28.7.06

Malas películas imprescindibles 3

Color Me Blood Red

Ahora sí: entramos al área del cine pésimo, con una de las cumbres de la filmografía de ese terrible cineasta llamado Herschell Gordon Lewis: su éxito de 1965, Color Me Blood Red.

Herschell Gordon Lewis, hoy en día un autoproclamado mago del telemarketing y la publicidad via e-mail, y autor de un par de decenas de libros en esas áreas (cuyo contenido no quiero siquiera imaginar), ha sido también el director de treinta y siete cintas entre 1960 y el 2002, y debe de estar, fácilmente, en cualquier terna de finalistas para suceder a Ed Wood en el puesto del peor cineasta de la historia.

Tiene, además, el dudoso mérito adicional de ser, muy probablemente, el inventor del primitivo cine gore: la exhibición, digamos, poco pudorosa, de bistecks y filetes de ternera, crudos por cierto, colocados estratégicamente para simular la exposición de carne humana en escenas con un alto contenido de violencia física y, casi siempre, también, psíquica, lo que en Lewis, particularmente, nunca deja de tener un contenido misógino nada reprimido.

(Yo he visto sólo una de las películas en que Lewis dio verdadera rienda suelta a su lado sanguinario, The Gore-Gore Girls, y puedo decir que, al confiar todo el éxito del relato a las escenas carcineras, la cinta se vuelve mala en un sentido bastante convencional y poco interesante, además de cobrar un aspecto más bien enfermizo).

¿Y si su mérito es tan dudoso, por qué su película es imprescindible? (O, ya puestos en el tema, ¿por qué lo son todas las que vengo enumerando en esta sección eventual?). Bueno. Pues, en primer lugar, no es verdad: no son imprescindibles. Y sin embargo, para una audiencia prevenida, tampoco son un fiasco: no se trata simplemente de que el mal cine suela tener un cierto atractivo, ni únicamente del hecho de que proporcione una diversión involuntaria adicional a la diversión buscada.

Se trata, además, de que estos cult films americanos --hechos con presupuestos microscópicos, actores de talento invisible, y una calidad técnica que parece previa a la invención del cine--, estos films, digo, en su a veces chocante falta de sutileza, suelen presentar historias bastante más imaginativas que las que le son permitidas al mainstream estadounidense, constreñido por sus estudios de mercado, su miedo a herir la sensibilidad del público, un código severo de censuras y clasificaciones que pueden afectar enormemente las ganancias de cualquier cinta, etc.

En otras palabras, más allá de sus posturas políticas, Hollywood es, estéticamente, una fuerza ultraconservadora, que confía en fórmulas y quiere a cada film dentro de un cierto género, un panorama manejable y sencillo, que hace del cine una diversión tan previsible y confiable como el menú de una cafetería o el programa de números de un circo dominguero. Y el cine B, y el C, las cult movies ajenas a las grandes productoras, son de hecho una fuerza estética arriesgada, cambiante, mucho menos previsible.

Color Me Blood Red es una versión descarnada (o, más bien, sumamente encarnada, incluso encarnizada) de algo que por lo común concebimos sólo como metáfora y abstracción: la idea de que un verdadero artista crea arte con su sangre, con su cuerpo, y está dispuesto a consumirse literalmente, a acabar consigo mismo, en la búsqueda de concebir una obra de arte superior.

Que tal reivindicación del genio artístico se dé a través de una película indudablemente pobre y a ratos azarosamente ridícula (el actor protagónico es tan malo que resulta, para usar una frase que encontré en un cómic hace poco, de un nivel sub-Keanu Reeves), y que su gestor sea uno de los peores cineastas de la historia, nos permite detectar una de las cosas más interesantes de esta zona particular del cine de culto, la zona de los directores pésimos: su carácter de mundo paralelo al mainstream.

En este otro planeta cinematográfico, los genios son otros, los valores son distintos, los juicios estéticos son diferentes, y la calidad material de las cintas, el talento de los actores, etc, pasan a tener valoraciones que en nada se parecen a las habituales. Ed Wood y Lewis pueden ser, aquí, para estos otros árbitros, sin asomo de ironía, verdaderos genios. ¿Y qué pasaría si, en algunos casos, la leyes de ese mundo paralelo fueran las que dieran en el clavo?

De hecho, el rescate, no siempre irónico, del cine de Ed Wood en la década pasada, a manos entre otros del gran Tim Burton, es parte de una reconexión entre el mainstream y la serie B, una reconexión que ha acabado por promover un cierto cambio dentro de Hollywood: Mars Attack, de Burton; Ghost Dog, de Jim Jarmusch; Mulholland Drive, de David Lynch; Kill Bill, de Quentin Tarantino; la excelente Bubba Ho-tep, de Don Coscarelli; casi todo el cine de M. Night Shyamalan, incluyendo su reciente y vapuleada Lady in the Water; etc, son películas que regresan a la serie B como fuente de inspiración, retrabajan sus temas o copian o evocan sus modismos. Y en todos los casos, curiosamente, se trata de los directores en los que Hollywood confía para revitalizar el mainstream y darle nuevas vías.

Por eso yo, pacientemente, a tropezones, y llevándome más de un trago amargo, me he propuesto ver (y escribir un poquito sobre) todas estas malas películas imprescindibles.

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