29.9.06

Un iceberg llamado poesía

El poeta Pablo Guevara sigue a la espera de posibles donantes de sangre o plaquetas. Iván Thays ha colocado online una página con datos sobre los horarios del hospital y los trámites del donativo.

Para quienes disfrutan de la poesía de Guevara y también para quienes no hayan leído aún a este poeta imprescindible, dejo aquí un fragmento de su Un iceberg llamado poesía, y los invito a leer otras cosas suyas en el website de Educared.


UN ICEBERG LLAMADO POESÍA (4)


Y de pronto apareció por ahí ese maldito iceberg
llamado Poesía o Literatura o Aburrimiento o lo que fuera
con la única condición precisa de no devenir en Aburrimiento

ni por un instante…

Los viajes se podían repetir hasta el Aburrimiento
pero una vez llegados allí / a ese cape borrascoso o Cabo
de Nueva Esperanza o cabo furioso ¿vencería una vez más
el Aburrimiento / el más temible malhechor de la Antigüedad
¿el más temido de los Tiempos Modernos?

2/3 de humanidad padece de hambres crónicas
-con frecuencia el tercio restante y muchos de los 2/3 se
aburren se aburren inexorable-mente-demencial-mente
tonta-mente se aburren se aburren se aburren….
Naufragando a cada momento en un mar de dementes aburridos
navegando en los bajeles rutinarios del más tonto aburrimiento
en un mar de aburridos aburrimientos…

Y había que vencer el Aburrimiento en el mismo huevo
a como diera lugar
antes que un campesino enorme musculoso se volviera un
guerrero lleno de astucias ¡Herakles
antes que fueran las Columnas de Hércules!
el Peñón de Gibraltar o Escila y Caribdis en el
Estrecho de Messina… que nos llenarían de pavor
y harían del barco miles de fragmentos aburridos
flotando sobre el mar…

¡Y no aburrirse durante cinco días y cinco noches!
¡y poder atravesar el Cabo de Nueva Esperanza con la
promesa de poder vencerlo! ¡cómo no salir corriendo
a comprar pasajes para esa travesía famosa!

Parafraseando a Stevenson:
"un barco es como una isla, una porción de sólido
rodeado de aburrimiento por todas partes"

¡Qué podía pasar entonces con este mausoleo flotante
prometido a la vida y no a la muerte! con más de
trescientos metros de eslora y unos ochenta metros de ancho
y alto como un edificio de once pisos
que parecía haber tenido a la muerte larvada en su seno
y estar lleno de adormideras rojas y blancas (opio)

Y como yo no era heredero de nada
-y no prometía nada a nadie… salvo unas palabras sueltas
unas letras apenas garrapateadas… letras por escribir
a mediano y a largo plazo aún por redactarse…

Yo no podía condenar a nadie
a vivir en mi compañía a vivir entre la luz y las tinieblas
las tinieblas y la luz y las soledades
por muchos años luz…

Y yo debía… ¡Jamás aburrirlos!...
si sucedía ya sabía a que atenerme…


(De Un iceberg llamado poesía)

Grass: un chancay al lado de Hemingway

En el último libro del periodista alemán Rainer Schmitz hay un capítulo dedicado a Ernest Hemingway.

Su contenido no es para pasarlo por alto: mostrando documentos --entre ellos una carta escrita por Hemingway a un amigo suyo profesor de Cornell University--, Schmitz afirma que es altamente posible que Ernest Hemingway fuera un criminal de guerra. Y uno temible.

La carta lo dice textualmente: "he hecho el cálculo y puedo decir con precisión que he matado a ciento veintidós prisioneros". Hemingway se refiere a soldados alemanes cautivos de las tropas americanas en 1944. Prisioneros ejecutados por Hemingway sin ningún tipo de proceso previo.

El diario italiano Corriere della Sera, ayer, se permitió bromear sobre el asunto: "En medio de todo a Gunter Grass le fue bastante bien. Si, en ese día de 1945 cuando lo capturaron los americanos, la suerte le hubiera puesto en frente a Ernest Hemingway, probablemente habría encontrado el mismo destino fatal de tantos de sus compañeros de armas".

A estas alturas, lo único que salva a Hemingway de la condena universal es su fama de mitómano y exagerado y la frecuencia con que inventaba historias destinadas a hacerse ver más bravo y valentón.

Imagen: Castro está refaccionando la Casa-Museo Hemingway en Cuba, como parte de sus homenajes al escritor que, aparentemente... habría asesinado a 122 prisioneros alemanes en 1944 él mismo.

Estrenos literarios 1

Por esta época, y durante el resto del año, los estrenos cinematográficos norteamericanos recobran interés. Algunos, de hecho, suenan bastante bien. Otros parecen estar un tanto atrasados, pero crucemos los dedos y acaso los tengamos en cines pronto. Para los amantes de la literatura, varios tienen un interés especial.

Por ejemplo, The Inner Life of Martin Frost, una nueva película escrita y dirigida por el magistral novelista Paul Auster. Quienes esgrimen Lulu on the Bridge como un argumento para que Auster abandone la dirección cinematográfica deberían saber que Auster también codirigió con Wayne Wang, aunque sin crédito oficial, la excelente Smoke y la no tan buena pero siempre interesante Blue in the Face, también a partir de guiones propios.

(Por cierto, el argentino Alejandro Chomski anuncia para el 2007 el estreno de In the Country of the Last Things, cinta basada en la novela homónima de Auster).

Varios años después del cumplidor pero poco original The Human Stain, el film de Robert Benton basado en la novela del gran Philip Roth, llega, acaso a principios del 2007, American Pastoral, otra cinta construida sobre una novela de Roth. El director de esta nueva es Phillip Noyce, recordado, lamentablemente, por cintas que lindan en la total mediocridad, como Patriot Games, The Bone Collector, e incluso por uno de los bodrios más desastrosos del Hollywood contemporáneo, Sliver, pero que, curiosamente, se reivindicó por completo hace un par de años con su versión de The Quiet American, una excelente adaptación de la novela de Graham Greene. Esperemos que ese sea su talento.

