1.6.10

Paralíticos & Co.

Sobre un artículo de Gonzalo Garcés

Iván Thays me alcanza un enlace al artículo La parálisis de la crítica, publicado en la Revista Ñ de El Clarín de Buenos Aires por el escritor argentino Gonzalo Garcés. Es un durísimo comentario sobre el status quo de la crítica literaria en lengua española, al que vale la pena hacerle una que otra apostilla.

Garcés establece una suerte de ránking personal en las prácticas críticas de la prensa internacional: en el ápice superior la crítica anglosajona y en el inferior la francesa; no muy lejos del fondo de la tabla, la crítica en español. Y ya en ella, la española por debajo de la hispanoamericana.

Esta clasificación vertical no la ejecuta Garcés sin antes darle vueltas: ofrece como ejemplos de frecuente solvencia las reseñas de publicaciones como The New York Times Review of Books (yo no estoy tan uniformemente convencido de su calidad) o The New Yorker; parodia la retórica hueca del reseñismo francés; y, finalmente, distingue entre la caduca servilidad de muchos reseñadores españoles, incapaces de confrontar los circuitos empresariales del mundo editorial, por un lado, y la formulaica seudo-intelectualidad de otros tantos reseñadores argentinos, a quienes, cabe suponer, menciona como seña de lo que pasa en el resto de América Latina.

Aunque casi la totalidad de su artículo se refiere a la crítica ejercida de manera inmediata en la prensa, la encargada de dar la primera recepción a la nueva literatura en revistas y diarios, Garcés le dedica también un par de líneas a la crítica académica francesa, a la que desestima como una práctica más o menos alienante, o quizá enteramente alienante, más sumergida en la jerga del postestructuralismo que entregada a la intención de dilucidar una u otra obra literaria.

Allí tengo que objetar algo, aunque no fuera sino para defender mi propia práctica como crítico dentro de la academia americana (y además uno graduado en Cornell, a la vez cabecera de playa y último reducto del afrancesamiento crítico en los Estados Unidos): me parece injusto sancionar así, de un rápido plumazo, en una sola línea, el trabajo de una tradición crítica que, desde Barthes hasta Foucault, desde Derrida hasta Kristeva, y desde De Man hasta sus actuales practicantes, ha hecho mucho no sólo por establecer nuevas formas de comprensión para la literatura contemporánea, sino que en muchos casos ha influido creativa y activamente sobre ésta (lo que es, finalmente, la quintaescencia del diálogo entre críticos y creadores).

Dicho esto, las observaciones de Garcés, en su aspecto más general, siguen en pie: la crítica no académica, la de primera línea, la que lee los libros antes que cualquier otra, tiene un compromiso que, en el mundo hispano, al menos, ha dejado de cumplirse mayoritariamente: el deber del primer diálogo y de la problematización inicial; el deber de trazar las coordenadas para la lectura inaugural de la literatura nueva.

Cumplir con ese deber no es de ninguna manera simple: el crítico de prensa escribe para el lector de a pie pero lo hace en diálogo con el autor, con el texto y con otros críticos. Ese no es un equilibrio fácil de alcanzar: es como construir un puente que no conduza de un punto a otro sino desde varios puntos hacia varios otros y que sirva para tránsitos de diversas modalidades y distintas magnitudes.

Por supuesto, la dificultad no es excusa para el desacierto. Pero el desacierto no es la simple consecuencia de una epidemia de superficialidad y estultez que haya tomado por asalto las redacciones de prensa de todo el mundo hispano.

Garcés está particularmente inspirado cuando compara al mal reseñador con el encargado del servicio de protección al consumidor. Esa es probablemente una de las claves reales: el hecho de que la obra literaria haya pasado de ser producto artístico y mercancía a ser preeminentemente mercancía, ha convertido al crítico literario en parte del engranaje comercial, con la única posición más o menos análoga a la que alguna vez tuvo, cuando gozaba de sus prerrotativas originales: hoy sólo debe decir si el lector está recibiendo lo que espera por sus veinte dólares, en el sentido más estricto y limitado.

