28.12.06

Thays reaparece

En el blog Moleskine se acaba de develar el secreto mejor guardado de la editorial Planeta: quién será el primer autor peruano en Seix Barral. Y se trata ni más ni menos que de Iván Thays, quien publica a principios de año su nueva novela Crianza de cuervos, que saldrá en la filial peruana de Seix Barral.

¡Fuego a discreción, anti-metacríticos! Si a Fernando Ampuero le cayeron balas de todo calibre, ¿qué irán a arrojarle ahora a Iván? ¿Habrá un equivalente a la bomba de hidrógeno entre el armamento de los blogs anónimos y los críticos malos? Habrá que esperar las reacciones. Por lo pronto, pueden leer en la recién estrenada web de Planeta Perú un adelanto de la novela y empezar a afilar los cuchillos. Aquí la contratapa:

“¿Se puede sobrevivir al naufragio de una vida? Rosenthal es un policía que jamás debió serlo. En realidad, solo decidió serlo para contradecir a su padre, un librepensador nacido en Israel que se considera anarcosindicalista, aunque hace años está jubilado, y que odia los uniformes porque le recuerdan a los que él llama “los matarifes” del Holocausto. Pero una vez embarcado en la decadente policía peruana Rosenthal descubre que la vocación de servicio es lo de menos, que los sueldos son magros y que incluso los policías que disparan una bala deben reponerla de su quincena. A los 40 años de vida, Rosenthal debe admitir que se equivocó.

Para colmo de males, se ha enamorado de Rosa Ana, la prostituta mejor rankeada de un streap-tease miraflorino. Lo que no sabe Rosenthal es que Rosa Ana es en realidad, Ann, una mujer de la alta sociedad que, inspirada en la Catherine Denueve de Belle de Jour, quiere conocer los límites de la sexualidad marginal. ¿Eso es todo? No, eso es solo el comienzo, pues de Rosa Ana se ha enamorado uno de los políticos más influyentes del país, quien no duda en contarle secretos sobre cómo se trama la re-reelección de Fujimori que ella transmite al atribulado Rosenthal, que debe decidir qué hacer para detener la corrupción armado solo de su honestidad y un chaleco anti-balas que no es de su talla.

Irónica, divertida, profunda, la novela es en realidad un retrato vital de un heterogéneo grupo humano, la novela profundiza en la soledad y en la incapacidad humana para afrontarla, y de toda una época en el país que aún no terminamos de entender. El autor recoge una herencia literaria de autores tan dispersoss como Vargas Llosa, Woody Allen, el Philip Roth de Zuckerman, los comics
de Alan Moore y novelas policiales de segunda fila, y prepara un cóctel con ellas que es al mismo tiempo una travesía vital, una novela histórica del Perú de los 90 y un genial descalabro.

27.12.06

La grabadora

En vista de que el libro-objeto La grabadora: The Sound of Periferia ya ha sido publicado, no puedo decir que el texto y las imágenes que aparecen a continuación constituyan un adelanto.

Uno de los autores del proyecto, el
poeta Diego Otero (los otros son el músico Santiago Pillado y el diseñador gráfico José Antonio Mesones), se las ha dado a Puente Aéreo antes que a otros blogs, así que en cierta forma constituyen, más bien, un atraso.

O una atrasada. A la que le doy la bienvenida, claro está.
(Atrasada parcial, por otro lado, porque algo ya se vio en el blog de Miguel López).

S
i quieren informarse sobre el proyecto antes de revisar estos fragmentos (la información puede resultar confusa pero puede resumirse así: se trata de un libro-objeto acompañado de un cd: textos de Otero, música de Pillado, diseño de Mesones), denle una mirada a la entrevista hecha por Raúl Cachay a Diego, y publicada en el diario El Comercio.

(Por cierto: pueden hacer clic en cualquiera de las imágenes para ver una ampliación. Y también pueden ver, en el blog de Miguel López, algunos videos del concierto-intervención en el Museo de Arte de Lima el día de la inauguración de Tránsito de imágenes, la muestra en la que debutó La grabadora, así como varias otras notas referidas al proyecto).


LA GRABADORA: THE SOUND OF PERIFERIA

3. Combustiones espontáneas*

Por Juan Carlos Portales.

¿Existe el azar?, quiero decir, ¿hay algún tipo de sentido en las repeticiones, las coincidencias, los cruces de personas o de hechos más allá de los asuntos de la fe? Hay gente que intenta explicar estas cosas con una palabra: energía. Una energía que viene de alguna cabeza o de algún centro (aparentemente) y cruza por debajo de la pista como una red y nos ordena. O nos desordena.

Tres o cuatro meses atrás, mientras preparaba una larga crónica sobre la visita del poeta estadounidense Charles Simic -en enero de 1973, hace exactamente 8 años (¡qué cerca y qué lejos al mismo tiempo!) uno de los grandes nuevos talentos de la poesía yanqui recorre Lima y dos de sus interlocutores, en momentos distintos, en circunstancias incomparables, mueren por ese extraño y aparatoso (y francamente horrible) fenómeno denominado combustión espontánea-, me topé con una serie de testimonios que cruzaban información coincidente y que mencionaban tres nombres: un bar conocido como "Ley seca", un individuo apellidado Muro, y algo llamado "La Grabadora".

Cuando empecé a interesarme más por estos nombres y menos por el poeta Simic y los malogrados personajes que él aún llama, con extraño sentido del humor, sus "amigos de parrillada", me fui dando cuenta de que las distintas versiones que narraban la historia de "La Grabadora" eran antagónicas, incongruentes y, en el mejor de los casos, absurdas. Todas, sin embargo, coincidían en un punto: se trataba de un sello discográfico que nació el año 70, cuyo norte era el riesgo, y cuyas bandas, manejadas todas por un productor supuestamente brillante y megalómano llamado Pablo Muro, eran más audaces y creativas que las del primer mundo. Difícil de creer, por decir lo menos.