Otro gran escritor a punto de llegar a las pantallas --pero éste sí de la mano de dos cineastas notables por donde se les mire--, es Cormac McCarthy, quien verá su novela
No Country for Old Men transformada en película por los hermanos Ethan y Joel Coen... Eso ocurrirá inmediatamente después de que pase la onda del próximo estreno de los Coen, Hail Caesar, que no es un proyecto menos literario: cuenta la historia de un grupo teatral que pone un montaje del Julius Caesar de Shakespeare. (¿No tendrá nada que ver con Tema del traidor y del héroe, de Borges?).

(Por cierto, en dicho relato borgiano, el autor de la gran farsa basada en
Julius Caesar es un tal Nolan, según creo recordar, y acaso sea un descendiente suyo el Nolan que nos depara otro estreno aguardado: Christopher Nolan, el notable director de
Following, Memento e Insomnia --luego encargado de resucitar a Batman--, estrena en unos días The Prestige, la historia de una rivalidad entre magos, cuya taquilla acaso se vea alimentada por quienes se quedaron con la miel en los labios tras The Illusionist).

Alan Moore, el autor de la estupenda novela gráfica V for Vendetta, quien pidió que retiraran sus créditos de la adaptación cinematográfica (curioso que no haya tenido ese cuidado con adaptaciones previas de menos nivel de otras obras suyas, como From Hell, que pasó de excelente novela a cinta infeliz), ahora sí viene trabajando activamente en la conversión de su otra obra maestra, Watchmen, en película: el director es Zack Snyder (Dawn of the Dead), y el estreno debería ser antes de diciembre.

Imagen: The Coen Brothers.

28.9.06

Emily según Paola

Alguien me hizo notar alguna vez, hace varios años, cuán difícilmente la crítica y el público, en Estados Unidos o en Europa, le presta atención a un libro extranjero que trata un tema local.

(Me lo dijeron para hacerme notar el poco caso que le hacían los franceses a
La orgía perpetua, el libro de Vargas Llosa sobre Flaubert.

Entre nosotros pasa casi siempre lo contrario: una breve crónica de
Bruce Chatwin sobre Maria Reiche se vuelve un pequeño clásico, aunque nadie lea nada más de Chatwin; para no mencionar que la propia Maria Reiche, alemana, auroleada por su carácter de extranjera, se convierte en la arqueóloga más legendaria del Perú.

Parece casi inevitable: nuestro emplazamiento marginal en el mundo nos da el paradójico beneficio de mirar hacia el centro --los centros-- y la oportunidad de interesarnos en casi cualquier cultura entre nuestro margen y ese centro --esos centros--. Lo explicó Borges hace mucho, en El escritor argentino y la tradición.

Y eso hace entendible, por qué no, ese placer secundario y casi patético, pero real al fin y al cabo, que sentimos a veces cuando nos vemos reflejados en la pupila de esas otras tradiciones. Desde el centro, en cambio, o desde el lugar que ocupan quienes se piensan el centro, resulta irrelevante lo que otros tengan que decir sobre uno: ¿qué puede importar la idea de un peruano sobre Flaubert?

Borges mismo, por cierto, fue uno de los primeros en vencer esa valla e inocular en las tradiciones europeas su propia y original lectura de ellas: cuando Foucault, en un libro hecho de espejos, dé inicio a sus reflexiones sobre el poder, el lenguaje y el poder del lenguaje en los paradigmas occidentales a partir de una cita de Borges, un círculo se habrá cerrado y otro se habrá abierto).

Disculpen lo anterior, que no es sino una obvia digresión que muy poco tiene que ver con lo que quería contarles hace cinco minutos, cuando me senté a escribir.

Ahora vuelvo al tema: la escritora argentina
Paola Kaufmann, muerta tan de repente hace unos días, consiguió algo inusual cuando su novela La hermana (tras ganar el año 2003 el Premio Casa de las Américas), fue traducida al inglés: convertir a una novela latinoamericana de tema eminentemente norteamericano y anglosajón (la vida de Emily Dickinson) en un éxito librero en Estados Unidos e Inglaterra.

Kaufmann vivió muy cerca de aquí, en Northampton, Massachusetts, estudiando en Smith College, donde fue alumna de Kurt Vonnegut, y allí, siguiendo los consejos del novelista, empezó a escribir. Un siglo antes, Emily Dickinson había vivido a minutos de ese lugar, en Amherst, y la vida y la historia de la escritora americana decimonónica --que en Amherst saltan a la vista a cada paso-- se impusieron sobre la imaginación de la joven argentina.

(Por cierto, uno de estos días les contaré sobre las casas de
Longfellow y Hawthorne, que están a una cuadra de donde vivo: ambos fueron alumnos y profesores del college donde trabajo).

Bastante antes de escribir esa novela, Kaufmann redactó un breve artículo sobre la Dickinson. Como ese texto suyo tiene el tono de un obituario, no me pareció mala idea colocarlo aquí, como homenaje reflejo e indirecto para su autora.

Imagen: Kaufmann y Dickinson.

No mató a Chomsky

Ahora resulta que The New York Times tradujo mal las frases de Hugo Chávez sobre Noam Chomsky. Chávez no había dicho que lamentaba no haber conocido a Chomsky antes de su reciente fallecimiento, como reportó el diario. Dijo que le gustaría conocer a Chomsky, del mismo modo en que le hubiera gustado conocer a John Kenneth Galbraith, quien lamentablemente había muerto pocos meses atrás.

Si tienen el estómago necesario para aguantar diez minutos de franelería chavista, este video de una cadena oficialista venezolana les permitirá escuchar las declaraciones originales. De hecho, quienes hablen inglés entenderán fácilmente por qué el New York Times tradujo mal la frase de Chávez: lo único que Chávez dice en inglés, lo dice en un inglés incomprensible, y es, de hecho, lo único que el New York Times no entendió: "John Kenneth Galbraith". Por supuesto, un diario tan prestigioso debería tener traductores más eficientes, y esa metida de pata deja al periódico en el ridículo.

He recibido una media docena de mensajes de personas que exigen publicar esa corrección. Uno me lo envía Jarvier Garvich, y recoge un texto de Nelson Núñez. Otro de ellos es del periodista José Roberto Duque, "nacido en la República Bolivariana de Venezuela", como dice él mismo en su perfil de blogger. Su amable mensaje dice:

"Déle un vistazo (y un oído) a este video, caballero. Después,
si quiere seguir diciendo que Chávez dijo eso que el Times le atribuye puede hacerlo. Nadie va a obligarlo a rectificar ni a reconocer que se equivocó al creer ciegamente en los medios de comunicación de la derecha. Basta con que usted mismo se convenza: el NYTimes mintió y una buena cantidad de imbéciles le creyeron".

