19.5.06

El tonto y el bocón


DANIEL SALAS

Desde que pude ver en DVD una compilación de sus más emocionantes peleas, Mohamed Ali se convirtió en uno de mis héroes culturales.


De Alí se puede decir muchas cosas, menos que haya sido un boxeador discreto y sencillo. Alí se consideraba el boxeador más hermoso y el más veloz y aún ahora repite en las entrevistas que le quedan dos objetivos en la vida: mantenerse bello y peregrinar a la Meca. Los deportistas profesionales no destacan por su humildad, pero el caso de Alí parece ser especialmente enfático y, sin embargo, aquí se trata menos de egolatría que de un gesto que vindica una raza minoritaria y explotada.

Alí introdujo la costumbre del duelo verbal como preámbulo al duelo boxístico. Era incapaz de quedarse callado y era singularmente atrevido y burlón con sus rivales. Todos parecían entender que Alí estaba poniendo en acto un personaje y que sus fanfarronadas en realidad era la máscara tras la que actuaba una persona sencilla, noble y generosa que hizo suya la bandera de defender el orgullo y los derechos de los afro-americanos.

Como no podía ser de otra manera, hubo una vez alguien que no entendió de qué se trataba. Oscar “Ringo” Bonavena lo enfrentó una sola vez en el ring, el 7 de diciembre de 1970. y una sola vez ante las cámaras y los micrófonos de la prensa. Bonavena, creyendo que el duelo verbal consistía en soltar insultos sin sentido, logró lo que ningún otro rival de Alí había logrado: hacer callar al “Bigmouth”. Alí no se calló debido a que los argumentos de su ocasional rival eran mejores, sino ante su evidente y pasmosa estupidez: entre otras idioteces, Bonavena trataba de decirle a Alí que “era una gallina” por haberse negado a pelear en Vietnam, ignorando que se trataba de un valiente gesto de resistencia política. Alí, en efecto, había hecho famosa la frase “Ningún vietcong me ha llamado nigger”, siendo esta última palabra una de las palabras más denigratorias de la lengua inglesa (usada con vergonzosa frecuencia contra los afro-americanos) y que, es bueno advertirlo para quienes no lo saben, no puede traducirse al castellano por “negro” y no debe decirse nunca jamás.

Finalmente, la pelea (las más aburridas de la historia del box, según Frazer) demostró que Bonavena no era más que un “paquete” que no estaba, ni lejanamente, a la altura del gran bocón. Tuvo que venir Joe Frazer para echar por primera vez a la lona a uno de los más grandes boxeadores de todos los tiempos.

Pero lo que quiero destacar es la incapacidad de Bonavena por comprender siquiera algo de lo que se trataba y que consiguió que Alí finalmente se callara y se resignara a decir: “nunca he tenido tantas ganas de pegarle a alguien”. ¿Qué más, me pregunto, se podría decir cuando el rival es tan claramente inepto y carente de argumentos? Y es que, en efecto, la mejor manera de acabar con una conversación es convertirla en aburrida e irrelevante.

18.5.06

Historia de un fanatismo



DANIEL SALAS

Aprovechando la ausencia de Gustavo, vuelvo a los blogs después de haberlos abandonado por cerca de dos meses.

A modo de ensayo, he empezado a recopilar videos de rock tomados de YouTube.com en un nuevo blog:
http://www.lacaverna666.blogspot.com/. El nombre es, por cierto, una alusión al mítico lugar donde los Beatles empezaron su carrera, mientras que la dirección, como no es necesario decirlo, alude al 666, el número de la Bestia, que un grupo de gente muy original asoció con la música rock. Tal vez no se equivocaban. Y es que si el rock no tuviera algo de maldito, dejaría de ser interesante.

Claro que ustedes podrían ver y escuchar los videos haciendo su propia búsqueda en
YouTube, pero la idea de este blog es tenerlos juntos como una especie de “jukebox” que recoge una selección arbitraria. Mi idea sería, además, darles contenido con reflexiones propias y con los comentarios de quienes buenamente compartan o no mis gustos musicales. Primero vean los videos.

Nunca me ha gustado la frase “escucho de todo”, que parece ser propia de alguien que no se aficiona en profundidad. Sin embargo, en La Caverna he juntado, en un sentido temporal, un poco de todo: desde The Rolling Stones hasta The Raconteurs.

“Sin música, la vida sería un error”, dicen que dijo Nietzsche, quien saldría horrorizado de un concierto de esta música que celebra el ruido. Lo que me lleva a recordar que Gustavo, este blogger y otros personajes a quienes no menciono sin su autorización para no avergonzarlos, intentaron alguna vez conformar una banda llamada lacónicamente “G.P.” , que terminó siendo, en mi modesta opinión, la mejor peor banda peruana de todos los tiempos.

(Imagen: The Velvet Undergound -- Cale, Tucker, Reed y Morrison-- con la suerte de haber sido antologados en La Caverna)

17.5.06

Everyman needs a break

Llegó el fin del semestre, de estos extraños semestres de apenas catorce semanas. Mañana salgo con Carolyn a República Dominicana, donde nos vamos a quedar unos diez días. Ya hice mi paquete de libros para la playa, comenzando por uno que vengo aplazando desde hace una semana: Everyman, de Philip Roth.

No todo será diversión: también tengo que leer ensayos finales y remitir las notas a la universidad lo antes posible. Durante estos díez días,
Daniel Salas se hará cargo de Puente Aéreo, así que sigan viniendo por aquí, como siempre.

Pasado ese tiempo,
Carolyn y yo iremos a Ithaca, donde vamos a pasar la mayor parte del verano (ella escribiendo la tesis doctoral, yo trabajando en tres proyectos que debería tener listos antes de fin de año) y entonces retomaré el blog. Ya nos vemos.

También allá

Si nosotros tenemos la eventual manía de los ránkings, ya se imaginan cómo es el asunto en Estados Unidos, el país de Billboard y los perpetuos top tens. El editor cultural del New York Times, cual Abelardo Oquendo, hizo llegar a doscientos escritores, editores y críticos americanos una pregunta sencilla pero dificilísima: que nombraran un solo libro, apenas uno, que consideraran la mejor pieza de ficción norteamericana de los últimos veinticinco años.

El triunfo se lo llevó una hermosa novela que yo, personalmente, jamás habría puesto en ese sitio: Beloved, de Toni Morrison (foto). El maestro Philip Roth ha sido el autor más mencionado: seis de sus títulos aparecen en la corta lista de finalistas. Mi mayor sorpresa: el extraordinario Paul Auster no asoma la larga nariz por ninguna parte.

1. Beloved, Toni Morrison, (1987), Review

2. Underworld, Don DeLillo, (1997), Review

3. Blood Meridian, Cormac McCarthy, (1985), Review

4. Rabbit Angstrom: The Four Novels, John Updike, (1995) Review: 'Rabbit at Rest', (1990), Review: 'Rabbit Is Rich', (1981), Review: 'Rabbit Redux', (1971), Review: 'Rabbit, Run', (1960).

