que creen. ¿Cómo se juzgarán a sí mismos cuando se haga demasiado palpable que el medio en el que trabajan se ha vendido o ha sesgado por interés su línea editorial? Incluso si ellos no se ven forzados a hacer nada particularmente oscuro, ¿cómo se sentirán de convivir con los colegas que sí, con los colegas a los que, en una reunión editorial, se les ordene no hablar de cierto tema, o exagerar otro, o acaso inventar alguno? ¿Y cómo mirarán a los ojos a los colegas que sean despedidos por no aceptar lo inaceptable?

¿En qué momento un periodista pone entre paréntesis su ética profesional? ¿Tiene que mentir, escribir o hablar en contra de sus principios antes de saberse corrupto? ¿O basta con callarse ante las arbitrariedades, con ir haciéndose un observador silencioso de la corrupción de los demás o de toda una empresa o de toda una institución?

El periodismo es, obviamente, una profesión mal pagada, y, mayoritariamente, no es una profesión de gente acomodada. Cada año se gradúan muchos más comunicadores de los que los medios pueden recibir. Los periodistas suelen trabajar por cachuelos, dupletear, soportar que los pongan en services, no entrar nunca en planilla, o entrar por sueldos absurdos, firmar contratos de practicante cuando ya han pasado muchos años en un mismo medio y muchos más desde que terminaron la carrera, y algunos viven año tras año como colaboradores, cobrando a destajo, cuando en realidad trabajan a tiempo completo, sin recibir ningún tipo de beneficio.

Y los medios que los tratan así, como si fuera poco, cada cierto tiempo, les exigen a algunos de ellos que se hagan los ciegos, que se hagan los mudos, que miren en otra dirección, que se entreguen a campañas difamatorias, que imaginen acusaciones falsas, que esparzan calumnias, que sean suaves en una entrevista y agresivos en otra, que escriban solamente en favor o solamente en contra de cierto partido, cierto candidato, cierto gobernante.

Si ellos pudieran, seguramente no todos ellos, pero sí muchos de ellos, renunciarían y le tirarían un portazo en la cara al editor o al director o al propietario inmoral que les ordena eso. Y muchos quisieran hacerlo antes de recibir la orden, quisieran subrayar su decendia con un gesto visible y claro. Pero en el Perú para nadie es fácil perder un trabajo, y, ciertamente, no es fácil para los periodistas. Y entonces, las justificaciones se alargan y las excusas se prolongan y la definición personal de qué cosa es un periodista corrupto se hace más maleable y más leve.

Pero hay otro tipo de periodista: el que recibe un sueldo que excede incluso sus propias expectativas, y que excede muchas veces su talento, el que, para seguir apareciendo ante una cámara y para seguir sentándose frente a un micrófono, está dispuesto a cualquier cosa, empezando por la estupidez dirigida, siguiendo por la malicia arrogante, continuando por la descarada duplicidad y acabando en la absoluta miseria moral.

No siempre son, desde un principio, corruptos activos: al principio no mienten, no dejan de opinar lo que creen. Sólo se sientan en el mismo escritorio de los mentirosos, hombro con hombro, les sirven de ligero contrapeso, comparten con ellos los sillones del noticiero, cada cierto tiempo les dan la contra, levemente, cada vez con menos convicción.

Algunos pueden pasar años así. Se convencen a sí mismos de que su presencia no es usada para validar la miseria de los medios en los que trabajan. Llegan a creerse la excusa: pueden jurar que la pobreza ética de su diario, su canal, su estación, no los toca. Ellos están más allá de todo eso: no es raro descubrir en sus columnas de opinión un tufillo de superioridad moral que es enteramente irreconciliable con su realidad, como si hablaran desde el cielo y no desde una alcantarilla.