Pero todo esto no es una conjura editorial hecha a las espaldas de los escritores: una infinidad de autores son aliados, voluntarios o no, de esa mediocridad. Lo son cada vez que se quejan de un crítico no por la superficialidad de sus comentarios sino tan solo por juzgar negativamente lo que piensan que debió juzgarse de modo positivo.

Lo son, otra vez, cada vez que etiquetan a los críticos en general como "escritores fruntrados" o "autores sin talento", como si novelista y crítico no fueran dos oficios distintos sino un escalón superior y uno inferior en una escala de aspiraciones personales: la absoluta y global desautorización de los críticos, como conjunto, es el fin de la conversación, es la declaración de la total unilateralidad. Un crítico, después de todo, no es sino un lector con entrenamiento adicional: ¿qué escritor quiere degradar al lector a priori, declararse en eterno monólogo de aquí en adelante?

Y también lo son (aunque no quieran reconocerlo y casi nunca hablen de ello en público) cuando aceptan que los críticos decisivos de su obra sean el agente, el gran grupo editorial, la empresa distribuidora, los premios comerciales y el éxito de ventas.

(Esa suerte de capitalismo liberal mecánico y absurdo, que es en sí mismo la negación del riesgo artístico, es el primer mal del que deberían sacudirse los escritores que se tomen en serio: el mercado regula el éxito de las empresas y diseña formas de satisfacer al comprador, o hacerle crear que lo ha satisfecho, pero no determina el éxito del mejor arte, sólo el del arte más popular).

Hace muy bien Garcés (y esa es el real mérito de su artículo) en pedir de los críticos no más sintonía superficial con la obra de los escritores contemporáneos, sino más rigor, más disciplina, más inteligencia, mejor brújula y más penetración. Y sobre todo hace bien cuando exige que la crítica sea debate, que se juegue por algo, que suba la apuesta, que no mida los libros con la plantilla trivial de lo esperable sino con el metro más etéreo y más difícil de lo deseable e incluso de lo ideal.

...

26 comentarios:

El Gaucho Santillán dijo...

Tuve que ir a leer el artìculo.

Y creo que puede resumirse en "Crìtica imparcial, y no interesada".

Tampoco creo que la crìtica anglosajona sea la màs equilibrada. Han promovido "Best sellers", durante años.

Por ùltimo, señor Faveròn, me parece que su crìtica al "Capitalismo" dentro de las letras, peca de inocencia.

Un escritor que prescinde de representante, editorial y premios, sencillamente no llega a ningùn lado. deja de existir.

Todos transan con el sistema.

El tema, es hasta donde.

Saludos

Anónimo dijo...

El jardín de la Literatura sólo seguirá intacto si la historia no entra en él, pero es inevitable que, tarde o temprano, entre. De hecho, ya entró. Las obras son más mercancía que "arte". Puedes oponerte, el derecho está para que lo uses. Pero no vas a conseguir más que mantener un gueto reaccionario que tarde o temprano será devorado por la Historia. El futuro del arte es, en realidad, el presente: es la mercancía.

Gustavo Faverón Patriau dijo...

Gaucho: para ser justos, hay que decir que la crítica literaria anglosajona, la crítica a la que se refiere Gonzalo Garcés, no promueve en lo más mínimo los best-sellers. Salvo que se trate de libros buenos que además sean vendedores, cosa que no es censurable.

Respecto a mi supuesta inocencia: ¿te has preguntado alguna vez por qué si el capitalismo es evidentemente más poderoso y dominante en el mercado americano, los americanos siguen produciendo literatura y crítica de enorme calidad? ¿Por qué los premios, los agentes y las grandes editoriales no han deteriorado a la literatura americana como sí a la literatura hispana? Si respondes esa pregunta verás que no tiene nada de inocente llamar la atención sobre esos puntos.

Anónimo: no tengo la menor idea de a qué te refieres. ¿Cuándo ha estado la literatura "fuera" de la historia? ¿Y por qué la mercantilización habría de ser el único futuro posible? La obra literaria ya fue mercancía en muchas otras instancias sin que eso la haya condenado a serlo para siempre. Te recomiendo que le des una mirada a las cosas que escribe González Echevarría sobre la mercancía literaria en el barroco de Indias, por ejemplo.