5. American Pastoral, Philip Roth, (1997), Review

6. A Confederacy of Dunces, John Kennedy Toole, (1980), Review

7. Housekeeping, Marilynne Robinson, (1980)

8. Winter's Tale, Mark Helprin, (1983), Review

9. White Noise, Don DeLillo, (1985), Review

10. The Counterlife, Philip Roth, (1986), Review

11. Libra, Don DeLillo, (1988), Review

12. Where I'm Calling From, Raymond Carver, (1988), Review

13. The Things They Carried, Tim O'Brien, (1990), Review

|4. Mating, Norman Rush, (1991), Review

15. Jesus' Son, Denis Johnson, (1992), Review

16. Operation Shylock, Philip Roth, (1993), Review

17. Independence Day, Richard Ford, (1995), Review

18. Sabbath's Theater, Philip Roth, (1995), Review

19. Border Trilogy, Cormac McCarthy, (1999), Review: 'Cities of the Plain', (1998), Review: 'The Crossing', (1994), Review: 'All the Pretty Horses', (1992)

20. The Human Stain, Philip Roth, (2000), Review

21. The Known World, Edward P. Jones, (2003), Review

22. The Plot Against America, Philip Roth, (2004), Review


16.5.06

Carta abierta

La siguiente es una carta abierta referida a un hecho muy reciente y muy delicado, y a la manera inaudita en que fue cubierto por la indolente prensa peruana (la Agencia Andina, 24 Horas Libre, Radio 1160, RPP, Peru.com, entre otros. Pero quizá baste con ver el tratamiento que le dio El Comercio, que se limitó a decir: “Un grupo de militantes apristas vestidos de blanco, acompañado por la policía y personal de la fiscalía, allanó una imprenta en la cuadra seis del jirón Chancay (Centro de Lima), donde se encontró panfletos con frases tales como "genocida Alan García". Parece que la guerra sucia no se enfría”).

Lean la carta y quienes quieran añadir su firma pueden hacerme llegar su número de DNI dejando un comentario al final del post, o, si prefieren, enviándome un correo electrónico a cualquiera de las direcciones que aparecen a continuación:

gfaveron@gmail.com
gfaveron@bowdoin.edu



El Apra ataca imprentas. ¿Y la prensa? Bien, gracias.

El día viernes 12 de mayo, distintos medios informativos, incluyendo Radio Programas del Perú, Radio 1160, Agencia Andina y "24 Horas Libre" publicaron una noticia en la que se indicaba que la Policía Nacional y el Ministerio Público, secundados por brigadas de militantes apristas, irrumpieron en una imprenta del Centro de Lima e incautaron volantes y afiches que atacaban al candidato Alan García.

La noticia agregaba que apristas y policías incursionaron además en otras imprentas para cerciorarse de que no producían material propagandístico similar.

La cobertura periodística no explicaba qué tiene de ilegal la publicación de información sobre el candidato García, incluyendo opiniones sobre su deplorable gobierno en 1985 -1990 y sobre sus responsabilidades políticas en graves violaciones de los derechos humanos.

Es gravísimo, además de la incautación de material propagandístico legal, que la prensa nacional no se pregunte por qué el Partido Aprista Peruano moviliza grupos cuya labor aparentemente consiste en atemorizar a las imprentas, y por qué tales grupos actúan como fuerzas parapoliciales junto a las fuerzas del orden y al Ministerio Público.

La omisión de la prensa es lo más desalentador de la noticia. De la gran mayoría de los políticos peruanos no cabe esperar actitudes honorables o al menos lúcidas, pero sorprende que la prensa informe así, tan desaprensivamente, del fin (o el comienzo del fin) de la libertad de expresión, un desastre al que parece condenarnos cualquiera de las dos opciones que se disputan el poder en estas elecciones.


Fernando Aguirre Pérez
DNI 08669225

Gustavo Faverón Patriau
DNI 09297955

Eduardo González Cueva
DNI 09297384

Félix Reátegui Carrillo
DNI 09298177

Miguel Rivera Taupier
DNI 25739600

Daniel Salas Díaz
DNI 06659592

Carlos Yushimito del Valle
DNI 07525367

Pedro Pérez del Solar
DNI 07804414

Carlos M. Sotomayor
DNI 10002922

Orlando Mazeyra
DNI 40764299

Luis Fernando Jara
DNI 07976225

José Luis Gastañaga Ponce de León
DNI 07861166

Gabriel Ruiz-Ortega M.
DNI 07525443

Susan Aragón Carrasco
DNI 23930101

Gabriel Espinoza
DNI 25704666

Luis Hernán Castañeda
DNI 41308217

Imagen: radiografía de un demócrata.

Cartas apócrifas, críticas, aclaraciones

En la mañana recibí, como muchas personas, un correo del narrador chalaco Dante Castro en el que venía como anexo un comentario suyo sobre La hora azul, la novela de Alonso Cueto ganadora del más reciente premio Herralde.

La reseña es sobre todo formal, apunta inconsistencias y baches narrativos, pero hace también algunas duras críticas a lo que Castro ve como la imposibilidad del relato de entender la sensibilidad de los personajes marginales o sometidos.

Pero antes de la reseña propiamente, Dante cita un mensaje electrónico supuestamente escrito por Alonso Cueto a un tal V.C. Se trata de un mensaje dentro de una larga serie de correos apócrifos que han estado circulando entre escritores y críticos peruanos desde hace semanas, y así se lo he hecho saber a Dante hace unas horas.

El mismo Alonso me ha enviado una carta hace un rato, pidiéndome que cite sus palabras de aclaración:

"Yo jamás he escrito ni podría escribir algo así. Esos correos apócrifos sólo me producen asco y vergüenza ajena. Tomar el nombre de alguien para escribir correos es moralmente repugnante. El hecho de que alguien base sus comentarios en ellos es su responsabilidad".

Por mi parte, creo que todas las objeciones que un crítico pueda oponer a un texto, objeciones como las que Dante opone al texto de Alonso, son válidas en tanto se justifiquen ideológica o estéticamente. Es perfectamente posible, por ejemplo, que Alonso tenga más enjundia y solidez para retratar a las clases medias y altas que a las populares o marginales, es posible incluso que éstas queden sensiblemente fuera de su registro como escritor (lo que no quiere decir que le esté vedado elaborarlas ficcionalmente y tratar de comprenderlas), y es válido que Dante lo señale.

Pero, a la vez, Dante debería justificar otras ideas suyas que quedan un tanto en el aire, como aquella de que toda novela histórica debe ser totalizadora, o la noción de que quien no se entregó de lleno a la escritura sobre la violencia política desde hace años, ahora lo hace "a destiempo", como si en la inmediatez hubiera una virtud inherente. De hecho, sería interesante que Dante elaborara un poco más esas ideas.

También me parece, por último, que es obvio que el mensaje aludido no fue escrito por Alonso Cueto, y sería de esperar una rectificación en relación con ese punto, de modo que todo quede dentro de los linderos del debate de ideas y posiciones y no entre al terreno de los ataques personales inmotivados.

Imágenes: Alonso Cueto y Dante Castro.

Kipling, el piscómano

El pisco peruano, es decir, el pisco, tiene amantes fieles e infieles, pero pocos han sido tan exaltados para elogiarlo como el maestro británico Rudyard Kipling, el mismo de los libros selvícolas y la reverencia borgiana (reverencia que llegó al punto de que Borges, en 1935, incluyera dos cuentos de Kipling en la lista de los once mejores cuentos que había leído en toda su vida).