Lo triste es que muchos de ellos empezaron en la misma condición de inocencia recién graduada de la mayoría: empezaron por no renunciar a un trabajo la primera vez, por sentarse en el escritorio de la redacción la tarde en que hubieran querido lanzarle un portazo al editor. Otros no, por supuesto: otros están hechos a la medida de la corrupción, la colusión y el soborno, desde siempre y para siempre (y el Perú, al parecer, no sólo estará dispuesto a perdonarlos, sino también a premiarlos).

Pero esos tienen que ser siempre la minoría: sería inaceptable que, uno tras otro, los medios de comunicación peruanos comenzaran a caer de nuevo a los pies de la corrupción, venga del fujimorismo o de quien sea. Los periodistas jóvenes, los que no han caminado por esa ruta, y que ahora ven cosas oscuras sucediendo ante sus ojos, no deben aceptar lo que aceptaron muchos en la generación anterior, no deben ofrecerse en bandeja otra vez: deben escribir sobre lo que presencian, decir lo que ven. Hoy hay demasiadas maneras de hacerlo, demasiadas formas de dejar que las verdades se conozcan; no hay excusa que valga.

...

10.5.11

"Marca Perú"

O cómo tapar el sol con un dedo si el gobierno lo ordena

En medio de su esquizofrenia de estos días, muchos peruanos no saben si celebrar orgullosamente el lanzamiento de la "Marca Perú" o si, más bien, echarse a llorar ante el panorama electoral.

Los alegra la imagen de lo que les gustaría creer que el Perú es pero los ensombrece la inminencia de cualquiera de sus dos futuros: o Keiko Fujimori u Ollanta Humala. Orgullo ante la fantasía y miedo ante la realidad: esa quizás sea la verdadera marca del Perú.

O quizá no: quizá la inmensa mayoría de los votantes de Keiko Fujimori sienta un íntimo placer ante la idea de transformar el país en un logotipo, dos lemas, un menú y un grupo de tiendas en una vereda por la que sólo caminen turistas. Y acaso a más de un votante de Humala se le encoja el corazón de placer nacionalista al suponer que la "Marca Perú" quizá logre derrotar a la "Marca Chile" en algún tipo de escenario, cualquiera que sea.

El proyecto "Marca Perú" es insufriblemente superficial y a la vez curiosamente sintomático: tras doscientos años de frustraciones con el plan del país Perú, hay quienes están dispuestos a suplantarlo con el plan de la "Marca Perú": ofrecer el país como mercancía, ya no transformándolo en algo funcional para sus ciudadanos, sino simplemente asumiendo, fingiendo, actuando como si detrás de la marca hubiera un país funcional. Y como si el establecimiento de la marca fuera a traer consigo, como por arte de magia, la organicidad del país real.

Incluso peor: dado que el signo Perú refiere a realidades desbordantemente lamentables (un país sin instituciones, una democracia de pacotilla, una sucesión de caudillajes, una depredación del civismo, un olvido secular de regiones enteras de nuestra geografía social), ahora los peruanos están dispuestos a suprimir la realidad para suplantarla con una marca que se presenta como el signo de una realidad, pero que no hace otra cosa que ocultarla.

Las estrategias de la "Marca Perú" son increíblemente pobres (doblemente increíble es que parecen funcionar ante los ojos y en las mentes de muchos peruanos). Por ahora, se graban comerciales y se ofrecen al público como "documentales": la fantasía premeditada de un grupo de publicistas se presenta como testimonio de realidad.

Lo que en cualquier otro lugar del mundo se llamaría "spot publicitario", "propaganda" o "mockumentary", es decir, falso documental, documental fingido, en el Perú se puede ofrecer, sin problemas, como "documental". Y hasta comentaristas que en el pasado han demostrado algún sentido común y que no pueden ser acusados de comprarle al gobierno todas sus mentiras, se tragan ésta sin problemas y la digieren, peruanísimamente, con una sonrisa y una lágrima, como un vals velasquista.

Se ofrece el proyecto como un plan de representación de lo peruano en el extranjero, pero obviamente el público objetivo del falso documental son solamente y únicamente los mismos peruanos.

