(texto ajeno)
El embajador Oswaldo de Rivero acaba de acusar al novelista Alfredo Bryce de plagiarle un artículo sobre las limitaciones geo-militares de Washington en estos tiempos. En efecto, las coincidencias entre los dos artículos son, para decirlo de alguna manera, asombrosas. Comenzando por un mismo título: Potencias sin poder. Mala suerte, o prosa irresistible, la de de Rivero: cuando recién salió su libro sobre El mito del desarrollo, los países inviables en el siglo XXI (Lima, Mosca Azul, 1998), la revista Le monde diplomatique le hizo un inocultable plagio que luego tuvo que rectificar. Esta vez ha piteado con experiencia.
También Bryce tiene una experiencia anterior en este tipo de asunto. En julio del año pasado Herbert Morote lo denunció por el plagio textual de 80% de un artículo sobre política educativa. En esa ocasión Bryce, que todavía no le responde a de Rivero, rechazó la acusación, pero ofreció arreglar el asunto por la vía privada.
También ha estado Bryce del otro lado del mostrador, y no es difícil encontrar autores que se han prendido de su estilo para sacar a flote historias propias. Pero en lo literario el plagio es más difícil de demostrar y, dentro de ciertos límites, suele tener más de homenaje que de sustracción, y termina siendo su propio castigo.
Que Bryce, a quien no le falta imaginación, ni formación académica, ni criterio, sea tema de estas acusaciones es sorprendente. La única explicación a la mano es que se trata de temas muy especializados, y que a la hora de informarse el novelista se haya terminado mimetizando en exceso con el texto consultado.
No son deslices excepcionales. Siempre hay en Lima unos cuantos casos en marcha sobre plagio, real o imputado. En los años 70 este columnista insólitamente recibió de manos de su amable autor una breve tesis de economía donde buena parte de los dos últimos capítulos había sido plagiada de ensayos suyos (que luego no eran citados en la bibliografía).
Si hubiera que buscar un culpable en estos tiempos, podría ser Internet, que vuelve al texto ajeno tan abundante, el acceso tan fácil, el comando cortar/pegar tan cómodo, todo el ambiente tan virtual, que la red se convierte en la proverbial arca abierta donde hasta el justo peca, aunque sea alzando con una buena frase de un colega remoto.
El problema es que ya no hay colegas remotos, y en la red todo se sabe, en instantes. Cada vez más profesores tienen que ir a un buscador de Internet para confrontar los exámenes de sus alumnos. Lo cual a su vez significa que ya no podemos estar tan seguros sobre de quién es el artículo de opinión que tenemos delante, querido lector.
(Mirko Lauer)
De su columna de hoy, miércoles 21 de marzo, en el diario La República.
----------------------------------
La columna de Mirko Lauer que reproduzco arriba hace referencia a la carta dirigida por el embajador Oswaldo de Rivero al diario El Comercio en la que expresa su "sorpresa" y "mortificación" a raíz de la publicación en dicho periódico de un artículo suyo que apareció bajo la firma de Alfredo Bryce Echenique.
Alfredo Bryce respondió a su vez por carta al diario y al mismo De Rivero. Pero, tan pronto como ese mismo día, una nueva acusación emergió (en un blog que se distingue por las acusaciones anónimas a pesar de que declara enfáticamente no prestarse a ellas).
Se trata de tres artículos publicados por El Comercio y aparecidos antes en diarios españoles (uno de ellos, La Vanguardia; los otros, uno de Extremadura y otro de Galicia), cuyos autores son el periodista Nacho Para, la escritora Elulàlia Solé y el veterano y cada vez más conocido novelista José María Pérez Álvarez.
Por supuesto, algo raro ocurre, y no es transparente. La carta de Alfredo Bryce a Rivero explica un hecho que, bien visto, podría aclarar todos los casos, pero deja en pie el problema de que todos se produjeron hace ya varios meses y que resultaría razonable que el escritor hubiera detectado la publicación con su nombre de esos textos ajenos, al menos uno de ellos; sobre todo luego del escándalo desatado en julio del año pasado por el primer caso, el de Bryce y Herbert Morote.
Sin embargo, eso mismo, el que Bryce se viera sometido en julio pasado al escándalo de la primera acusación, hace aun más inverosímil que haya perpetrado voluntariamente los otros tres, que se produjeron entre octubre y diciembre últimos.
Por ello, hay quienes hablan de la posible contratación de escritores que hubieran hecho para Bryce el trabajo de escribir estos artículos de corto aliento, y que, en vez de cumplir su tarea, habrían simplemente tijereteado los textos de otros y se los habrían entregado a Bryce o a su secretaria como propios. No es nada inusual que ciertas personas recurran a los oficios de terceros para escribir textos circunstanciales.
Suena menos lógico, y nada justificable, en un escritor, que vive de su pluma, pero lo más curioso es que en verdad no es infrecuente. En España se conocen muchos casos, incluyendo el de un premio Nobel, Camilo José Cela, que encargaba a otros incluso prólogos que aparecerían con su firma.
Sea como fuere, incluso si no hubiera dolo ni premeditación, es evidente la responsabilidad de Alfredo Bryce en la aparición de esos artículos, evidente que está en falta con los autores legítimos de aquellos textos (Morote, Para, Solé, Pérez Álvarez), evidente su descuido ante una empresa que lo contrata por su opinión, y no la de otros, y evidente también que sus lectores y quienes estamos unidos a él por la gratitud y los buenos recuerdos, no quisiéramos verlo en un trance así.
(Una cosa quiero añadir: me consta --como si fuera necesario verificarlo-- que Alfredo Bryce no se hace problemas en escribir artículos buenos con rapidez y eficiencia. En el tiempo en que fui editor de Somos, yo tenía en un cajón de mi escritorio un fólder con decenas de artículos suyos, inéditos, y sólo tenía que elegir uno cualquiera cada dos semanas para cubrir con ello su columna: los había escrito todos con más de un año de anticipación, y no solían ser textos de actualidad. Es interesante constatar una cosa: es verdad que, una vez colocados todos los textos en su file, él se desentendía de cuál fuera publicado y cuál no, o en qué orden, lo que cuadra perfectamente con lo cuenta en su carta a De Rivero).