Esto escribió Kipling acerca del pisco, en su libro From Sea to Sea, de 1899:

"The greatest and most noble product of the times. I have a theory that it is made of wings of cherubs, the glory of a tropical dawn, the red clouds of a sunset, and fragments of long lost epic songs of dead heroes."

Es decir: "El mayor y más noble producto de los tiempos. Tengo la teoría de que está hecho con alas de querubines, la gloria de un amanecer tropical, las nubes rojas de una puesta del sol y fragmentos de epopeyas largo tiempo perdidas de héroes ya muertos".

Dicho sea de paso, llegué a esa cita rastreando en Google las referencias encontradas en este artículo del diario La República, donde un investigador, Guillermo Toro-Lira, esgrime pruebas acerca de la exportación de pisco, del Perú a San Francisco, en 1839, lo que confirmaría una vez más el obvio origen peruano de dicha bebida.

Imagen: Kipling y el más noble producto de los tiempos. Fotomontaje gfp.

15.5.06

Pongámonos arbitrarios

Abelardo Oquendo hace una mini encuesta buscando lo que Iván Thays llama el top five de la literatura peruana del siglo veinte (Vallejo, Vargas Llosa, Arguedas, Eielson y Adán), y una editorial argentina elige a los cuatro fantásticos de ese país: Sarmiento, Hernández, Borges y Arlt. ¿El criterio? La capacidad de esos autores para originar líneas enteras de la tradición literaria argentina, la dimensión de su influencia en todo lo que ha venido después.

Entones, Iván pregunta: ¿qué pasaría si hacemos otro tanto con la literatura peruana? Sólo porque me siento arbitrario esta noche, se me ocurre recoger el guante y proponer mi nómina, los cinco ejes de nuestro canon: Garcilaso, Palma, Arguedas, Vallejo y Vargas Llosa.

Es más, para batir mis propios récords de inmotivación y arbitrariedad, de una vez propongo mi selección peruana general, mi equipo ideal de todos los tiempos. (Y si Iván me acusa, como a un común ex profesor nuestro, de ver la literatura como una carrera de caballos, pues tendrá que recordar, al menos por esta vez, que él ha sido el detonante de mi súbita fiebre por los ránkings).

Como toda selección, la mía tiene once jugadores. No he hecho ningún intento de corrección política (si me gustara Blanca Varela más que alguno de los poetas mencionados, allí estaría; si pensara que Clorinda Matto es más importante que Palma, allí estaría; no lo creo, y espero que eso no sea motivo de crucifixión: hay que tener en cuenta que estoy siguiendo la guía más equívoca posible: mis gustos personales). Aquí van mis once:

El Inca Garcilaso de la Vega, Felipe Huamán Poma de Ayala, Juan de Espinosa Medrano, Ricardo Palma, César Vallejo, José María Eguren,
José María Arguedas, Martín Adán, Jorge Eduardo Eielson, Mario Vargas Llosa y Antonio Cisneros.

La única reflexión que me viene a la mente, es que, de los mencionados, Cisneros y Eielson deben ser los únicos que todavía no tienen nombre de calle o de colegio.

Santiago matagringos

Yuyachkani es, sin el menor asomo de duda, lo más interesante que ha dado el Perú a la escena teatral contemporánea.

Su nombre quechua funde los sentidos de algo que en español mencionamos con dos verbos distintos: pensar y recordar. Hoy que tantos escritores peruanos se deciden a recordar nuestra historia reciente, los años de la violencia sobre todo, no está de más tener en mente ese doble sentido: de poco vale recordar si no se reflexiona.

Gracias a un email de Peter Elmore a Carolyn, mi enamorada, me entero de que los Yuyas estuvieron en Los Angeles hace unos días, presentando Santiago, una obra en cuya hechura el mismo Peter colaboró con los miembros del grupo.

El diario Los Angeles Times publicó un comentario caluroso de Agustin Gurza sobre el montaje. Al final de su reseña, Gurza hace notar que el tema de la pieza, que emocionó y divirtió a la audiencia peruana, encontró un eco insospechado también entre el público americano, que percibió en la historia del santo matamoros/mataindios una suelte de comentario involuntario sobre el conflicto de Irak y los Estados Unidos.

Foto: Lawrence K. Ho.

13.5.06

Los cinco del siglo veinte

Más que una encuesta, ha sido un muestreo lo que ha hecho Abelardo Oquendo en La República al preguntar a veinte escritores y críticos literarios ("entre los cuales", escribe, "hubo andinos y criollos, hegemónicos y excluidos, mujeres y hombres, jóvenes y viejos") cuáles son "los cinco mejores creadores literarios del Perú en el siglo veinte".

Aunque Oquendo haya mantenido en el anonimato los nombres de los interrogados, imagino que no es una infidencia contar que yo fui uno, y revelar mi pequeña lista: mencioné a Mario Vargas Llosa, César Vallejo, José María Arguedas, Jorge Eduardo Eielson y Julio Ramón Ribeyro.

Salvo porque yo incluí a Ribeyro y la lista de los cinco más votados no tuvo su nombre sino el de Martín Adán, parece que mi opinión no está nada lejana de la mayoritaria. En todo caso, esta es la lista obtenida del muestreo de Oquendo:

01. César Vallejo (19)
02. José María Arguedas (16)
03. Mario Vargas Llosa (12)
04. Jorge Eduardo Eielson (10)
05. Martín Adán (9)
06. Blanca Varela (7)
06. Emilio Adolfo Westphalen (7)
08. Julio Ramón RIbeyro (6)
09. Luis Loayza (3)
09. César Moro (3)
09. José María Eguren (3)
12. Alfredo Bryce Echenique (2)
13. Ciro Alegría (1)
13. Rodolfo Hinostroza (1)
13. José Carlos Mariátegui (1)
13. Javier Sologuren (1)

Imagen: el top five. Fotomontaje gfp.

12.5.06

Era la penúltima

Meses atrás, en enero, publiqué un post titulado La última de Saramago, con referencias a una acusación de plagio que pendía sobre el Nobel portugués, de parte de una escritora chilena, todo en relación con Las intermitencias de la muerte, la más reciente novela de don Jorge.

En aquel tiempo mi opinión fue que el argumento de la novela era tan evidente que parecía de por sí una idea de dominio público.

Ahora, un escritor mexicano, llamado Teófilo Huerta, ha entrado a Puente Aéreo y ha dejado un comentario a ese post, en el que alega, enumerando una larga lista de coincidencias, algunas realmente sorprendentes, que Saramago habría plagiado un cuento suyo, titulado "¡Últimas noticias", para crear su novela. En efecto: la misma novela. A este paso, Las intermitencias de la muerte va a terminar republicándose como creación colectiva.

El mismo texto que Huerta me ha enviado lo pueden ver en muchos lugares de Internet: aquí y aquí, por ejemplo. Pero en este otro enlace encontrarán su versión un poco más sustentada, con el atractivo adicional de que en este caso aparece íntegro el relato del mexicano.

