16.12.05

Ficción y tranquilidad



Advertencia: el tema de este post no es La hora azul, la más reciente novela de Alonso Cueto, sino, más bien, una idea inquietante contenida en una reseña de ese libro, escrita por el chileno Álvaro Matus para la Revista de Libros de El Mercurio. Dice Matus, hacia el final de su comentario:

"Alonso Cueto ha explicado que el libro está basado en una historia real y que para escribirlo viajó a Ayacucho, ciudad donde `cada persona que uno encuentra en la calle tiene un cargamento de muertos en las espaldas, entre familiares y amigos`. Si bien la tentación por saber qué hechos sucedieron realmente es natural, resulta tranquilizador recordar que en las buenas novelas los personajes adquieren el espesor propio de la realidad. Poco importa, entonces, si Adrián Ormache encontró a la mujer que su padre tuvo secuestrada en Ayacucho. Su soledad, su asombro y su dolor son reales".

Quizá sea sólo un desliz o un malentendido. ¿Qué es lo que Matus encuentra "tranquilizador" en la lectura de La hora azul? ¿Que se trate de una ficción y, por tanto, no nos ponga en el deber de pensar el problema real que existe detrás de ella? Pero, ¿no debería ser justamente al revés? ¿No es fácil, acaso, entender que la novela está allí, entre otras cosas, para llamar la atención sobre la atroz realidad de la guerra sucia?

No creo delirar al decir que, si el lector se desentiende del destino del personaje ficticio, si se "tranquiliza" con la ficción, en cierta forma se está desentendiendo, también, del destino de las personas reales que subyacen a ese personaje (no un destino en términos de intriga o suspense, sino en términos de reubicación en el tejido social y en la historia). Esa, ciertamente, sería una manera empobrecedora de leer la novela de Alonso: las buenas novelas nunca son tranquilizadoras; son, por el contrario, incómodas e inquietantes.

2 comentarios:

Oscar Pita Grandi dijo...

Comparto lo que dices: "las buenas novelas nunca son tranquilizadoras; son, por el contrario, incómodas e inquietantes." Esa es una visión personal que compartimos ambos y quizá muchas gente más. Algo también, por lo mismo, discutible por otro cúmulo de personas, y entre ellas las que leen otro tipo de literatura, por ejemplo(y creo que los han agarrado de punto) a Bambarén o Coelho. No me gustan esas literaturas que traen el tono del "encantador de serpientes", aunque pudieran estar bien escritas.

Lo de Alonso (aún estoy a la mitad del libro, con bastante placer)es como tú dices. Resulta bastante dificil leer el libro sin eviar instalarse en los padecimientos de nuestro pueblo, los mismos que sólo seguimos por el televisor o el periódico, pero que han dejado una marca de sangre en nuestra realidad nacional.
Pienso que aparte de la estética que se busca alcanzar en todo arte (en todo caso es algo que se debería buscar), siempre existe un trasfondo y en este caso es el social. La denuncia. No la "sacada de vuelta". No el borrón y cuenta nueva. El arte no responde, sino, genera cuestiones. Y sabes, me gustaría que más que nosotros, los capitalinos, que a pesar de los coches bomba no hemos padecido los verdaderos abatares de aquella estúpida guerra senderista, sean los provincianos, quizás los deudos o testigos, que leyeran el libro. A fin de cuentas, nosotros siempre estaremos lejos de la sierra de Ayacucho, opinando comodamente detrás del ordenador.

Anónimo dijo...

En realidad, no sé si el comentario merece tanto análisis. Simplemente parece que el comentarista se hizo un lindo nudo. En las primeras dos frases lo que parece preocuparle es que el determinar exactamente la relación entre lo narrado y la verdad histórica sea "una tentación " que pueda interferir con su disfrute (o quizás con su valoración) de la novela. Por eso, le tranquiliza caer en la cuenta de que, si la novela es buena, la verdad narrativa por así decirlo acabará por suplantar, por tener el espesor, de la realidad. Cito: "Alonso Cueto ha explicado que el libro está basado en una historia real y que para escribirlo viajó a Ayacucho, ciudad donde `cada persona que uno encuentra en la calle tiene un cargamento de muertos en las espaldas, entre familiares y amigos`. Si bien la tentación por saber qué hechos sucedieron realmente es natural, resulta tranquilizador recordar que en las buenas novelas los personajes adquieren el espesor propio de la realidad". En la tercera frase toda esa argumentación se le va al cacho porque invoca al personaje de la novela como si fuera un ser histórico real: "Poco importa, entonces, si Adrián Ormache encontró a la mujer que su padre tuvo secuestrada en Ayacucho. Su soledad, su asombro y su dolor son reales". Dije que no valía la pena comentarlo y ya lo hice. En fin, que no me parece que lo que lo "tranquiliza" vaya necesariamente por el lado de una novela que no perturbe porque sabemos que no es "real", porque real nunca podría serlo, en ese sentido. La confusión del crítico parece denotar que es muy verosímil, que es lo que debería importarnos, en cualquier caso. Lo que en todo caso me parece ingenuo en su comentario es el pensar que pueda ser interesante, una tentación natural, tratar de determinar si un drama individual fue "real" en un lugar como el Ayacucho de los 80-2000, que es un enorme fresco de tragedia colectiva. Es decir, me temo que la historia de la novela (no la he leído) siendo dramática no sea sorprendente para un lector peruano (qué atrocidad nos podría sorprender al respecto?). Quizás la relativa infantilidad que parece irradiar el reseñista se deba a que no cuenta con esa piel dura.