29.4.06

Aburrido e improbable

Históricamente, como se sabe, la Iglesia Católica no ha sido la más serena crítica literaria ni cinematográfica.

Con las obras que ha vetado, prohibido, boicoteado o perseguido, desde los primeros tiempos de Index Librorum Prohibitorum hasta nuestros días, se podría componer una colección acaso tan brillante como la pinacoteca que años atrás reunió los cuadros anatematizados por los comisarios del Tercer Reich.

Ahora, el arzobispo italiano Angelo Amato, secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe (antes Santo Oficio, antes Inquisición), ha hecho un llamado a su grey para que boicotee la película The Da Vinci Code, dirigida por Ron Howard y protagonizada por Tom Hanks. (Quien hubiera dicho que un día Richie Cunningham y Forrest Gump se habrían de volver enemigos de la Santa Iglesia Católica).

Explicando sus motivos, Amato ha señalado que la historia, original del novelista Dan Brown, es una colección de "calumnias, ofensas y errores", y la ha comparado con la célebre (y estupenda) película The Last Temptation of Christ, del católico ítalo-neoyorquino Martin Scorsese, basada, como se sabe, en una novela de Nikos Kazantzakis bastante superior al mamotreto de Brown.

En fin: ya pronto veremos la película y sabremos si Howard hizo algo interesante con el best-seller. Pero, ¿qué es lo que ha dicho sobre la cinta de Scorsese el arzobispo Amato? Que es "extremadamente aburrida e improbable". Curioso: según tengo entendido, es lo mismo que alguna gente dice sobre la Biblia. Después de todo, el aburrimiento es cosa subjetiva. Y eso de que la historia es improbable --ay, la paja en el ojo ajeno-- no parece sino demostrar que Amato, quijotesco al menos en esto, no se da cuenta de la diferencia entre ficción y realidad.

¿Estará el arzobispo a punto de pedir un boicot contra, digamos, Cien años de soledad, en vista de sus inacabables "improbabilidades"? ¿O contra Gargantúa y Pantagruel, basándose en...? Perdón: Gargantúa y Pantagruel, en efecto, sí fue prohibida por la Iglesia hace ya bastante tiempo... Pero se entiende la idea.

Imagen: Arzobispo Angelo Amato, durmiendo
de aburrimiento por culpa de Scorsese. Fotomontaje gfp.

28.4.06

La niña mala y el escribidor

Anoche leí las primeras páginas de Travesuras de la niña mala y hoy he recibido, por fin, un ejemplar de la novela. Debo confesar, antes que nada, que abro el libro con un prejuicio: se trata, indudablemente, del peor título en toda la carrera vargasllosiana, y espero que ése no sea el preludio de una decepción.

El primer capítulo, como ya anotó Iván Thays en su blog (¿habrá que regalarle un auto por el descubrimiento, ahora que el blog de Iván se ha vuelto populista, o bastará con un carrito sanguchero?), el primer capítulo, digo, como ya anotó Thays, tiene mucho de Los cachorros y de La tía Julia y el escribidor: los referentes de la juventud miraflorina de la primera y el lenguaje rápido y acriollado de la segunda.

Me temo, sin embargo, que la anécdota de ese primer capítulo es debilísima y casi totalmente exenta de interés, además de previsible como jamás antes lo ha sido un maestro de la construcción de argumentos como Vargas Llosa (es más: juraría que ya conozco esa historia: quizá Vargas Llosa la haya referido en otra parte). Lo que llevo leído del largo capítulo segundo está mucho mejor, sin embargo. Ya pronto les podré contar más sobre el libro y, si les interesa, mi impresión de él. Debo terminar de leer la novela muy pronto.

Si están en el Perú, por supuesto, vayan a la librería. La novela está en venta por ahora sólo allí, y en ningún otro lugar del mundo hasta su lanzamiento en España dentro de unos días.

Imagen: VLL y Aitana Sánchez Gijón sobre las tablas.

27.4.06

Ojo con el código

Hace un tiempo, un juez argentino dio la razón a Ricardo Piglia en un curioso juicio: Piglia había sido demandado por una mujer en cuya historia real se había basado parte del argumento de Plata quemada (de hecho, la mujer misma tenía una contraparte ficcional en la novela). La razón de la demanda era sui generis: debido al libro, el hijo de esa mujer descubrió que su padre había sido un asaltante, ya muerto, al que nunca había llegado a conocer.

Del veredicto recuerdo dos cosas: una, que el juez acusó a la mujer de no haber sido una buena madre al ocultar a su hijo por tantos años la verdad sobre su origen. La otra: que el mismo juez se permitió, en el texto final, unas cuantas especulaciones, sumamente intelectuales, sobre el status de lo ficticio y su relación con la realidad.

Ahora, un juez ingles, Peter Smith, da un nuevo ejemplo de originalidad forense. Justice Smith fue el magistrado que hace unas semanas falló a favor de Dan Brown, autor de The Da Vinci Code, en el juicio por plagio al que fue sometido el escritor. Pero el largo texto de la sentencia llamó la atención de muchos que notaron que algunas letras, aparentemente de modo azaroso, estaban en cursivas. Tras agrupar las primeras cursivas, descubrieron una frase: Smithy Code.

Al parecer, ese es sólo el anuncio de que la sentencia contiene un mensaje cifrado surgido de la imaginación del juez (quien, dicho sea de paso, consideró que el mayor pecado de la novela era su superficialidad). Pero, a diferencia de lo que pasa con el código Da Vinci en la ficción, nadie hasta ahora ha podido descifrar el texto escondido en la sentencia de Smith. Si alguno de ustedes quiere hacer un intento, aquí está, en documento de PDF, el contenido completo de dicha sentencia, cursivas incluidas.

Imagen: fotomontaje gfp sobre autorretrato de Leonardo.

Bianco, Bolaño, la crítica

En la estrechez librera y la pobreza lectora de Lima, a veces da la impresión de que, si un escritor se pone de moda, la consecuencia inmediata no es que la gente lea la obra de ese escritor hasta el cansancio, sino que deje de leer la obra de cualquier otro a la espera de toparse, casi por milagro, con algún libro del nuevo preferido.

En otras palabras, algo obvio: los limeños, incluso los más interesados, incluso nuestros escritores (y pienso en los más jóvenes) leen bien poquito. De hecho, últimamente he tenido la impresión de que mucha gente a la que recién conozco en Lima solamente lee a un par de autores. Bolaño es uno. No sé quién es el otro.

Diría algo más: parece que hay quienes sólo leen Los detectives salvajes. Quizá se salen del camino un rato para darle una mirada a Estrella distante, o hacen el intento con 2666, pero de inmediato regresan a Los detectives.

Peor aun: hay quienes basan todas sus opiniones sobre la crítica en los breves exabruptos con que Bolaño, con gran frecuencia, pretendía escandalizar a los medios literarios de España y Chile declarando la inutilidad de críticos y reseñadores con un aplomo y un desprecio dignos de mejor causa.

Bolaño, por supuesto, no debió creer la mayor parte de sus propias boutades. Su literatura, después de todo, construye muy complejas y conmovedoras imágenes de lectores y críticos literarios, y en sus páginas (por ejemplo, en 2666) queda clara la idea de que un crítico, como un escritor, es ante todo un lector especializado. de hecho, uno de sus mejores cuentos, El gaucho insufrible, es a la vez una de las mejores lecturas críticas de El sur, el célebre cuento de Jorge Luis Borges.

Y es precisamente en El gaucho insufrible donde muchos de los jóvenes lectores limeños de Bolaño deben de haber visto por primera vez el nombre de José Bianco. En el relato, José Bianco es un caballo, la cabalgadura del gaucho epónimo. En la realidad, obviamente, José Bianco fue el nombre de uno de los más notables y peculiares narradores argentinos del siglo pasado, el autor de dos nouvelles fantásticas que Borges describía como modelos de perfección en el género: Las ratas y Sombras suele vestir. Ignoro si el bautizo del caballo con el nombre del escritor es un homenaje torcido o una burla: todo en ese cuento es ambivalente e interpretable.