¿Yo qué puedo decir al respecto? Imagino (pero no lo puedo asegurar, obviamente) que Saramago no ha plagiado ni a la chilena ni al mexicano. Imagino, también, eso sí, que debería empezar a tramar argumentos más originales para sus libros, y que ese ejercicio le ahorraría muchas horas de molestia, malos ratos y peor prensa.

Fotomontaje gfp.

Cuatro reseñas

Como es costumbre en Puente Aéreo, llegamos tarde a las noticias: en este caso, se trata de reseñas publicadas en los últimos días, o semanas, o meses, acerca de cuatro libros peruanos de narrativa.

Mi amigo Alonso Rabí escribió ésta acerca de Danzantes de la noche y de la muerte y otros relatos, el libro más reciente de uno de los autores cruciales de la ficción peruana en el último par de décadas, Edgardo Rivera Martínez. (Fue publicada originalmente en El Dominical de El Comercio pero ahora está posteada en Impresiones, el blog de Alonso). Rivera Martínez, como se sabe, es uno de esos brillantes ornitorrincos que resultan siempre tan saludables en cualquier tradición literaria, y su obra va desde las nouvelles borgianas, eminentemente urbanas y fantásticas, hasta la evocación andina, melancólica y arcádica.

La siempre misteriosa Vaca Profana de Terra acaba de publicar un comentario más bien rudo y acaso demoledor acerca de La cacería, la primera novela de Gabriel Ruiz Ortega. Al parecer, a juicio del reseñador vacuno, la animación anecdótica del relato colapsa y queda oculta tras la montaña de errores formales del texto.

Hace casi dos meses, Carlos Meneses publicó en Ciberayllu la única reseña que conozco acerca de Los testigos, la novela debut del escritor peruano (radicado en New York) Jaime Begazo, quien ganara con este relato un prestigioso premio de novela breve en España a principios de este año. Quienes tienen curiosidad por conocer la prosa de Begazo pero aún no tienen acceso a la novela, pueden darle una mirada a este cuento aparecido online en Letras Perdidas.

También la prensa oficial nos trae algo: en Identidades, el suplemento del diario estatal El Peruano, Ernesto Carlín ha publicado una reseña de Abril rojo, la novela de Santiago Roncagliolo que recibiera el último premio Alfaguara. A Carlín, el popular Tanque de Casma que comenta con frecuencia en este blog, la novela parece haberle gustado; la describe como un avance en relación con Pudor (aunque eso es comentar al autor y no al libro) y resalta la manera en que no se niega a humanizar las figuras de todas las partes implicadas en la guerra interna. Yo estoy leyendo la novela de Roncagliolo, por cierto, y en el próximo o el subsiguiente Somos estaré publicando mi propia reseña.

Fotomontaje gfp.

Ojo con los nuevos

Luego de los cuatro de ayer, otros dos cuentos nuevos aparecen en Quipu hoy. Uno, Weekend, es de un joven escritor limeño, Alberto Villar Campos. El otro, titulado El portal de Penuel, es de Gunter Silva Pasuni, de La Merced (con lo que esperamos que reaparezca numerosamente el aporte provinciano en el blog).

Les recordamos a los interesados que pueden enviar sus cuentos al correo electrónico gfaveron@gmail.com

Junto con los cuentos, anoten su lugar y fecha de nacimiento, y su número de DNI (esto último, sólo para asegurarnos de que no son Leonardo Aguirre haciéndose pasar por otro, como intentara hace poco).

LASA en América Latina

Aquellos de ustedes que sean miembros de la Latin American Studies Association, LASA --que de seguro son muchos--, habrán recibido en estos días un email de la asociación acerca del proyecto de cambiar el lugar de la próxima conferencia.

En vista de que muchos colegas que viven en América Latina están experimentando problemas más grandes cada vez para obtener las visas norteamericanas que les permitan venir, cada dieciocho meses, a la gigantesca LASA Conference (que reúne a varios miles de antropólogos, sociólogos, politólogos, críticos literarios, etc, en discusiones sobre la cultura y la sociedad latinoamericana), LASA parece a punto de decidir que la próxima cita no se hará en Boston, como estaba planeado, sino en Montreal, Canada, para evitar las fastidiosas exigencias del aparato de migraciones de Estados Unidos.

En principio, no hay nada que objetar a esa decisión. Lo que me llama la atención es lo siguiente: llevar a cabo ese cambio de locación implica romper ciertos contratos y preacuerdos con las empresas que venían organizando el evento. Los costos de quebrar esos pactos pueden significar hasta 80 mil dólares adicionales de gasto para la asociación. Lo que, inmediatamente, me hace pensar en cuán elefantiásica ha de ser la cifra total implicada en la realización de uno de estos congresos.

Veamos algunas de esas cifras. Una LASA Conference puede recibir a miles de asistentes. La última, hace un par de meses, incluyó más de setecientas mesas. Si el promedio de expositores fue de cinco por cada mesa, estamos hablando de 3 mil 500 personas. Si esas 3 mil 500 personas se quedaron en promedio tres días cada una, pagando unos 150 dólares a los hoteles locales por cada noche (calculo por lo bajo, ya que una habitación en cualquiera de los hoteles oficiales de la conferencia costaba en promedio 200 dólares), entonces, sólo en alojamiento, los conferenciantes habrían desembolsado un millón quinientos setenticinco mil dólares (US$ 1´575,000).

Si se suma a ello gastos de transporte local, alimentación, etc, es bastante moderado decir que los miembros de LASA, en apenas tres días de conferencia, dejan más de dos millones de dólares en la ciudad donde el evento se realice. Estoy seguro de que la cifra es mucho mayor. Y si LASA misma puede gastar 80 mil dólares sólo en cambiar el lugar del próximo congreso, ¿se imaginan cuánto gasta en organizarlo? No será descabellado decir que una LASA Conference debe dejar, en total, unos dos millones y medio de dólares en la ciudad sede. (No tengo cifras reales; agradecería que alguien me las diera).

Entre las ciudades pobres y necesitadas que LASA ha querido beneficiar con esas cantidades de ingresos en años recientes se encuentran villorrios y poblachos tales como Washington DC, Dallas, Chicago y Las Vegas. Precisamente, fue en Dallas donde tuve la desgracia de escuchar al entonces presidente de LASA, Arturo Arias, un discurso acerca de cómo él era un marginal, un olvidado, un guatemalteco discriminado y periférico, y cómo sentía vivamente la responsabilidad de hacer algo por acabar con la injusticia y el hambre en América Latina. No me pregunten cuánto costó su suite en el Marriot de Dallas, ni cuánto su cena de esa noche, ni quién pagaba por ella.

LASA es una asociación de estudiosos que viven (vivimos) por y para América Latina, pero que también viven (vivimos) de América Latina. De sus cinco mil miembros, el setenticinco por ciento son investigadores y profesores vinculados con universidades norteamericanas, así que sus sueldos vienen directamente de capitales estadounidenses, pero sus objetos de estudio, sin los cuales su disciplina dejaría de existir, son latinoamericanos. En una inmensa y explicable mayoría, esos objetos de estudio son la pobreza, la injusticia, la marginación y la inequidad social y económica en América Latina. Y, sin excepción, los miembros de LASA expresan una preocupación personal por esos asuntos, casi siempre articulada en algún tipo de discurso de izquierda progresista.