Algo en la historia, sin embargo, me capturó. No sé qué. Y un par de preguntas (a partir de entonces) empezaron a rondarme como un satélite inútil, como una herida ligera y molesta: ¿Habrá algo de cierto en todo esto?, ¿por qué estas personas, que no tienen nada que ver entre sí salvo el hecho de haber conocido a Charles Simic, de pronto sostienen con tanta firmeza la existencia de ese sello discográfico?, ¿por qué no hay una sola pista, un solo indicio, de que estas bandas realmente existieron? La explicación más sensata de las que me fueron narradas (la persona que me la contó me solicitó con firmeza que no revele su identidad) empezaba hablando en todo caso de un "catálogo" de 9 bandas "increíbles".

Recuerdo que anoté una serie de nombres que aun hoy suenan inquietantes, raros y en algunos casos, bueno, simplemente estúpidos. "El profesor lactante", "La tiene Cuciuffo" (¿quién diablos es Cucciuffo, y qué tiene?), o "The Padrastros". Anoté también la letra de una canción que mi entrevistado no paraba de balbucear, con los ojos volteados, cada vez que yo le pedía que por favor hiciera memoria: "Un chalán muerde la grupa de su caballo / y un hilo de sangre salpica como un rayo". Pero lo que más me sorprendió no fue ese tipo de información, sino la descabellada historia del tal Muro, el personaje central (aparentemente) de toda esta historia.

El relato se cerraba así: en 1975 o 76, al ver truncadas sus expectativas de convertir a La Grabadora en el sello de rock más importante del mundo, Muro habría decidido (recuerdo claramente las palabras) "desaparecer retroactivamente", es decir, eliminar las huellas de su existencia, borrarse. Aunque no del todo. Al parecer, habría hecho de su desaparición un gesto; habría cargado con los archivos del sello -diseños de tapas de discos y cintas con grabaciones de long plays enteros- y los habría ocultado en algún lugar de Inglaterra o Estados Unidos.

Recién ahí se quedó quieto hasta convertirse en estatua, dijo entonces mi entrevistado, en un repentino arrebato lírico. Una estatua anónima, le respondí yo, como para no quedarme atrás. Una estatua sin sentido (aparentemente).

*Originalmente publicado en La Prensa, 23 de enero de 1981.

4. ¿Mi casa o el país?*
Una primera aproximación al sonido de La Grabadora.

Por Joel Masías

Debo empezar diciendo la verdad, no solo porque eso es el periodismo, sino porque creo que todo este asunto de La Grabadora gira alrededor de la noción de verdad: gira como un endemoniado vehículo centrífugo alrededor de la noción de verdad. A ver. Me explico. Cuando Liam Penrose me contó por primera vez, hace cosa de seis años, acerca de "la importancia de su descubrimiento", fui absolutamente reticente. No solo eso. Toda mi respuesta consistió en una suerte de onomatopeya que se podría reproducir como algo así: "tdzzaahh...". Acto seguido le dije que estaba muy ocupado y sin más preámbulos le colgué el teléfono. ¿Exageré?, vamos, sabemos de qué estamos hablando. Que nos digan que en el Perú se gestaron una serie de grupos de rock destinados a cambiar la historia de la música y que, ¡zas!, sin motivo, de pronto, todos esos grupos fueron tragados por un agujero negro (y sordo) no solo suena inverosímil. Suena a tomadura de pelo. Y peor aún si es un gringo entusiasta y de castellano triste quien nos lo viene a decir.

Una noche, como dos años después del incidente telefónico (que por supuesto yo no recordaba) sonó el timbre de mi casa. Era Penrose, con su misma cara de gringo optimista, solo que sus ojos ahora estaban un poco fuera de órbita. Recuerdo especialmente (no sé por qué) su barba tupida y corta, brillante de tan pelirroja, que no paraba de alisarse con los dedos mientras decía una y otra vez que éste era el lugar donde se habían vencido las ondas del espacio-tiempo. ¿Mi casa?, le pregunté. ¿Mi casa es ese lugar? No, el país, Perú, respondió, con una rara mezcla de seriedad y exaltación. Supongo que fue mi expresión de indiferencia lo que en ese momento lo hizo cambiar de actitud. Me tomó el hombro con su enorme mano y dijo: un crítico de tu talla (él era como dos cabezas y media más alto que yo, así que dudo de las buenas intenciones de su comentario) no puede dejarse vencer por el prejuicio y por la falta total de self confidence, así, en inglés. Por no golpearlo le dije entonces que lo escucharía, que pasara, que en el peor de los escenarios yo perdería una hora de mi vida. Inmediatamente, el gringo sacó de un maletín parecido a los maletines de los visitadores médicos un CD que llevaba escrito a mano y en altas: LA GRABADORA, TOMAS RECOPILATORIO. Recuerdo que le sonreí, y que él me devolvió una sonrisa aún más grande.

Nos sentamos en la sala de mi departamento, le invité un vaso de Coca Cola y puse un volumen generoso en el equipo. De ahí en adelante todo (no creo estar exagerando, todo) fue como viajar a un planeta muy lejano y muy caliente en un auto de los años cincuenta. Un viaje, no es necesario recalcarlo, más que placentero. Cuando terminó la primera canción le pregunté de dónde demonios había sacado esa música, pero Penrose casi no quiso soltar información. Me dijo que había mucho por hacerse e investigar y luego se quedó callado, serio, y dijo: escucha. Y eso hice. Lo siguiente que sonó era un tema de Soul Service. Y aquí retomo la idea mencionada al inicio de este texto (un texto que pretendía ser un balance crítico y que ahora más parece un parte de guerra escrito por un soldado ciego o una confesión gratuita): había una profunda, indestructible, avasalladora sensación de verdad en esa música ruidosa y terrible. La canción, que sonaba como si a Todd Rundgren lo hubieran vuelto prolijo consumidor de ayahuasca y luego lo hubieran sentado (nótese la aparente ausencia de voluntad en el músico) frente a un piano afinado a hachazos, era francamente estupenda. La letra, poderosa, desolada y enigmática como el mejor Elliott Smith, o el mejor Jens Lekman, o el mejor Devendra Banhardt si hubiera sido hijo de Nick Cave con una diva caribeña, hablaba de una chica que era como esas plantas que tuercen sus tallos con fiereza y lentitud para estar un poco -casi nada- más cerca de la luz.

