29.10.11

Ciro Castillo y los otros 15,000 desaparecidos

Una pregunta sobre quiénes somos y qué cosas nos conmueven

Junto a los muchos misterios que se han querido levantar en torno al caso de la muerte del joven Ciro Castillo hay al menos un dato que no es enigmático: por qué la prensa ha levantado de forma tan morbosamente elocuente esta historia y cómo es que ha logrado salirse con la suya.

La respuesta a lo primero es obvia: para la mayor parte de la prensa peruana el caso ha sido un hecho comercialmente explotable. Los medios lo han tratado de la manera más escandalosa posible, con total olvido de cualquier norma profesional y sin el menor vestigio del honor, la decencia, el comedimiento o la honradez que pudieran quedarles en alguna parte de ese gran agujero que los medios de comunicación peruanos tienen en el lugar donde debería estar su ética periodística.

La respuesta a lo segundo es un poco más compleja de lo que parece: está claro que el público ha respondido a la inmoral cobertura de prensa de la manera exacta en que los medios lo esperaban: con un dramatismo que refleja el que ha gobernado la información. Tanto los que se inclinaron por la solidaridad con la víctima y su familia como los que se inclinaron por la caza de brujas y el linchamiento público de una joven de cuya culpa nadie tiene ningún tipo de prueba o de certeza, han hecho lo único que la prensa esperaba: comprar diarios, consultar páginas de internet, sintonizar estaciones de radio y canales de televisión.

De hecho, el objetivo de la prensa fue sólo ése. La solidaridad y el linchamiento no fueron nunca los objetivos centrales, sino apenas subproductos del objetivo comercial.

Lo que no está claro es otro asunto, que ya algunas personas vienen comentando, sobre todo en las redes sociales: si la prensa es tan apta para crear toda una serie de reacciones activas ante un hecho como este (la desaparición de una sola persona), ¿entonces por qué esa misma prensa jamás ha hecho ningún esfuerzo considerable por generar reacciones de ningún tipo ante el hecho terrible y medular de que el Perú es un país donde existen, hasta el día de hoy, por lo menos 15 mil casos de personas desaparecidas durante el periodo de la violencia política de los años ochentas y noventas?

Por supuesto, hay una pregunta más grave que nos compromete a todos (porque la prensa no es la única que tiene deberes cívicos): si desde hace muchos años está disponible la información sobre esas desapariciones, y hay decenas de miles de peruanos que llevan décadas buscando que se descubra la verdad sobre las desapariciones de sus familiares, ¿entonces por qué la suma de esos 15 mil casos nunca nos ha llegado a conmover, a todos o al menos a la mayoría, como sociedad, de la manera en que parece haberlo hecho este solo caso?

Intuyo que la respuesta abarca muchas cosas: la sospecha de que no todos somos inocentes ante un número tan grande de desapariciones y que nuestra responsabilidad estuvo vinculada en el principio con un silencio que ahora se vuelve la única reacción posible para muchos; el hecho de que no se pueda responder a estos 15 mil casos con el recurso de inventar chivos expiatorios, como ha ocurrido en la historia de Ciro Castillo con la crucifixión pública de su ex-enamorada; incluso la voluntad de pasarlo todo por alto o el convencimiento inmoral de que es mejor no saber qué sucedió o de que cualquier cosa que haya ocurrido era perdonable o necesaria.

Quizás, entonces, esto explique m propio desagrado ante el fervor de las reacciones que el caso de Ciro Castillo ha provocado: es el desagrado que sufre uno al darse cuenta de que no es que los miembros de su sociedad hayan perdido la capacidad de conmoverse, sino que han aprendido a conmoverse solo en esos casos en que las cosas los tocan como historias individuales y no como historias con alguna dimensión comunal o colectiva.

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22.10.11

Chance in Hell / Reseña

Gilbert Hernández (Phantagraphics, 2007)

Seamos de actualidad al estilo Puente Aéreo y comencemos la serie de reseñas de "novedades" por un libro de hace cuatro años: Chance in Hell, escrito y dibujado por uno de los líderes del ex-underground californiano, Gilbert (Gilberto o Beto) Hernández, de los mismos Hernández del legendario Love and Rockets y autor, por su cuenta, de la estupenda saga de los cómics de Palomar, entre decenas de otras publicaciones de estupendo nivel narrativo que han sido por dos décadas y media el escenario para la creación de un imaginario sui generis.

