Como era de esperarse, Víctor Samuel Rivera (profesor de la Universidad Federico Villarreal) no ha respondido a mi pedido, no ha republicado su texto ni me lo ha hecho llegar.
Afortunadamente, no ha sido el caso de varios lectores de este blog, que me han enviado copias y hasta screen captures que muestran el desconcertante post que Rivera publicó sobre mí y que luego, aparentemente, ha decidido desconocer.
Así que a continuación les voy a mostrar algunos highlitghts de la rutina del involuntario patafísico, que voy a comentar con brevedad, para no quebrarle al lector la magia que acaso experimente en este tour de force por el mondo bizarro que es la mente del profesor Rivera, microcósmico túmulo de la sinapsis.
Como anuncia en su título --"Gustavo Faverón et Caetera Omnes"--, el post de Rivera es una acusación en contra mía y en contra de otras personas a las que (acaso porque sencillamente no existen) nunca se atreve a mencionar por un nombre propio.
¿Qué cosa inquieta a Rivera? Su respuesta es esta: “Una serie de acusaciones y ataques por internet al Dr. Eduardo Hernando Nieto". Pero no se detiene allí: lo que Rivera desliza es que las supuestas acusaciones y los mentados ataques son parte de un esfuerzo "concertado" por perjudicar la carrera profesional de Hernando. Dice Rivera:
"¿Sabían los lectores que esto se realiza concertadamente en el periodo en que [Hernando] debe renovar su condición de docente de Derecho en la PontificiaEse tampoco es su paradero final. Rivera enumera más adelante una serie estarmbótica y no poco risible de acusaciones adicionales:
Universidad Católica del Perú?"
“Se ha primero vandalizado la página de Wikipedia referida al Dr. Hernando
para luego proceder a un borrado expeditivo, para hacer escarnio de ello luego
en los mismos blogs que lo difaman”.
“¡Oh Favero, casualidades madre! La semana anterior colgué una queja
pública contra las difamaciones de Faverón. ¡Gran Madre! Un Hacker ha destruido
mi computadora al día siguiente y esta semana han arruinado varios videos del
archivo de mi blog”.
“El tipo me acusa de nazi por estudiar la obra del mentor de la PUCP (¡qué
bruto hay que ser para eso!) y al día siguiente una mano invisible (ajá: ¡Una
mano liberal!) había denunciado la mención de mi nombre en Wikipedia como
autopromoción (¡qué casualidad!, ¿no Favero?)”.
“El último mes he recibido amenazas con mensajes de texto en mi teléfono;
una andanada de agravios coprolálicos se ha sucedido ese mismo periodo y me han
forzado a cerrar los comentarios libres de Anamnesis. Desde que se dio la
discusión con Faverón, alguien entraba a mi blog a las 9 am y entre 5 y 6 pm
todos los días a saturar el espacio de comentarios antedicho de palabras
literarias estilo “mierda”, “vendido”, “cabro”, etc. Como diría el Conde Joseph
de Maistre en alusión a la idea de Locke sobre la libertad: “Todo huele aquí a
dinero”. Estamos, sin duda, en el mundo liberal”.
Y, para que quede claro, Rivera, literalmente, textualmente, por escrito y en un medio público me acusa directamente de todas esas cosas:
“¿Quiénes han estado en esto?: Al menos un par de señores que no son conocidos¿Repito la lista? Rivera me acusa de:
precisamente por sus sillas en el banquete del conocimiento: Gustavo Faverón et
caetera”.
1) Complotar con otras personas para perjudicar la carrera de Hernando.
2) Vandalizar Wikipedia.
3) Hackear su blog y arruinar sus archivos.
4) Destruir su computadora.
5) Ordenar a bibliotecarios de Wikipedia que denuncien el artículo sobre él.
6) Enviar amenazas con mensajes de texto a su teléfono.
7) Hacer otro tanto por medio de comentarios en su blog.
Quien entre al blog de Rivera encontrará de inmediato, en la portada, a la mano derecha, un texto que dice "Gustavo Faverón, difamador". Esa acusación, por supuesto, es una octava difamación que se suma a las siete que acabo de enumerar, pero prefiero no tomarla en cuenta.
Rivera tendría ya la obligación de presentar pruebas de esas siete acusaciones o disculparse en público por esa pataleta cargada de invenciones, mentiras y exabruptos. No le voy a pedir lo primero, no por ahora, al menos, porque sería un espectáculo penoso.
Si yo hiciera uso de mi derecho a exigir su rectificación inmediata, el escándalo podría abrumar y problematizar el proceso de renovación de contrato del profesor Hernando (cosa que a Rivera, soprendente y paradójicamente, no parece haberle preocupado mucho al escribir su post). No tengo el menor interés en hacer tal cosa, así que dejaré mi reclamo para después, esperando que las disculpas lleguen en algún momento.
