21.12.05

Los hijos apócrifos



Días atrás, algún comentarista de este blog sugirió que literaturas como las de Jaime Bayly y Beto Ortiz, a la larga, cuando el (innecesario y pacato) escándalo en torno a ellas se esfumase, serían rescatadas y pasarían a nuestra historia literaria en una posición similar a la que tienen hoy los libros de José Diez Canseco (arriba, izquierda). Relatos como Duque, decía el comentarista, después de todo, son sátiras sociales, novelas en clave, llenas de humor, donde la forma es secundaria y el chisme y la burla apenas velada son, en cambio, lo esencial. Pasada la baraúnda, queda la gracia y la diversión.

Pienso que no es así, primero, porque Diez Canseco fue un autor múltiple, en cuya obra se hallan vertientes diversas que van desde el costumbrismo hasta la experimentación, y porque en muchos aspectos su trabajo fue fundador (lo es Duque, por ejemplo, con respecto a la narrativa urbana que habría de desarrollarse dos décadas más tarde). Pero también porque Diez Canseco fue un constante experimentador formal. Duque es un relato que adapta y modifica su lenguaje al ritmo de cada acción, acelerando en las secuencias en que sus personajes viajan en automóvil por las calles de Lima, serenándose o desconcertándose con ellos cuando ingresan en casas y bares, en salones y prostìbulos. Es una novela vanguardista, en la que el ensayo y el error lingüísticos son siempre un requisito autoimpuesto.

Hay una gran diferencia entre ese lenguaje puesto al servicio de la representación y el lenguaje colocado a las órdenes del mercado, hecho para complacer al lector sin plantearle exigencia alguna: el lenguaje que uno encuentra en los libros de Bayly u Ortiz. El narrador de Duque, al inicio del tercer capítulo, describe la tertulia de un grupo de esnobs en una fiesta con las siguientes palabras: "Anécdotas sin gracia contadas graciosamente". Viajando en el tiempo, Duque nos entrega esa frase perfecta para describir la literatura de estos autores contemporáneos, que no son herederos de Diez Canseco, sino de esos personajes de Diez Canseco.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Gustavo
Comparto contigo que el comparar el estilo de Diez Canseco con el de Bayly o el de Ortiz es hacerle un flaco favor al autor de Duque. Ni Bayly ni Ortiz serán sus hijos literariamente hablando, pero tematicamente sí. Hablo sólo de Duque, pues como apuntas, Diez Canseco abarcó más campos que las drogas, el sexo y el chisme barato.
Es curioso como cada cierto tiempo la sociedad peruana se escandaliza con la aparición de algún libro que trate estos manidos temas. No importa la calidad literaria de la obra. En algún momento se escandalizaron, o fingieron hacerlo, con Los inocentes, Duque, No se lo digan a nadie, etc. Hasta algún libro de Vargas Llosa ha corrido la suerte de alborotar por causas equivocadas. Sino, miren la bronca que genera comentar Historia de Mayta para alguna gente.

Anónimo dijo...

También existen otras coincidencias: el tema de la homosexualidad aparece ya en Diez Canseco, aunque sin una identificación en primera persona. Tanto Diez Canseco como Bayly y Ortiz empezaron en el periodismo, aunque ni Bayly ni Ortiz se acercan a la calidad periodística de JDC.

Dejando esos asuntos de lado y concentrándonos en lo de la tendencia a escribir best sellers (ya sea que lo logren o no), ¿no están en ese mismo grupo otros autores como Gustavo Rodríguez y Santiago Roncagliolo?

Anónimo dijo...

Rodríguez, Tumi, Reátegui, Tola, Salinas, Bayly, Roncagliolo, Ortiz, Cattone. Tenemos montones de autores de best sellers. Lo gracioso es que ni nuestros best sellers se venden mucho, excepto por Bayly.

Fernando Velásquez dijo...