Hablando de imbéciles, quiero hacer notar una cosa: Chávez dijo que Chomsky era extraordinario y que todo el mundo debería leerlo. Chomsky fue uno de los que creyó en la noticia dada por el New York Times. Ergo, según la lógica de José Roberto Duque, Chomsky es un imbécil.

Está claro que eso es falso. Lo realmente imbécil
es insultar a todos los lectores de un diario que creen que lo que dice ese diario es fidedigno. Y de paso morderse la cola diciendo que el autor recomendado por el líder infalible es ni más ni menos que uno de esos imbéciles.

La verdadera JT Leroy

Finalmente, en un entrevista concedida a The Paris Review, Laura Albert, la mujer que solía circular de la mano de su amigo JT Leroy (aquel misterioso escritor cuya inexistencia fue revelada meses atrás por The New York Times), ha confesado que ella es la autora de todos los libros atribuidos a Leroy.

Peculiarmente,
Laura Albert dice ahora que fue durante unas sesiones de psicoterapia, años atrás, que el personaje de JT Leroy fue apareciendo, y que su psicólogo la animó a llevar las historias al papel.

Dice también que son sólo una forma ficticia pero que expresan una vida traumática y violenta que, en verdad, ella
ha vivido: abandonada de niña, envuelta en drogas, negocios sexuales, etc.

Ha quedado claro ya, del mismo modo, que el JT Leroy que aparecía en público era la concuñada de Albert, Savannah Knoop, la misma que burló a personas como Winona Ryder o Asia Argento, que la conocieron y trabaron cierta amistad con ella mientras trabajaban en una película basada en la primera novela "autobiográfica" de Leroy.

Las conversaciones telefónicas de Leroy, en cambio, sí eran atendidas por la misma Laura Albert. Eso incluye no sólo entrevistas a muchos medios, sino también los largos diálogos que Leroy sostuvo con el cineasta Gus Van Sant, quien, de hecho, tuvo al escritor inexistente entre sus interlocutores más útiles cuando ideó el guión de su famosa Elephant.

¿Por qué
Van Sant tenía interés en conversar con Leroy mientras componía las bases de Elephant? Porque, entre los escritores americanos, Leroy era uno de los pocos que, siendo extremadamante joven, tenía una comprensión directa de los trumas y los complejos de la juventud americana: Elephant es del 2003, año en que Leroy, supuestamente, apenas llegaba a los 22 años de edad. Lo cierto, sin embargo, era que la voz de Leroy que Van Sant escuchaba al otro lado de la línea era la de Laura Albert, quien en aquel entonces tenía 37 años... Como para probar que, a veces, la imaginación desbordada puede sonar asombrosamente verídica.

Aquí un extracto de la entrevista.

Imágenes: en blanco y negro, Laura Albert, la verdadera JT Leroy. Arriba a la izquierda: Winona Ryder con JT Leroy, quien era, en sus apariciones públicas, representado por la mujer que, ya sin disfraz, aparece en la foto de abajo a la derecha: Savannah Knoop.

27.9.06

Poema perdido de Robert Frost

Para los amantes de la poesía, aquí va una verdadera primicia. Entre hoy y mañana aparecerá en el número de otoño de la famosa Virginia Quarterly Review, un poema hasta ahora inédito del gran Robert Frost. Como filtraciones hay en todas partes, sobre todo en internet, ha caído en mis manos una transcripción del hallazgo.

Se trata de "War Thoughts at Home", del que se conocía sólo el título y breves referencias hechas por el mismo Frost en su correspondencia con amigos. Un estudiante de doctorado de la University of Virginia se encontró con el poema perdido y sin clasificar entre los manuscritos de Frost en una de las bibliotecas de dicha universidad, y ahora, por fin, las siete breves estrofas ven la luz.

El poema es sobre una mujer (probablemente la esposa de un soldado) que, mientras mira unos pájaros que pelean en el jardín trasero de su casa, piensa en la guerra: es 1918...

No me aventuro a hacer una verdadera versión en español para quienes no lean inglés, pero sí puedo dejarles una traducción más bien tosca. La pongo en prosa para que quede claro que no es un intento serio, sino sólo uno informativo. Y los afortunados que sí lean inglés pueden pasar mi traducción por alto y bajar directamente al poema que aparece luego.

A la espalda de la casa, donde los muros enfrentan el invierno despintados, y muestran su vejez, hay un tumulto de arrendajos, brillantes de pronto en sus plumas azules.

Es entrada la tarde, más gris con la nieve por caer que blanca con la nieve ya caída; una hora en la que sólo se ven arrendajos o cuervos, o no se ve ave alguna.

Desde dentro de la casa, una mujer nota el alboroto de guerra entre las aves, y levantándose de una silla, el cuerpo doblado para no echar al piso el tejido que tiene en el regazo, se acerca a la ventana a mirar. A la vista de su rostro sombrío, las aves se detienen y buscan un lugar en el árbol, del cual aferrarse.

Y una le dice a las demás: "debemos esperar el momento preciso y salir huyendo una por una, aunque la lucha entre nosotras no haya terminado, como no ha terminado la guerra en Francia"...

"¡Como no ha terminado la guerra en Francia!": la mujer piensa en un campamento de invierno, donde se estacionan los soldados para Francia. Y baja la cortina en la ventana y sobre ella resplandece la luz de una lámpara temprana.

Ese lado viejo de la casa es una hilera de cuartos desiguales, cuarto tras cuarto, como un tren, como los carros de un tren que, desde hace mucho, yace muerto a un costado de la vía.


W a r T h o u g h t s a t H o m e

On the back side of the house
Where it wears no paint to the weather
And so shows most its age,
Suddenly blue jays rage
And flash in blue feather.

It is late in an afternoon
More grey with snow to fall
Than white with fallen snow
When it is blue jay and crow
Or no bird at all.

So someone heeds from within
This flurry of bird war,
And rising from her chair
A little bent over with care
Not to scatter on the floor

The sewing on her lap
Comes to the window to see.
At sight of her dim face
The birds all cease for a space
And cling close in a tree.