Hoy en la mañana, un amigo me hizo llegar un par de párrafos de un texto de José Bianco en el que el escritor habla sobre la crítica como parte del conjunto de la literatura creativa (una idea que parece, curiosamente, importante para entender la ficción de Bolaño). Es un pasaje muy interesante y todo lo que he escrito antes no es sino una excusa para copiar esos dos párrafos aquí:

"La imaginación imita; el espíritu crítico inventa. Esta paradoja de Oscar Wilde que asimila el espíritu crítico a los géneros llamados creadores (novela, relato, poesía) considera la crítica literaria y la literatura de imaginación como dos funciones simultáneas y recíprocas de la inteligencia. Nos dice que la crítica es siempre provechosa a la literatura. Hasta cuando desvirtúa o limita su significado, ahonda la visión que un autor tiene de su propia obra (lo convierte en crítico de sus críticos) y exalta su fuerza: lo induce a rebelarse contra ellos; estimula en él esa fuerza realmente inventiva que le permite hacer el balance de sus posibilidades y combinar sorprendentes caminos de meditación. La crítica, decía Baudelaire, debe ser parcial, apasionada, política y hacerse desde un punto de vista exclusivo, pero desde un punto de vista que abra la mayor cantidad de horizontes posibles. Baudelaire, anticipando el Baudelaire de Sartre, insinúa que la crítica debe ser injusta.

"No es frecuente que un novelista, acostumbrado a supeditar las ideas a personajes imaginarios, haciéndolas vivir en función de caracteres inventados, pueda manejarlas con rigor en su faz especulativa. Alberto Moravia, en nuestros días, es una excepción. No pretendo que un mismo escritor cultive con maestría dos géneros tan diferentes, pero sí pretendo que los géneros tan diferentes sean cultivados por igual en una misma literatura. Agreguemos: en una buena literatura. ¿No es un poco absurdo oír hablar de un país de ensayistas, o de un país de novelistas? Si tiene ensayistas, tendrá por fuerza novelistas. Y viceversa. Recordemos de nuevo la paradoja de Wilde. Donde no hay teorizadores, tampoco hay narradores, donde no hay crítica, no hay ficción".


Imagen: Bolaño domando a José Bianco. Fotomontaje: gfp.

26.4.06

Zoe en el zoo

Zoe Valdés, la escritora cubana residente en Francia, invitada esta semana a la Feria del Libro de República Dominicana, en cuyo marco estaba prevista su conferencia Cuba: ficción y realidad, debió soportar que su presentación se volviera escenario para enfrentamientos entre fidelistas y antifidelistas, tanto cubanos como dominicanos, que acabaron por transformar la charla en un caos de gritos y vociferaciones.

Valdés no dejó de decir lo que quería decir sobre Castro: el suyo, afirmó, "es un régimen de una crueldad tremenda; es un hombre que sencillamente ha utilizado al pueblo de Cuba para hacerlo su finca, en la más cochina tradición de su padre latifundista".

Desde días antes, según dice el cable de AP, se había advertido de presiones del gobierno cubano para evitar la realización del evento, y el mismo día de la conferencia circularon folletos impresos con mensajes en contra de la narradora cubana.

¿No era que los dinosaurios iban a desaparecer? Parece que no. Los castristas aún piensan que hay intelectuales con derecho a hablar e intelectuales con la obligación de guardar silencio, y las reacciones matonescas siguen a la orden del día entre ellos. No es una realidad que nos vaya a extrañar a los peruanos, obviamente: durante el próximo mes vamos a tener la oportunidad de presenciar el show de búfalos y nacionalistas topando cuernos en todos los rincones del país.

Imagen: Zoe embanderada: un balconazo frustrado. Fotomontaje: gfp.

La copiona y la chick-lit

Los juicios por plagio menudean en la industria editorial. El más reciente implica a las dos señoritas de la izquierda, una adolescente indo-norteamericana, estudiante de Harvard, la primera, y una exitosa novelista de best-sellers femeninos, la segunda.

La indo-norteamericana, Kaavya Viswanathan, que tiene diecinueve años ahora, y es una sophomore, es decir, una estudiante del segundo año, en Harvard, firmó, dos años atrás (¡a los diecisiete!), con la editorial Little Bown, un contrato por quinientos mil dólares como adelanto por sus derechos de autor por la publicación de su novela How Opal Metha Got Kissed, Got Wild, and Got a Life.

Ahora que la novela está ya desde hace un tiempo en librerías, Viswanathan ha tenido que bajar la cabeza y aceptar, aunque sea parcialmente, que su novela contiene largos pasajes evidentemente extraídos de dos libros ajenos, dos novelas de la escritora Megan McCafferty. La chica, sin embargo, ha esgrimido la excusa, bastante inverosímil, de que los pasajes ajenos se le debieron de quedar grabados inconscientemente en algún entrepaño de la memoria, y que ella nunca se dio cuenta de que la obra de McCafferty la hubiera marcado tan profundamente...

(Por cierto, ¿quién descubrió el plagio? Un diario de estudiantes de Harvard University, The Harvard Crimson. Eso es lo que se llama compañerismo. Way to go, Crimson).

Se diría que con esto ha quedado demostrado que Viswanathan no era, después de todo, la luminaria juvenil que en algún momentó pareció ser. Pero no es necesaria tal afirmación: nadie creyó nunca que Kaavya o Megan sean genios literarios... ¿Entonces a qué se debe ese medio millón puesto sobre la mesa por Little Brown? A que tanto la novela de Viswanathan como las de McCafferty son perfectos productos de un género en pleno florecimiento, la llamada chick-lit, "literatura para chicas", cuya Divina comedia es un libro conocido indirectamente por los cinemeros: Bridget Jones´s Diary, de Helen Fielding.

La chick-lit puede ser, fácilmente, la rama más vacía de la literatura contemporánea. (Si quieren darse de bruces contra ella un rato, déjense caer por este website). Lo realmente espantoso de esta variante genérica del best-seller es que está hecha para hacer creer a sus lectores que están frente a algo ingenioso (si han visto Sex and the City pueden hacerse una idea: la chick-lit construye una imagen femenina casi siempre esnob, siempre burguesa, siempre blanca, siempre linda y muchísimas veces egotista, un mundo en el que la cantidad de pulgadas en el taco de un zapato es bastante más importante que casi cualquier otro problema humano).

Imagen: a la izquierda
Viswanathan, a la derecha McCafferty. Fotomontaje: gfp.

Julian Schnabel en Bowdoin

Julian Schnabel, el polémico artista plástico neoyorquino, videasta de Red Hot Chilli Peppers, y que saltó de la fama de culto como pintor a la popularidad masiva con su paso al cine, como director de Basquiat y Before the Night Falls, estará pasado mañana de visita aquí, en Bowdoin College, para dar una conferencia y sostener una conversación con estudiantes y profesores.

Schnabel es uno de los últimos ejes del neoexpresionismo americano, y bastante de eso se trasluce en sus películas, quizá de modo más notorio en la suciedad emotiva de las imágenes de Before the Night Falls, película basada en el libro Antes que anochezca, las memorias del escritor cubano Reynaldo Arenas (sobre la película y el escritor, les recomiendo este artículo de Guillermo Cabrera Infante).

Schnabel, hablante de español y residente tres meses al año en España, parece decidido a especializarse en el género del biopic: a sus vidas de Basquiat y Arenas, le sumará este mismo año dos más: The Lonely Doll, que se centra en el escritor de literatura infantil Dare Wright, y The Diving Bell and the Butterfly, con Johnny Depp, que cuenta la historia de Jean-Dominique Bauby, el cuadrapléjico ex editor de Elle. Si llego a conversar con él, pronto les contaré.