Un rasgo definitorio de este libro, que señala un turbio quiebre en la carrera de Hernández, es cuán exceptuada de optimismo (aunque no de compasión) está la historia que cuenta, cuánto más oscuro y retorcido se va haciendo Hernández con los años (anda por los cincuenta y cuatro), cuán lejos se encuentra hoy de la esperanza, a ratos mágico-realista, de sus primeros relatos.

Chance in Hell se inicia en el topos epónimo, el infierno, no el infierno de los anillos y las cavernas de Dante, sino un averno menos denso, más uniforme y menos ritual, menos complejo, habitado no por almas sino por muertos en vida: un relleno sanitarario en las afueras de alguna gran ciudad sobre la costa oeste americana, donde, entre los sanguinarios pobladores (gallinazos sin plumas, los hubiera llamado Ribeyro), una frágil niña, llamada Empress con ironía cruel, convive los primeros años de su infancia con la más violenta sucesión de crímenes: robos por miseria, asaltos por exceso tribal, degollaciones por diversión.

Si del infierno dantesco no es posible escapar (sólo salen de él sus viajeros transitorios, Dante y Virgilio), del infierno de Hernández, en cambio, se puede salir, pero sólo para confirmar que el mundo exterior es otro hades incluso peor. En otras palabras, en Chance in Hell cualquier atisbo del purgatorio es otro infierno, y el paraíso, un infierno peor, acaso el más tenebroso de todos, porque en él habita el horror añadido de la falsa apariencia de paz y salvación.

La lógica de la que se vale Hernández es el razonamiento de la irredención: la idea trágica de que cuando una persona se cría traumáticamente en medio de las formas más radicales de violencia, de una violencia que animaliza y pervierte, esa persona está condenada a cargar con ese infierno dentro de sí por todo el resto de su existencia. La posibilidad de la movilidad social y la tardía adquisición de una educación formal apenas alcanzan para morigerar las apariencias externas, para amurallar el mal dentro de la persona, en una forma de represión que la consume todavía con mayor encono.

El lenguaje visual de Hernández alcanza la cima de lo grotesco al construirse con elementos de tres vertientes estilísticas en apariencia irreconciliables: la sardónica hipérbole del comix underground (Shelton y Crumb asoman en los márgenes), la oscuridad surreal del expresionismo alemán (Grosz, Beckmann, Dix) y, quién sabe si buscando adrede el mayor de los posibles contrastes, las tiras cómicas juveniles de los años cuarenta y cincuenta (Archie por sobre todo).

No es el libro más complejo de Hernández; acaso sí sea, en cambio (y no por casualidad, tratándose de un relato sobre la imposibilidad de abatir el corazón de la oscuridad dentro de uno, una vez que ha empezado a latir), su narración visual más contenida, más imperiosamente económica y parca: las culpas insuperadas de los protagonistas no viven tanto en el momento en que sus horrores son narrados, sino en el pánico incrédulo que captura sus ojos al recordarlos. Una gran obra, voluntariamente menor en aliento, pero mayor que muchas de las inmediatamente anteriores en la evolución ideológica de su autor, que parece ser, a su vez, la apertura de una temporada en el infierno.

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8.10.11

ANUNCIO

Nueva época en Puente Aéreo

Empezando en los próximos días, Puente Aéreo asumirá una nueva tarea: la reseña de libros contemporáneos. Una conversación con Edmundo Paz Soldán en Ithaca me ha persuadido de que debo regresar a la lectura de libros de hoy (la he dejado por los clásicos durante los últimos cinco años). Las reseñas serán lo más frecuentes que me sea dado hacerlas, de dimensiones variables pero siempre tratando de establecer una forma razonada, argumentada, crítica y criteriosa de evaluar, juzgar y acaso recomendar ciertas lecturas de escritores de hoy, sobre todo del mundo hispánico. Los autores y editoriales que quieran hacerme llegar sus libros, pueden contactarme a  gfaveron@gmail.com  para darles la dirección postal a la que pueden enviarlos. A ver si esto funciona y comenzamos un diálogo fluido sobre las cosas que se están escribiendo en el mundo hispánico en estos años.

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