And one says to the rest
"We must just watch our chance
And escape one by one --
Though the fight is no more done
Than the war is in France."

Than the war is in France!
She thinks of a winter camp
Where soldiers for France are made.
She draws down the window shade
And it glows with an early lamp.

On that old side of the house
The uneven sheds stretch back
Shed behind shed in train
Like cars that long have lain
Dead on a side track.

Robert Frost, 1918.

Seis relatos nuevos en Quipu

Aunque hay que reconocer que este último contingente es más limeño que los anteriores, es gratificante ver que siguen llegando cuentos para ser publicados en Quipu.

Seis de ellos están colocados ya online y a la espera de sus lectores. Los pueden ver aquí.


Los cuentos nuevos son
El grito, de Jesús Jara Godoy; Detrás de las nubes, de David Hoyos Gomero; So Far Away, de Milagros Salcedo; La venganza del niño bifurcado, de Jonathan Aranda.

Y, a manera de saludo por la aparición de su primer libro de poemas (su título es Reino cerrado, lo publicó hace apenas semanas El Santo Oficio) vienen también dos microrrelatos de
Erika Almenara: Cuerpos menguantes y Calle Colón, cuadra cuatro.

Imagen. Crisálida, de Nozal.

26.9.06

La inteligencia en acción


Víctor Cora
l no deja de dar lecciones de lucidez. Su más reciente post es de antología. En él, comenta una (pésima y muy lamentable) reseña de Olga Rodríguez Ulloa a la última novela de Peter Elmore. Pero, en un giro sorprendente, parece echarle la culpa de los errores de Rodríguez a... ¡la clase media norteamericana! Los dos párrafos iniciales son alucinantes.

Díganme si no:


"It´s funny, it´s not funny
. Gran parte de la cultura norteamericana moderna o posmoderna se basa en estos dos axiomas repelentes uno del otro. La idea de lo divertido como requisito indiscutible se ha ido introduciendo en el mundo actual vertiginosamente.

"Hasta el punto que no solo las películas y los cómic, pero también las novelas (¿y la poesía?) tienen que cumplir con el imperativo categórico de la respetable clase media gringa: “no me importa si es bueno o malo, ¡que sea divertido!”.


No entiendo cómo se puede meter la pata tantas veces en cincuenta palabras. Pero tratemos de hacer un recuento: primero dice que "it´s funny" y "it´s not funny" significan, respectivamente, "es divertido" y "no es divertido". No, pues; no es así. "Funny" significa gracioso (que mueve a la risa) o raro, en el sentido de curioso, inusual o sorprendente: como "It´s funny how a person can make so many mistakes in so few words".

Luego dice que "it´s funny" y "it´s not funny" son "dos axiomas". Esa afirmación, que (ella sí) parece axiomática, no tiene en verdad ni pies ni cabeza. Y dice con sorpresa que ambos posibles juicios (porque eso son: juicios posibles, no axiomas) son "repelentes el uno del otro". ¿Alguien me quiere explicar cómo podrían no ser contradictorios los juicios "it´s funny" y "it´s not funny" predicados acerca de un mismo objeto?

Luego habla de "la cultura norteamericana moderna o posmoderna"... Un momentito. Esos dos adjetivos parecen ser "repelentes el uno del otro". Pero no en Coral: en su mente todo es lo mismo: una chanfaina. Él se está refiriendo a "la cultura norteamericana" y como desconoce qué adjetivo le conviene, le planta los dos a la vez. Para asegurarse, como quien dice. Faulkner o Pahlaniuk: la misma cosa.

Resumamos hasta allÍ: según Coral, la "cultura norteamericana moderna o posmoderna" (da lo mismo) es tan rara que sus miembros piensan que las cosas divertidas no son aburridas, y viceversa.

Sigamos leyendo, con la ayuda de Dios.

Coral, luego, identifica a la "cultura norteamericana moderna o posmoderna" con "la respetable clase media gringa", cuyo gusto, al parecer, ha invadido el mundo de la crítica y, en el Perú, ha capturado particularmente a Olga Rodríguez Ulloa (no busquen el puente entre una cosa y otra; no hay paso lógico). O sea que "la cultura norteamericana moderna o posmoderna" le corresponde sólo a una clase social. Y, por cierto, es la media, no la alta, que, al parecer, nada tiene que ver con el colonialismo cultural americano. Ni la baja, a pesar de ser gigantesca y ser el origen de muchas de las manifestaciones culturales más extendidas en los Estados Unidos hoy (¿o alguien cree que el rap, el hip hop y sus descendientes, por ejemplo, son fruto de la clase media, típicamente blanca?).

De inmediato, Coral afirma que esa "clase media gringa" tiene el siguiente "imperativo categórico" estético: "no me importa si es bueno o malo, ¡que sea divertido!"... Ajá. En más de seis años viviendo en Estados Unidos no me había dado cuenta de que los americanos de la clase media consideraran que "bueno" y "malo" son adjetivos intercambiables o insignificantes.

Yo, que debo vivir en la ceguera, percibía que muchos americanos, los menos interesados en el arte, lamentablemente consideran buenos sólo al cine y la literatura que los divierten. Pero para eso la ecuación se tiene que dar entre "divertido" y "bueno", no entre "bueno" y "malo".

Y me pregunto desde cuándo eso es una exclusividad de los gringos, y más exclusivamente de los gringos "modernos o posmodernos". ¿O es que Coral piensa que la literatura hecha exclusivamente para divertir no ha tenido un público cautivo desde por lo menos la edad media hasta hoy sin interrupción alguna? ¿O es que cree que hubo un tiempo en que la cultura de la elite fue masiva? (Quizá, en su mente, "masivo" y "elitista" significan lo mismo. Como "moderno" y "posmoderno").

Supongamos por un segundo que lo que ha querido decir Coral es eso: que a los norteamericanos (de la clase media) sólo les parece buena la literatura que los divierte.

Si eso es verdad, es un hallazgo grandioso. Porque significa que, para la clase media norteamericana, iconos indiscutibles de la cultura contemporánea (que Coral llamaría, con más precisión, "moderna o postmoderna") como Thomas Pynchon, Philip Roth, Cormac McCarthy y David Lynch, son no sólo buenos, sino además divertidos.

Y si es así, entonces, ¿cuál sería el problema?