Imagenes: Afiche de la película, con Javier Bardem como Arenas.
Schnabel en la filmación de Basquiat. Su pintura Mujer sin ojos.

22.4.06

La raza cómica

Gracias a una invitación de Luis Millones Figueroa para asistir a una conferencia en Colby College, a una hora de Brunswick, ayer tuve la oportunidad de escuchar unas cuantas charlas de lo más interesantes.

Una de ellas estuvo a cargo del célebre historiador austriaco Friedrich Katz, autor de The Life and Times of Pancho Villa y del clásico Ancient American Civilizations. Otra de las presentaciones fue de la crítica literaria Rolena Adorno, de Yale University, conocida en el Perú debido a sus admirables estudios de la obra de Felipe Guamán Poma (autor que, en gran medida, es canónico entre los latinoamericanistas extranjeros gracias a ella).

Una curiosidad: Katz habló acerca de los muchos intentos hechos por la Alemania nazi para ganarse la amistad (o, mediante amenazas, la colaboración) de México en los años previos a la Segunda Guerra Mundial.

Y luego, en vista de que tanto en la conferencia de Adorno como en la de otra de las ponentes, la cubana Adriana Méndez Rodenas, se había aludido a la imagen de lo latinoamericano como la percibieron, en los siglos dieciocho y diecinueve, personajes como Prescott, Humboldt, Graham, etc., Katz aprovechó para ligar lo dicho por los demás con su propia exposición sobre nazis y latinoamericanos, y entonces comentó algo interesante y desconocido para mí: que Adolph Hitler había sido un ferviente admirador de los incas (que lo encandilaban por su sistemática capacidad de control y su aparente omnipresencia en la vida privada de los individuos, lo que Hitler habría leído en Prescott).

No sólo eso: en Mein Kampf, aparentemente, Hitler observó que la desgracia de los pueblos latinoamericanos no era atribuible a una deficiencia de sus razas aborígenes, sino a la decadencia que implicó el mestizaje: la mezcla es una idea aborrecible por encima de cualquier otra para un racista típico, porque trastorna sus esquemas, sus jerarquías y la claridad clasificatoria que sustenta a todos los fanatismos.

Por ello mismo, anotó Katz, resulta más chocante que el gran abogado mexicano del mestizaje, José Vasconcelos, autor de ese tomo insoportable titulado La raza cósmica (1925) fuera también un propagandista del nazismo, publicista del mismísimo Hitler en el México de los años treintas... Es chocante pero no es realmente extraño: sociedades de múltiples mestizajes, hibrideces y contactos, como las latinoamericanas, corren el riesgo permanente de esencializar el mestizaje, idealizarlo, glorificarlo, suponer que sólo en cierto mestizaje se esconden los valores apropiados para la nación. Así era Vasconcelos: un racista atípico.

Raza aria, raza blanca, raza cósmica, raza de bronce, raza cobriza: todas son instancias imaginarias, imaginariamente transformadas en panaceas reivindicativas. Que unas sean esencializadas en virtud de su pureza y otras en virtud de su hibridación en poco cambia el error fundamental.

Si tenemos racistas típicos, como Hitler, y atípicos, como Vasconcelos, ¿qué clase de racistas son los etnocaceristas que nos quieren gobernar bajo la etiqueta del nacionalismo? Su "raza cobriza", que alguna vez aludió a los indígenas altiplánicos, a los quechuas y demás etnias andinas, de pronto se ha velado (piel de cordero) y empieza a sonar a una defensa de lo mestizo.

Pero no tanto. La idea, al parecer, es que uno necesita tener al menos un toquecito de indígena para estar en algo... Pero, bueno: no está nada claro. No es racismo del típico ni del atípico: es racismo chicha, racismo informal, dispuesto a hacerse de la vista gorda cuando convenga. Racismo con carrousel: "cobrizo", dicen, y nadie sabe de qué hablan exactamente, pero suena a reivindicación y, por lo tanto, gana votos.

No es un discurso fanático, es, más bien, un chascarrillo peligroso, racismo payasesco (más de lo habitual), una verdadera defensa de la raza cómica. O al menos eso parece cuando uno lo mira desde fuera. Pero, ¿qué pasará por la cabecita de Humala con respecto a esos temas? ¿Habrá algo en lo que crea, además de la posibilidad de llenarse los bolsillos a diestra y siniestra?

Imagen: Hitler inca. Fotomontaje: gfp.

21.4.06

La duda etimológica

A veces, "cobrizo" no viene de "cobre" sino de "pasen a cobrar"



¡Treparse al carro, o al tanque de Humala, como sea, a como dé lugar, pero treparse! Esa es la consigna de los descarados. Argumentar acerca de las bondades políticas de la trepazón mediante circunvoluciones lógicas y seudo pensativas: ésa es la forma de legitimar su desparpajo y su oportunismo.

Primero fueron Gonzalo García, entornillado para la vicepresidencia pero que, en caso de perder, volverá a trabajar al BCR con el nuevo gobierno, y Alberto Morote, ex rector de la Universidad de Huamanga, aunque quizá su desembarco de la lista parlamentaria nacionalista lo haya escarmentado.

Luego vinieron las súbitas humalizaciones de Edmundo Murrugarra, Félix Jiménez, Nicolás Lynch (en un artículo deplorable donde manipula a Weber para justificar sus propios devaneos) y Carlos Tapia (en una entrevista para echarse a llorar, en la que el ex comisionado de la CVR resta importancia al hecho de que Humala haya sido múltiplemente señalado como sospechoso de crímenes contra los derechos humanos).

Y pronto vendrán más. Y, tristemente, la mayor parte de quienes se encaraman en la bayoneta del comandante de Madre Mía son intelectuales de izquierda, que le dan con eso el indolente puntillazo final no sólo a sus honras públicas y a su credibilidad, sino, además, a la seriedad de sus proyectos.

Imagen: en el tanque de Humala, el comandante, Gonzalo García, Carlos Tapia,
Nicolás Lynch y, asomando por el cañón, Alberto Morote. Fotomontaje: gfp.


Diccionario antropológico



Esnob
.
(Del inglés snob).
1. com. Persona que imita con afectación las maneras, opiniones, etc., de aquellos a quienes considera distinguidos. U.t.c. adj.

Farolero, ra.
1. adj. coloq. Vano, ostentoso, amigo de llamar la atención y de hacer lo que no le toca. U.t.c.s.

Huachafo, fa.
1. adj. Bol. y Perú. Cursi. U.t.c.s.

Cursi
.
(Etim, disc.)
1. adj. Se dice de un artista o de un escritor, o de sus obras, cuando en vano pretenden mostrar refinamiento expresivo o sentimientos elevados. 2. adj. coloq. Dicho de una persona: que presume de fina y elegante sin serlo. U.t.c.s. 3. adj. coloq. Dicho de una cosa: que, con apariencia de elegancia o riqueza, es ridícula o de mal gusto.

Megalomanía.
(Del gr.
μεγαλο-, de μέγας, grande, y μανία, locura).
1. f. Manía o delirio de grandezas.

Fotomontaje.
1. No, no es un fotomontaje. Es la realidad, no importa cuánta vergüenza ajena nos produzca. Hay quien cree que, en cualquier ocasión de la vida, basta con vestir a la mona de seda, y, en efecto, piensa que para ser escritor hay que pasar más tiempo en el ropero que en la biblioteca. 2. Es decir, hay quien leyó alguna vez, si acaso, El espejo y la máscara, y sacó como esmirriada conclusión que sería interesante pararse frente al espejo usando una máscara para siempre. Si de sacar su yo interior a flote se trataba, le hubiera bastado, como aseguran los nuevos patafísicos, con una naricilla roja y esférica. 3. En fin: no pretendo explicar la naturaleza de este ejemplar: no hay nada más complejo que los complejos. El personaje, claro, se llama Fabrizio Luna Castro, estafador y mitómano, pero a veces firma con el nombre de un escritor mediocre.