Me quedé helado. Ahora es engorroso contarlo pero debo admitir que me provocó saltar y gritar y abrazar a Penrose, el gringo de castellano triste que me miraba, quieto y silencioso, desde el sofá de dos cuerpos en el que se había sentado. Pero la cosa siguió. La canción inmediatamente posterior era rarísima. Imagino que incluso hasta para un freak del hype era rarísima. La voz principal, que parecía haber sido grabada adentro de una nave espacial, era una voz femenina, lánguida pero afilada, letal. Una voz que si la escuchabas de muy cerca podía seguramente cortarte, hacerte sangrar, convertir tu fin de semana pequeño burgués en una pesadilla de proporciones. El grupo, me lo dijo entonces Penrose sin ningún asomo de ironía (y sin que yo se lo preguntara), se llamaba The Padrastros. No recuerdo qué le contesté. Supongo que ambos sonreímos en silencio. Luego fue todo como una catarata: una sucesión de sonidos como una sucesión de accidentes automovilísticos. Temas furiosos y distantes al mismo tiempo; o absurdos y hondos; o asombrosamente simples, tanto, que parecían no ser música: apenas leves ruidos alargados, imperceptibles gemidos de placer o imperceptibles gemidos de muerte. Xiu Xiu y Franz Ferdinand se iban haciendo polvo en mis oídos. Y, ya no sé si sorprendentemente, el luto me duraba un pestañeo.

En fin. Supongo que emitir un juicio sensato sobre un proyecto tan singular como éste requiere de un proceso de asimilación. Pareciera, en todo caso, que el cerebro detrás de todo esto (Penrose me habló de un tal Pablo Muro, aunque aún no sé bien cuál es la verdadera relevancia de este personaje en el meollo de la historia) operara en una especie de dialéctica sonora y conceptual: empotrando los opuestos en un solo surco, enfrentando a personalidades creativas antagónicas, generando energía a través de una u otra forma de violencia inducida. Para la pista nueve yo ya estaba un poco mareado, con los nervios de punta. La Grabadora, lo comprendí mucho más tarde, había empezado a hacer efecto en mí.

*Texto originalmente escrito para este libro (“La Grabadora. The sound of Periferia”).

18.Fragmento del diario de Pablo Muro*

“Sueño número 72,211

Soñé con un huracán a escala. Un huracán muy pequeño (pero que, extrañamente, parecía encerrar la fuerza de un huracán convencional, de un huracán estándar, digamos). El pequeño huracán, además, estaba encerrado en una caja de vidrio transparente, en una habitación de paredes blancas, vacía, o casi vacía. Y yo miraba todo desde un punto de vista irreal. Es decir, desde un punto de vista que en la vigilia llamaríamos irreal pero que en el sueño era el punto de vista de un ser flotante, de un muerto o de un pájaro. Luego de algún rato, sin razón aparente (aunque siguiendo con precisión de relojero ciertas leyes de la física), el pequeño huracán despedazó la caja de vidrio. Las astillas transparentes volaban como lágrimas de odio: eso pensé en el sueño, aunque la frase ahora me parece más bien una cursilería. Al tratar de protegerme de las astillas, cambié de posición y pude ver, al otro extremo de la habitación (una habitación que, recién lo notaba entonces, no tenía ventanas) a un hombre de negro que se comportaba como una sombra –silencioso, insustancial– y que, mientras se protegía con una mano, con la otra escribía sobre la pared blanca (su instrumento de escritura era un pedazo de carbón, o eso pensé, o eso imaginé) la siguiente frase: el viento se lleva las cenizas de las combustiones espontáneas”.

*Transcripción de una de las pocas hojas no arrancadas del diario de Pablo Muro.

Stewart y los pájaros

Hace unos días, hablé aquí mismo sobre mi excepticismo ante la movida de la revista Time --parte de una de las transnacionales que más lucran con internet--, de nombrar como persona del año 2006 a los miles de millones de usuarios de... internet.

(Es decir, a sus caseritos. Algo así como que McDonald´s decidiera nombrar persona del año a todos sus comensales del 2006, o a cualquiera que ande por
encima de 200 de colesterol).

Obviamente, no soy el único que ha reaccionado de esa manera. Uno de los shows televisivos más inteligentes de Estados Unidos (ya lo he dicho varias veces), el Daily Show de Jon Stewart, fue igualmente suspicaz. Pero bastante más irónico, bastante más rudo y bastante más preciso.

Vean este segmento del show de Stewart y recuerden una cosa: aunque él hable en broma y con tono paródico, las imágenes que presenta son reales: ese tipo que ven en el informe de CNN es editor de Time, y Soledad O´Brien es uno de los rostros de CNN. Si escuchan el diálogo que sostienen, les parecerá que son un par de caídos del palto. Tal vez lo sean, pero también son dos de los más "serios y respetables" periodistas del grupo
Time Warner.

Stewart sostiene que los lectores que crean que, en verdad, Time los está nombrando a ellos "personas del año", tienen "la mente de un canario". Sin duda esa es una afirmación violenta (sobre todo viniendo de alguien que ha sido nombrado más de una vez "el anfitrión de televisión del año" por la revista Time).

Pero vale la pena preguntarse si, dejando de lado la virulencia de la frase, Stewart está equivocado. Hace unos días leí en un blog peruano los delirios de un blogger que, con quinientos o mil lectores al día en internet, se autoproclamaba creador de "corrientes de opinión" y dice ser significativo en "el debate nacional". La primera palabra que me pasó por la mente fue, claro está, "canario".

PD: La segunda foto de este post es extraída de la película The Big Lebowsky, de los hermanos Coen. Les dará una idea de cuánto tuvieron que pensar los editores de Time para idear su carátula. De paso, la imagen nos confirma que la elección de Time es tan risible que, en cierta forma, ya había sido parodiada ocho años antes de suceder.

Última Jihad

Chelsea Clinton es presidente de Estados Unidos. Su vicepresidente no es menos inesperado, pero sí más polémico: Michael Moore. Chelsea y Michael, que ahora guardan el Ramadán, tienen un problema por delante ahora que Osama Bin Laden se apresta a iniciar una visita de Estado a la ex potencia del norte, que ya no es sino una suerte de dominio musulmán, luego de haber perdido ante una alianza arábigo-rusa, a fuerza de bombas nucleares, una guerra santa impulsada desde el extremismo derechista de la América más arcaica.