Es verdad que los colegas latinoamericanos que quieren venir a la conferencia de LASA cada vez enfrentan más problemas de visa, y que mover la conferencia a Canadá eliminará esos problemas en la mayoría de los casos. Pero es muchísimo mayor el número de colegas latinoamericanos que ni siquiera se pueden proponer la idea de asistir a un congreso de LASA porque el viaje mismo y los alojamientos son ridículamente caros para un profesor universitario o un investigador en casi cualquier universidad al sur de los Estados Unidos (no digamos ya para los estudiantes).

Me pregunto si LASA no podría ser un poco más considerada con sus colegas y con América Latina, su objeto de estudio, y proyectar sus congresos, cada año y medio, en un país latinoamericano, propiciando con ello la asistencia de los colegas que quedan económicamente marginados, promoviendo un mayor acercamiento con la investigación hecha en la región y, de paso, dejando esos dos millones y pico de dólares en una ciudad latinoamericana en vez de dejarlos en Boston o en Montreal.

Porque, digo yo: ¿acaso no es un poquito atorrante y otro poquito descarado eso de reunirse en un Hilton de New York, desembolsándo unos cuantos millones de dólares, para discutir el problema de la pobreza en América Latina? ¿A quién se beneficia en términos reales con una cosa así? El primer nombre que me viene a la mente, claro está, es el de la heredera del señor Hilton, Paris Hilton, que podrá comprar nuevas joyas para su chihuahua, mayor beneficiario hispánico, a la larga, del dinero gastado por los latinoamericanistas...

El hecho es que, escudados en su bastión teórico, los profesores universitarios de la academia americana se sienten quizá demasiado autorizados a no hacer nunca nada inmediato y práctico por ayudar a la economía de quienes lo necesitan, y acaban, más bien, haciendo estos megaesfuerzos organizativos que, a fin de cuentas, sólo sirven para alimentar las arcas de las súper corporaciones a las que tanto critican día a día.

Imagen: Paris Hilton en una favela de Río. Fotomontaje gfp.

11.5.06

Cuatro cuentos nuevos en Quipu

Quipu ha seguido recibiendo cuentos, en gran cantidad, además, y confieso que no he tenido tiempo de hacer llegar la gran mayoría de ellos a los evaluadores. Lo haré ahora, que, con el fin de semestre, viene más tiempo libre para mí.

De cualquier forma, muchos sí han sido evaluados, y, de ellos, cuatro han sido publicados hoy.


Miguel Ángel Moulet
nos ha entregado su relato "Como una nevera vacía". Lino Sangalli nos ha hecho llegar su "Tarde de miércoles".

Lupe Sarria Ventosilla contribuye con un cuento titulado "Mi navidad". Y, por último, Jorge L. Sánchez aporta un relato de título "La furia de Tánatos". Disfrútenlos aquí y dejen sus comentarios.

(El porqué de la presencia del gran Lev Yashin en la imagen de la izquierda, también lo descubrirán en la lectura).

De quién son estos versos

Hace muchos años, más de quince, probablemente, fui a la Universidad de Lima con un grupo de gente de la Católica, para asistir a un homenaje que se le rendía al poeta Luis Hernández, muerto en 1977. Mi memoria suele ser mala: recuerdo sólo a algunos de quienes tomaban parte de la mesa redonda: dos de sus mejores amigos, Nicolás Yerovi y Luis La Hoz, y su hermano, el psicoanalista Max Hernández. Había otras dos personas. Quizá uno fuera Luis Jaime Cisneros.

La conversación fue lo que cabía esperar de un grupo de personas que rememoraban los hechos, el carácter y el talento de un amigo ausente para siempre: armónica y anecdótica, sólo a ratos en verdad literaria, pero de todas maneras atractiva para quienes habíamos acudido no con expectativas académicas sino sabiendo que todo no sería sino una celebración de la amistad, a la que todos los ponentes tenían el mayor de los derechos.

Al final, cuando nos levántabamos, tras la despedida del mismo Max Hernández, alguien se puso de pie entre el público y empezó a vociferar contra las personas de la mesa. Les gritó que Luis Hernández no les pertenecía, que por qué se habían adueñado de él, que quiénes eran ellos. Difícil imaginar qué era lo que el intranquilo protestante reclamaba, teniendo en cuenta que se había hablado de Hernández como amigo, y quienes lo habían hecho habían sido, en efecto, sus mejores amigos, y su propio hermano. Los gritos de César Ángeles, el exaltado de aquella noche, siguieron un rato más y se fueron diluyendo. Nadie los tomó en serio, porque Ángeles solía hacer eso, llamar la atención sobre sí mismo, un par de veces al mes, con las excusas más inverosímiles. Esta vez, la excusa era que Hernández no dedía ser convertido en uno más de esos señores burgueses sentados a la mesa (no importaba que Hernández se hubiera sentado a la mesa con esos señores cientos o miles de veces).

Un artículo de Maribel de Paz en Caretas nos informa de la intranquilidad de un grupo de familiares y amigos de otro poeta desaparecido muchos años atrás, Javier Heraud, ante la forma en que Ollanta Humala, un nuevo vociferante interesado en llamar la atención, viene citando su poesía en sus mítines políticos. Entre los molestos con lo que ven como una usurpación están la hermana del poeta, Cecilia Heraud, y el dramaturgo Alonso Alegría. ¿Su argumento? En palabras de Alegría, Humala está tratando de disfrazarse, edulcorar su imagen de "gorila bruto" con unos cuantos versos de aire soñador y espíritu romántico que lo presenten como un tipo culto y sensible, sin abandonar por ello su figura luchadora.

Pero, curiosamente, Alegría también parece alegar que los clarísimos llamados a la violencia albergados en la poesía de Heraud (su pedido por una "nueva vida con machetes, fusiles, hoces y martillos", por ejemplo) no deben ser utilizados por gente como Humala para justificar sus propias posiciones, pues, según dice Alegría, cuando Heraud compuso esos versos
“era una época de romanticismo total y uno podía creerse esas cosas de los martillos, pero volver a eso ahora es verdaderamente pueril, peligroso”.

Eso hace todo más confuso: ¿lo que dice Alegría es que Humala viola el espíritu de la poesía de Heraud al apropiarse de ella para proyectos que Heraud no hubiera suscrito, o, más bien, que las ideas de Heraud eran las de un poeta pueril y utópico a quien no vale la pena hacerle caso en nuestro mundo postromántico?

Curiosamente, en este caso es el amigo del poeta quien asume la posición que tomaba Ángeles con su pataleta de hace años: ambos parecen decir nadie tiene derecho a hablar de esta persona excepto yo. El problema, entonces, en ambos casos, no se relaciona con la manera en que Ángeles o Alegría interpreten a Hernández y a Heraud: el problema es que creen que nadie más tiene derecho a interpretarlos; no, al menos, a interpretarlos de manera distinta.

Un poco más de paciencia: Humala no va a distorsionar el legado de Heraud, porque apenas si entiende la literalidad de sus versos, y jamás se detendrá a pensar mucho más. Alan García podrá citar a Calderón de la Barca por los próximos tres mil años, creyendo que ese fragmento de La vida es sueño que ha aprendido de paporreta es un canto idealista a las utopías románticas (básicamente porque contiene la palabra "sueños" varias veces) y eso, en el fondo, no afectará a Calderón.