20.4.06

Un fragmento de la próxima novela de Neyra


Autor de la novela Habrá que hacer algo mientras tanto, director de la editorial Matalamanga y de la asociación civil Niñolee, y con otros proyectos bajo el brazo, que me constan, Ezio Neyra, a sus veinticinco años, no sólo parece versátil sino también incansable.

Ahora, además, resulta que ya anda avanzado en su segunda novela, de la cual ha enviado un fragmento a la página web del proyecto Quipu: literatura descentralizada. Pueden verlo aquí, y, como viene haciéndose saludable constumbre, dejar sus comentarios, que serán sin duda útiles para el autor.

A propósito: que sirva este post para renovar la convocatoria: todos los peruanos jóvenes, o sin acceso al circuito editorial, o con una obra aún en sus inicios, y que estén interesados en publicar online, pueden enviar sus cuentos al siguiente email: gfaveron@gmail. Recuerden que están especialmente bienvenidos los escritores del interior del país.

Fotomontaje: gfp.

18.4.06

Alonso Cueto sobre Quipu

Alonso Cueto me había hablado hace unos días de su intención de decir un par de cosas acerca de nuestro proyecto Quipu en su columna de Perú 21, y ahora, por el blog de Iván Thays, descubro que ya lo hizo, en un texto en el que especula sobre las posibilidades de Internet para la promoción de la literatura, además de referirse en términos que también agradezco a este otro blog, Puente Aéreo.

Sobre los cuentos aparecidos recientemente en Quipu, Alonso, ganador, como se sabe, del último premio Herralde de novela, escribe lo siguiente:

"
El último de ellos es 'El niño héroe' de Luis Hernán Castañeda, que me parece impecablemente escrito. No he leído todos los cuentos que aparecen en Quipu pero me gustan por motivos distintos varios de ellos: 'Una venganza' de Miguel Ruiz Effio, 'Flashes' de Rubén Cano, y especialmente, 'Como una reina' de José Antonio Galloso y 'Recuerdos' de un cusqueño de veintiún años, Nilton Arredondo. Este último está basado en una lectura de 'Silvio en El Rosedal' de Julio Ramón Ribeyro. La mayor parte de estos escritores tienen poco más o mucho menos de treinta años. Varios no han publicado ningún libro, no son conocidos y sin embargo sus textos muestran lecturas y oficio".

Estoy seguro de que los comentarios de Alonso deben ser un buen aliciente para los escritores a los que se refiere, como lo son para quienes participamos en el proyecto.

Fotomontaje: gfp.

Revueltas en el panóptico

Hace unas semanas leí por segunda vez El apando, la extraordinaria novela breve del mexicano José Revueltas, en la que, casi sobre la huella de Foucault, un panóptico es tomado microcósmicamente como cifra de la sociedad mexicana y como cifra, sobre todo, de su degradación, si miseria moral y sus posibilidades de redención.

En El apando la idea más clara es paradójica: en una sociedad de opresores y oprimidos, todos, ambos bandos, son blancos de la bestialidad de un poder que los excede: a unos los excede en la deshumanización de ser sus víctimas, y a otros en la animalidad de ser victimarios. En un mundo de vigilados y vigilantes, unos extravían su libertad y otros, de modo más trascendente acaso, renuncian inconscientemente a ella.

A los treinta años de la muerte del escritor, su biógrafo más distingido, Álvaro Ruiz Abreu, ha publicado en El Universal un interesante artículo sobre Revueltas, que les dejo aquí con una recomendación.

Fotomontaje: gfp.

El poder de qué ciudad letrada

Hace ya casi una semana Abelardo Sánchez León publicó un interesante y breve artículo en El Comercio, un texto en el que, entre otras cosas, establecía una analogía entre la llamada polémica de criollos y andinos y la polarización de nuestro espectro político en los bandos enfrentados en torno a la figura de Ollanta Humala. El punto crucial de la comparación decía lo siguiente:

"
¿Que quiénes son los andinos? Son quienes viven en aquellas regiones que no han tenido recompensas en el proceso de globalización, que se han incorporado mal, si lo han hecho, a los mercados externos y están lejos del famoso 'goteo' neoliberal. ¿Que quiénes son los criollos? Los que viven en la costa, herederos del mundo hispano, que ejercen el poder de la Ciudad Letrada, descrita por Ángel Rama, y coquetean con las ideas del progreso y el bienestar".

Es fácil darse cuenta del sentido de las palabras de Balo: en contra de la idea comúnmente aceptada del mestizaje como proceso unificador de la sociedad peruana, lo que existe en realidad es una duplicidad de sociedades, una de matriz andina e históricamente marginada de los procesos de incorporación culturales y económicos que conducen a la globalización, y otra, de matriz hispana, incluida en esos procesos. Balo ve a los primeros como proclives, en la coyuntura, a entregar su voto a Humala, y a los segundos, claramente, no.

Lo que me sigue resultando oscuro, y por ello me animo a escribir este texto, es la mención, que parece casi un acto reflejo y mecánico, a la ciudad letrada de Ángel Rama. ¿Es que Balo cree que todos quienes no tienen a Humala en el radar de sus preferencias, o los limeños en general, o, más extrañamente aun, todos quienes "coquetean con las ideas del progreso y el bienestar" en verdad "ejercen el poder de la Ciudad Letrada"?

Me resulta evidente que la noción de Rama implica, antes que una estratificación del poder dentro de una sociedad toda, una jerarquización del poder dentro de la llamada ciudad letrada (los famosos "anillos concéntricos") de modo que nunca bastaría con estar en ella para ejercer su poder. Es claro, también, que si Rama distingue entre la ciudad real y la teórica ciudad letrada, eso se debe a su necesidad de hacer ver que ningún lugar real de ninguna sociedad es solo asiento del poder, lugar de la ley o sitio de la hegemonía. En otras palabras, regresando a nuestro caso pero dentro de los parámetros de la teoría de Rama: vivir en la capital del Perú, y ser "heredero del mundo hispano", no coloca a nadie de por sí en una posición de poder, precisamente porque, dentro de la ciudad real, sólo tienen poder los que entran en la lógica del universo letrado (ésa es la etérea ciudad letrada), y tal cosa, está claro, ha quedado históricamente reservada a unos cuantos.

Pero aún faltaría aclarar algo más importante: quedaría por decir si el poder en el Perú se ejerce desde un lugar que guarde alguna relación con la ciudad letrada de Rama. Y más todavía: se tendría que explicar por qué los ideales de "progreso y bienestar" de la mayoría de los limeños tienen, según se entiende en el artículo, su origen o su justificación en la ciudad letrada. Yo, a priori y sin ningún estudio que justifique mi observación, me atrevería a decir que no es así, que en los sectores de la sociedad peruana donde la idea de progreso es más visible, lo que reina es una inclinación capitalista y una lógica de la ganancia material inmediata, y que eso se suele dar en un marco en el que cualquier forma tradicional de cultura, incluyendo todas aquellas que fueron durante siglos, según Rama, la savia circulante de la ciudad letrada, tienen poca o ninguna importancia.

Y no es que no existiera una lógica de la ganancia y una utilización inmediata del poder dentro del marco de lo que Rama llamó la ciudad letrada; es que ahora, al parecer, esos impulsos no necesitan un discurso articulado que los justifique: quienes ejercen el poder pueden hacerlo desde la más iletrada de las desarticulaciones; la letra, la ley, han dejado de ser sus instrumentos primordiales. Y en la forma en que parecen aceptar ese escenario, los "dos perúes" coinciden admirablemente.