Ah, pero el resto del artículo de Rivera es notable por la donosura intelectual que demuestra. Recuerden los lectores que todo lo que he hecho yo hasta ahora es preguntar (no a Rivera, sino a Hernando) por qué la enorme mayoría de los intelectuales y artistas que él menciona como formadores de su línea ideológica son fascistas, nazis, filofascistas, filonazis, antisemitas y otras lindezas de ese corte.
Hernando ha tenido un mes y medio para responder pero no ha podido. Rivera trata de contestar. O algo así. Me llama "bruto" y "enfermo de rabia". Habla, en un momento más que creepy, por cierto, de mis "poderes siniestros". Alude a mi vida privada, a mi lugar de residencia, a mis notas de Estudios Generales, a mi capacidad reproductiva, etc. Todo muy relevante.
Y claro, también me dice "sionista", "sionista", "sionista", "sionista" y... "porcino". Justo cuando uno pensaba que el lenguaje del antisemitismo renacentista éstaba muerto y sufría de un severo rigor mortis, Rivera decide permitir que reencarne en él.
Ahora los dejo con los mejores párrafos de Rivera, a los que sólo añadiré un comenario sucinto al final. Dice Rivera:
"Un buen día de fines de mayo e inicios de 2009, de buenas a primeras, sin
aviso, [Faverón]demostró que era un experto en el pensamiento de Julius Evola.
Casi nadie sabe quién es Evola. ¿Quién es Evola?: un antimoderno italiano a
quien yo, coaligado y amigo de Hernando, sólo conocía de nombre. Pero resultó
que Faverón era también un experto en los textos de la revolución conservadora,
que sabía de los autores mayores, menores y aun nimios de la tradición de la
metapolítica, con detalle del contenido y la historia de sus obras, o sea, un
verdadero PhD.
“En fin. Un día aciago de mayo de 2009 resultó que Faverón parecía haber
hecho una maestría, qué digo, un doctorado en unos libros que con dificultad
frecuentan o frecuentaron en Lima Fernando Fuenzalida, Onorio Ferrero y su
pequeña escuela, de la que Eduardo Hernando Nieto es heredero intelectual. ¿Cómo
hizo para leer tanto? ¿En qué tiempo –en su tiempo ocioso de literato- pudo
acceder y leer lo que a Hernando le tomó –digamos- tres lustros? ¿Qué vitaminas
toma Faverón?“Es admirable, Faverón, que sepas tanto y tan rápido de cosas tan raras e
inhallables y –sobre todo- tan alejadas de las habilidades que adquiriste en la
vida universitaria en la que yo te conocí.
“No, Faverón. Algo en tu sabiduría repentina huele mal, malísimo compadre.
Huele mal por su fecha, que coincide con la renovación de contrato del profesor
Eduardo Hernando Nieto. Huele mal por lo que en otro contexto serían cualidades,
por su exhaustividad, por su rigor, que tan porcino aspecto toman cuando
ingresan al lenguaje de periodista desde el que pontificas a favor del sionismo.
“¡Ay Faverón! O tú tienes ayuda o tú tienes ayuda. ¿De dónde sale tu ayuda
para la infamia? ¿De tu prístina vocación por las letras? ¿O será de otra
fuente, más acorde con tu mentalidad sionista?.
“¿Crees que tu poder lo es todo, Faverón? ¿Crees que los poderes siniestros
que te cualifican en tus trece me asustan a mí, Faverón? Nunca el poder que te
anima será el poder de la verdad y Dios todopoderoso es más poderoso que todos
los poderes que te sostienen”.
Dos cosas: la primera es que el desequilibrio final del texto me asusta y me entristece. Rivera se siente en guerra santa contra una conspiración sionista que lo ha tomado como presa. Y escribe eso, precisamente, en un texto que había empezado como demostración de que Hernando y él nada tienen de antisemitas ni cosa que se le parezca.
La segunda es que los escritos de Evola y los metapolíticos son en su enorme mayoría estúpidos y delirantes. No hace falta mucho tiempo para leerlos, comprenderlos, revelar su torpeza y rebelarse ante su penosa y paranoica fragilidad.
Si a Hernando le ha tomado quince años creérselos a pie juntillas, a mi me tomó diez días acostumbrarme a leerlos como quien hace un crucigrama de Ajá: sabiendo que la recompensa es poca, la dificultad es ninguna y la aparente complejidad es una arbitraria confusión.
A eso sólo debo añadirle un pedido: si Rivera, como confiesa, no ha leído ninguno de los textos en discusión, entonces será mejor que no participe en la conversación, pues, mientras la ignorancia sobre el tema sea su única credencial, sólo podrá participar en el el debate mediante el insulto personal y la risible petulancia de unos galimatías sin ningún espesor. Por supuesto, la otra opción es que se ponga a leer a Evola, a ver qué le parecen los dioses del parnaso de su colega.