Anónimo dijo...

Pese a que no tienes idea de aquello a lo que me refiero, respondes muy bien. Y ya que estamos en ello: muchas gracias.

De acuerdo, nada está fuera de la Historia. Nada puede estarlo, aunque hay maneras de plantear conceptos y categorías con miras a una "ahistoricidad" o “transhistoricidad”.

Por ejemplo, cuando hablamos de "los miedos universales del hombre", pensando en aquellos que nos han afectado "en tanto seres humanos" y no en tanto miembros de determinada comunidad (i. e. el miedo a la muerte).

O por ejemplo, cuando hablamos de los valores literarios ideales comunes a la Divina Comedia y a Vargas Llosa.

O por ejemplo, cuando entiendes el momento actual a través del Barroco: de alguna manera que merece dilucidación, generas un espacio común mediante la comparación de dos etapas de la historia muy diferentes. O sea, planteas una categoría ("el estado en que la literatura es mercancía") que prescinde de las coordenadas históricas, porque consideras que ello es útil para entender el presente.

No considero que eso sea un error a priori. Abstraerse es una operación fundamental del pensamiento. Sin embargo, me parece que en este caso tergiversa precisamente uno de los puntos que más quisiera destacar: el momento actual es, como cualquier otro, sui generis. No importa cuánto de parecido tenga con lo ocurrido en el pasado. La mercancía hoy no tiene ni remotamente el estatus que tenía en el Barroco. Pensar que “así como en el pasado lo fue, hoy lo es” desvía la atención de lo esencial: la literatura no puede mantenerse fuera de una lógica cultural actual y futura que no solo tiende a ser dominante: tiende a ser absoluta.

La Historia se impone por más analogías o críticas o abstracciones que le pongan los intelectuales en el camino (o, mejor dicho, que ciertos académicos se coloquen como gafas para ver lo que quieren ver). La literatura ya es una mercancía con todas las implicancias postcapitalistas del caso. Nosotros (y nuestras culturas) hemos entrado en un camino que no tiene vuelta. Puedes desearlo o denostarlo. Pero es lo que nos toca. Ya se han colocado los cimientos. Los reaccionarios pueden oponerse, desde luego, pero al menos yo espero que traten de ser, en todo caso, menos falaces, menos idealistas, menos romanticones.

Anónimo dijo...

sobre la sujeción borreguil de los críticos a los intereses de las grandes editoriales, la página de libros de SOMOS es un gran ejemplo. Allí Norma, Alfaguara, Planeta nunca reciben una mala crítica, y las editoriales nuevas no recibimos ningún apoyo. Así están las cosas en el Perú y es bueno que lo señales. Saludos.

Gustavo Faverón Patriau dijo...

Anónimo: tu comentario original decía más cosas. Entre otras, por ejemplo, hablabas de la inevitabilidad de la historia ("tarde o temprano será devorado por...") y me calificabas de reaccionario. Si mi comentario y el de Garcés se refieren a la pauperización intelectual de la crítica, ¿cómo podría ser reaccionario señalar ese empobrecimiento? ¿O es que acaso detrás de esas reseñas pobretonas y superficiales se esconde un penetrante ejercicio crítico que nosotros no llegamos a captar? ¿Será acaso progresista (o al menos no-reaccionario) adecuarse a eso sin oponer un ejercicio crítico activo? Me temo que en ese punto estás bastante confundido.

Gustavo Faverón Patriau dijo...

Y al otro anónimo: para denuncias puntuales y mensajes en primera persona (nosotros, las editoriales nuevas), haz el favor de firmar con tu nombre.

El Gaucho Santillán dijo...

Yo venìa leyendo el segundo comentario de "anònimo", y lo empecè a encontrar interesante.

Hasta que lleguè a la parte donde estàn escritos juntos "La divina comedia", y Vargas Llosa.

Entonces, le tuve que dar una patada al perro.

(lo siento, fue màs fuerte que yo)

Anónimo dijo...

"Si mi comentario y el de Garcés se refieren a la pauperización intelectual de la crítica..."

Y en el camino se quejan del crítico como "protector del consumidor". Eso es reaccionario. ¿Qué esperan de una sociedad consumista?, ¿el crítico como protector de ideales desfasados?