Este sorprendente artículo del
Los Angeles Times les dejará en claro que, si las ideas anteriores son delirantes, no son mi delirio, sino una combinación de las pesadillas soñadas por cierto número de escritores norteamericanos en meses recientes: si alguna vez la guerra fría inspiró fantasías apocalípticas en la narrativa anglosajona, la situación actual no se queda atrás.

Lo peor de todo, como explica
David Wiegel en el LATimes, es que algunos de los autores que se han sumado a esta ola de ficciones políticas tremendistas no lo hacen en son de parodia: algunos, como Joel Rosenberg y Robert Ferrigno (¿algo de Lou?) son absolutamente serios y se toman los pormenores de sus novelas como lúgubres premoniciones.

Más balances del ´06

Les conté mis preferencias del año 2006. Ahora es tiempo de empezar a ver las selecciones ajenas.

El País español ha confeccionado una lista de nueve novelas hispanas destacadas en el 2006, en la que hay dos libros peruanos: Damas chinas, de Mario Bellatín (publicada originalmente en Lima en la década pasada), y Travesuras de la niña mala, de Mario Vargas Llosa.

El mismo diario ha hecho lo propio con seis novelas traducidas al español durante el año 2006. Una cara que se repite en varias listas internacionales aparece encabezando esa lista:
John Banville (foto), con El mar.

Iván Thays ha publicado en su blog la lista de los cinco libros que él considera los más importantes del año (tres peruanos y dos extranjeros: gracias por incluir entre ellos a la antología Toda la sangre). La nómina de Iván (también en ella aparece Banville) fue hecha como respuesta a una pregunta que le formuló el diario chileno El Mercurio (cuyo balance anual estuvo a cargo de Álvaro Matus).

La misma pregunta se le hizo a otros críticos de América Latina
(Julio Ortega, Christopher Domínguez Michael, Jorge Aulicino, Javier Edwards, Elio Gandolfo, Camilo Marks, y sus respuestas las pueden ver aquí. A mí, las respuestas me dejan claro que hay un libro que debo conseguir ipso facto: La traición de Borges, del periodista y narrador chileno Marcelo Simonetti, de la que sólo sé parte del argumento: a la muerte de Borges, en 1986, un actor chileno acostumbrado a interpretar el papel del escritor bonaerense, decide asumir su lugar, viajar a Argentina y vivir como si él fuera en verdad Borges.

26.12.06

¿Lo mejor del 2006?

Como aquí en Puente Aéreo no hay jurado para elegir lo mejor del año (aunque ganas de hacerlo sí haya), me tendré que reducir a mencionar las cosas que más me han entusiasmado, a mí, personalmente, en este 2006.

Literatura

En el Perú, mi primera elección es transparente: la novela del año, creo yo, fue Travesuras de la niña mala, de Mario Vargas Llosa (en su
momento escribí una reseña de ella para El Dominical). Y luego de esa maravillosa novela de amor episódico y tan retorcido que acaba por ser conmovedor, mi siguiente elección tiene que ser El fondo de las aguas, de Peter Elmore, de la que también algo dije en su momento. Mi libro de cuentos del año fue la segunda versión en español de Guerra a la luz de las velas, de Daniel Alarcón.

(Me permito una ob
servación relativa a esto: me sorprende que en su recuento anual en El Comercio, el profesor Ricardo González Vigil, que recurre a su célebre buena memoria para mencionar novelas que para otros pasaron enteramente desapercibidas --pienso por ejemplo en La sinfonía de Eva, de Teresa Ornano, que fue presentada por el mismo RGV--, no tenga en cambio una sola palabra para El fondo de las aguas, de Elmore, o para Órbitas, tertulias, de Mirko Lauer. El profesor olvidó ya, hace unas semanas, en un recuento de toda la narrativa peruana 1980-2006, mencionar siquiera a vuelo de pájaro la obra de Alonso Cueto --y una vez más no tuvo una sola pajabra para Lauer--, de modo que, tratándose de un conocido memorioso, cabe preguntar: ¿habrá que entender sus omisiones como opiniones?).

Más allá de la literatura peruana, mis novelas favoritas fueron las dos breves que integran Suite Francaise, de Irene Némirovsky, libro aparecido en francés en el 2004 y en inglés, la versión que he leído, este 2006. Mi libro de cuentos preferido este año ha sido otra traducción al inglés: Blind Willow, Sleeping Woman, del genio japonés Haruki Murakami.

¿Mis novelas gráficas favoritas? Fun Home: A Family Tragicomic, de Alison Bechdel; Deogratias: A Tale from Rwanda, de J.P. Stassen; We Are on Our Own: A Memoir, de Miriam Katin, y The Quiter, de Harvey Pekar (aunque técnicamente es del año pasado). El mismo Pekar fue responsable por el volumen de este año de The Best American Comics, y su selección fue brillante. Otro libro interesante en el mundo del cómic fue The 9/11 Report: A Graphic Adaptation, por la importancia simbólica que tuvo el confiarle al medio del cómic la posibilidad de preparar una versión popular del reporte sobre el once de setiembre.

Cine

Mi película preferida es Fateless (Sin destino), la cinta húngara de Lajos Koltai, con un guión que el mismísimo Imre Kertész, premio Nobel de literatura, adaptó con gran libertad y afán de reinvención a partir de una de sus novelas mejores. Acaso no llegue a la perfección narrativa de El pianista, la película de Polanski con la que comparte mucho más que las similitudes del argumento, pero no es menos compleja ni menos tensamente dramática.

Mis otras opciones: Water, la cinta indo-canadiense de Deepa Mehta; A Scanner Darkly, de Richard Linklater (cada vez más contundente); Borat, dirigida por Larry Charles pero, qué duda cabe, responsabilidad casi exclusiva del gran Sacha Baron Cohen, y, entre las latinoamericanas, El aura, de Fabián Bielinsky.