De hecho, se ofrece como publicidad lo que no es sino propaganda: la "Marca Perú" puede generar diversos tipos de beneficio económico empresarial con el correr del tiempo, pero si existe con el apoyo de Promperú, la Cancillería y la Agencia de Promoción de la Inversión Privada, tres entidades gubernamentales, es porque el gobierno ve en ella una manera de uniformar una ya larga campaña de convencimiento: la campaña por la cual se nos quiere hacer pensar a los peruanos que estamos cada vez mejor y que no hay otra forma de crecer que no sea esa fusión de patrioterismo nacionalista y chauvinismo seudo-cultural que el "documental" mismo desborda.

Eso coloca al proyecto "Marca Perú" en el mismo orden de otras mentiras inventadas por el régimen aprista, como, por ejemplo, las torcidas e inconfirmables mediciones de la disminución de la pobreza: ya más de un analista serio, con cifras en la mano, ha demostrado que durante los mismos años en que el gobierno de Alan García ha publicitado una radical disminución de la pobreza y la pobreza extrema, las estadísticas de desnutrición y malnutrición en Lima Metropolitana (el centro más próspero del país) cuentan la historia opuesta: un crecimiento de esos dos índices de pobreza del 16% al 24% entre el 2006 y el 2010.

Un paseo por el sitio web de "Marca Perú" nos permite descubrir la fibra básica de sus falsedades: el proyecto se presenta como el trabajo de un número indeterminado de expertos en casi todas las ramas de las humanidades y las ciencias sociales (todos permanencen anónimos en el website). Ese grupo, tras pocos meses de "estudios" (se menconan visitas a museos y tours por todas las regiones del país, como si fueran trabajo de campo), ha arribado a algo así como la total comprensión de los problemas y las posibilidades del país. Una especie de omniciencia peruanista.

Los resultados palpables de toda esa sabiduría sumada son dos comerciales al mejor estilo de Coca-Cola y un logotipo que todos los peruanos juraríamos haber visto antes. Eso se debe a que el multifacético y polidisciplinario equipo no es un conjunto de intelectuales con algún conocimiento real del Perú, como se anuncia en "Marca Perú", sino un puñado de publicistas de una agencia extranjera, FutureBrand, que si algo saben hacer en este mundo es venderse a sí mismos: en su website se anuncian como "superior talents" y declaran que su trabajo es "shaping the global future".

Se entiende ahora cómo es que el inigualable conocimiento de la peruanidad llevó a estos científicos sociales y humanistas a usar (por error, es decir por ignorancia) una canción boliviana en vez de una peruana en su fingido documental. Se entiende también cómo es que un grupo tan connotado (¿es connotado un buen adjetivo para personajes anónimos?) de intelectuales ha creado un website tan vergonzosamente mal escrito como el de "Marca Perú", donde es posible leer pasajes tan nimios y tontos como el siguiente:

"¿Cuál es la propuesta de valor integradora de todas las áreas para Perú? El objetivo principal de una Marca País es generar una idea simple, contenedora e integral que logre transmitir con eficacia y contundencia su propuesta de valor".

Es decir, en efecto, la "propuesta de valor" de "Marca Perú" es transmitir la "propuesta de valor" de "Marca Perú". No sé a ustedes, pero a mí los textos de ese website me dan un poco de vergüenza ajena. Aunque, quién sabe, quizás esa es una de las "propuestas de valor" de Marca Perú: vender la vergüenza ajena como atractivo turístico.

Mientras tanto, falta ver qué pasará con la "Marca Perú" cuando sea electo el nuevo gobierno. Apuesto a que no habrá ningún cambio relevante, no importa quién gane: finalmente, la "Marca Perú" no tiene demasiado contacto con la realidad peruana.

...

6.5.11

Perdón, Keiko


... pero no podía dejar de decirlo

Además, lo he dicho antes: de todos los motivos que se pueden esgrimir para no votar por Keiko Fujimori, el peor, el menos relevante, es que sea hija de Alberto Fujimori. Lo que no hay que perder de vista, la razón por la cual rechazarla a rajatabla es cuestión de principios, es que Keiko Fujimori es la perfecta heredera política de Alberto Fujimori y quiere gobernar con la misma mafia.