Quien sí puede echar al tacho de basura el significado de la poesía de Heraud es alguien como Alonso Alegría, a quien no preceden ni la fama de militar gritón ni el aura de demagogo y mitómano, y quien parece creer que ahora hay que leer a Heraud como un buen versificador en cuyas ideas es mejor no fijarse mucho. Alegría, casi literalmente, ha hecho un pedido para que veamos la poesía de Heraud como un grupo de piezas de museo desprovistas de cualquier sentido valedero. ¿Eso le gustaría a Heraud más que escuchar sus versos en boca de Humala? Difícil decirlo.

Imagen: Hernández y Heraud: todos los quieren en el álbum familiar. Fotomontaje: gfp.

10.5.06

La cultura y las telarañas

En Inquisiciones, su columna de La República, Abelardo Oquendo ha publicado un texto muy duro en sus observaciones acerca de la desidia y el conformismo de la mediocridad en algunos círculos ligados con la producción de arte y cultura en el Perú.

El artículo, que se refiere de modo particular a la forma en que, tras tantísimos años de declive y pauperización de la Orquesta Sinfónica Nacional, sólo ahora que se plantea una reforma radical de la misma aparecen voces de queja, voces que guardaron respetuoso silencio durante los años de agonía y congelación. Oquendo concluye con este párrafo acusador y elocuente:

"
¿Qué significa que ese conjunto que ostenta el título de Orquesta Sinfónica Nacional se limite, casi exclusivamente, a conciertos matinales los días domingos, realizados en un auditorio improvisado dentro del Museo de la Nación al que acuden un promedio de 400 personas, calculando generosamente? Tocar para 400 oyentes semanales en una ciudad que excede los 7’000,000 de habitantes equivale a tocar en la clandestinidad. Sin embargo, esta existencia fantasmal de la OSN ha transcurrido ante la indiferencia de todos durante largos años. De todos, incluidos el INC, la comunidad musical académica del país y, por cierto, la de los propios músicos de la orquesta, notoriamente cómodos en su plácida mediocridad".

Es cierto que nada perjudica tanto a un medio cultural como el pasmo y el conformismo, y cuando esa conformidad se da no ante la acumulación de logros sino ante la medianía total, ante la improductividad y la carencia de retos y expectativas, entonces se torna en tragedia.

Cuando apareció Puente Aéreo, dicho sea de paso, los primeros posts de este blog estuvieron dedicados a ese tema: cómo puede florecer, por ejemplo, la literatura, en un medio donde hasta varios escritores suelen parecer iletrados, o comportarse como si lo fueran, cuando no promueven la ignorancia directamente, o la encomian; un medio en el que gente de una precariedad intelectual intergaláctica escribe reseñas o columnas culturales en periódicos y revistas y donde la verdadera crítica literaria suele estar marginada a publicaciones cuyo tiraje nunca supera los trescientos o cuatroscientos ejemplares; un medio en el que se han extinguido los grandes estímulos culturales, los concursos literarios de algún mérito, los premios nacionales, etc; un medio en el que cualquier chispa de debate se transforma en un ventarrón de insultos, pequeñeces y odios mezquinos y secundarios.

Oquendo finaliza su artículo con este llamado: "
Habría, pues, que aprovechar este aparente despertar del interés por la OSN para, a partir de él, iniciar un debate sobre la realidad y el sentido de la cultura artística hoy, aquí, y el papel que les cumple a la sociedad y al Estado"... Puente Aéreo está abierto para quien quiera decir algo sobre el tema.

Fotomontaje: gfp.

Dos más (y el esclavismo en el Perú)


Dos más son las novelas que Vargas Llosa viene anunciando desde hace años. Una de ellas tiene como personaje a Roger Casement, el principal acusador del genocidio causado por los belgas en el Congo, en tiempos de Leopoldo II, y directamente relacionado con la historia del Perú, también.

Roger Casement, irlandés, a quien Lawrence de Arabia comparara alguna vez con un arcángel, fue uno de los más rigurosos defensores de los derechos humanos a principios del siglo veinte, y un amigo de la fama mediática, no siempre preocupado por ocultar su homosexualidad, según se dice, en una época en que nada bueno le podría traer que ese rasgo de su vida entrara en el conocimiento público (que lo diga, si no, su coetáneo y compatriota Oscar Wilde).

Lo más interesante de la vida de Casement, en relación con el Perú, es lo siguiente: entre 1910 y 1912, el irlandés estuvo en nuestro país, investigando a la Anglo Peruvian Amazon, una empresa cuyo propietario era un compatriota nuestro, Julio Arana, que había iniciado la importación de nativos jamaiquinos a la selva amazónica para la explotación del caucho.

En su informe final, Casement propuso la cifra de muertos causados por el esclavismo empresarial que promovía Arana: 30,000 personas. Para todo efecto práctico, antes del genocidio de la guerra interna en los años ochentas y noventas, el Perú fue escenario de ese otro genocidio (de peruanos y jamaiquinos) en las primeras décadas del siglo, y Casement fue, él solo, la arriesgada comisión que investigó e hizo pública la barbarie.

Muchos recordarán que hace unos seis años, VLL publicó un artículo sobre Leopoldo II y el genocidio congolés; en ese texto (que pueden ver aquí), VLL no sólo se ocupa de la figura de Casement, sino que afirma que es un personaje que se merece protagonizar una gran novela. Al parecer, VLL se ha decidido a escribirla él mismo.

Reseñas

Para poner un poco de orden y ayudar a los lectores interesados en leer las reseñas aparecidas hasta la fecha de Travesuras de la niña mala, la más reciente novela de VLL, coloco aquí los links, y debajo iré agragando las reseñas que se sumen a las publicadas hasta ahora:

La utopía de la niña mala, de Alonso Cueto (en Perú 21).
Memorias de mi amorío triste, de La Vaca Profana (en Terra).
Vargas Llosa, el amor y el exilio, de Guillermo Niño de Guzmán (en El Dominical).
Madame Bovary es él, de Gustavo Faverón Patriau (en Somos, El Comercio).

Fotomontaje: gfp.

8.5.06

Alarcón en la frontera

¿Peruano o norteamericano? En Estados Unidos solucionan ese tipo de problema con una fórmula sencilla y convencional: "Peruvian-born author Daniel Alarcón", dicen, y con eso dejan tácitamente afirmada la pertenencia norteamericana del escritor, pero también su origen ajeno.

Aquí, Alarcón, vaya sorpresa, ha merecido mucha más atención de la prensa y de la crítica que en el Perú. En una entrevista recogida por la Harper Collins, Alarcón se refiere al Perú como su país, y anuncia haber terminado su primera novela, una vez más relacionada con la realidad política y social de América Latina: Lost City Radio.

Una tendencia tan clara a inscribirse en la tradición peruana (Alarcón, por ejemplo, suele hablar de la influencia de Vargas Llosa y Arguedas sobre su trabajo), ya sea por sus vinculaciones temáticas, por un interés antropológico, por la frecuencia de sus referencias al Perú, etc, parece más que suficiente para considerarlo parte de nuestra literatura. El hecho de que su lengua literaria sea el inglés, sin embargo, hace de él uno de esos autores bisagra que vienen integrando la tradición hispana norteamericana a la historia literaria latinoamericana. No es, pues, el caso de otro César Moro escribiendo en un nicho ajeno, sino la primera avanzada de un fenómeno histórico que pronto dará nuevos y numerosos frutos.