Imagen: Balo y la ciudad. Fotomontaje: gfp.

16.4.06

El entierro de los muertos


No es ninguna noticia desagradable, por si acaso. La célebre frase de T.S. Eliot que cité en un post previo ("April is the cruelest month") proviene de un poema llamado, en español, El entierro de los muertos, y me dejó pensando en que abril, después de todo, sí ha sido cruel con la poesía peruana: hoy se cumplen sesenticuatro años de la muerte de José María Eguren (nos lo ha recordado Vïctor Coral en su blog) y ayer fueron sesentiocho de la muerte de César Vallejo.

En homenaje a ellos la versión en español del poema de Eliot:

Abril es el mes más cruel: engendra
lilas de la tierra muerta, mezcla
recuerdos y anhelos, despierta
inertes raíces con lluvias primaverales.
El invierno nos mantuvo cálidos, cubriendo
la tierra con nieve olvidadiza, nutriendo
una pequeña vida con tubérculos secos.
Nos sorprendió el verano, precipitóse sobre el Starnbersee
con un chubasco, nos detuvimos bajo los pórticos,
y luego, bajo el sol, seguimos dentro de Hofgarten,
y tomamos café y charlamos durante una hora.
Bin gar keine Russin, stamm' aus Litauen,
echt deutsch.
Y cuando éramos niños, de visita en casa del archiduque,
mi primo, él me sacó en trineo.
Y yo tenía miedo. Él me dijo: Marie,
Marie, agárrate fuerte. Y cuesta abajo nos lanzamos.
Uno se siente libre, allí en las montañas.
Leo, casi toda la noche, y en invierno me marcho al Sur.

¿Cuáles son las raíces que arraigan, qué ramas crecen
en estos pétreos desperdicios? Oh hijo del hombre,
no puedes decirlo ni adivinarlo; tú sólo conoces
un montón de imágenes rotas, donde el sol bate,
y el árbol muerto no cobija, el grillo no consuela
y la piedra seca no da agua rumorosa. Sólo
hay sombra bajo esta roca roja
(ven a cobijarte bajo la sombra de esta roca roja),
y te enseñaré algo que no es
ni la sombra tuya que te sigue por la mañana
ni tu sombra que al atardecer sale a tu encuentro;
te mostraré el miedo en un puñado de polvo.

Frisch weht der Wind
Der Heimat zu
Mein Irisch Kind,
Wo weilest du?

"Hace un año me diste jacintos por primera vez;
me llamaron la muchacha de los jacintos".
-Pero cuando regresamos, tarde, del jardín de los jacintos,
llevando, tú, brazados de flores y el pelo húmedo, no pude
hablar, mis ojos se empañaron, no estaba
ni vivo ni muerto, y no sabía nada,
mirando el silencio dentro del corazón de la luz.

Oed'und leer das Meer.

Madame Sosostris, famosa pitonisa,
tenía un mal catarro, aun cuando
se la considera como la mujer más sabia de Europa,
con un pérfido mazo de naipes. Ahí -dijo ella-
está su naipe, el Marinero Fenicio que se ahogó,
(estas perlas fueron sus ojos. ¡Mira!)
aquí está la Belladonna, la Dama de las Rocas,
la dama de las peripecias.
Aquí está ell hombre de los tres bastos, y aquí la Rueda,
y aquí el comerciante tuerto, y este naipe
en blanco es algo que lleva sobre la espalda
y que no puedo ver. No encuentro
el Ahorcado.Temed la muerte por agua.
Veo una muchedumbre girar en círculo.
Gracias. Cuando vea a la señora Equitone,
dígale que yo misma le llevaré el horóscopo:
¡una tiene que andar con cuidado en estos días!

Ciudad irreal,
bajo la parda niebla del amanecer invernal,
una muchedumbre fluía sobre el puente de Londres, ¡eran tantos!
Nunca hubiera yo creído que la muerte se llevara a tantos.
Exhalaban cortos y rápidos suspiros
y cada hombre clavaba su mirada delante de sus pies.
Cuesta arriba y después calle King William abajo,
hacia donde Santa María Woolnoth cuenta las horas
con un repique sordo al final de la novena campanada.
Allí encontré un conocido y le detuve gritando: ¡Stetson!
¡tú que estuviste contigo en los barcos de Mylae!
¿Aquel cadáver que plantaste el año pasado en tu jardín,
ha empezado a germinar? ¿Florecerá este año?
¿No turba su lecho la súbita escarcha?
¡Oh, saca de allí al Perro, que es amigo de los hombres,
pues si no lo desenterrará de nuevo con sus uñas!
Tú, hypocrite lecteur! -mon semblable -mon frère!"

Drácula no era un pato verde

En el barullo editorial provocado por The Da Vinci Code lo más alucinante es la aparición de decenas de libros destinados a probar que las cosas que se dicen en esa novela no ocurrieron en la realidad.

En muchos casos, son libros escritos por investigadores con olfato publicitario, pero plenamente conscientes de que lo suyo es un trabajo de perogrullo: hacer notar que ficción y realidad son cosas diferentes.

En otros casos, sin embargo, se trata de despistados sin una micra de conocimiento literario y sin la noción más elemental de filosofía del lenguaje, que emprenden la tarea de demostrar que Dan Brown es un mentiroso.

Entre los últimos, según descubro en La República de hoy, hay un peruano; profesor universitario, para variar, de nombre Francisco Bobadilla, maestro de derecho civil y comunicador social. Además es miembro del Opus Dei, así que su indignación es ira santa. Santa pero mal dirigida, habría que decirle.

Para el señor Bobadilla he preparado la imagen que ilustra este texto: a la izquierda Vlad Tepes, personaje real, rumano, voivoda de Valaquia, empalador sanguinario, a quien llamaban Vlad Dracul y a quien la inspiración popular del este de Europa recuerda como "el conde Drácula". A la derecha, el conde Drácula de Tod Browning, ficticio, interpretado por Bela Lugosi y construido sobre el molde ficcional del Dracula de Bram Stoker, a su vez levantado sobre la imagen de Vlad Tepes. Entre ambos: Count Duckula, o el conde Pátula, en español, personaje ficticio, basado en todos los anteriores. Los dos últimos no son mentiras predicadas acerca del primero, sino ficciones hechas a partir de él. Vlad Tepes no era un pato verde, pero el capítulo de la serie El Conde Pátula en el que, en efecto, Vlad Tepes aparece representado como un pato verde, no miente: ficción nomás, señor Bobadilla.

Pero si esa explicación no lo reconforta, y decide perseverar en su empresa reivindicativa, he aquí otros terrenos en los que podría extender su labor: demuestre que Vargas Llosa mintió al decir que el Ministro del Interior de Odría se llamaba Cayo Bermúdez; pruebe usted con documentos en mano que en las guerras civiles colombianas ningún coronel de apellido Buendía perdió jamás treintidós guerras; haga notar de una vez para siempre que en el 221-B de Baker Street, en Londres, nunca vivió un detective llamado Sherlock Holmes (estuve allí hace tres años: algunos descarados intentan aún hoy convencer al turista de que así fue); denuncie que Aquiles no mató a Héctor ni fue muerto por París; señale usted la falsedad de George Steiner, quien ha osado afirmar, en una novela, claro, que Hitler fue descubierto con vida por unos cazanazis judíos, en las selvas entre Bolivia y el Paraguay, apenas unos años atrás. Deje en evidencia a esos cronistas españoles que juraron haber visto sirenas y barcos enormes colgados de las ramas de los árboles en la selva del Perú. Y después échele mano a sus Obras completas de Tolstoi y, en nombre de la verdad, no deje tampoco a ese títere con cabeza.