Los observadores políticos y los votantes comunes evalúan hoy, de distintas maneras, el perdón pedido por Keiko Fujimori, a nombre del fujimorismo, por los “errores” y por los delitos cometidos durante el gobierno de su padre. Antes de evaluar si es sincera o no, deberían verificar que haya pedido perdón en realidad. Yo estoy dispuesto a discutir con cualquiera que sostenga que sí lo ha hecho. 

Lo primero es la hipócrita (pero a la vez sintomática) proximidad con que habla de “errores” y habla de “crímenes”. Nadie nunca le ha pedido al fujimorismo que se disculpe por sus “errores”: nadie le ha pedido que se disculpe por un proyecto cultural que no dio en el clavo o por una política arancelaria que no funcionó. Esos serían errores. Se le ha pedido que pida perdón exclusivamente por crímenes y delitos, y ninguno de sus crímenes y sus delitos debe ser rebajado a “error”.

En el pobre fraseo de Keiko Fujimori, su padre sólo cometió, acaso, uno que otro “error”, mientras que otras personas, durante el gobierno de Alberto Fujimori, pero más allá de su conocimiento, cometieron crímenes y delitos. Eso es simplemente una mentira y su falsedad ha sido largamente demostrada en los tribunales, con sentencias hasta de un cuarto de siglo para el exdictador. Negarlo es uno de los pasos para la futura, y cada vez más cercana, liberación del delincuente.

Y lo otro es la insoportable levedad de las falsas disculpas, la generalidad con que Keiko Fujimori finge pedir perdón. Recordemos sólo dos o tres datos, para no abrumarnos con toda la miseria moral fujimorista: la dictadura de Alberto Fujimori asesinó inocentes, incluyendo ancianos y niños; llenó fosas comunes con cadáveres de estudiantes y profesores universitarios; esterilizó a más de doscientas mil mujeres sin siquiera consultarles o informarles, y en ciertos casos las condujo a la muerte por prácticas médicas inaceptables; el fujimorismo torturó; la dictadura de Fujimori robó 6 mil millones de dólares del tesoro público, durante los años más álgidos de la pobreza extrema, es decir, literalmente, mientras las personas a las que les robaba se morían de hambre en un arenal.

Estamos hablando de centenares de miles de peruanos con la vida truncada o arruinada. Keiko Fujimori, que en esos mismos años estudiaba en universidades americanas con un dinero cuya procedencia jamás ha podido explicar *, tiene el descaro abismal de querer cubrir todos esos crímenes con la sábana blanca de un “perdón” pedido en general y con la sonrisa a flor de labios, un autoindulto que el fujimorismo graciosamente se otorga, como si las víctimas de sus crímenes fueran caricaturas, espantapájaros y alfeñiques de los cuales se puede seguir burlando después de haberlas asesinado, arrojado a un hueco en la tierra, esterilizado forzosamente, dejado morir en la miseria.

Keiko Fujimori, la misma que se paseaba por las calles de Boston y Nueva York con plata extraída por su padre de un país menesteroso, la misma que silbaba mirando en otra dirección mientras su madre era mandada a torturar, la misma que juzga que la dictadura fue “el mejor gobierno de la historia del Perú” y que llama a su padre, “el mejor asesor que un gobierno pueda tener”, no le ha pedido perdón a nadie en absoluto. Cuando se habla de crímenes, el perdón no se pide en una charla de café televisiva con seudoperiodistas cabizbajos y con la mente en blanco, no se pide leyendo un teleprompter ni repitiendo de memoria las palabras que un consejero nos ha hecho aprender de memoria. El perdón se pide dirigiéndose a las víctimas, diciendo cuál fue el crimen, asumiendo la inmoralidad del crimen, la responsabilidad del crimen, y reconociendo la bajeza del crimen.