"¿O es que acaso detrás de esas reseñas pobretonas y superficiales se esconde un penetrante ejercicio crítico que nosotros no llegamos a captar?"

No he opinado nada sobre esas reseñas. Estoy discutiendo algunos presupuestos de tu post, no su idea principal.

"¿Será acaso progresista (o al menos no-reaccionario) adecuarse a eso sin oponer un ejercicio crítico activo?"

Depende de con qué herramientas lo hagas. Me parece que, tal como lo haces, de una forma tan anticuada, lo es. No por el ejercicio en sí de criticar una reseña pobremente escrita, sino por los fundamentos de tu respuesta.

Gustavo Faverón Patriau dijo...

Ah, ok. O sea que no aceptar ser un borreguito más de la sociedad consumista es ser reaccionario. Y quejarse de la estolidez de una crítica que no critica es defender un "ideal desfasado". No, pues. Aclárate. Hace falta mucho más que generalidades de ese tipo para demostrar algo. Yo también puedo decir: "tus ideas son desfasadas", "tus ideales son anticuados", etc. Pero decirlo no es demostrarlo. Estás resultando más superficial y acrítico que los reseñadores a los que alude Garcés.

Anónimo dijo...

Hola Gustavo. No me gusta opinar desde el anonimato, pero entiendo que es una cuestión de gustos y de facilidades.
No necesariamente tienes que dar tu nombre y dirección para decir lo evidente.
Que las trasnacionales editoras no reciben una sola crítica en esa revista sabatina es comprobable; todos lo vemos cada sábado en Lima, y tal vez porque vives afuera te permites desconfiar de ello.
Sobre la falta de atención a las editoriales jóvenes, no puedo decir lo mismo porque veo que últimamente "Somos" se preocupa por promocionar las publicaciones de poetas jóvenes.

Carlos Flores

Estudios generales, PUCP

Anónimo dijo...

En tu post das por hecho que la literatura se ha vuelto preeminentemente mercancía, pero exiges que el rol del crítico siga siendo el mismo. ¿Desde qué supuesto? Mantener la esencia del "riesgo" artístico, lo que es un prejuicio modernista. Es anticuado, porque el contexto que hizo posible ese arte ya no existe. Aferrarse a una idea que se hunde con el peso del tiempo es reaccionario ("que propende a restablecer lo abolido").

Criticas a los autores que "aceptan que los críticos decisivos de su obra sean el agente, el gran grupo editorial, la empresa distribuidora, los premios comerciales y el éxito de ventas". ¿Y se puede saber por qué esos sujetos no pueden ser sus lectores a la altura o por sobre los críticos literarios? Hasta donde sé, también tienen dos ojos y un cerebro. Suelen ser tipos bastante más atendibles que muchos críticos literarios. ¿Desde qué supuesto? Desde el supuesto aquel que reza que la etiqueta "mercado" infecta. Lo siento, pero todos estaremos "infectados" en poco tiempo si es que no lo estamos ya. Es nuestra realidad cultural actual. Intégrate.

Son esos los supuestos que, creo, fundamentan tu crítica en cierto sentido. No hay que hacer mucho esfuerzo para notarlos, pues los colocas luego entre paréntesis:

"(Esa suerte de capitalismo liberal mecánico y absurdo, que es en sí mismo la negación del riesgo artístico, es el primer mal del que deberían sacudirse los escritores que se tomen en serio: el mercado regula el éxito de las empresas y diseña formas de satisfacer al comprador, o hacerle crear que lo ha satisfecho, pero no determina el éxito del mejor arte, sólo el del arte más popular)".

(Hay algo extraño aquí, lo noto ahora que releo esto: degradas la categoría "lector", en la que incluías al crítico en el inicio de tu post, a la categoría de fantoche que no interactúa con el arte, sino solo con los billetes. Ponte de acuerdo. Creo que cuando hablas de lector, te refieres a ti a los que leen como tú, o sea, a los reaccionarios de los que hablaba en primer término, los que ven que el mercado amenaza los intereses de su grupúsculo intelectual y, por ello, lo tildan de "cancerígeno").