Una pregunta sobre El Averno


Hoy vengo de dar dos clases largas y he quedado sin muchas ganas de hablar, así que aprovecho para simplemente preguntar una cosa.

Hace tiempo venimos leyendo sobre el incendio ocasionado, al parecer, por un grupo de matones en un lugar llamado El Averno, en la calle Quilca, al que muchos se refieren como un importante centro contracultural en peligro de desaparición.


Nunca he estado allí, pero tengo entendido que es un lugar activo y promotor de muchas manifestaciones artísticas. Lo que no me queda claro es el tema del pretendido desalojo y los términos en que los dueños de El Averno se defienden del mismo.

¿Quiénes son los propietarios de ese lugar y por qué es que reclamar su posesión resulta injusto? ¿O se trata de que el reclamo ha sido intempestivo y atentatorio contra algún contrato previo? ¿Alguien se anima a contarme la historia?

Los lanzamientos y la crítica

Estoy convencido de que, coyunturalmente, en el momento en que una obra literaria o una pieza teatral o una película (o cualquier discurso u objeto artístico en general) es dado a conocer al público bajo un cierto perfil, ese perfil, creado casi siempre por su propio autor o por sus editores o productores, debe entrar en juego en el juicio crítico.

Un ejemplo notable se dio con la novela Abril rojo, de Santiago Roncagliolo. Como se sabe, es un thriller que echa mano de la violencia política en el Perú y usa el tema como un elemento entre otros para construir un enigma policial, todo lo cual, está de más decirlo, es inobjetable y válido.

Pero el autor y la editorial, por todos los medios posibles, se han encargado de afirmar que el libro es un aporte y la señal de una nueva dirección en el pensamiento peruano sobre los años de la violencia.

Planteado así el asunto, es perfectamente legítimo objetarle a la novela su trato superficial del tema de la violencia política, su carencia de reflexión, su despreocupación radical ante las raíces y las ramificaciones del problema, etc. Incluso su incapacidad de generar un marco ficcional verosímil
para su propio relato dentro del marco histórico al que, según se insiste, el libro se refiere. Es un deber de la crítica hacer notar esto precisamente porque debe quedar en claro que el libro no es aquello como lo cual se anuncia.

Eso no quiere decir
de ninguna manera que siempre haya que pedirle, a cualquier ficción, que sea la representación de un cierto espacio o régimen social, que satisfaga algún tipo de correspondencia entre ella y un mundo real extraficcional, y mucho menos que lo haga fácil y directamente.

Si ese fuera un requisito universal de la ficción, tendríamos que esperar a nuestra llegada a Venus o Saturno para objetar la verosimilitud de ciertos relatos de
Clarke. Y entonces acusarlo de no conocer el tema del que habla. O podríamos ser tan ingenuos de ir donde Sergio Leone y decirle que el Far West no es como en sus spaghetti westerns, o donde Mario Vargas Llosa para explicarle que el patrón mítico grecolatino no es parte de la cosmovisión andina (me refiero a su Lituma en los Andes). Y en todos esos casos estaríamos demostrando que no hemos comprendido las obras aludidas.

Tengo la impresión de que la película Madeinusa, de Claudia Llosa, está siendo juzgada, en algunos casos, con ese mismo tipo de parámetro, a pesar de no haberse planteado nunca como una reconstrucción antropológica, ni como un rescate o una interpretación o una reinvención particularmente enjundiosa del mundo andino.

En el blog de Paolo de Lima, por ejemplo, encuentro estas observaciones de Víctor Vich:

"Madeinusa es una película bien hecha, con arreglos formales de calidad, realmente de oficio, con un buen sentido narrativo, una composición notable: se nota que la directora sabe lo que hace, y sabe mucho, pero al nivel de la representación del Perú, o de las identidades andinas, casi no tiene nada interesante que decir: una lectura de género podría imponerse pero ella se ve opacada porque lo que termina diciendo es, en mucho, lo de siempre, una exotización orientalista muy cuestionable y por momentos banal, una especie de Lituma en los Andes con colores de world music".

A mí me llama la atención esa afirmación por varios motivos. El primero es que hace tiempo no escuchaba a un crítico hacer una distinción tan grande entre "forma" y "fondo": la película tiene buenos "arreglos formales" (como si dirigir una película fuera lo mismo que añadirle un solo de violín a una canción de Luis Miguel); tiene "una composición notable", dice Víctor, pero parece que está hablando de estética como quien habla de decoración, porque esa "composición notable" ningún sentido aporta, debemos suponer, ya que el balance final de Víctor es solamente negativo: "al nivel de la representación del Perú, o de las identidades andinas, casi no tiene nada interesante que decir".

Entiendo, sin embargo, creo que con claridad, adónde apunta el comentario: puede reducirse a la idea de "
Llosa tiene oficio" pero "no dice nada muy interesante sobre el Perú andino". Pero creo que esa es una idea parcial y que se queda muy corta.

Porque no decir mucho sobre el Perú andino no es lo mismo que no decir nada; simple y llanamente porque el mundo andino no es lo único que existe sobre la tierra y porque el marco espacio-temporal de una ficción no tiene por qué ser su único referente, ni siquiera tiene por qué ser su referente más importante.

(Lilliput no es el referente de
Los viajes de Gulliver y la isla de Robinson Crusoe no es simplemente una isla. También La ciudad y los perros se rige por variaciones de patrones míticos y heroicos clásicos, como Lituma en los Andes, y sin embargo, como en ella no está el relumbrón cegador del escenario andino, y la intención microcósmica del colegio es muy clara, nadie le objeta a esa novela el ser una deformación de la realidad, pero nadie es tan ingenuo, tampoco, como para pensar que lo crucial de ese libro sea su representación del Leoncio Prado y no, por ejemplo, su discurso sobre la disolución de la moral en los autoritarismos).

Si la película es una composición notable, dudo que sea hueca: si no dice nada sobre el Perú andino y sus "identidades" (palabra que, ella misma, nada dice), eso no significa que no diga nada sobre ninguna otra cosa. No se puede ver una película buscándole sólo
un contenido y descartándola si ese contenido no está allí. Salvo que ella misma o su aparato promotor quieran hacer pasar gato por liebre y, entonces, la observación se vuelva imprescindible.

