2.1.07

El rastro de Sebald

Él prefería que lo llamaran Max, usando su tercer nombre, y no Winfred ni Georg, según los nombres escondidos tras sus siglas habituales: WG Sebald.

Fue acaso el autor crucial en las letras alemanas de la segunda mitad del siglo veinte, y, sin embargo, para las páginas culturales de la prensa peruana, es virtualmente un desconocido.


Un indicio de que esa situación puede revertirse pronto es
el breve ensayo sobre Sebald que Peter Elmore (mi anfitrión en Colorado desde hace algunos días) ha escrito para El Dominical de ayer (y aun más el hecho de que Los emigrados, una de las novelas cumbre de Sebald, exista en español gracias a la traducción de una peruana, Teresa Ruiz Rosas).

Una de las historias que componen Los emigrados es la de un tío-abuelo, Adelwarth, que termina sus días demente y reducido, a causa de un exceso de tratamienos de electroshock, en un sanatorio al norte de la ciudad de New York; más precisamente, en Ithaca, upstate New York.

Hace unos años, cuando yo vivía en Ithaca y
Peter pasó unos meses allí, como profesor visitante de Cornell, él y Matías Ayala, un común amigo chileno, se entregaron (premunidos de viejos planos y de una guía telefónica de los años cincuenta) a buscar el lugar del sanatorio, en vista de que Sebald había declarado que ese segmento de la novela era el más directamente extraído de su verdadera historia familiar.

No lo encontraron. Pero díganme que mayor prueba de compromiso se le puede pedir a quien escribe un ensayo sobre un conjunto de ficciones que el haber salido a rastrearles la pista incluso en las calles de su ciudad, en la vida real.

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