Keiko Fujimori no le ha pedido perdón a nadie; su padre tampoco; su asesor Vladimiro Montesinos tampoco; ninguno de sus lamentables comafiosos lo ha hecho. Seguramente no lo harán jamás. Si un día lo hicieran, los peruanos responderán, si quieren. Unos aceptarán las disculpas y otros no (por mí, francamente, pueden irse al infierno, ya que no a todos hay cómo meterlos a la cárcel). Pero hay un largo trecho entre darle nuestro perdón a quien lo pida y ofrecerle el país en bandeja al primer demagogo que finja pedirlo. Ningún país tiene por qué regalarse a una banda de delincuentes arrepentidos; mucho menos a una que ni siquiera se da el trabajo de aparentar el arrepentimiento.

* Por cierto: hay quienes quieren absolver de toda culpa en eso a Keiko Fujimori debido a su juventud de ese tiempo, a ser sólo una beneficiaria y no la artífice. Yo, que he pasado toda mi vida adulta ligado a universidades, desde que tenía diecisiete hasta hoy, no he conocido nunca a un solo estudiante que tuviera el descaro de alegar impunidad o inimputabilidad para sus actos en razón de su edad. Los hijos de los delincuentes no están obligados a acusar a sus padres, pero tampoco están obligados a vivir del botín. ¿Y qué piensan los fujimoristas acerca de la juventud de los estudiantes asesinados de La Cantuta?

...

5.5.11

La jauría

Sobre los críticos de Vargas Llosa en esta coyuntura política

Vargas Llosa plantea lo que ha planteado recientemente con respecto a la segunda vuelta electoral y entonces una jauría sincrónica de detractores corre a morderle los pies: "envidioso", "amargado", "mal perdedor", "todavía le dura el dolor de haber perdido unas elecciones hace veintiún años".

Veintiún años que ha pasado rumiando sus traumas, apenas capaz de consolarse con baratos remedos de éxito como sostenerse otras dos décadas como uno de los novelistas más admirados del planeta, listado entre los intelectuales más influyentes del mundo, sus novelas traducidas a cinco decenas de idiomas, discutidas en todos los continentes, reconocidas con el Premio Nobel, debatidas en las mejores universidades, convertidas en el centro del canon latinoamericano. Años en que sus libros han seguido siendo pilares de la reflexión sobre la sociedad peruana, y las ideas de sus libros, e incuso algunos pasajes específicos, han sido las piedras de toque de la discusión sobre nuestro pasado histórico y nuestro futuro.

Pero según los ladridos de la jauría, cada vez que Mario Vargas Llosa no transa con una dictadura, no perdona un crimen mayor, no apoya a un tirano o se opone a que regrese al poder una mafia criminal, actúa guiado por la rabia y la profunda envidia que siente ante quien lo derrotó en unas elecciones en 1990, o sea, envidia por un criminal encarcelado que la justicia ha decidido mantener en prisión durante un cuarto de siglo por delitos comunes y delitos contra la humanidad.

Uno se pregunta si los perros de la jauría son capaces siquiera de darse cuenta de que, cuando establecen la, digamos, hipótesis de la envidia, los dos individuos a los que están involucrando en ella son, uno, el más triste y vergonzoso espantapájaros que se ha sentado en el sillón presidencial en los dos siglos que abarca la república y, el otro, el más exitoso y prominente intelectual peruano de cualquier tiempo a nivel mundial.

En Facebook, un amigo cuelga un video musical: el inmoral papanatas de Raúl Romero cantando cierta canción presumiblemente encargada por Vladimiro Montesinos para desprestigiar a Vargas Llosa. La canción es obviamente simple (tengamos en cuenta en qué cerebros se origina): la idea es que Vargas Llosa es un fracasado envidioso que no se detendrá ante nada para vengarse de una derrota electoral.

