Paul McCartney tuvo por un tiempo la costumbre de disfrazarse de vez en cuando, coger una guitarra y pararse en una esquina, o en un metro, a cantar, para medir su capacidad de gustar a un público que lo viera sin el aura demasiado brillante del ex beatle. Incluso grabó dos discos de música trance y uno de jazz sin usar su nombre, con la misma expectativa.
Supongo que, en ciertos niveles de fama, ese tipo de reafirmación resulta necesario, al menos si el individuo tiene todavía los pies en la tierra, o algún interés en posarlos allí.
Carlos Fuentes, que nefelíbata no es, pero tampoco modesto, es hoy sospechoso de haber hecho algo muy parecido: el diario mexicano Milenio, luego de dar cuenta de tres experimentos estadísitcos realizados por un especialista, asegura que Los misterios de la ópera, un libro de cuentos policiales publicado en México por la editorial Random House/Mondadori, firmado por un tal Emmanuel Matta, es, en realidad, obra de Fuentes.
En México, el debate sobre la identidad del autor ha sido promovido por una hábil estrategia de venta: Los misterios de la ópera fue lanzado en una edición numerosa (veinticinco mil ejemplares), con anuncios televisivos y subrayando la incógnita acerca de quién es el autor real detrás de ese seudónimo a medias divino y a medias surrealista.
Cuando se decidieron a decir algo sobre Matta, los editores deslizaron datos de falsedad evidente sólo destinados a incrementar la sensación de intriga: que Matta era un michoacano de ciento cuatro años de edad, por ejemplo, o que el escitor es un ex cantante de ópera que, inutilizado para el arte por un accidente, se conviritó, como su personaje, en detective privado, para resolver crímenes desde la mesa de un café llamado, cómo no, La Ópera.
Y las especulaciones, sobre todo en camarillas, diarios de provincia y blogs literarios, no han escaseado: antes de deslizarse la opción de Carlos Fuentes, se mencionó entre los posibles Emmanuel Matta, a don Gabriel García Márquez, y luego se ha hablado de (y descartado a) Sergio Pitol y a Germán Dehesa. Algunos, en cambio, prefieren creeer que se trate de alguien más joven, un escritor del crack, por ejemplo, y hay quien, entre Urroz, Padilla, Palau y compañía, elige a Jorge Volpi como principal sospechoso.
En el Perú, recuerdo el caso de Mirko Lauer, quien se hizo pasar por "C.C. García" para firmar con ese nombre la novela policial Pólvora para gallinazos, veintiún años atrás. El nombre "C.C. García", imagino, lo habrá ideado Lauer a partir del seudónimo de S.S. Van Dine --escritor más famoso por sus "veinte reglas para escribir ficciones detectivescas" que por los cuentos que escribió siguiendo sus propias reglas--. Espero que el "García" no fuera un fruto temprano del alanismo de Lauer: la novela apareció el año de inicio del primer régimen aprista de nuestra historia.
Imagen: Holmesiano Carlos Fuentes. Fotomontaje gfp.
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2 comentarios:
...todo esto me hace pensar que si hay -pese a todo- un buen rol para los anonimos o seudonimos. Jode un poco mas cuando aparecen al pie de un libelo, pero hay que verlo como no mas que una licencia literaria al fin y al cabo.
Aqui en EEUU, la simpatica novela "Primary Colors" de Joe Klen aparecio firmada inicialmente como "anonimo", lo que fue un golpe publicitario estupendo.
Edu
Pues si la licencia es literaria, habrá que exigir al menos que tras los anónimos haya algún asomo de talento...
Lo más curioso, volviendo a "Los misterios de la ópera", es que a pesar de que se ha especulado con los nombres de Pitol, García Márquez y ahora Fuentes, las pocas reseñas que he visto coinciden en que es un libro divertido pero formulaico y fácil, una especie de divertimento. Quizá, si el autor es uno de esos famosos, quizo simplemente desprenderse de ese libro en su bibliografía (pero no de sus réditos monetarios).
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