Un pequeño ejercicio precognitivo: sospecho que si hubiera tenido ya la oportunidad de ver Volver, de Almodóvar; Letters from Iwo Jima, de Clint Eastwood; y El laberinto del fauno (foto), de Guillermo de Toro (que se estrena en Estados Unidos comercialemente dentro de una semana), esas tres estarían en mi lista.

Música

Mis discos preferidos: el número uno, sin dudas, Orphans: Brawlers, Bawlers, and Bastards, el álbum triple de Tom Waits (izquierda). Pero hubo muchos otros brillantes: por ejemplo, Ys, de Joanna Newsom, un viaje extrañísimo conducido por la voz (a lo Bjork) y el harpa (a lo ella misma) de Newsom, que es una artista sin temor de experimentar con las fusiones más perturbadoras, de la melodía renacentista a los ritmos celtas, del country a la música de cámara, del sonido atmosférico a lo Portishead a la liberación y la libre asociación de largas frases melódicas, estilo Sufjan Stevens.

También vale la pena mencionar el primer disco de The Raconteurs (nueva banda de Jack White), Broken Boy Soldiers; The Greatest, de Cat Power; el último disco del (quizá) mejor grupo de rock americano de esta década: The Flaming Lips y su At War with the Mystics; el Modern Times de Bob Dylan, y Savane, de Ali Farka Touré (fallecido este año, si no me equivoco).

25.12.06

Borges

Borges circula mucho en YouTube: casi siempre son cortas entrevistas, pero hay también algunas prolongadas y divididas en muchas partes (1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9).

También hay breves adaptaciones de cuentos suyos. Las mejores son animaciones de distintos tipos, como esta de
El episodio del enemigo, hecha por Andrés Zaied, o esta otra, estupenda, de Las ruinas circulares (realmente tienen que verla).

Ribeyro y el antropófago

Hace cosa de una semana, Rodrigo Fresán publicó en Radar, suplemento de Página/12, un artículo delicioso sobre los placeres y los malos tragos de leer las historias de Hannibal Lecter. Más precisamente, las novelas de Thomas Harris sobre Hannibal the Cannibal, el antropófago lituano, doctor en premoniciones intuitivas y gourmet humanista, que el mundo no puedo recordar ya si no es con la cara del jorobadito británico Anthony Hopkins, with fava beans and a nice chianti.

Fresán se queja no agridulce, sino amargamente, por ese resbalón definitivo que ha dado Harris en el último volumen de la saga de Lecter, donde ha intentado una explicación malamente psicológica del desequilibrio de su villano, casi casi forzando al lector a tener lástima por el comegente.

Fresán se pregunta, al final, si Harris será capaz de rescatar a su personaje del ridículo en su próximo libro (a Harris le queda contrato para uno más) o si, de lo contrario, terminará de reducirlo a la caricatura, acaso poniéndole su nombre a una línea de comida sibarita o poniendo a Lecter "al frente de un show culinario de televisión".

Y aquí es donde viene la coincidencia. Sólo dos días antes del artículo de Fresán, yo les había contado algo sobre antropófagos en la literatura peruana, y prometí decirles pronto un par de cosas más sobre la historia detrás de la historia en
Al pie de la letra, el texto famoso de Julio Ramón Ribeyro.

Pues bien, Al pie de la letra, como ha sido dicho ya muchas veces (por ejemplo, en una nota de la revista Etiqueta Negra, hace pocos años, no es un cuento de Ribeyro, sino una suerte de crónica-reflexión ensayística que Ribeyro publicó en la prensa poco tiempo después de ocurrido el hecho que en ella se narra: el ataque insoportable de un estudiante japonés, en París, a una compañera holandesa, a la que asesinó y cortó en pedazos para luego ir comiendo su carne día tras día, hasta abandonar los restos en dos grandes maletas en un parque, donde fue visto por testigos, descubierto y, días más tarde, apresado. No repetiré el contenido de la crónica de Ribeyro, ni explicaré su sutileza excepcional, porque pueden leerla completa aquí.

El caníbal japonés de Al pie de la letra es, pues, un personaje real. Su nombre verdadero: Issei Sagawa (en el texto de Ribeyro es Akito Kimura). La desafortunada holandesa Elke del relato se llamó Renée Hartevelt. Los pormenores son ciertos, salvo que no existen rastros de que Akito
haya estado enamorado, o creído estar enamorado, de ella, no particularmente: habría sido una instancia más de su atracción por las chicas europeas que conocía en cantidades pero que rara vez, pensaba él casi de antemano, podrían hacerle caso a un avance sexual suyo.

La cosa es que, tras salir de la cárcel, años más tarde, Issei Sagawa ha tenido la vida que, en broma pero con horror (horror estético), Fresán pronostica para Hannibal Lecter: Issei tiene un programa propio de televisión, ha actuado en películas mainstream (en el rol de un criminal sexual) y también en un mar de películas pornográficas; ha sido invitado a progamas culinarios (una imagen de ello, en la fotografía de la derecha); escribe reseñas de restaurantes en revistas japoneas y hasta es autor de un libro que vendió un millón de ejemplares gracias a su fama como el hombre que años atrás devoró a una compañera de estudios.

No es el único caso. En Alemania y Austria y otros países europeos, Armin Meiwes, el canibal de Rohtenburg, está convirtiéndose paulatinamente en una suerte de icono pop. Ya se ha hecho una serie de películas sobre su historia (¿la recuerdan?: puso un aviso online buscando a alguien que quisiera ser comido vivo, y encontró un voluntario).

Una de las cintas, alemana, se llama Tu corazón en mi mente (estrenada el año pasado en el Montreal Film Festival); otra, hecha en Estados Unidos y prohibida en Alemania por pedido explícito de Meiwes (quien protege la divulagación de su historia con miras a un trato editorial ventajoso), se llama Rohtenburg (con Keri Russell, estrella de la teleserie Felicity). Quizá lo más sorprendente es que también un grupo de niños de colegio en Virginia se sintió atraído por el tema, e hizo la película Der Metzgermesiter (El maestro carnicero), prohibida de inmediato por las autoridades escolares.