Imagen: la ficcionalización de un personaje.

La poesía en el mes más cruel


Leyendo el
Washington Post me entero de la existencia de The Academy of American Poets
. Es una fundación sui generis, y su nombre, que explica perfectamente quiénes la conforman, no deja entrever la enormidad de su trabajo.

La academia otorga una infinidad de becas y premios, tanto para poetas primerizos como para consagrados, organiza numerosos concursos, congresos, recitales y maratones poéticas, y ha construido, a través de su página web, una base de datos impresionante.

En ella, podrán encontrar ensayos sobre poesía, estudios, biografías, obras reunidas, grabaciones originales de célebres autores leyendo sus versos (aquí verán la lista y podrán escucharlos, de Auden a Frost, de Bishop a Eliot, etc).

A la academia se debe que, para los amantes americanos de la poesía, y en contra de las palabras de T.S. Eliot, abril no sea el mes más cruel: abril es, más bien, el mes nacional de la poesía en los Estados Unidos, con una cantidad de eventos celebratorios como para dejar satisfecho a cualquiera.

Como curiosidad: basándose en el tránsito del sitio web, la academia ha confeccionado la lista de los diez poetas americanos más populares, que les dejo aquí debajo. Llama la atención que la lista se abra con un poeta negro, el activista neoyorquino Langston Hughes (que no es el único activista de derechos civiles en la nómina: allí está también Maya Angelou) , y se cierre con un latino, William Carlos Williams, hijo de inglés con portorriqueña.

1. Langston Hughes
2. Emily Dickinson
3. Robert Frost
4. Walt Whitman
5. e.e. cummings
6. Sylvia Plath
7. Maya Angelou
8. Dylan Thomas
9. Shel Silverstein

10. William Carlos Williams

Imagen: los dos más populares, Hughes y Dickinson.

Telefilosofía

Sólo por el placer cristiano de sentirnos mal, más presente que nunca para el 79 % de los peruanos en esta su Semana Santa, démosle una mirada a esta noticia aparecida ayer en Expreso: uno de los programas más sintonizados de la televisión alemana es conducido por un célebre filósofo.

Y no es que el versátil pensador se desdoble de tal modo que se reformule a sí mismo en un personaje televisivo con el nivel mental de un frijol canario, como suele ocurrir entre nuestros conductores de la tele.

No. Este tipo persevera tercamente en la inteligencia, y hace, en efecto, un programa destinado, cada semana, a responder una compleja pregunta filosófica y armar un debate a partir de dicho proceso. Mismo Raúl Romero.

Imagen: Platón y Nietzsche en la pantalla chica.

El arte del futbolista ciego

Cierto artículo de La República y una réplica de Gabriel Ruiz Ortega en el blog de Víctor Coral me llevan a hablar nuevamente de alguien a quien no pensé referirme más, o al menos no por un tiempo.

El artículo, que por un momento me pareció una respuesta a mi post Los sabios idiotas no existen, es el texto más descabellado que le he leído a Leonardo Aguirre. Descabellado hasta el punto que uno se pregunta qué sentido tiene que un diario de circulación nacional pierda espacio en albergarlo.

Es, en su aspecto más lamentable, una defensa de la ignorancia, y en su lado más simpático, una romántica reivindicación de la literatura como fenómeno paranormal: "el artista convierte en arte todo lo que toca".

Lo primero es grave: en medio de la enorme escasez de espacios periodísticos que defiendan la idea del estudio, la lectura y la reflexión como elementos vitales para rescatar a nuestra sociedad de su triste agujero, uno de nuestros pocos escritores con tribuna celebra la carencia de todo eso --lectura, estudio y reflexión-- y sostiene que ni siquiera los escritores necesitan de ello.

Aguirre parece creer que, si alguien tiene eso que él llama "talento" (talento del cual él mismo parece el mejor ejemplo que le pasa por la cabeza), puede construir muebles con sólo tener un martillo, aunque en su vida le sea dado ver un sillón o una mesa.

Piensa, por decirlo así, que, Ronaldinho podría jugar como juega aunque jamás en su vida hubiera visto un partido de fútbol. Pues no es así: Ronaldinho podría hacer malabares inconducentes y las más inverosímiles maniobras con un balón, pero su ignorancia de las leyes y los secretos del juego le impediría tanto seguirlos como quebrarlos, tanto apropiarse de ellos como reinventarlos.Y eso mismo, mutatis mutandis, es lo que podría hacer un escritor sin lecturas o con un número reducido de lecturas: verborragia y palabreo, una escribidera sin sentido ni valor. Y eso no es literatura.

Para darle cierto sentido a su argumento, Aguirre se inventa un rival fantasmático: alguien que habría sostenido alguna vez que "para producir literatura, se debe consumir sólo literatura". ¿Quién --en los últimos, digamos, tres mil años-- ha dicho eso? Nadie. Es más, ¿quién es capaz de imaginar a una persona que pueda sólo consumir literatura, sin exponerse a ningún otro input, a ningún otro estímulo, a ningún otro lenguaje? Una vez más: nadie.

He aquí, justamente, una de las utilidades de la lectura: si Aguirre leyera más y se mirara menos el ombligo, no escribiría cosas como ese artículo, y la cultura peruana ganaría para sí esa esquinita de papel que La República le ha concedido a este escritor, paradójico propulsor de la idea de que la gente no debería leer mucho, incluyendo, supongo, sus propios libros.

Fotomontaje: gfp.

15.4.06

¿Vamos al cine?

The Da Vinci Code es un libro pésimo, muy mal escrito, increíblemente superficial y enrevesado y habitado por unos personajes tan planos y grises que parecen apenas boceteados a lapiz sobre la hoja.

Pero es también un éxito resonante y la punta del iceberg de una industria de ficciones sacras (o sacrílegas, más bien) que amenazan con desbordar los estantes en casi cualquier librería de este país.

La novela de Dan Brown cuenta una versión caprichosa y un tanto convulsa de la vida de Jesús, un poco en la huella contrafáctica de Kazantzakis y Scorsese. Pero Brown tiene el objetivo de conmover a los impresionables y divertir a los curiosos, y no, como Kazantzakis y Scorsese, la expectativa de hacer pensar a los reflexivos. Sin embargo, las tres ficciones han sido recibidas por autoridades de la Iglesia de la misma manera: como mentiras peligrosas.

Después de casi dos decenas de siglos atribuyéndole a Dios la autoría de unos libros escritos por Dios sabe quién durante las primeras centurias de nuestra era, la Iglesia debería reconocer que, si hay espacio en este mundo para su fe en esos libros, también lo hay para las fantasías librescas de los demás. Pero eso sería, quizá, demasiado pedir.

Varias de sus mayores autoridades han protestado ante las historias que cuenta Brown en su novela. Entre las cosas más irritantes para tantos católicos conservadores, sin embargo, no han estado las tropelías de Brown en su reconstrucción de los relatos bíblicos, sino el retrato que brinda la novela del Opus Dei, que queda representado como poco menos que una mafia.

El mismo Opus Dei, que ha visto su sitio web súbitamente convertido en uno de los lugares más transitados de Internet, ha destinado una sección especial de su website a dar una explicación de las imprecisiones y falsedades de The Da Vinci Code. Al parecer, decir simplemente que se trata de una ficción no resulta efectivo ante el fervor de los fans de Brown.

El Opus Dei tiene una afinidad política notoria con los grupos más conservadores, cuando no reaccionarios, en innumerables escenarios políticos del mundo. Pero, claramente, no es una mafia, ni un ejército de malditos encubiertos, ni una partida de homicidas inescrupulosos y sanguinarios. Es suyo, sí, el imperdonable defecto de ostentar, por un lado, una gran cantidad de recursos y una amplia capacidad de acción y, por otro, un pésimo diagnóstico de los problemas de nuestras sociedades y una constante inclinación autoritaria, censora e impositiva.