Tolkien sólo para adultos

El monumental Borges de Bioy Casares, el libro del que hablé en el post anterior, está lejos de ser el único esperado con fanática ansiedad por sus futuros lectores en estos días. No hablemos ya del próximo Harry Potter, claro. El otro que no se queda atrás es la esperada "nueva" novela de JRR Tolkien.

Han pasado unos ocho años desde que publiqué en Somos un artículo explicando las razones por las que The Lord of the Rings me resulta una novela intragable: aún la versión cinematográfica exitosa de la película no había sido lanzada, y no parecía un pecado tan grande disentir con los fanáticos de Tolkien.

No voy a repetir mis argumentos, ni tiene importancia hacerlo o no. Es sólo que me vino a la memoria mi penosa lectura de la trilogía cuando vi, hace un rato, la noticia del Times londinense según la cual la novela The Children of Hurin, que Tolkien dejó inacabada --y que ahora su hijo ha concluido y entregado a una editorial para su publicación en la primavera del 2007--, es una obra "estrictamente para adultos", que "contiene incesto, suicidios y una multitud de muertes violentas".

Según el Times, si la novela fuera llevada al cine merecería una X inmediata de la censura. Lo curioso es que no se trata de una obra en la que Tolkien haya dejado de lado su mundo fantástico habitual: la acción transcurre en Middle-earth, como en la saga de The Lord of the Rings, y es protagonizada por un elfo. Pero esta vez el lado oscuro de la cuestión parece estar bastante más en la superficie, ser más evidente. Hasta a mí me da curiosidad ver cómo han resuelto los Tolkien, padre e hijo, esa irrupción erótico-tanática en el escenario de las aventuras anteriores.

Una coincidencia: Christopher Tolkien, el hijo de JRR Tolkien, ha pasado treinta años redondeando la historia que su padre dejó inconclusa, y ahora que la entrega a la imprenta tiene 81 años de edad, exactamente la que tenía su padre cuando falleció en 1973.

Imagen: JRR y Christopher Tolkien el año de la pera.

25.9.06

El libro del año en Argentina

En La Nación de ayer domingo, el cineasta y narrador Edgardo Cozarinsky (por cierto, un escritor sumamente recomendable) comenta extensamente un libro que el público argentino y los lectores de Borges en general están esperando desde hace muchos años, y que ahora es de aparición inminente.

Se trata de Borges, un volumen de mil seiscientas páginas (al menos ésa es la dimensión del manuscrito) que recoge los diarios de Adolfo Bioy Casares en todas las entradas relacionadas con su legendario amigo Jorge Luis.

Borgianos y borjófilos se muerden las uñas de ansiedad esperando la aparición del libro. Mientras tanto, aquí va
el artículo de Cozarinsky, que contiene breves extractos del texto de Bioy, para ir mitigando la expectativa.

(Por cierto, un amigo me pregunta si ese lugar de honor que ocupa Bioy en el canon argentino no está, quizá, excesivamente influido por la relación con Borges. El mismo amigo sugiere que el sitio de Bioy parecería más justo dárselo a un autor como José Bianco. Bianco no es un epígono borgiano, como tantas veces parece Bioy --esto no lo dice mi amigo, aunque quizá también él lo piense--, sino
alguien que representa una variante distinta de la narración fantástica argentina. Yo me conformaría con que, sin dejar a Bioy, autor de páginas notables, leyéramos todos más a Bianco y, de paso, al gran Antonio Di Benedetto).

Imagen: Borges, Bioy y Biorges, según ilustración
de la página web amigos-de-borges.net.

Pablo Guevara

Un amigo me hace llegar este mensaje abierto:

Pablo Guevara se encuentra muy delicado de salud, por lo cual necesita transfusiones de sangre y plaquetas con suma urgencia. Las donaciones se están realizando en el Hospital Edgardo Rebagliati (Av. Salaverry) y pueden ser de sangre, plaquetas o de ambas. Para más información, pueden escribir a los correos
:

cuencalurin@yahoo.es
lacolision@hotmail.com

Pueden llamar también al hijo de Pablo, Diego Guevara al teléfono 98582958 ó 2733171 (8pm.). La casa de Pablo es 2311343 (comunicarse con su esposa Hanne de Guevara).

24.9.06

Los muertos en vida

Me conmueve esa actitud rememorativa, pasatista, de ciertos escritores que en algún momento de sus vidas se obsesionan con su propia y lejana juventud, y se vuelven monotemáticos en esa obsesión, y escriben siempre recordando a "su generación".

Me conmueve porque, cuando uno los escucha, tiene la impresión, injusta seguramente, de que están en cierta forma viviendo en otra dimensión.

Es una impresión incómoda, similar a la que uno tiene frente a esos abuelos que, cuando hablan de su juventud, dicen "en mis tiempos", subrayando involuntariamente que los tiempos que corren ya les son ajenos.


Por supuesto, el ciclo es bastante natural y nos atrapa a todos de alguna forma, tarde o temprano, y es más explicable cuanto mayores son los lapsos transcurridos. Un miembro de la generación del 50 que se refiera a ella --ahora que la historia, los lectores, la crítica, la han decantado y modelado--, puede, a través de esa reflexión casi personal, iluminar otras zonas de nuestro pasado colectivo.
Porque, en el mejor de los casos, puede mirarse a sí mismo como si mirara a otra persona.

Pero es menos natural y más chillón, menos genuino y más alarmante cuando uno ve el amago de un afán parecido en escritores muchísimo más jóvenes, que aún no tienen una obra pero ya tienen toda una biografía generacional. Me refiero a esos autores que, con unas ganas infinitas de pasar a la historia antes de que la historia discurra, inventan sus generaciones en la mesa de un café sin darles tiempo siquiera para existir plenamente: ya tenemos generación del 80, del 90, del 2000; pronto tendremos una generación del 2010, y puedo jurar que la tendremos antes del año 2010.

¿Por qué me suena ridículo cuando escucho a alguien establecer con absoluta seriedad el balance y la evaluación de su generación, cuando se trata, por ejemplo de la generación del 90 o del 2000? ¿Acaso no es un hecho real que todo el mundo pertenece a una generación? ¿Y no tiene cada generación rasgos diversos? ¿Y qué problema hay con aceptar esa convención decimal que se ha apoderado de nuestra historia literaria reciente, que le tiene horror al vacío y engendra una generación con cada número redondo? ¿Por qué no acepto la costumbre, simplemente, y se acabó el problema?