"Yo debí ser Premio Nobel... pero fracasé", dice el pobre Romero asumiendo, se supone, la voz de Vargas Llosa. No nos detengamos en la ironía (creo haber escuchado que Vargas Llosa es Premio Nobel): detengámonos en la bajeza y en la monotonía. Lo que Vladimiro Montesinos ordenó entonces que se dijera sobre Vargas Llosa es lo mismo que dicen hoy todos los perros de la jauría.¿Coincidencia?

No. Como Félix Reátegui me comentaba hace un rato, si conocemos a una persona que ha hecho torturar, incluso a su propia esposa, ha robado como nadie antes ni después, ha desbaratado una sociedad, sus cimientos morales, su conducta cívica, sus leyes, su sistema democrático, ha falsificado, estafado, mentido, desfalcado, malversado, ocultado, fingido, cooptado, sobornado, conducido campañas de desprestigio, se ha aliado con homicidas y con traidores, y pensamos que la única razón por la cual alguien podría criticar a esa persona es la envidia, ¿qué estamos diciendo sobre nosotros mismos, sobre nuestra moral?

"Mario sólo sirve para escribir", es la frase de Patricia Llosa que, mencionada por el mismo Vargas Llosa y quitada de contexto por los perros de la jauría se usa ahora para observar que nuestro mayor intelectual es una especie de inútil funcional que sólo sabe garabatear historias.

¿Cómo explicarles a estas cajas de resonancia de Montesinos y Fujimori que escribir los libros que ha escrito Vargas Llosa, sus ficciones, sus ensayos, sus discusiones sobre la sociedad peruana, es el ejercicio público más sólido de inteligencia reflexiva que un peruano ha emprendido jamás, acaso sólo aproximado por Arguedas, Vallejo o Mariátegui? ¿Cómo hacerles ver a estos alcahuetes de la ignorancia que la intelectualidad es un valor y que el pensamiento es lo que nos redime como seres humanos, lo único que nos puede salvar como sociedad?

Imposible. Personas que asumen posiciones políticas guiadas por el lucro, que opinan públicamente porque alguien les pone dinero sobre la mesa, que fingen convicciones porque un mafioso los compra con oro o con baratijas, jamás entenderán que otro prefiera jugarse el prestigio y la imagen en cada momento de su vida sólo mediante el ejercicio de contrastar sus ideas con la realidad y elegir lo que le dicta su razón moral.

...

4.5.11

Cómo ser un idiota latinoamericano

(y racista, mientras se finge ser inteligente)

Miren el video notable que viene después de este post y entenderán perfectamente a qué me refiero sin necesidad de leerme. O léanme y luego confirmen lo que digo: es Jaime Bayly, así que el video es ágil y fluye muy bien, como fluyen las tonterías al salir de su boca.

Para contradecir, aparentemente, una afirmación de Hugo Chávez según la cual "el imperio de los incas" era "un paraíso socialista", Bayly nos brinda una espectacular clase de historia precolonial y colonial. Nos dice, en resumen, lo siguiente:

Que entre los incas no había democracia ni pluralidad política ni "libertad de expresión". Que los incas tenían esclavos; que lo suyo era una "dictadura teocrática" porque "el inca era el representante de Dios". Que el gobernante estaba rodeado de "una casta de cortesanos que tenían todo el poder y podían matar a quien quisieran". Dice, además, que los incas hacían "sacrificios humanos" y que "al disidente lo quemaban vivo".

Luego añade, con alivio histórico: "menos mal que llegaron los españoles, porque nos salvaron". Se refiere con eso, como es obvio, a la llegada de los españoles que, como sabemos todos, vinieron al Perú a principios del siglo dieciséis para convocar a una asamblea constituyente, llamar a elecciones libres, abolir la esclavitud e instaurar una democracia representativa, descartando la monarquía teocrática y deteniendo para siempre la costumbre de quemar vivos a los disidentes (para, acto seguido, proclamar la economía de libre mercado, la jornada de ocho horas, la libertad de culto, el voto femenino y los derechos humanos).

Al principio de su comentario, Bayly se refiere a sus conocimientos históricos como los de alguien que "ha leído con perspicacia". Habría que preguntarse qué fabuloso atlas histórico le dieron a leer al hombre, que tan mal objeto ha encontrado para su mayúscula sagacidad.