Yo personalmente sería más feliz si el Opus Dei no existiera, pero jamás podría decir que se trata de una horda de delincuentes.

Pero los miembros de la obra no son los únicos que han recibido un tratamiento duro en obras ficcionales en tiempos recientes. ¿Saben quiénes más fueron retratados como una partida de homicidas inescrupulosos y sanguinarios en una ficción, no hace mucho? Los judíos, en The Passion of the Christ, la película de Mel Gibson, que describe a todos y cada uno de los judíos no seguidores de Jesús como bestias salvajes, depravadas, o sencillamente como facetas de una entidad demoniaca. (De todos salva sólo a uno: Simón de Cirene, que ayuda a Jesús a cargar la cruz. Pero claro, como se sabe, el mito católico dice que Simón de Cirene habría de migrar a Roma y hacerse cristiano, así que tampoco él es un judío bueno).

¿Y saben quiénes
se apresuraron a aseverar no sólo que la película de Gibsonera fiel a los evangelios, sino que era un retrato ajustado a los hechos históricos, y que nada en ella podía ser entendido como antisemitismo, pues se ajustaba a la palabra de Dios? Pues, líderes muy visibles de la Iglesia, como Raniero Cantalamessa, Darío Castrillón (el colombiano que estuvo voceado como papable) y Joseph Augustine Di Noia, entonces mano derecha del actual papa Joseph Ratzinger.

Que ajustarse a los evangelios salve a una ficción del cargo de antisemtismo es un razonamiento al menos extraño: no sería difícil argumentar que el estereotipo antisemita del judío mentiroso, embustero, traidor, e interesado en el dinero por encima de todas las cosas, tiene su primer ejemplo y su motor más poderoso en el retrato bíblico de Judas, sobre todo en el que se ofrece en el Evangelio de Juan.

Pero además es evidente que Gibson va mucho más allá que cualquier libro bíblico en su ensañamiento antisemita. De hecho, no toma como fuente uno de los libros, sino que recolecta los pasajes de cada uno de los cuatro evangelios en los que peor parados queden los judíos, construyendo así un engendro novedoso que parece articulado antes que nada por el rencor.

Y a eso le suma su único otro rasgo original: exceptuando un par de ruinas fílmicas de la Alemania nazi, esta es quizá la única película sobre la muerte de Jesús en la que el énfasis argumental y expresivo está puesto en describir la maldad infinita y enferma de los torturadores. De hecho, resulta harto difícil colegir en esta cinta algún tipo de mensaje de amor o reconciliación. Junto al asco, The Passion of the Christ sólo puede promover el odio.

Los mismos líderes de la Iglesia que aplaudieron The Passion of the Christ, protestan por lo que parecen considerar la turbia mitomanía de Dan Brown. La película antisemita de Gibson les pareció una maravilla. El best seller mamarrachento de Dan Brown les parece peligroso, un atentado contra la fe y contra la verdad.

Cantalamessa
, por ejemplo, cercano a Juan Pablo II y a Benedicto XVI, elogió la película de Gibson pero ha condenado la novela de Brown y se espanta de la expectativa que genera la versión fílmica de The Da Vinci Code. Se dirá que es una reacción obvia. Me parece que es obvia sólo en gente incapaz de conmiseración, caridad o empatía con los demás, y creo que se podría esperar más de los miembros de una institución que, como la Iglesia Católica, dice defender precisamente eso.

Imagen: Raniero Cantalamessa, Joseph Ratzinger y Mel Gibson. Fotomontaje: gfp.

14.4.06

Primicias del próximo libro de Castañeda


En la ola de nuevos narradores peruanos que han sorprendido a la crítica con su súbita aparición durante el último par de años, quizá quien más rápidamente se ha ganado la reputación de estar en camino a consolidarse como uno de los autores centrales de la generación sea Luis Hernán Castañeda, autor de las novelas Casa de Islandia y Hotel Europa.

Luis Hernán, o Ludo, como se hace llamar (no en homenaje al personaje de Ribeyro, ni al rollo de Huizinga, sino en honor de los juegos de mesa que consumen la mayor parte de su vida), acaba de terminar la primera versión de lo que será su tercer libro, una colección de cuentos cuyo título provisional es irrepetible debido a que no se le ocurrió al autor, sino a Iván Thays, quien hasta el momento se niega a ceder los derechos.

Luis Hernán me ha enviado una copia de esa primera versión del libro, junto con la autorización de publicar cualquiera de los relatos en Quipu, donde los amables y no tan amables lectores tendrán la oportunidad de deslizar sugerencias al autor y críticas al texto. El cuento, titulado El niño héroe, está, pues, publicado, y pueden buscarlo aquí.

De burdeles y claustrofobias

En El Balcón, quizá la más sofisticada y compleja pieza teatral del francés Jean Genet, un burdel sirve para la representación de las fantasías de los clientes más habituales. Uno finge ser un obispo, otro un general, otro un juez. Nada es genuino en ellos (su sociedad es carnavalesca), y esa falta de realidad contagia también al único hecho "real" de la historia: la revolución que se gesta en las calles, que primero tumba a los gobernantes verdaderos y luego, en una segunda emergencia, habrá de tumbar también a los del simulacro.

La idea de una clase dirigente enclaustrada, presa de sí misma, payasesca y virtualmente incapaz de percibir el mundo exterior, como no sea para escuchar sus protestas e interpretarlas como amenazas; la idea de una élite burdelesca y ociosa, prendida a su posición de manera parasitaria, tiene que resultarnos muy familiar a los latinoamericanos, y de modo especial a los peruanos.

Uno se pregunta cuántos en la llamada "clase A" andan ahora rogando que Humala no gane las elecciones para que el mundo no se les venga abajo, no porque piensen que Humala pueda hacer un mal gobierno (no hay que ser un genio para saber que así sería), sino porque sienten que algo los amenaza. Porque, en el fondo de su corazón, saben que todos nuestros gobiernos han sido malos gobiernos, pero ninguno, desde Velasco, los asustó tanto como la posibilidad de que Humala llegue al poder. Porque el único temor que tienen es un temor egoísta.

Alguien tendría que recordarle a esa gente que ellos mismos han conducido el país durante los últimos ciento ochenta y cinco años, y que en ese tiempo se han dado maña para hacer de sí mismos individuos ricos y, del país, un país miserable.

Quien creyó que nuestras clases dirigentes iban a ser capaces de escuchar y ver al Perú con otros ojos luego de los quince años de la violencia terrorista, se equivocó. Quien pensó que tendríamos gobiernos preocupados por sanar las urgencias de los más pobres, y después hacer algo con las raíces de esa pobreza, para que la historia no se repitiera, se equivocó. Quien imaginó que los partidos políticos darían prioridad, en sus discursos, a la solución de las condiciones materiales inmediatas que generaron la violencia senderista, se equivocó.

Nuestras clases dirigentes no han sido capaces de escuchar nada, ni capaces de entender nada. Siguen siendo arlequines encerrados tras las ventanas de un burdel, despertando sólo para escuchar los balazos en la vereda. Como los artistócratas mexicanos de Buñuel en El ángel exterminador, son incapaces de salir de los salones de sus casas para mirar más allá. Como el marqués de Ribeyro en El marqués y los gavilanes, podrían morir peleando contra sus propias sombras antes de reconocer que el mundo en el que viven necesita cambiar y que ellos necesitan cambiar con el mundo.

Lástima que, en nuestra versión de El balcón, el personaje que amenaza con subvertir el orden del burdel sea, también él, un payaso.

Fotomontaje: gfp (a partir de un afiche polaco de El balcón).