Hay, por supuesto, muchas formas de hacerse famoso en este mundo, y muchas de ellas no implican ni un talento ni un carisma particular. Comerse al prójimo, al parecer, es una de ellas.

Imagen: Ribeyro/Lecter. GFP.

24.12.06

Nacionalismos navideños

En su más reciente columna en Perú 21, Alonso Alegría nos informa, oh revelación, que la celebración peruana de la Navidad es propia de "una cultura ajena", que sus detalles son "prestados", y su naturaleza "postiza", es decir, dice Alegría, nuestros modales navideños son "impropios" de "nuestra tradición hispana y cálido clima".

(¿Sabrá Alegría que también los españoles llegaron del otro lado del mar, como Papá Noel? ¿Es que nadie le ha contado nada sobre la guerra de Bolívar y San Martín?).

Habrá que informarle al informador que
Jesús, según todas las pistas, nació más allá de nuestras fronteras, y más allá de las fronteras del mundo hispano, y que, quién sabe, según dicen, es incluso probable que Dios no sea peruano... En todo caso, feliz Navidad a quienes la celebren, no importa cómo (y feliz Hanuka a quienes lo celebraron hasta anteayer).

23.12.06

Niyazov: otro que se nos va...

Lo primero que se me ocurrió tras la muerte de Pinochet, cuando arreció el rumor de que Fidel Castro estaba más frío que tibio en su cama habanera, fue: a ver si los dictadores se mueren también de tres en tres, como los escritores renacentistas y las momias hollywoodenses.

Pero, claro, despachado el fascista sureño y a las puertas del taxidermista el ex guerrillero cubano, me quedaba igual vacante la tercera plaza. Ya no más: se acaba de morir el más delirante dictador de los años recientes, el más caricaturesco y absurdo, acaso el más desconocido y también --cosas que tienen los sátrapas--, el más literario: Saparmurat Niyazov, autócrata de Turkmenistán desde 1985.

Datos básicos:
Niyazov fue el huérfano de un padre antinazi y una madre desaparecida en un terremoto; fue criado en un albergue; fue comunista afiliado desde los veintidós años, y llegó al poder gracias a un pleito entre el presidente anterior y Mikhail Gorbachov.

Durante sus dos décadas en el poder,
Niyazov le puso su propio nombre a varios aeropuertos, más de un pueblo, muchas escuelas, una gran ciudad y un meteorito, y rebautizó los días de la semana y los meses del año con los nombres de sus parientes más cercanos (y con el suyo, claro está).

Niyazov trambién colocó su retrato en los billetes de su país, colgó su imagen en cartelones gigantescos que pendían de los mayores edificios públicos y mandó a construir estatuas de él y de su madre en las plazas más grandes y sobre el techo de los edificios más altos. Su efigie más célebre es una bañada en oro, que gira constantemente, sobre la cúpula de un inmenso monumento, para que el rostro del tirano enfrente siempre el sol.

Ah, otra cosa que hizo
Niyazov fue robar tres mil millones de dólares: no hay dictador que se precie y que no aprecie el valor del dinero ganado con el sudor de su frente (o con el sudor producido en la frente de su estatua al describir su movimiento de traslación en torno al sol).

Pero cuando digo que el sujeto fue el más literario de los dictadores no me refiero sólo a esos rasgos de su biografía, que parecen extraídos de La fiesta del chivo: Niyazov, de hecho, fue autor de más de un libro, uno de los cuales, llamado Ruhnama (El libro del alma, cuya primera parte apareció el 2001), fue convertido por decreto presidencial en el centro del canon de Turkmenistán.

De hecho, Niyazov ordenó clausurar casi todas las bibliotecas públicas de su país, sobre todo las campesinas, y cuando no las cerró del todo las despojó de los libros antes aprobados por decisión soviética, de modo que las pocas bibliotecas sobrevivientes quedaron vacías, salvo por un libro en muchos ejemplares repetidos: Ruhnama, volumen de lectura absolutamente obligatorio para todos los ciudadanos de Turkmenistán.

El libro, según dicen, es una suerte de guía moral, pero es también un
genre-bender (ya que no un gender-bender) perfectamente postmo, en el que se combinan la ficción con la historia, la autobiografía con la autohagiografía, el relato épico con el fragmento anecdótico y el verso con la prosa, además de alternarse en él pasajes propios de Niyazov con textos ajenos. Cabe imaginar que también se confunden en sus páginas la mala literatura y la peor.

Y sí, adivinaron: la última de las fotos es de un monumento que Niyazov mandó a levantar en conmemoración de su libro cumbre, que, por cierto, pueden leer de cabo a rabo en esta página, si es que saben inglés. Y si no, mientras esperan la traducción (digo, es un decir), pueden adelantarse comprando aquí un mug, una chuspa o un polito con la carátula del tomo sagrado (porque el Ruhnama, dicho sea de paso, fue impuesto como sagrado por Niyazov).

Nuevos blogs (y el lugar de la poesía)

Hoy en la mañana, después de mucho tiempo, renové la lista de enlaces de este blog, borrando algunos que conducían a sitios ya desaparecidos o muy poco activos, y añadiendo otros que me parecen de interés especial.

Entre los nuevos está Alberto Fuguet: Escritor/Lector, que es el más literario de los blogs de Alberto (y que ahora mismo tiene como novedad un texto suyo muy elogioso acerca del discurso con que
Orham Pamuk recibió en premio Nobel).

También he repuesto O Biscoito Fino e a Massa, del excepcional crítico brasileño
Idelber Avelar. Aunque veo que ha pasado un mes desde su última renovación, tengo la esperanza de que regrese a su viejo ritmo, porque Idelber hace sin duda uno de los blogs más interesantes (y polifacéticos) de la blogósfera latinoamericana.

Dos blogs peruanos devotos de distintos medios artísticos y que vale la pena chequear de vez en cuando son Cinencuentro y ComicPerú.

Otros tres sumamente interesantes son hechos por científicos sociales peruanos (los anuncié hace tiempo, pero recién los enlazo permanentemente): son los espacios de Martín Tanaka, Silvio Rendón y Gonzalo Portocarrero. A ellos hay que sumarles un colectivo interesante: Perú en Rumba.

