11.3.06

Piglia para todos

A Ricardo Piglia, sin conocerlo en persona, lo invité hace años a formar parte del comité de mi tesis doctoral. Por correo electrónico, desde Princeton, me pidió que le enviara ensayos míos, que él los leería durante la semana y me diría luego si le interesaba trabajar conmigo.

Lo hice, y dos días después me escribió nuevamente aceptando la propuesta. Durante los años siguientes, estuve muchas veces a punto de conocerlo en persona: fue invitado a dar una conferencia en Cornell, donde yo estaba, pero un problema de salud se lo impidió; me invitó a dar una charla para sus estudiantes de Princeton, en su curso sobre poéticas de la novela en América Latina, pero nunca encontramos una fecha buena para los dos.

Llegaron mis exámenes doctorales y Piglia andaba de gira por Europa, presentando, creo, traducciones de novelas suyas y un libro de ensayos, El último lector, y me enviaba sus comentarios sobre mi tesis desde diversas ciudades de España y Francia. Prefirió comunicarse con el resto de mi comité por correo, pues, según me dijo, las teleconferencias y el video satélite (que eran las otras dos posibles formas de garantizar su asistencia a mis exámenes), le parecían excesos tecnológicos casi siempre inútiles. Piglia y las máquinas: quién lo hubiera dicho.

Cuando salí de Lima, hace seis años, Piglia era razonablemente desconocido para los peruanos: Plata quemada era su libro menos inubicable, pero su aparición en librerías no había sido muy resonante. Yo lo había leído a instancias de Edmundo Paz Soldán y Alberto Fuguet, pero no había muchas otras personas a las que yo conociera, como no fuera Peter Elmore, con quienes pudiera conversar sobre el argentino.

Con los años eso ha cambiado, pero no lo suficiente: no sería demasiado difícil argumentar que Piglia ha escrito dos de las novelas más interesantes, divertidas, misteriosas, perspicaces y originales de América Latina en las últimas tres décadas, Respiración artificial y La ciudad ausente: seguir encontrando estudiantes e incluso profesores de literatura que jamás han pasado sus ojos por las páginas de esos libros parece cada vez más imperdonable.

Hay quien dirá que es imposible convertir a Piglia en un éxito de librerías, debido al grado de dificultad de novelas como las mencionadas. Curiosamente, sin embargo, en Argentina, La ciudad ausente ha dado lugar a obras de teatro, óperas, instalaciones e incluso adaptaciones al cómic (de la mano de otro narrador atendible, Pablo de Santis), además de servir de evidente inspiración para películas mainstream, y Respiración artificial es comúnmente publicada en ediciones populares para ser vendida junto con diarios de circulación nacional.

Como pequeña contribución a la difusión de Piglia en el Perú, me permito colocar aquí un enlace a una página que contiene, íntegro, el menos difundido de sus libros, La invasión, su primera colección de cuentos, en la que sus lectores encontrarán el germen de tantos típicos temas piglianos posteriores, así como las primeras apariciones de su alter ego ficcional, Emilio Renzi. En ese mismo enlace encomtrarán también los dos primeros capítulos del mejor de sus libros, la imprescindible novela Respiración artificial.

Imagen: Ricardo Piglia; La ciudad ausente en instalación
de Carlos Boccardo; las imágenes en blanco y negro
corresponden al montaje de Eterna, obra teatral basada
también en La ciudad ausente.

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