A riesgo de hacer de abogado del diablo, hay algo que me resulta interesante de Bayly. El hecho de tratar de escribir tantas veces el mismo libro indica una obsesión que trata a gritos de decirnos algo. Su lengua es extremadamente simple, eso es verdad, pero ¿no implica eso ya una elaboración, una capacidad de distanciamiento de su propio discurso, del idiolecto de su clase? Hay una ferocidad terrible en muchos pasajes de sus novelas, y mucho de esa ferocidad va en contra de sí mismo (o, más propiamente, la voz narrativa que lo representa). Y recuerdo haber leído con placer morboso "Fue ayer y no me acuerdo" y haber podido conectar con una desesperación que me dejó movido. Sentí que su fuerza (alguna creo que tiene) estaba en la repetición hasta el vértigo de las mismas fórmulas. Eso es lo que hace que ciertas canciones funciones (pienso en Neu!) y nos transporten a una dimensión inesperada. En este caso, debo confesar, esa dimensión es el absoluto vacío (existencial, intelectual, político) de la clase alta limeña, y la sensación no es agradable. Y sin embargo, funciona.

Que Bayly no es Diez Canseco, es evidente. Pero reconozcamos también que Duque es una novela floja, y si es interesante es porque logra superar sus limitaciones a punta de hacerla llegar a una conclusión. Como Bayly hace con las suyas también.

Otrosí digo: que sus preocupaciones y obsesiones me parecen insoportables y muchas veces despreciables: laincapacidad de asumir su opción sexual tranquilo y sin remordimientos, su mojigatería, sus actitudes de señorón, su racismo, su clasismo, su deslealtad... Pero -otra vez- no tendría otra manera de conocer el lado oscuro de ese mundo que, creo, retrata con la superficialidad necesaria.

Y si su obra fuera simplemente una mierda (no llego a ese extremo ni de a vainas), en los laboratorios se la analiza y se encuentran cosas no solo interesantes sino vitales.

Anónimo dijo...

La critica de Nando me parece interesante, una de la mas "objetivas" que he leido sobre Bayly .
Soy frances, aprendi el espanol en el liceo, y trato de leer libros a veces en esta lengua para no olvidarla.
Bayly es uno de los autores con el que he conectado perfectamente : es sencillo, pero no "facil" como un best seller ordinario.
Al contrario lo encuentro muy profundo, y nada pedante.
Por esto me extrana lo mal que esta considerado en su proprio pais : me parece que le juzgan sobre su personalidad histrionica en television, y no sobre su literatura .
Yo que nunca le he visto en un televisor y solo le conozco por haber leido sus libros, me parece muy modestamente que estan algo confundidos .

Anónimo dijo...

Discrepo (amigablemente) con Nando y Franck. Me parece que siempre ocurre lo mismo: cuando alguien defiende a Bayly lo hace en unos términos que parecen confundir la literatura con la psicoterapia: Bayly puede tener todas las obsesiones que quiera. No se trata de tener obsesiones para ser un gran escritor (y cuidado, que Nando primero dice que lo interesante de Bayly son sus obsesiones y dos párrafos después dice que esas obsesiones son el gran defecto de Bayly); si uno tiene obsesiones simplemente eso lo hace humano, pero no lo hace un artista, y eso no es interesante en sí mismo para evaluar una obra literaria.

Tampoco me parece bueno ese prejuicio según el cual la "superficialidad" es necesaria para retratar un mundo que es aparentemente superficial. Ningún mundo es simple y ningún grupo social es puramente superficial. Esa imagen es el producto de la enorme superficialidad creativa de un mal escritor y de un sujeto poco perceptivo. Miren la complejidad que necesitaron Flaubert, Jane Austen o William Thackeray para retratar mundos "superficiales" y esnobs. La incapacidad de Bayly para construir personajes que sean de carne y hueso y tengan densidad psicológica no debe hacernos tan prejuiciosos como para pensar que "así es esa gente". Al respecto, me parece muy acertada la reseña que acaba de publicar Iván Thays en su blog acerca de la última novela de Bayly.

Fernando Velásquez dijo...

