20.10.07

La gran familia peruana

Acerca de lo mismo de siempre: políticos y periodistas


Una buena parte de la clase social peruana funciona en la práctica como una familia. Una familia, sí, pero en al menos dos sentidos poco deseables del término.

Por un lado, ese sector de nuestra clase política se organiza como una familia mafiosa: con cabecillas todopoderosos, extorsiones apenas encubiertas, alianzas momentáneas, traiciones repentinas y delitos en común.


Por otro lado, es una familia de mito griego, o de tragedia (tragedia para nosotros): los padres se casan con los hijos, confunden el incesto con la lealtad y acaban, como en el otro caso, traicionándose todos a todos.


García, Fujimori, Mantilla, Giampietri: esos son nuestros Capones y nuestros Genoveses, pero también nuestros Edipos, Yocastas y Creontes. García, por ejemplo, es hijo de Mantilla y padre de Fujimori, pero también es cónyuge de ambos y amante de Giampietri, que fue antes su hermano en el genocidio.

Ha llegado un punto en que es difícil decidir quién se salva de la mugre en nuestra esfera política. Acaso nadie por completo, o muy pocos. Tomen por ejemplo la inmunda patraña de la acusación de violación hecha hace poco contra el presidente Alejandro Toledo.

Sabemos que el congresista Espinoza es el demonillo miserable que se prestó para ejecutarla, pero el abanico de posibles motores detrás de la jugarreta es tan amplio que nos deja muy en claro una cosa: nuestra clase política es mayoritariamente un ejército de sospechosos.

Para fiscalizar y seguir de cerca las movidas de esa mafia multicéfala, tenemos al periodismo, claro. Pero, oh desgracia, no siempre nuestros periodistas son mejores que nuestros políticos. Recordemos que el periodismo peruano es el gremio de Álamo Pérez Luna y Nicolás Lucar. El gremio de los sordomudos de la dictadura fujimorista, el gremio de los parásitos y los pandereteros de Montesinos.

Recordemos que la carrera de la mitad de nuestras estrellas de la radio y la televisión noticiosa floreció en los noventas. Cuán fácil para esos fiscales caer en la bajeza de sus fiscalizados.


Lo grave, claro, es que las costumbres iniciadas con Mantilla y García en el primer gobierno aprista --el de las campañas periodísticas de destrucción contra Vargas Llosay las alabanzas a la mística del senderismo--, costumbres que prosperaron, crecieron y se perfeccionaron en la década fujimorista, se han vuelto práctica común en todos los sectores de nuestro menesteroso espectro político y las licencias del amarillismo chicha a la Montesinos se han vuelto aceptables para muchos de quienes alguna vez fueron sus enemigos.

Alguien lanza la campaña contra Toledo y de inmediato tenemos diarios y programas de televisión condenando y crucificando al acusado sin que medie un segundo de reflexión ni el más mínimo interés por confirmar la veracidad de la historia.

Y hoy que una investigación conducida por
Gustavo Gorriti deja en claro que todo fue una invención, ¿cuántos de esos periodistas están dispuestos a decir que se equivocaron, a pedirle disculpas al agraviado y a proponer un castigo contra los complotadores? ¿Cuántos de ellos están investigando quiénes urdieron la mentira y destapando la olla de grillos que le dio lugar?

La noticia de la acusación de violación dio la vuelta por diarios de medio planeta. El descubrimiento de que todo fue falso, no tendrá la misma publicidad. Quienes difundieron la noticia (que no fueron unos engañados inocentes, sino los mismos venenosos irresponsables de siempre), no sentirán la menor responsabilidad por resarcir al agraviado. Si eso no es la moral fujimorista en estado puro, ¿qué es?

Lean aquí y aquí las dos partes de la investigación de Gorriti.
Lean aquí la columna de Mirko Lauer sobre el tema.
Lean aquí el post de Silvio Rendón sobre el mismo asunto.

Fotomontaje gfp.

5 comentarios:

A. Ele dijo...

El Periodismo de algún Perú...

Geishas en el recuerdo…

Una raza extraña, compuesta de camaleones y primates, se consolidó una triste mañana entre tintas y redacciones. Su alias: "geishas". Por ese entonces el Perú ya calzaba con el sensacionalismo mccarthista. Esos, y “esas” agentes del dardo y la franela, se aprendieron una predica de hienas camufladas de gorriones. Y fueron intocables. Se asumieron como jueces de la moral y la verdad. Sus plumas y despachos periodísticos eran más patéticos y mortíferos que un palillo chino envenenado, o un paraguas con la punta de polonio 210. Su fuente de abasto cultural siempre fue Palacio de Gobierno o, en todo caso, la comisaría más sangrienta del distrito; sus ideales, dictados generalmente por las empresas más estables, eran tan canjeables como chapitas de gaseosa; sus amores, las peores cicatrices sociales. Esa turba gobernaba la opinión pública. Esas jóvenes mártires, sólo de sumisión, creían que todo se justificaba con tal de beneficiar al jefe de turno. Esas heroínas de la libertad de prensa de los noventa tenían la suficiente autoridad para levantar el dedo acusador en contra de las libertades que atentasen contra la “justicia autoritaria” de sus convenios bajo la mesa. Esas heroínas estaban dominando los campos de la vergüenza. Esas edecanes de la ignominia se paseaban en juguetes privados por todo el país, sonriéndole a la impunidad, creyéndose el cuento de hadas de las elegidas de un proyecto imperecedero. No, para ellas no habría fecha de caducidad, ni jubilación peruana. Ellas serían las hijas negadas, pero empalagosas, de un mandatario inoxidable. Su código de barras sería actualizable. Ellas también representaban, de algún modo retorcido, una característica muy peruana: el arribismo. Ese oficio que consiste en ser una sombra asalariada. Ellas nos mostraban lo peor de nosotros.
Pero al hundirse el barco ellas también se hundieron. Y no hubo un salvavidas ni recicladora que las componga. Todas hicieron agua en pleno altamar; y las que estuvieron hechas de cartón se desmenuzaron rápidamente en las aguas que anticipaban los primeros asomos de verdadera democracia.
Un día las geishas desaparecieron. Un día quisieron justificarse. Un día fingieron un mea culpa, y muy pocos les creyeron. Un día desaparecieron, y al siguiente, aparecieron. Un día se mostraron en público como si nada. Un día visitaron nuevamente las redacciones y lograron el tan anhelado reciclaje. Pero un día también descubrieron que el estigma de "Geisha" sería absolutamente imborrable.

Alan Luna

Anónimo dijo...

El verdadero psicosocial es este post que pretende tapar el escándalo de la absolución de Bryce en INDECOPI.

Permaneceremos vigilantes...

Anónimo dijo...

¿Cuál "escandalo", estimado Jorge? Como si eso fuera lo primero que hay que tapar en el Perú, y no el
desplome del dólar ni la farsa de
la reconstrucción de Ica ni lo de los patrulleros, y un larguísimo etcétera.

Anónimo dijo...

Como anónimo forzado gracias al poder de Los Amigos de Bryce (r), coincido con Jorge: este post es una cortina de humo del verdadero escándalo.

Anónimo dijo...

Escuché en la radio a Ghersi, abogado de Bryce, y lo que ocurre es que al parecer el artículo sí fue escrito por Bryce, pero en base a ideas del plagiado, e Indecopi no protege ideas sino textos expecíficos.

Tal vez en este caso Bryce se haya salvado, pero no es posible tapar todos los plagios, son demasiados y son demasiado evidentes.