24.9.07

Digno de él

Fujimori, García, Cipriani: ¿los reyes del trato digno?

Antes pensaba que la literatura era --así de simple-- un mundo mejor que el mundo real. Ahora sé que no: hay buena y mala literatura, y la mala puede ser peor que la realidad, incluso; pero, además, sé que hay buena y mala realidad, también, por decirlo de algún modo.

Y las nociones que me llevan a juzgar una novela como mala no se distinguen mucho de las que me hacen creer que una realidad es mala.


Tomemos por ejemplo el asunto de la dignidad de las personas: en principio, creemos que en un mundo real correcto y funcional, todas las personas tienen derecho a ser tratadas con la misma dignidad, y no importa para ello si la persona es un delincuente o un santo, un criminal o un héroe.

En una novela, igualmente, todos los personajes merecen poseer una cierta dignidad y ser retratados (es decir, puestos en el mundo) de acuerdo con ese principio.
La empatía del autor hacia todos y cada uno de sus personajes es, si se quiere, el equivalente de los derechos humanos dentro de los mundos ficticios: no es asunto relativo: todas las criaturas de la ficción merecen un autor (un dios) que las respete, tal como todos los seres humanos merecen que el resto de la humanidad (que es lo más parecido a un dios en el mundo real) los respete por igual.

Hace sólo un rato, leyendo el blog de Iván Thays, encontré ciertas declaraciones del novelista Norman Mailer, que, no por casualidad, en una misma entrevista ha hablado de su reciente convencimiento de que dios (o Dios) sí existe y del hecho de que él, Mailer, al escribir su novela más reciente, en la que cuenta la infancia de Adolf Hitler, sintió compasión por su personaje al componerlo sobre el papel. Compasión: empatía y afán de entendimiento. Hitler: lo más parecido a un monstruo que ha visto el mundo real.

Una novela escrita contra un personaje, hecha por una novelista que no sepa ponerse en los zapatos de todas y hasta la última de sus criaturas no puede ser buena ficción. En el caso del mundo real, claro, no tengo idea de cómo podría yo pedirle a dios una similar empatía: pero en vista de que el mundo lo creamos todos, día a día, supongo que nada de malo tiene exigirnos ese rasgo a nosotros mismos.

El tema es la dignidad, entonces. Y el personaje circunstancial es
Alberto Fujimori. El señor Fujimori exige un trato digno para él. La señora Keiko Fujimori, su hija, exige un trato digno para su padre el ex-presidente. El actual presidente, Alan García, asegura que su gobierno dará un trato digno al desprestigiado ex-presidente (de cuya existencia política, dicho sea de paso, García es creador, de modo que a nadie le compete más que a él sentir empatía por Fujimori: es su obra maestra). Hasta el obispo de Lima, el señor Cipriani, cómplice y confesor de la familia Fujimori, llama a tratar al prisionero con dignidad.

Pero, cuidado: lo que estas personas llaman dignidad no es lo mismo que yo llamo dignidad. Yo me refiero a algo que todos los seres humanos merecen, por el simple hecho de su humanidad; ellos, en cambio, se refieren a algo que hasta el peor de los criminales, como Fujimori, merece, no por ser humano, sino por ser un ex-presidente. Yo hablo de dignidad humana; ellos hablan de la dignidad de los poderosos; yo hablo de dignidad a secas, ellos hablan de la dignidad de los dignatarios. Yo hablo de una dignidad que iguala; ellos hablan de una que pone a ciertas personas por encima de otras.

La dignidad de verdad, la merecen, entonces, todas las personas (es inherente a ellas): incluso los criminales a los que Fujimori disfrazaba de rayas, exponía en jaulas, fotografiaba semidesnudos, lanzaba a calabozos congelados; incluso los presos a los que
Alan García bombardeaba, mandaba a quemar vivos, pasaba y repasaba por las armas. Y ciertamente también los campesinos a quienes Cipriani veía morir sin inmutarse mientras enseñaba que los derechos humanos eran una cosa relativa y que matar comunistas no era lo mismo que matar gente.

Es verdad, pues: se le tiene que dar a Fujimori un trato digno. Pero es bueno recordar que Fujimori y quienes hoy se llenan la boca hablando de dignidad, fueron y siguen siendo los reyes de la indignidad.

Fotomontaje gfp.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Deberias cerrar las puertas de tu conciencia y no empobrecer en el tema "fujimorista"


gt

Anónimo dijo...

porque mejor no nos dice algo sobre lo que hicieron los senderistas, a mi familia oriunda de la ciudad de Belen en Ayacucho, por poco la desaparecen mediante cohercion, asesinatos y desaparicion forzada de algunos miembros quienes fueron obligados a integrar sus filas, que organismo de derechos humanos protesto por estos hechos?, porque muchos de nosotros vivimos en la clandestinidad temerosos de que alguno de esos que usted no critica nos asesine? digame usted que vive lejos de nuestra realidad diaria y disfruta de la comodidad de vivir lejos del Perú sin sufrirlo a diario como nosotros.

Anónimo dijo...

El traje a rayas fue para los que mataban policías por la espalda y asesinaban prefectos y gobernadores en la sierra.

¿Ya te olvidate?

Ah, claro tú te enteraste de todo cuando sucedió lo de Tarata, en Miraflores.

Anónimo dijo...

Bueno Tibor, si siguiéramos el razonamiento de la defensa de Fujimori, a Abimael Guzmán no sólo NO debieron ponerle traje a rayas sino que debieron dejarlo libre. ¿O acaso se ha podido probar que él mató directamente a alguien?

Ah, cómo, ¿que MANDÓ a matar?
¿Pero no es eso mismo lo que hizo el chino rata con los estudiantes de la Cantuta?