Cierras tu post con esto: "que no mida los libros con la plantilla trivial de lo esperable sino con el metro más etéreo y más difícil de lo deseable e incluso de lo ideal". ¿Ideal de quién, de qué?, ¿de qué hablas? Quizá quieres decir más de lo que dices; en ese caso, sería interesante saberlo. Pero yo lo entiendo a la luz de tu "culto al riesgo". Lo entiendo como parte de una poética desfasada.

Anónimo dijo...

Olvidaba comentar tu respuesta:

"O sea que no aceptar ser un borreguito más de la sociedad consumista es ser reaccionario"

Estás copiando y pegando una frase, estás haciendo una petición de principio, endilgando un adjetivo con connotaciones negativas y también jugando con una falsa dicotomía consumista - reaccionario. Pura retórica. Para tal caso, tú también eres un borreguito, pero de las ideas modernistas de tus profesores. De una "moda" académica (pasada de moda, mejor dicho). Eso no te hace más libre. Eres tan seguidor y estás tan dogmáticamente adherido a un credo como cualquier señora que va a comprar a un supermercado, extasiada por los cartelones y los descuentos. ¿No lo ves? Y, además, para lo que tiene que ver con la discusión, tu postura, repito, es, cada vez más, parte de un pasado que va a ir perdiendo lugar hasta adquirir la nítida apariencia de lo que es: un prejuicio reaccionario.

Y nuevamente gracias por la respuesta.

Anónimo dijo...

Hola Gustavo, me gustaría saber tu opinión sobre,digamos, la reseñas de R.Fresán.(presumo que lo has leído).
F.

FRANCISCO dijo...

No sé qué tanto problema con el asunto. Si hay una crítica condescendiente con un sistema de editoriales enormes que producen novelas "regulares", es porque hay una gran masa que las consume. El arte siempre ha tenido un lado terrenal, que es el ser mercancía dependiente de una clase social. La ilusión del artista fuera del sistema es solo un mito romántico-punk, jamás existió.

Pero, volviendo al punto, así como la poesía épica era un producto destinado a la aristocracia, la novela puede ser entendida como un producto destinado para el burgués. En la primera mitad del siglo XX habían novelas más interesantes porque existía una pequeña (pequeñísima) burguesía que exigía un material menos burdo que los folletines y las historias de amor. Habría que preguntarnos ¿cuán grande era el mercado editorial en, por ejemplo, 1956 y cómo accedían los escritores de entonces al prestigio? No me imagino a los descamisados de la era Perón leyendo todos a Borges, desde luego. Hoy en Latinoamérica tenemos una nueva burguesía,una burguesía emergente, con dinero pero sin gusto: el "buen gusto" es siempre un asunto de clasismo y exclusividad, ojo, y no lo digo en un sentido peyorativo aunque tampoco avalo totalmente que esto sea así, pero lo es.
¿Qué podemos esperar a inicios del siglo XXI? No mucho, en verdad. Al menos en Perú estamos hoy como en la época del guano: gente con dinero para gastar pero sin directriz académica y malísimos escritores (excepto Palma); y, por supuesto, editoriales que solo desean lucrar. Es simplemente una faceta de la época que nos tocó vivir. Piña, pues.

Y por eso, hoy en día, la labor del crítico es más dura y comprometida que en el siglo pasado. Aunque a los escritores nos JODA.
saludos, buen blog.
Francisco.

Anónimo dijo...

Garcés toma la parte por el todo. El problema no es la crítica, sino los dueños de los medios, que no quieren darle cosas de nivel a sus lectores. Como ejemplo, hay varios muchachos que han trabajado en El Comercio, a quienes se les pidio expresamente rebajar la "densidad" de los contenidos culturales... jajajajaja, qué país... ni Macondo me resulta tan alucinante como el Perú.

Dominick La Capra de Huacho dijo...

El anónimo que cree que los que se oponen a la dictadura totalitaria del mercado son reaccionarios debería hacer un experimento: poner en venta cosas que le importan de verdad y reparar en qué poco valen en la lógica del mercado.