13.4.06

Una historia de la mirada

El año en que entré a Cornell, fuimos sólo dos los estudiantes nuevos en el doctorado de literatura hispana: la otra mitad de mi promoción fue una amiga chilena, de Santiago, Valeria de los Ríos, que poco después de terminar la tesis doctoral se volvió a su tierra y ahora es profesora universitaria allá.

A riesgo de meter la pata, diré que la tesis de Valeria era un estudio de las diversas formas en que las tecnologías de la imagen visual (el cine, la fotografía) dejaron su huella en distintos momentos de la narrativa latinoamericana del siglo veinte (algún capítulo, o alguna sección de algún capítulo, recuerdo, se refirió a nuestro compatriota Clemente Palma).

En El Mercurio salió hace unos pocos días un excelente artículo de Valeria, Una historia de la mirada, que le puede dar a los curiosos una buena idea de la evolución de los llamados estudios visuales, tan poco difundidos en el Perú hasta hoy, pero que, debido entre otras cosas a su amplitud interdisciplinaria, se vienen expandiendo velozmente en otros ámbitos académicos.

Imagen: Benjamin y Foucault, observadores y observados. (Fotomontaje: gfp; grabado de Escher).

12.4.06

Diferencias

Que me disculpe Víctor Coral, pero creo que su último post, Tropelías académicas, referido a recientes afirmaciones hechas por Marco Aurelio Denegri y Carlos García Bedoya, comete deslices muy parecidos a los que critica.

Coral muestra las arbitrariedades de Denegri en sus comentarios sobre literatura (a raíz de uno en particular, sobre la reedición de Noches de adrenalina, de Carmen Ollé), y contradice ciertas opiniones, que juzga discutibles, del profesor García Bedoya con respecto a la crítica periodística y el trabajo narrativo de Jaime Bayly.

Tras enumerar las desbarradas del showman cultural y discutir las opiniones del profesor sanmarquino, Coral concluye dos cosas: la primera, que no está bien eso de hacer afirmaciones "generales e irresponsables" (se refiere a la forma en que García Bedoya descalifica a los reseñadores de la prensa); la segunda, que "cada vez que un profesor de literatura o un académico erudito toca temas literarios o periodísticos en medios, termina a menudo cometiendo deslices".

Yo juraría que su conclusión número dos es precisamente una afirmación general y, por qué no, poco responsable, con lo cual el comentario de Coral acaba mordiéndose la cola, o mordiéndole la cola a su conclusión número uno, en todo caso.

Por supuesto, no tiene nada de raro que yo, profesor universitario y académico, aunque no erudito, sea el primero en reclamar por la arbitrariedad de la afirmación. Debo decir que la opinión de García Bedoya sobre la trivialidad habitual de la crítica periodística peruana me parece, en líneas generales, acertada, aunque el mismo Coral, Javier Ágreda y alguien más por allí rescaten al oficio de la total medianía. Y que los libros de Jaime Bayly son frívolos y superficiales me resulta una verdad transparente (aunque estoy dispuesto, como siempre, a escuchar opiniones contrarias).

Pero lo que realmente me ha llevado a escribir este post no es nada de eso, sino el hecho de que Coral pueda generalizar una opinión y aplicársela a los académicos peruanos en conjunto a partir de un par de boutades de Denegri, quien, como sabemos, ha construido un idiolecto en el que la boutade es el núcleo, el centro del sistema y su unidad mínima de sentido.

¿Desde cuándo, me pregunto, Denegri es un intelectual, un crítico académico o un erudito (como no sea euridito en gallos, que es la erudición más ociosa que quepa concebir)? ¿Desde cuándo Denegri es un crítico literario o un estudioso de la literatura? ¿Qué tiene que ver la costumbre de leer el diccionario todas las mañanas con la teoría literaria? ¿Qué tienen que ver la obsesión ortográfíca y la normativa con la crítica? En otras palabras: ¿qué cosa hace que alguien considere a Denegri un crítico --no digamos ya un crítico académico--, y por qué juzgar a todo un gremio al que él no pertenece a partir de las afirmaciones que él pueda hacer?

Fotomontaje: gfp.

Sant Jordi, Garcilaso y los libros


En Cataluña, el 23 de abril de cada año es "la diada de Sant Jordi", la fiesta que celebra al santo patrón local.

Una leyenda catalana cuenta que Sant Jordi, alguna vez, salvó de la muerte a una princesa matando al monstruo a cuyas fauces la pobre había sido destinada. De la sangre del monstruo, dicen, brotó un rosal: en la fiesta de Sant Jordi, los catalanes regalan rosas a la gente querida.

Como el 23 de abril es también el día de la muerte de Cervantes y Shakespeare, la tradición de la culta Cataluña se ha transofrmado, y ahora, al regalo de la rosa, los obsequiados deben responder regalando un libro. No está de más que sean Cervantes y Shakespeare los aludidos, porque Sant Jordi no es otro que el británico Saint George, y su monstruo catalán, mutatis mutandis, es el dragón de la leyenda inglesa.

Alonso Cueto, hace un par de días proponía en su columna de Perú 21 que una fiesta similar se adoptara en el Perú, para promover la lectura y también, claro está, el comercio de libros. No está de más recordar, como quien busca un nuevo apoyo a la propuesta, que el 23 de abril es también el día de la muerte de nuestro inca Garcilaso de la Vega. (Iván Thays preferirá recordar, quizá, que esa es la fecha de nacimiento de Vladimir Nabokov)... ¿A quién se tendrá que recurrir para saber cuál es la viabilidad de un proyecto así?

Imagen: Sant Jordi y el monstruo en pintura del siglo XV.

Memoria del presente

Suele decirse, casi por sentido común, que no existe la posibilidad de la novela histórica sin distancia temporal: el paso del tiempo construye la perspectiva que hace de un momento dado un periodo distinto al del escritor, y que es sólo en esa diferencia temporal que un relato se vuelve relato de la historia.

Suele decirse también que cierto tipo de narración, la que pretende organizar acontencimientos íntimamente traumáticos, no puede ser ejecutada por quien ha experimentado esos hechos, al menos hasta que tenga la posibilidad real de asimilarlos, reconsiderarlos, pasar a través de ellos y adueñarse de su origen.

La ukraniana Irene Némirovsky, autora de casi una decena de novelas en francés, publicadas en Francia en los años previos a la Segunda Guerra Mundial, escribió también, en la primera mitad de 1942, dos nouvelles entretejidas que, bajo el título común de Suite Fran
caise, describen los hechos de la invasión de Francia por lo nazis, la toma de París, los bombardeos, las escaramuzas, la virtual desaparición del ejército francés y, luego, el trance psicológico de la aceptación de la derrota.

Resulta impresionante descubrir que Némirovsky fue, ella misma, capturada por los nazis y deportada a Auschwitz el 13 de julio de 1942. Es decir, que, en su caso, la distancia temporal entre el hecho real y su transformación en ficción fue, en el mejor de los casos, cosa de semanas, quizá uno o dos meses. Su caso es singular, claro, pero también es una nueva y enorme objeción a las teorías del trauma, que pretenden uniformar nuestra comprensión de ciertos procesos de creación estética a partir de principios psicologistas, presumiendo, con simpleza hasta ahora no superada en la teoría, que personas distintas producen respuestas psíquicas idénticas ante unos mismos fenómenos.

Gracias a un cable que da cuenta de que
Suite Francaise ha sido reconocida esta semana, por los libreros de Madrid, como el mejor libro del año 2005, me entero de que ya existe una edición en español. Yo estoy por la mitad de la traducción inglesa, y puedo recomendar este libro sin duda a cualquiera que esté interesado, sencillamente, en la buena literatura.

Imagen: Némirovsky (fotomontaje: gfp). Quienes tengan acceso al New York Times,
encontrarán una excelente reseña de este volumen en el Sunday Book Review.