Ok. Obviamente acepto que esas generaciones existen. Es absolutamente imposible encontrarles un solo factor cohesionador, que no sea la coincidencia de un accidente histórico; pero existen. Nos ayudan a distinguir a unos poetas de otros con un criterio que es incluso menos ütil que el que usamos para distinguir un Toyota del 89 de un Toyota del 90; pero existen. No sirven para nada más que para multiplicar las antologías y añadir una línea en las solapas de los libros, pero existen.


(Cuando uno las mira en orden cronológico --50, 60, 70, 80, 90, 2000-- y asocia cada fecha generacional con sus supuestos miembros, da la impresión de que la poesía peruana estuviera desapareciendo en el aire. Quizá esas cifras, esas abreviatiruas, sirvan precisamente para eso: para que sea más fácil comprobar la disolución).


Pero, en el fondo, lo que me incomoda cuando escucho los atrabiliarios "deslindes" entre unos y otros miembros de "la generación del 90", "la generación del 2000", "la generación de la violencia", etc., es esa impresión de que, en efecto, esas etiquetas les importan más que su obra, y que, afanados como están en ser parte de la historia, se convierten prematuramente en parte del pasado: al hablar de sí mismos como si ya hubieran dado lo importante de sí se arrojan solos al olvido. ¿Para qué hacerle caso al trabajo de gente que a los treinta años parece decididamente cuesta abajo y vive de sus recuerdos?

No lo puedo evitar: a mí me gustan muchos libros de poetas peruanos que empezaron a escribir o a publicar durante la década de los 90, pero, si me dicen "ése es un poeta de los 90", de inmediato me suena tan obsoleto y fuera de época como un disco de Duran Duran. Y eso que Duran Duran era de los 80.

(Por cierto, ¿alguien sabe a qué generación perteneció Virgilio?).

Lenguas en peligro de extinción

Leo en Perú.21 la noticia acerca de doce idiomas hablados por etnias peruanas que se encuentran en peligro de extinción. Lo digo con esa frase ambigua al propósito, para subrayar lo confuso del problema, porque da la impresión de que cuando alguien habla del fin de un idioma hablara del fin de una etnia (como si la lengua fuera la esencia de lo étnico, su espíritu) y, peor aun, como si hablar del fin de una etnia equivaliera a hablar de la extinción, la muerte, de unas personasde carne y hueso.

El asunto de las lenguas en peligro de extinción despierta polémicas airadas en muchos lugares, casi siempre en esferas académicas, y de modo particular en academias de países que han alcanzado una monolítica centralidad lingüística (la academia norteamericana, exclusivamente angloparlante; la francesa, exclusivamente francófona), y que ahora buscan especímenes de lenguas extrañas en mundos ajenos, con la fascinación de unos turistas culturales.

¿Cuál es la razón para que la posible extinción (de una lengua, y no de un grupo de personas) sea un hecho lamentable? En los términos en que lo pone el Instituto Lingüístico de Verano, lo terrible es que "la influencia del mundo externo", que lleva a los hablantes de idiomas como el kashinahua, de la selva peruana, a aprender español, va a terminar, en una o dos décadas, por destruir su "identidad idiomática".

Cabría preguntarse, primero, qué fundamento científico tiene el concepto de "identidad idomática". Pero, incluso si se ensaya una respuesta de las habituales (la identidad idiomática es el marco mental compartido que da consistencia y coherencia a una comunidad y se vuelve arma cultural defensiva ante una sojuzgación), cabría preguntarse, de todas maneras, cuál es la utilidad real, en la vida de los individuos hablantes del kashinahua, de hablar ese idioma en lugar de otro: cómo los ayuda, de qué les sirve, qué ganan con mantener su "identidad idiomática".

(Tampoco sé cuál es la gracia especial que ostento yo al hablar español y no turco, hopi o kashinahua, salvo que el español me coloca dentro de una comunidad mayor, con más instrumentos culturales y políticos a mi disposición, cosa que evidentemente no me brindaría ser un hablante monolingüe de kashinahua. Y ojo que elijo referirme al kashinahua porque, entre las lenguas que aparecen en esa nómina del ILV, es la que reconozco como idioma de una hermosa y compleja mitología de transmisión oral).

Es curioso, pero la defensa de esas "identidades" suele venir de dos bandos por lo común enfrentados: ciertos progresistas y ciertos conservadores. La jerga del conservadurismo está clara cuando se dice que la "identidad idomática" está en peligro por "la influencia del mundo externo". Estamos hablando de etnias que son secularmente relegadas, olvidadas, mantenidas en los bordes mismos del estado-nación, tratadas como inexistentes y condenadas a condiciones de vida lamentables, y, sin embargo, se teme que dejen de ser lo que son, que el contacto con el resto del país los criollice, los vuelva culturalmente mestizos, es decir, entre otras cosas, se teme que alguna forma de integración a lo externo los saque del abandono y la absoluta marginalidad. Como si hablar kashinahua, ruso, sánscrito, esperanto o glíglico fuera más importante que integrarse a un sistema capaz de otorgarles mejores posibilidades de existencia. Como si el encierro fuera mejor que el contacto. O como si hablar español fuera el hecho que los coloniza, y no estuvieran sufriendo de una opresión colonial desde ya, desde hace tiempo, desde hace siglos.

El concepto de "identidad", sin embargo, también es muy querido en un sector de la izquierda que se describe a sí mismo como progresista. (Piensen en el título del suplemento de El Peruano, Identidades). Es una curiosa elección taxonómica si uno tiene en cuenta que la noción de "identidad" parece contradecir la idea de mutación: ser siempre igual a sí mismo, definirse en función de una esencia compartida, una identidad, es la mejor manera de negar la integración, el mestizaje, la transculturación, la hibridez, la heterogeneidad y todas las otras nociones elaboradas hasta hoy para dar cuenta del carácter heteróclito de las culturas latinoamericanas. Pero, sobre todo, es la mejor manera de abolir el cambio como categoría política y como programa de acción social.