Lo de Chávez es una idiotez, eso está claro. Lo de Bayly es la idiotez opuesta, la idiotez refleja, no menos ignorante ni menos ridícula: su descripción del Tawantinsuyo podría ser la del imperio español: autoritario, teocrático, esclavista, que asesinó indiscriminadamente y quemó en la hoguera a musulmanes, a judíos, a criptojudíos, a protestantes, a conversos, a falsos conversos y a algunos otros buenos samaritanos a los que detestó por razones que no viene al caso mencionar.

Pero es obvio que yo no perdería el tiempo escribiendo esto si fuera sólo para hacer notar la tontería de Bayly: ella es transparente y se anuncia sola cada día. Lo que quiero hacer notar es el racismo intrínseco de su comentario. "Menos mal que llegaron los españoles porque nos salvaron, porque ahora seríamos todos como Evo Morales".

Rápidamente notemos que Evo Morales no es un gobernante teocrático, autoritario, esclavista y asesino y que no es un reproductor de los modales de la Santa Inquisición. Notemos también que Evo Morales no es un rey ni un emperador ni es un gobernante inca (y entiendo que es de origen aymara, lo que lo coloca en una región distinta de la tradición, por lo demás). Evo Morales es simplemente un presidente electo de un país latinoamericano y pertenece a un grupo étnico que a Bayly le suena parecido a los incas.

Pero lo fundamental es lo otro: ¿qué cosa le hace pensar a Bayly que, sin la llegada providencial del imperio español, los andes de hoy seguirían siendo los de hace 500 años? Respuesta: su incapacidad de percibir a la población andina como cualquier otra población mundial: una colectividad cambiante, una entidad temporal, que gira y crece y se transforma en la historia, como toda la humanidad.

¿Y qué hay detrás de esa idea? La creencia de que el único camino para el progreso latinoamericano es la abolición de lo indígena, su negación, su reemplazo por cualquier otra cosa.

Bayly cree que la importación de cientos de miles de esclavos africanos, el criminal subyugamiento de los indígenas, el régimen despótico de tres siglos, la imposición de una nueva religión, la condena a muerte de los que se resistieran, la confiscación de lo ajeno, la servidumbre y la conversión del continente americano en la despensa y el centro de extracción de la corona española eran ya en sí mismos una mejoría, porque lo que había antes, eso sí que era brutal, eso sí que era bárbaro y eso sí que era salvaje. Pero no esto otro. ¿En qué cabeza cabe? En la cabeza de un idiota.

Y para que quede claro que Bayly no sólo tiene dificultades con la historia, sino que tiene también problemas para el pensamiento abstracto, recordemos lo siguiente: lo que él trataba de probar en su monólogo era que los incas no eran socialistas. Sin embargo, al final dice que si no hubiera sido por los españoles los latinoamericanos seguiríamos siendo "como Evo Morales", a quien Bayly detesta, entre otras cosas, por socialista. ¿Total? Son misterios que sólo penetran las mentes esclarecidas y los lectores "perspicaces". Como diría Borges: deben tener una explicación "en su libro".

(En la imagen: funcionarios españoles instaurando la democracia).




...

3.5.11

Y quiénes somos los culpables

Sobre la responsabilidad civil en el Perú

A juzgar por lo que uno lee en la prensa, parece que el paso de Humala y Fujimori a la segunda vuelta fuera una súbita enfermedad, la intrusión de un virus insólito en un cuerpo sano. No es así. Basta con recordar que el Perú es gobernado hoy por el peor presidente de su historia, y que este hombre fue electo por segunda vez en una votación democrática, para saber que lo de ahora no es más que un síntoma adicional en una larga enfermedad.

