Alguna vez, Oscar Wilde dijo, de la manera aquella en la que él decía las cosas, sabiendo que jamás serían olvidadas, que la mayor tragedia de su vida había sido la muerte de Lucien de Rubempré, personaje de Balzac que vive y muere a lo largo de una historia que abarca dos novelas: Esplendores y miserias de las cortesanas y Las ilusiones perdidas.
La frase, según muchos críticos, fue dicha como parte del esfuerzo programático de Wilde por legitimar poco a poco el derecho a la expresión pública de sentimientos de afinidad homosexual.
En su tiempo, el más acalorado crítico de la idea que subyacía a la frase de Wilde, sin embargo, no apuntó a ese rasgo, sino que se indignó contra el "esteticismo libresco" implicado en la afirmación de Wilde, quien parecía poner a la ficción y a la vida real en un mismo plano y darles similar importancia. Ese crítico fue Marcel Proust.
En la segunda mitad del siglo veinte, un escritor ruso afincado en los Estados Unidos, Sergei Donatovitsch Dovlatov, escribió: "el peor infortunio de mi vida fue la muerte de Emma Bovary". Para entonces, claro, parafrasear a Wilde en este asunto particular era ya una estrategia retórica, y cualquier posible sentido de esa frase estaba necesariamente conectado con reivindicaciones literarias.
Pero, afortunadamente, aún es posible suponer que para algunas personas la muerte de un personaje de ficción (que es, después de todo, un signo que representa una serie de realidades más vitales que él mismo) pueda, en verdad, ser una tragedia.
Acaso a eso se deba el curioso pedido hecho por los escritores norteamericanos John Irving y Stephen King a su colega británica J.K. Rowling para que, en la última parte de su famosa saga, no le quite la vida a su protagonista, Harry Potter.
Porque, seamos sinceros, para varios millones de personas de mi generación, por ejemplo, la mayor tragedia de sus vidas fue la muerte de la mamá de Bambi. Eso, al menos, declara continuamente Daniel Salas, cada vez que lo atrapa la melancolía. Y nadie quiere que los hombres del mañana vivan traumados por el fin fatal de su aprendiz de brujo favorito, así como mis congéneres han sobrevivido apenas a la desaparición de la linda venadita.
Lo que ocurre es que Rowling ha anunciado que en el episodio final de la serie morirán dos personajes cruciales, y ha echado a andar con ello una ola paranoide-infantil que recorre el mundo entero (gran publicidad).
A raíz de eso, Stephen King (quien, dicho sea de paso, vive a minutos de aquí) ha advertido a Rowling que, acaso, si decide matar a Harry Potter, la presión de los fans la obligue luego a inventarle una inverosímil resurrección, tal como aconteció ya antes con el personaje ficticio británico más famoso de la historia hasta el advenimiento de Potter: Sherlock Holmes, quien fue eliminado por su autor, Arthur Conan Doyle, sólo para después rescatarlo de la muerte debido a los reclamos de una lectoría defraudada.
Me pregunto qué tendríamos que hacer los lectores para lograr la resurrección de Lucien de Rubempré y Emma Bovary. (Y, ya de una vez, la de la mamá de Bambi).
Postdata
Un amigo escritor, jurado hace un par de años en el Premio Casa de las Américas, dice haber visto en Cuba, durante varios días seguidos, a Roberto Fernández Retamar con la nariz enterrada en unos volúmenes cubiertos con papel craft, que impedían a los demás identificar cuál era la lectura del célebre guachimán literario del castrismo. En un descuido del cubano, mi amigo se dio el tiempo para verificar que se trataba de las páginas de Harry Potter. Eso es lo que se llama invasión capitalista.
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2 comentarios:
Bueno, Stephen King es experto en resucitar personajes. Por ejemplo, Pennywise, el payaso asesino de It, aparece mencionado en otras obras incluso ubicadas temporalmente después de la muerte de este personaje. Que Rowling mate tranquila a Harry, después le pida consejos a King y asunto solucionado.
Siempre y cuando la muerte sea para salvar al hijo de Harry (quien continuará la labor...) podrán superarlos los niños (creo). Ahora, que Candy no se quedara con Terry... para mí eso fue peor que la muerte de la mamá de Bambi.
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