Por último, quiero mencionar especialmente La soledad de la página en blanco, del crítico literario
Camilo Fernández Cozman, quien ha decidido entregar su espacio exclusivamente a la reflexión sobre poesía, y ha publicado ya notas (algunas cortas, puntuales, ilustrativas de un asunto muy particular, otras mayores, expositivas y ensayísticas) sobre autores como Watanabe, Eielson, Belli o Guevara.

Y porque imagino que nada conviene más a una página crítica que obtener respuestas críticas, quiero decir algo sobre un post de
Camilo, el que se titula Contra el contenidismo en el análisis de poesía.

En el post, que es de los más breves del blog,
Camilo ensaya una versión nueva de la solución al viejo problema de la preferencia por el fondo o por la forma en el análisis literario: la solución (contenido y forma son una misma cosa, la forma es un elemento semántico que alimenta y condiciona el sentido, y, por tanto, el fondo; un análisis del contenido alienado de la forma es un análisis lisiado) es en verdad casi tan vieja como el problema.

Lo interesante del comentario es que
Camilo elige como objeto de su crítica a los estudios culturales, y los identifica como una de esas instancias en que el análisis de contenidos, con total desprecio del análisis formal, vuelve rengos e incompletos a los estudios sobre una obra literaria.

Dice
Camilo que en los estudios culturales "simplemente se busca desjerarquizar todas las prácticas discursivas y poner en un mismo nivel un poema que una escritura en la pared".

Hay varias cosas llamativas en esa observación. La más evidente es que ella misma ilustra los peligros de la jerarquización arbitraria.
Camilo, en efecto, parece escandalizado de que una escritura mural, callejera, pueda estar al mismo nivel de un poema. Ojo: lo dice en abstracto, sin pensar en ningún ejemplo particular. Como dando por hecho que cualquier poema es (jerárquicamente) superior a cualquier escritura en la pared.

Pero además Camilo pierde un poco de vista, me parece, la virtud principal de los estudios culturales, que es, me arriesgo a decir, todo lo contrario de lo que
él parece descubrir en ellos: nadie que haga estudios culturales seriamente, y que tome como objeto una escritura callejera, podría dejar de lado en su análisis el hecho mismo de que sea callejera, pública, acaso anónima, sin duda extraña al circuito literario establecido, etc: su contexto será parte inalienable de su sentido; la pared misma será parte del mensaje; imposible separar contenido de forma en cualquier aproximación hecha desde los estudios culturales a un ejemplo como el dado por Camilo.

Para decirlo de otra manera: no atender a las jerarquías, o tratar de abolir la arbitrariedad a priori de la jerarquización, no significa no atender a las diferencias ni dejar de percibirlas. Para los estudios culturales, no aceptar ciegamente que un poema sea "superior" a una escritura callejera no quiere decir suspender el juicio estético, ni abolir la capacidad de comparar y preferir, sino, precisamente, estar atento a la diferencia específica que viene incorporada al sentido de un texto cuando ese texto se produce en circunstancias (culturales, sociales, políticas) especiales (es decir, siempre).

Por otro lado: no parece la mejor elección mencionar a
Ángel Rama y Antonio Cornejo Polar como ejemplos de ejercicio crítico opuesto al error de los estudios culturales: acaso no haya muchos libros tan fundamentales para la solidificación de los estudios culturales en nuestra región como La ciudad letrada y Transculturación narrativa en América Latina, de Rama; y Cornejo Polar es sin duda uno de los padres reconocidos de los estudios culturales latinoamericanos, además de ser el autor con el mayor número de textos recogidos en la célebre antología The Latin American Cultural Studies Reader, de Trigo, Ríos y del Sarto.

22.12.06

El perfecto negacionista

En La Primera, las columnas casi diarias de César Hildebrandt se ponen cada vez más divertidas. Por lo delirantes. La última es una defensa del revisionismo, una apología de los historiadores que dicen que el Holocausto nunca sucedió, o sucedió en dimensiones minúsculas. Lean este párrafo de su artículo:

“¿Por qué el Comité Internacional de la Cruz Roja protestó, en 1944, en contra de “la guerra aérea” de los aliados, que ya había fulminado Dresden, más dos tercios de Alemania y Japón, y había matado a miles de prisioneros en campos de detención considerados como blancos colaterales inevitables, y no lo hizo en relación a lo que ya debía de ser evidente, es decir el carácter varias veces millonario de la matanza nazi de judíos?

Hildebrandt aboga por una revisión del Holocausto. Aunque en la mayor parte de su artículo hace todos los esfuerzos posibles por dar la impresión de que lo único que le interesa es que se establezca una verdad exacta acerca de la cantidad de víctimas que tuvo el Holocausto (como si tres, cuatro o cinco millones de muertos fueran una verdad menos horrorosa que seis u ocho), párrafos como el que cito dejan muy claro que, en el fondo, Hildebrandt dice que el Holocausto jamás sucedió o que, si sucedió, fue tan pero tan pequeñito que en 1944 resultaba imperceptible incluso para organizaciones como la Cruz Roja.

¿Qué le faltó contar a Hildebrandt? Que la Cruz Roja ha sido acusada centenares de veces por su silencio. Que existe una biblioteca interminable de libros que documentan la pasividad de la Cruz Roja en el tema del Holocausto. Que en 1997 la misma Cruz Roja entregó al gobierno de Israel 60 mil páginas de documentos históricos relativos al Holocausto y que esos documentos detallaban casos específicos de matanzas de judíos que habían sido denunciadas durante los años en que estaban sucediendo y cómo las denuncias fueron desestimadas por la Cruz Roja.

También le faltó decir a Hildebrandt que más de una autoridad de la Cruz Roja ha defendido pública y vergonzosamente la idea de que esa organización hizo bien en no abogar por los judíos porque, de haber acusado abiertamente a la Alemania nazi de sus crímenes, hubiera puesto en peligro sus operativos de salvataje de prisioneros de guerra aliados en territorio ocupado por los alemanes. (Lo mismo que han dicho algunos impresentables miembros de la Iglesia Católica acerca del silencio análogo de las autoridades de esa institución en los peores momentos del genocidio).