(Después de todo, no olvidemos que Estados Unidos es uno de los pocos lugares del mundo, si no el único, donde eso que llamamos América Latina existe incluso para efectos prácticos, más allá de discursos idealistas o delirios bolivarianos: si se compara la integración y la unidad del paro latino del 1 de mayo con las rencillas recientes entre gobiernos y gobernantes sudamericanos, o los numerosos casos de xenofobia ocurridos en América Latina en los últimos años, se entenderá a qué me refiero).

Alarcón y los críticos, reseñadores, novelistas y periodistas, norteamericanos e ingleses, que se han ocupado de él, saben que ese es uno de los ejes coyunturales de su situación como escritor, y también, además, uno de los motivos que hacen de su literatura una obra peculiar y distinta del mainstream estadounidense. (Bastante de eso aparece en este audio de una entrevista hecha para la National Public Radio)

Dicho sea de paso: Alarcón no es el único peruano escribiendo en inglés, y exitosamente, además, en los Estados Unidos: pronto les comentaré acerca de algún otro.

Fotomontaje gfp.

7.5.06

La semana de Everyman

Parece consenso absoluto: Philip Roth era un escritor enorme desde sus primeros libros, que incluyeron un éxito mundial inmediato como Portnoy´s Complaint (El lamento de Portnoy).

Era un autor con un lugar asegurado en la historia de la novela contemporánea con sus obras de madurez, las protagonizadas por su alter ego Nathan Zuckerman y reunidas en Zuckerman Bound (Zuckerman Encadenado).

Pero se ha convertido en un clásico, uno de los novelistas clave del último medio siglo, con las ficciones que está escribiendo, incansablemente, en los años recientes.

Cuando Salman Rushdie pasó por por Bowdoin College, hace unos tres meses, ante una pregunta al final de su conferencia, dijo que había sólo tres o cuatro novelistas extraordinarios en el mundo hoy, pero que uno de ellos estaba en un nivel muy distinto a los demás: Philip Roth.

Han pasado casi tres meses desde de que ese prestidigitador de las reseñas que es Rodrigo Fresán comentara, antes de su lanzamiento y leyendo un ejemplar de prueba, la novela más reciente del genio judío de New Jersey, Everyman. Ahora, por fin, Everyman llega a las librerías americanas pasado mañana (mi ejemplar llega un par de días después: ya tendré tiempo de comentarles algo acerca de esta novela, cuya historia, por cierto, no viene de la mano de ninguno de los narradores rothianos habituales, Zuckerman, Roth o el insoportable Kepesh).

El New York Times de hoy, rindiendo homenaje a la talla de este perpetuo candidato al Premio Nobel (él y Vargas Llosa son los voceados con mayor fuerza desde hace mucho tiempo), ha publicado una reseña de Everyman escrita, precisamente, por una ganadora del Nobel: Nadine Gordimer. Quienes no puedan acceder a esa reseña en el website del NYT la encontrarán aquí, en inglés obviamente, como primer comentario de este post.

A ratos, en su reseña, la novelista sudafricana parece estar firmando, en nombre de todos los escritores del mundo, una capitulación en favor de Roth, reconociéndolo como un ser superior. El comentario termina expresivamente: "Philip Roth es un triunfador magnífico en su intento de probar que Georg Lukacs estaba equivocado cuando formuló su sentencia acerca de la imposible meta del escritor que quiere abarcar en su obra la vida entera".

Imagen: caricatura-fotomontaje gfp sobre una fotografía promocional de Random House.

6.5.06

Travesuras de la niña mala

Ya han venido apareciendo las primeras reseñas de Travesuras de la niña mala, la más reciente novela de Mario Vargas Llosa. En vista de que el libro ha salido al mercado peruano unas semanas antes que a los del resto del mundo hispano, las reseñas son todas escritas por compatriotas del autor.

Las que conozco son la del profesor Ricardo González Vigil en la sección cultural de El Comercio y la de Guillermo Niño de Guzmán en El Dominical de ese mismo diario). Apenas sepa de la aparición de otras, las colocaré aquí mismo.

Por ahora, como les había comentado, coloco en este blog la reseña que he escrito sobre la novela de
Vargas Llosa para la revista Somos, también del diario El Comercio, y que ha sido publicada allí hoy sábado.

Madame Bovary es él
Travesuras de la niña mala
: una novela de amor pánico

Por Gustavo Faverón Patriau

Travesuras de la niña mala, la más reciente ficción de Mario Vargas Llosa, es una brillante novelita de amor perverso, sufriente, esclavizado y conmovedor, un relato sencillo en apariencia, a ratos dueño de un romanticismo que de puro triste resulta espeluznante, a ratos tranquilamente sensible, a ratos cínico y nervioso. Una novela de amor, sí: pero ninguna ficción de Vargas Llosa acepta dócilmente una definición tan genérica. Y Vargas Llosa —es bueno recordarlo— sigue siendo un flaubertiano, es decir, un escritor para quien el género amoroso sólo puede ser una forma abierta y aparente, tras la cual se revelan, y se rebelan, contenidos múltiples que la ensanchan y la alimentan.

Así, Travesuras de la niña mala, como cabía imaginar, es muchas cosas además de una historia de amor. Es una reflexión sobre el arraigo, la pertenencia y el exilio; una demostración de la inmaterialidad de lo gregario y lo colectivo; una discusión acerca de la ficción como requisito humano y de la vocación literaria como condena y salvación; todo ello enterrado bajo la superficie de un relato que es la memoria de una relación no sólo ambigua, sino agónica y maltrecha, a lo largo de cuatro décadas de pasiones y traiciones en la vida de dos personajes tan pronto atraídos como repelidos el uno por el otro.

La dinámica general de la historia es fácil de resumir: Ricardo Somocurcio, el narrador, es un miraflorino bastante culto y que se describe a sí mismo, acaso ciegamente, como un sujeto vacuo, cuya sola ambición en la vida es vivir en París. Su vida estará marcada trágicamente, desde el principio de su adolescencia, por el amor suicida que siente por la niña mala, una limeña pobre que abriga un justo resentimiento hacia una sociedad en la que ha sido víctima de discriminaciones y desprecios. Ambos se exilian en Europa, uno propulsado por el sueño romántico del Viejo Mundo, la otra expulsada por la miseria y las ganas de reconstruir su individualidad libre de las amarras de un Perú dañino, estamental y prejuiciado. Durante cuatro décadas en el extranjero, ambos se reunirán y alejarán muchas veces, y en cada encuentro ella se habrá fraguado un nuevo nombre y una nueva historia personal (siempre libresca: abundan las alusiones a Mishima, Vallejo, Flaubert), y habrá asumido una máscara flamante en su búsqueda de una identidad tras la que pueda ser feliz.