Lo que el anónimo asume es que el mercado ya ganó: el fin de la historia. No es cierto; lo que él propone, en realidad, es abolir lo que llama "ideas modernistas", que son en buena medida algunos de los productos intelectuales más valiosos de la modernidad, porque "ya fueron". El peligro de tal lógica es enorme, más aún si salimos del ámbito del arte.

El respeto irrestricto por la vida, la libertad de credo, el nacionalismo y miles de cosas más son "ideas modernistas". Algunas habrán de ser superadas por el mercado, otras no. Y los resultados serán buenos, o no, de acuerdo a los ideales que cada uno adopte. Pero solo porque hasta no estemos de acuerdo en cuáles son esos ideales, no quiere decir que el mercado sea mejor que ellos en todos los ámbitos. Por el momento, ninguno de esos grandes tropos modernistas ha desaparecido (porque la modernidad no se ha ido a ningún lado).

Jorge Frisancho dijo...

Una pregunta al anónimo que habla de lo reaccionario y lo desfasado. ¿Cuál era el contexto que hizo posible el arte moderno y que según tú ya no existe? Yo no la veo. El arte moderno (digamos, entre 1890 y 1960, por ponerle fechas arbitarias) se generó en un contexto bastante similar al contemporáneo (al menos en lo que respecta a la cultura occidental): hegemonía capitalista, expansión industrial, dominio de la forma-mercancía, etc. De hecho, el arte moderno surgió como un mecanismo de respuesta y resistencia a esas dinámicas históricas, y en eso fue heredero del romanticismo. (Que haya terminado mercantilizándose, entrando a museos y a bibliotecas, es otra cosa y no viene al caso en relación a tu argumento).

No basta decir "ya ganó el mercado, no hay alternativa" para deducir de ahí una estética o "abolir" otra. El punto es político, en el fondo, antes que estético: ¿no es posible ya una estética que no defina sus productos necesariamente como mercancías? Es decir, ¿no es posible construir y defender un espacio de resistencia al mercado?

Dirás que no, y te diré que sí, aunque con atingencias. Para tomar ejemplos del espacio central del mercado: Don DeLillo y Thomas Pynchon. Sus libros se venden en librerías, y bastante bien. Pero no están diseñados para eso, y lo que contienen, lo que dicen, es profundamente crítico del sistema de mercantilización de la cultura. Asdemás de ser interesante, entretenido, y de alta calidad literaria (como quieras definir el asunto).

En ambos casos, lo que me parece más importante es la manera en que ambos escritores se posicionan ante el mercado, sabiendo con perfecta claridad que sus libros serán, entre otras cosas, mercancías comerciales. Una vez le preguntaron a DeLillo por qué se rehúsa a dar entrevistas y a aparecer mucho en público, y respondió citando a Joyce: silence, exile, cunning (silencio, exilio, sagacidad). Esas son armas (no las únicas) de defensa en una guerra de posiciones --guerra que quizá esté perdida, pero que tú ni siquiera pareces estar dispuesto a dar.

¿Es "desfasado" lo que digo? Sólo si uno asume, como tú, que es imposible siquiera imaginar una escritura que no pretenda el espacio del mercado, que no se defina de antemano única y exclusivamente como mercancía (en cuanto empieces a definirla de otra manera, estarás "desfasado" tú también, en tus propios términos).

En todo caso, ¿desfasado con respecto a qué? Y, ¿a quién le importa?

Gustavo Faverón Patriau dijo...

Lo que dice Jorge me permite abreviar bastante mi respuesta: mi comentario no fue sobre la literatura contemporánea en general. Fue un comentario bastante más circunscrito: el rol de la crítica de prensa en el circuito literario de lengua hispana. Es más: los contraejemplos que propuso Garcés y yo recogí vienen del mundo anglosajón, y del americano en particular. Entonces, ¿qué clase de inevitbilidad de la historia es esa que defiende el anónimo, cuando el fenómeno es mucho más amplio y abarcador en el Perú que en Estados Unidos? ¿Será que el Perú o Argentina o España están un paso adelante en la historia? No pues, lo que pasa es justamente que en EEUU o en Inglaterra o en Alemania (pero también en el Brasil, sin ir más lejos), sí se han mantenido los espacios donde la crítica de prensa es capaz de hacer su trabajo ("desfasado", "reaccionario", lo llama absurdamente el anónimo), sin someterse y bajar la cabeza como está ocurriendo en otros lugares.