Igualmente le faltó decir que existen historiadores respetables y contundentes, como el francés Jean-Claude Favez, que han apuntado la existencia de diversos planes para bombardear las líneas ferroviarias que llevaban a centenares de miles de judíos de Europa a los campos de concentración donde eran asesinados, y que los gobiernos aliados desestimaron esos planes porque no se amoldaban a su política de conseguir primero la victoria antes de preocuparse por detalles secundarios como el de los campos, que no eran estratégicamente relevantes en la guerra. Favez ha dejado en claro que ese bombardeo de las líneas de tren habría sido inevitable (y salvador) si la Cruz Roja lo hubiera pedido abierta y públicamente. Pero no lo hizo.

Y hay gente como Hildebrandt, que dice que el Holocausto no sucedió, o sucedió pero no fue para tanto, y que, para probar esa tontería estrafalaria, torpemente, presentan como prueba el hecho de que la Cruz Roja no dijo nada sobre él hasta luego de que había concluido. Eso es dar fe al silencio de los cómplices para demostrar que un delito nunca se produjo. ¿En que cabeza cabe? En la más pequeñita, claro está.

Herodoto, el payaso

Obviamente, las leyes que impiden a la gente, en muchos países del mundo, decir públicamente que el Holocausto no existió, resultan en principio violaciones del más elemental derecho a opinar. También son inconducentes porque terminan por dar un aura de rebeldía antihegemónica a las bravatas de cualquier pronazi con lapicero, como el doctor David Irving, cuyo año pasado en una cárcel austriaca lo convierte en una suerte de mártir. Un mártir de su propio odio.

¿Quién es este Irving a quien Hildebrandt defiende como si fuera el Herodoto de la historia contemporánea?

Irving es un historiador inglés. En sus tiempos de estudiante se hizo famoso por escribir en las revistas de la University of London artículos en que se refería a "Herr Hitler" (así lo llamaba) como un político incomprendido, y por sus acusaciones según las cuales los medios de comunicación británicos estaban en manos de judíos que conspiraban malévolamente contra la formación de una comunidad europea.

En años posteriores, Irving defendió el apartheid sudafricano y echó una que otra flor al régimen nazi. En 1959, el Dayly Mail citó una frase suya en la que se autodenominaba "un fascista moderado" ("a mild fascist").

En 1977, Irving publicó su libro más célebre, Hilter´s War, una historia de la Segunda Guerra Mundial desde los ojos del dictador nazi. En el libro, Irving defendía a Hitler como un político brillante, acusaba a Winston Churchill de ser el verdadero responsable de la guerra, y retrataba a la Alemania nazi como un Estado forzado a pelear debido a la estulticia y la cerrazón de los gobiernos aliados.

¿Les empieza a dar la impresión de que Irving, el historiador modelo de Hildebrandt, es un loco de atar? Pues acá vienen más datos: Irving escribió en su libro que Hitler nunca supo que el Holocausto estaba ocurriendo; que el genocidio fue en verdad planeado a sus espaldas por Heinrich Himmler y Reinhard Heydrich. En efecto: lo que dice Irving es que el pobrecito Hitler fue engañado por un par de oscuros rasputines.

En un libro posterior, The Trail of the Fox, Irving describió como traidores y cobardes a los conspiradores que intentaron asesinar a Hitler en el complot del 20 de julio, y caracterizó la venganza posterior de Hitler como plemanemente merecida.

El historiador David Pryce-Jones ha opinado sobre estos dos libros de Irving con una observación implacable: en sus libros, Irving pone en duda todos y cada uno de los datos históricos que son de conocimiento común, pero jamás, ni siquiera una vez, pone en duda nada que Hitler haya dicho o escrito: la palabra del Führer es para él palabra divina.

Cuando, en 1983, los famosos diarios apócrifos de Hitler fueron dados a luz, Irving fue uno de los primeros en decir (antes de leerlos) que eran una falsificación. Pero, curiosamente, cuando el texto se hizo conocido y resultó que en ellos no se decía una sola palabra sobre el Holocausto, Irving públicamente defendió la idea de que eran los verdaderos diarios del dictador.

En 1987, en Churchill´s War, su biografía del primer ministro británico, Irving sostuvo que, en el tiempo de la Segunda Guerra Mundial, Inglaterra debió haber tomado el partido de Alemania, que era "su aliado natural".

Hildebrandt dice esto en su artículo:

"Irwing es un revisionista, para algunos. Pero para los judíos y sus adjuntos es un negacionista neonazi. Sea como fuere, ha escrito decenas de libros que tratan de formular preguntas –capciosas muchas, cínicas otras, realistas otras– en torno a cuestiones claves del llamado Holocausto, así, con las mayúsculas que el poder del sionismo demanda y consigue casi como un estatus mortuorio de país favorecido por la lástima".

Por supuesto, todo eso es asombrosamente falso (hasta el nombre, que es Irving, y no Irwing). Desde 1989 en adelante, Irving ha sostenido muchas veces, por escrito y a viva voz, y en documentales que todo el mundo puede ver, que jamás hubo tal cosa como el Holocausto, que no hubo cámaras de gas en Auschwitz, que no hubo una política estatal alemana dedicada al exterminio de judíos. ¡Y a Hildebrandt le sorprende que lo llamen negacionista!

Desde ese año, Irving, rechazado por sus colegas y abandonado por lectores y universidades, ha sobrevivido dando conferencias a grupos de neonazis alrededor del mundo (eso es lo que lo llevó a Austria esta última vez), y se ha visto reducido al ridículo de citar como su fuente más inapelable para su creencia de que el Holocausto nunca ocurrió a un personaje tan ridículo como el famoso "doctor muerte", Fred Leuchter.

En fin, hay muchas páginas en Internet que pueden consultar para saber algo más acerca del sujeto que alimenta la sabiduría de César Hildebrandt en materias de historia contemporánea. Lo que no encontrarán allí es nada parecido a lo que Hildebrandt construye en el resto de su artículo: la idea de que el Holocausto es propaganda sionista. Eso ni el mismísimo Irving se ha atrevido a escribirlo nunca.