Preguntarse cuándo comenzó equivale a repetir la cuestión de Zavalita, que no fue contestada en la ficción y no será respondida en la realidad. Como el personaje de Vargas Llosa, nosotros creemos a ratos que las cosas mejorarán aunque por lo común suponemos que no, que sólo irán de mal en peor. Como el personaje en la novela, en el Perú nosotros somos un termómetro infiel, atravesado de subjetividad.

Pero la realidad está ante nuestros ojos y podemos mirarla. En nuestro país, por lo común, la ignorancia no conduce a la curiosidad sino al orgullo de la ignorancia; el sentido común se ha confudido con picardía y la picardía con crimen; la agencia política es un instrumento de enriquecimiento ilegítimo; el poder político y el gobierno son una guarida; el futuro se ha recortado y a nadie parece interesarle nada que dure más de cinco años.

La memoria histórica se ha disuelto en paranoia o se ha reducido a fantasmas: el fantasma de Velasco, para unos; el fantasma de Sendero Luminoso, para otros; incluso el fantasma del fujimorismo: sombras proyectadas por realidades, pero ante las cuales no se reacciona. Simplemente se les teme, sin actuar. Somos un país con los pelos de punta pero demasiado aturdido para pensar en una respuesta. Somos un país de avestruces.

La inteligencia se ha descartado. En política, no se vota por un candidato brillante ni por un proyecto coherente (por lo tanto, los políticos no necesitan ser lo primero ni trabajar por lo segundo). Se vota por un candidato que no nos asuste y por una salida de emergencia. Nos consolamos pensando que nuestra política es sucia y que por eso los mejores de nosotros no queremos contacto con ella; de hecho, nos consolamos pensando que hay mejores entre nosotros. Desgraciadamente, a estas alturas, esa no es una verdad evidente: ¿Dónde están? ¿Quiénes son? ¿Es la invisiblidad y el silencio parte de su brillantez?

En nuestro país, ahora, pensar a largo plazo es visto como un ejercicio inútul, preguntarse por un destino o por objetivos que no se traduzan hoy mismo en cifras abstractas y obras de poca monta que justifiquen la inacción, es considerado poco práctico; analizar las causas de los problemas es una pérdida de tiempo. Reflexionar, en fin, es absurdo.

Incluso las mejores universidades contratan profesores insolventes, que en muchas academias extranjeras tendrían serios problemas para ser aceptados como alumnos. Y no hay diario alguno donde al menos un vergonzoso irrelevante no tenga una columna de opinión. Opinar en los medios y ser escuchado con seriedad parece tan fácil como abrir una cuenta en tweeter. Lo mismo pasa con la televisión: Bayly, Mariátegui, Ortiz, personajes que en un mundo ideal deberían limitar su acto a los circos de tres pistas, resultan líderes de opinión, vistos como periodistas, leídos y atendidos casi como si fueran intelectuales.

La manera en que hoy se reacomodan las fichas, se abren espacios, se arreglan súbitos contratos y súbitos despidos es un reflejo de cómo ese mundito envilecido se dispone a dar una nueva demostración de su bajeza.

Los peruanos, a quienes la miseria consuetudinaria y la corrupción moral nos ha distraído por demasiados años de la actividad de pensar con seriedad, ya no sólo no nos interesamos por las ideas, sino que no nos damos cuenta de que deberían existir y por eso no nos sorprende su ausencia. Las elecciones han sido la mejor prueba: un candidato califica si no está perseguido por la justicia o si se ha librado de ella; las elecciones no se ven como una oportunidad para el país, sino como una oportunidad para el candidato: "hay que darle una chance, quizás no sea un delicuente, quizás no sea un dictador, quizás no sea un asesino".

Esa es la medida de la civilidad en el Perú de hoy. Y en eso tenemos responsabilidad todos: el que vota tontamente y el que vota sin interés, quien escribe tonterías y quien se abstiene de opinar, quien cree que la vida es un juego y quien nunca se jugará nada en la vida, quien lee estas líneas y las celebra como si hablaran sobre cualquiera excepto él o ella y quien las reenvía pensando que con eso ya hizo suficiente.


(Imagen: Alonso Álvares de Araya)
...