Solo quiero aclarar que considero las obsesiones de Bayly *literariamente* interesantes y *personalmente* insoportables. Y también que hay espacio para todo: la complejidad y profundidad de Flaubert, Thackeray, Jane Austen o Proust, y la superficialidad de Bayly. Complejidad y profundidad no son además los únicos atributos que hacen viable un relato (conozco gente cuya opinión considero valiosa a la que Henry James le parece aburrido y hasta idiota). Superficies y velocidades son variables a tomar en cuenta también.

Estoy de acuerdo con Oskar en que sería muy peligroso caer en el prejuicio de "así es esa gente". En todo caso, así son los personajes de las novelas de Bayly, y en mucho me recuerdan a alguna gente que he conocido.

Tampoco me gustaría aparecer como adalid de una causa bayliana. Un par de novelas suyas me han parecido potentes en su manera de retratar un abismo, eso sí. Pero escritores favoritos, tengo (todavía) otros.

Félix Reátegui dijo...

Me sigo preguntando quién se "escandaliza" por los libros de Bayly y Ortiz. Ellos dicen que la gente se escandaliza, pero creo que a nadie le consta. Lima es una ciudad libérrima. Lo que ocurre, creo, es que Bayly escribe como si estuviera situado en la Lima de los años cincuenta -- y se pasa la vida tratando de que le salga bien el primer párrafo de Conversación en la Catedral -- y, entonces, coherentemente con su "poética", después de lanzado su libro se imagina que hay beatas persignándose. Por lo demás, sus libros -- creo que esto lo ha dicho o sugerido más de una vez Gustavo -- son más bien conservadores: de repente el tópico del escándalo se refiere a eso: que los lectores se escandalizan de que en el siglo XXI se pueda seguir siendo tan racista y pacato.

Gustavo Faverón Patriau dijo...

Yo tengo la impresión de que Bayly escribe como si todo su público fuera una gran familia ultraconservadora del Opus Dei.

Anónimo dijo...

Claro, como lo son sus padres.

Anónimo dijo...

Critica de la revista espanola "Que Leer" sobre el libro de Bayly.
sin adular, pero, contrariamente à los criticos peruanos, sin ningun "parti-pris".

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Como ya insinuaron Marsé y Rosa Regàs en la movidita noche de entrega del Premio Planeta, la novela finalista parece tener más consistencia literaria que la ganadora. Efectivamente.

Bayly ¿encantado con la polémica mediática, no en vano fue presentador de un late show en televisión¿ trae una ligera fábula moral, sencilla, sólida, bien hecha, previsible pero en absoluto aburrida. Poco más se puede pedir a una novela destinada al amplio consumo.

Bayly utiliza una estructura que sigue aguantando sin una grieta desde la comedia griega: el antagonismo entre amo y criado como duelo entre el cerebro y el corazón. Culto, rico e infeliz el primero; pobre, simple pero alegre el segundo. El amo, lleno de curiosidad, entra en el mundo de la gente sencilla para conocer los secretos de la felicidad. Ya saben, Carlo Goldoni, las comedias de Lope, El barbero de Sevilla, etcétera.

En este caso, un escritor peruano, pijo y enfermo de melancolía y pereza, contrata a una chica india para que le limpie la casa.

Como en toda historia que se precie, hay un viaje. Amo y criado (Cervantes, Diderot) confrontan su visión de la vida y al final el protagonista descubre que la infelicidad está en su corazón. El equilibrio del mundo reside en el perdón y la aceptación. Pim-pam. El héroe regresa, mata a sus fantasmas familiares y, para que vean, en la escena final todos son felices y comen (casi literalmente) perdices.

Si el esquema ha funcionado durante 2.500 años, ¿por qué Bayly iba a estropearlo siendo él un autor con un muy buen pulso narrativo?
Pues no, va como la seda. Además, la novela está engrasada con la gran virtud de Bayly que es su fino oído para reproducir los más variados registros del lenguaje oral en un riquísimo despliegue léxico (personajes con nombres tan divertidos en América como Orto y Concha) y excelentes diálogos.

A la historia principal se añaden unas breves e inteligentes viñetas centradas en una librería que darían por sí mismas para un bello libro de relatos. Si fuese un coche lo que estamos vendiendo, diría que compran sólida ingeniería con una chillona carrocería.