Una de esas identidades fingidas da la clave central del texto: en París, la niña mala se hace llamar Madame Arnoux. El nombre es un claro puente intertextual: es el mismo de la mujer de la cual se enamora Frédéric Moreau, el protagonista de La educación sentimental de Gustave Flaubert. En la novela de Flaubert, Madame Arnoux aparece y desaparece de la vida de Frédéric con una fugacidad y una reiteración enfermantes, que hacen del hombre su necesitado espectador, siempre a la espera de una nueva epifanía. Pero, en Flaubert, Madame Arnoux es siempre idéntica a sí misma y, en su intermitencia, paradójicamente, acaba por convertirse en el único punto de referencia constante para Frédéric. En la novela de Vargas Llosa, en cambio, Ricardo es una línea monótona y un cuerpo vacío, que sólo cobra sentido durante los lapsos en que la niña mala se materializa en su horizonte, pero ella aparece cada vez transformada, siempre nueva, rehecha, cuando no deshecha, e inasible, y su perpetua metamorfosis se convierte es el único motor vital de su devoto enamorado: la niña mala es el solo indicio de que la vida avanza, la única chispa vital que enciende todos los cambios y echa a andar todas las sorpresas. Y, si la niña mala es una versión de la Madame Arnoux flaubertiana, Ricardo —quien, como Moreau, tarde habrá de desengañarse del sueño de París— es una nueva Madame Bovary: un cuerpo vacío sólo en tanto espera siempre ser colmado por la fantasía de una vida más significativa.

Vargas Llosa, así, en esta novela notable (una vez salvado el escollo de un primer capítulo estilísticamente descuidado), ha saldado cuentas con sus personajes flaubertianos más queridos, y los ha reinventado: la niña mala es la encarnación de la fantasía, del sueño, del delirio apetecible, del riesgo mortal que siempre vale la pena correr con tal de dar a la propia vida, y a la propia muerte, una densidad que escape a la mediocridad de lo cotidiano. Ella es esa imaginación transgresora que colorea la aparente medianía de todas las Mesdames Bovary, pero hecha carne: es la vitalidad imaginativa y renovadora que Ricardo nunca habría conocido de no conocerla a ella. Esa es la razón por la cual el protagonista acepta caer en sus engaños una y otra vez: en un sentido profundo, la niña mala es una fantasía materializada, una ficción real: Ricardo no puede rehusarse a su cercanía, por más enfermiza que resulte, por un solo motivo: a él le ha sido dado encontrar en el mundo lo que los demás buscan en los libros, la absoluta compleción, y esa plenitud tiene que incluir el amor y la compasión, pero también el mal, la perversión y el sufrimiento.

Siendo, en cierta forma, una ficción encarnada, la niña mala es, también, ella misma, un texto que debe ser descifrado. De allí la precisa elección de Vargas Llosa al hacer de su protagonista masculino un lector, un traductor y un intérprete: cada vez que a Ricardo le sean dados el placer y el terror de recorrer el cuerpo de la niña, irá descubriendo los entresijos de ese espíritu esquivo: las razones de su desamor, su desarraigo, su odio y su lejanía. Y la parábola sólo estará completa cuando, al cabo de tantos años de pánico, esperanza y agonía, Ricardo decida dejar el rol del lector y convertirse en el narrador de su propia historia: sólo aceptando el horror y el dolor, junto a la felicidad pasajera y a las ilusiones traicionadas, el protagonista, vuelto escritor, se hará capaz de poseer por completo, al menos sobre el papel, aquello que persiguió en la realidad durante una vida entera; y así, la novela que él escriba, la novela que nosotros leamos, será una bellísima historia de amor, pero también mucho más.

De blogs y plagios

No es que se hayan descubierto otros casos de novelistas plagiarios en Estados Unidos en lo que va de la semana (aunque en meses recientes ha habido acusaciones muy serias contra el historiador Stephen Ambrose y el médico best-seller Deepak Chopra).

Lo que se ha descubierto, en cambio, es que la misma Kaavya Viswanathan, la estudiante de Harvard, de diecinueve años, cuya novela How Opal Mehta Got Kissed, Got Wild, and Got a Life fue desenmascarada hace unos días como un plagio, no sólo copió páginas de una novela de Megan McCafferty, sino, además, por lo menos, las de otras dos consagradas escribidoras de chick-lit: Meg Cabot y Sophie Kinsella.

La importancia de los blogs, ya sea los literarios o los chismográficos, en la revelación de la copiandanga de Viswanathan, ha provocado un interesante artículo hoy día en La Nación de Argentina, acerca del impenitente escrutinio al que, ahora y gracias a la multiplicación de los blogs, está sometido todo aquel que publique un libro, un artículo, un comentario o, ciertamente, otro blog.

Por ejemplo: Will Payne, un devoto blogger de Cambridge, ha publicado en The Harvard Crimson (el diario que descubrió el plagio inicialmente) un artículo interesante en el que, irónicamente, se pregunta si no será Viswanathan, simplemente, no una copiona sino una amante del sampleo, debido a su conocida afición por el hip hop: quizá la escritora estaba sólo recurriendo a pasajes ajenos para recontextualizarlos, darles un nuevo sentido, etc, etc.

El ejemplo de Zurita

Un ejemplo un poco más confuso: a raíz de una crítica negativa, el poeta chileno Raúl Zurita envió al diario El Mercurio una carta que se iniciaba con el siguiente párrafo:

"


La frase en casi tan ingeniosa como esta de Antonio Cisneros a los poetas de Hora Zero en 1970: "Compañeros: Veo que el primer número de Hora Zero lo han empezado con el pie derecho --que la próxima vez lo escriban con la mano".

Pero Zurita no logró salir impune del evidente plagio: un blogger, para variar, se encargó de señalar el entuerto... ¿O no? Veamos la manera en que lo revela el periodista Paolo de Lima. Dice: "La carta de Zurita empieza intertextualizando una conocida frase de Antonio Cisneros a Hora Zero en 1970"...

No. No señaló el entuerto. O, más bien, lo señaló sólo para nombrarlo con un eufemismo, y justificarlo.

Dos preguntas inocentes: ¿Zurita habrá meditado algo como "Hmm, esta es la oportunidad perfecta para intercalar aquí una frase de Cisneros, de modo que en la intertextualidad queden conectadas para siempre mi polémica con Warnken y el choque entre Cisneros y Hora Zero...?

O habrá pensado más bien: "Hm... ¿y ahora qué pongo... no se me ocurre nada ingenioso, y yo quiero quedar como ingenioso... Ah, ya sé, voy a agarrarme la frase esa de Cisneros y la voy a poner como si fuera mía... Total, cuántos lectores de El Mercurio habrán leído Estos trece...".

Es curioso: salvo que la suya sea una observación irónica, Paolo de Lima parece querer justificar a Zurita con un argumento del tipo de los que Will Payne (también estudiante de Harvard, de 20 años de edad) ironiza por indefendibles y absurdos en su artículo: todos sabemos la diferencia entre un plagio y una cita.

O quizá De Lima ha querido decirnos una sola cosa: que Zurita añade una nueva dimensión al ejercicio de la "intertextualidad" (ya que la copiadera, después de todo, es, en efecto, intertextual): el plagio de cartas...

Imagen: a Viswanathan y McCafferty, en los extremos, se suman ahora Kinsella y Cabot. Fotomontaje gfp.