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284 personas asesinadas por el Estado Islámico tras usarlas como escudos humanos en la batalla de Mosul, esta semana. Y la ubicua islamofobia que invade buena parte del planeta hace que la prensa mundial subraye que los asesinos son musulmanes pero no subraye que las víctimas también lo son, en su mayoría. Si el crimen masivo hubiera sido cometido por el ejército americano o el ejército alemán o el ejército israelí, esta noticia no estaría en los recuadritos de abajo de las páginas web ni en la décima página de los diarios, sino en todas las primeras planas. Es el problema cuando lo que importa en un crimen no es quién fue la víctima sino quién fue el victimario: los sentimientos se falsifican, se falsifica la indignación, o, peor aun, ni siquiera se falsifican, porque ni siquiera fingidos aparecen.
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