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Pocas cosas sé con tanta certeza sobre mi gusto por la literatura como ésta: no leo libros para escuchar lo que escucho sentado en la puerta de mi casa, o sentado en la puerta de la casa de nadie.
Por un lado, los dialectos, los sociolectos, me parecen cuerpos demasiado abstractos, demasiado ideales. Un personaje que hable como un grupo me parece una patraña populista. Tengo la impresión de que en una buena novela sólo hay lugar para los idiolectos, para las diferencias, los rasgos que contribuyan a la individualización de los actores.
Por otro lado, pienso que los grandes recreadores de esa cosa abstracta que son las voces con que queremos identificar a ciertos grupos, son siempre eso: recreadores, reinventores. Me asombraría conocer a un delincuente brasileño que hablara como un personaje de Rubem Fonseca, tanto como me sorprendería conocer a un capitán del Ejército Peruano que hablara como Pantaleón Pantoja, a un comunero de la sierra que salmodiara como un personaje de Arguedas, o a un negro sureño que brincara de sílaba en sílaba con el ingenio rítmico y sardónico de un personaje de Gálvez Ronceros.
Todos los personajes literarios son virtuosos del lenguaje, y sus hablas sólo los definen y retratan a ellos mismos; sus discursos no son genuinos extractos del mundo, sino añadidos a él; no son verdaderos, sino apenas verosímiles; no provienen de dialectos copiados, sino de idiolectos originales. Eso es necesario, además, porque, incluso para ser representación de una parte de un cierto mundo social, un personaje debe, primero, ser un individuo definido y diferente.
Si el autor es capaz de asignar a ese habla reinventada un rasgo, un guiño, una clave que la conecte con algo que reconozcamos, o creamos reconocer, entre las voces de la gente de carne y hueso, habrá logrado lo ideal: no copiar las indefinibles voces de la calle, sino hacernos creer que tal parecido es algo más que una mentirosa evocación. No otra cosa sucede cuando insistimos en creer que los personajes son personas y las historias son sucesos. No otra cosa es la literatura. Lo otro, el puro buen oído, no es trabajo de escritores, sino de grabadoras.
Imagen: fotomontaje de gfp.