Anónimo dijo...

No confundir The New York Review of Books con The New York Times Book Review. Este último es el suplemento semanal del NYT, el primero es la revista "legendaria" que de pronto publica excelentes ensayos, pero últimamente vive más de su fama.

Gustavo Faverón Patriau dijo...

Correcto, tienes toda la razón.

Unrock dijo...

Colegas,
Por favor, infórmenme (no es ironía) en donde puedo leer las críticas literarias de Faverón. En este blog hay otro material, supongo no se refiere a estas, pero quiero saber por qué Garcés lo considera salvado en su lista de invectivas.
Gracias

Anónimo dijo...

Hace un tiempo Vargas Llosa publicó un ensayo generalizador donde se quejaba de que ya no existía la crítica creativa, esa que practicaron en sus tiempos Alfonso Reyes y Borges. Tal vez en esos tiempos era fácil encontrar en los diarios cosas de mucho valor (en los archivos de cierto diario español leí ayer una reseña crítica de Azorín a un libro de Maurice Barrés, y es simplemente genial). Pero generalizar siempre es malo. Tan malo como el pesimismo. En algún rincón siempre habrá una evidencia que demolerá los frutos de nuestro desencanto. ¿Por qué Garcés generaliza de este modo en torno a Francia? ¿Ha leído todo lo que se produce en ese país o solamente algunas revistas conocidas internacionalmente? Despotricar contra Francia comienza a parecer una moda, que al final puede convertirse en prejuicio. Francia sigue siendo una nación poderosa en cuanto a creación cultural se refiere. He leído en muchas ocasiones The New York Review of Books y me he topado con ensayos excelentes; pero jamás he hallado algo que se me grabe en la memoria por siempre. En cambio cuando recuerdo los ensayos de Barthes, el día se ilumina, se los juro.

Otro problema que encontré en Vargas Llosa es su constante queja contra el hermetismo del lenguaje. Llega incluso a acusar a Derrida de farsante. Recordemos a Renan: la realidad es complicada y exige que el lenguaje que intenta atraparla se mute constantemente; a veces la transparencia es engañosa, y lo hermético revelador, para quien sepa descifrarlo. ¿No cuesta acaso entender los libros de Bordieu? Y sus libros son extraordinarios.

Anónimo dijo...

("desfasado", "reaccionario", lo llama absurdamente el anónimo)

El tiempo me dará la razón...

Como sea, gracias, Jorge, por la respuesta. Llevando la contra se aprende mucho más que aplaudiendo. Yo he enriquecido mucho mi punto de vista gracias a tu respuesta, mucho más aleccionadora que un calificativo echado al aire o puros sofismas retóricos y paralizantes.

Sí, esa es otra gran lección: hay que buscar educar a nuestros opositores, no paralizarlos, movernos en el nivel del saber y no en el de la creencia...

alumno de estudios generales letras PUCP dijo...

http://www.pucp.edu.pe/puntoedu/index.php?option=com_opinion&id=3170

Fernando dijo...

A veces creo que se exagera con las "exigencias" del mercado. Me parece que lo que sucede es que a los autores literarios les gustaría, con toda razón, vender tantos libros como Larson (o como se escriba) o Isabel Allende. Si una editorial multinacional les pide que cambien cosas o que simplifiquen sus libros, ellos pueden decidir si lo hacen. De no aceptar, siempre estarán las editoriales pequeñas y medianas dispuestas a acogerlos. Que los autores prefieran los adelantos y el glamour de la editoriales grandes no es culpa sino de ellos. Si muchas editoriales con prestigio apuestan literariamente por desconocidos, no dudarían en apoyar a un consagrado. Pienso en Lengua de trapo o Salto de Página en España, Eterna Cadencia o Mansalva en Argentina y Taurus o Era de México. Por otra parte, los grandes sellos venden mucha, mucha basura. Pero también libros imprescindibles. Mondadori o Tusquets o Anagrama siguen apostando fuerte.