Quienes quieran defender a los individuos, por sobre el fetiche ilustrado de la lengua, quienes se preocupen por las personas y los grupos de personas más que por la curiosidad anecdótica de qué lengua hablan, deberían, en lugar de llorar la muerte de una docena de idiomas, trabajar para resolver las maneras en que se ha de producir la inevitable integración de sus hablantes al resto de la sociedad, para que esa integración tenga sentido y sea benéfica para esas personas.

A veces, da la impresión de que los plañideros de las lenguas en extinción prefirieran la idea de encerrar a los hablantes de esos idiomas en la vitrina de un museo, rescatándolos así de "la influencia externa", antes que preocuparse por su humanidad y su coyuntura como personas.

Imagen: una niña kashinahua.

San Che

Podremos no estar de acuerdo con demasiada frecuencia con Álvaro Vargas Llosa, pero da la impresión de que, a pesar de sus esfuerzos notorios por llevar demasiada agua para sus molinos, en su ya famoso artículo La máquina de matar: el Che Guevara, de agitador comunista a marca capitalista (el texto apareció originalmente en inglés en The New Republic), al menos en el recuento de hechos, sabe de qué está hablando.

Lo que resulta incomprensible, más bien, es que cuando existen ya suficientes modos de argumentar sobre las decenas de personas mandadas a asesinar expresamente por
Guevara; cuando hay toneladas de documentación acerca de los campos de concentración para homosexuales que surgieron, más que por cualquier otro motivo, debido a la doctrina de Guevara sobre "el hombre nuevo"; todavía existan tantas personas interesadas no sólo en difundir la idolatría y la veneración de Guevara, sino que incluso juegan con la estúpida idea de que el hombre fue ni más ni menos que un santo.

Y no me refiero a la borrosa creencia popular cubana, germinada entre los más inocentes y los más crédulos, ni al mito espontáneamente aparecido en la región de Bolivia donde murió Guevara, ni me refiero siquiera al afásico Carlos Santana, en cuyos escenarios las velitas de la virgen suelen alumbrar al Che, sino a un grupo de gente realmente discutible: los artistas cubanos que son privilegiados por su gobierno siempre y cuando bajen la cabeza y repitan como loros las salmodias oficialistas (¿alguien dijo Silvio Rodríguez?), incluyendo, claro está, la salmodia de que el Che fue un mártir, un prohombre, un santo.

El último proyecto en ese sentido es un ejemplo: la actriz
Isabel Santos (La vida es silbar, Cosas que dejé en la Habana) se estrena como directora con un documental hecho con plata del gobierno cubano, plata del Icaic, cuyo título decidor es: San Ernesto nace en La Higuera, donde, claro, San Ernesto es el Che y La Higuera, recuerden, el lugar de su muerte. La nota de prensa recoge uno de los temas de la cinta: "el origen de la creencia en el poder místico de Guevara".

Ahora que el
Papa Fidel I está, según parece, cerca de la muerte, y el obispo Raúl se apresta a ascender al trono con el nombre previsible de FIdel II, mientras el hermano Guevara salta el último escollo en su camino a la santificación, uno se pregunta en qué momento, exactamente, la religión dejó de ser en Cuba el opio de los pueblos. Cuándo fue que esa revolución populista que un día empezó a llamarse marxista acabó por volverse una dictadura religiosa.

Fotomontaje gfp.

23.9.06

Leer las novelas como novelas

En mi época en la Católica había una tendencia horrorosa a usar la literatura como vestigio arqueológico, o como muestra antropológica: se leían las novelas como si fueran testimonios, documentos de intención objetiva y siempre realista, o incluso programas políticos.

Esa inclinación, por cierto, no nacía en la facultad de literatura, sino que venía desde la de ciencias sociales. En la de literatura estábamos casi siempre limitados a análisis formales, razonamientos impresionistas o lecturas minuciosas pero asistemáticas. Y esa vacuidad hacía que la tendencia proviniente del otro pabellón resultara tentadora muchas veces.


Las consecuencias de esa forma de crítica, sin embargo, solían reducirse a dos posibilidades: (a) se leían los libros como si ellos fueran la realidad y se terminaba hablando sobre, por ejemplo, los personajes de Arguedas, cuando se pensaba estar hablando sobre la gente de los Andes; y (b) los libros eran rescatados o condenados en función de su capacidad de reproducir una realidad que, a su vez, había sido ya pronosticada ideológicamente: es decir, tenían que reconstruir la realidad vista a través de ojos socialistas, o marxistas en un sentido más amplio, o pragmático-progresistas, etc.

Ese era el tipo de anteojera que llevaba a la gente a decir que Vargas Llosa había sido un gran escritor hasta que se había vuelto derechista (porque si era de derecha estaba equivocado; y si estaba equivocado, sus libros eran errores).

El caso de Vargas Llosa era patético. Recuerdo una vez que asistí a una reunión de jóvenes poetas de la PUC, en casa de uno de ellos, estudiante de antropología, si no recuerdo mal. Los presentes leyeron sus poemas y conversaron un poco sobre literatura; cuando llegaron al tema Vargas Llosa, luego de tirarle las lápidas de costumbre dijeron que, además, había perdido su posibilidad de ser original con el lenguaje. En pocas palabras, dijeron que frase por frase era un pésimo escritor y que su prosa no emocionaba.

Todos quedaron de acuerdo en que, en la siguiente reunión, una semana más tarde, cada quien leería algo de la poesía que estuviera escribiendo en esos días, o textos ajenos que les hubieran resultado interesantes y quisieran compartir.

Yo asistí a esa otra reunión con un poema escrito por un desconocido brillante, cuyo nombre me reservé. Lo leí y el poema fue muy bien recibido, en algunos casos con gran admiración. Alguien se animó a decir que parecía el
Toño Cisneros de El libro de Dios y de los húngaros, pero que tenía un toque distinto, original.

Un rato después les conté que eran dos párrafos de La guerra del fin del mundo (publicada largos años antes, parece que no había sido leída por los críticos del escritor) y entonces todos, paulatinamente, fueron variando su opinión hasta que coincidieron en que se trataba de un tono lírico anquilosado y viejo, barato y puramente retórico.

En fin. La más reciente columna del crítico Abelardo Oquendo, en La República, toca un tema muy cercano, y me trajo estos recuerdos a la mente.

Imagen. Antonio Conselheiro: trivial sólo si lo dice VLL.

22.9.06

El diablo y el asesino de Chomsky

Hace unos meses, el brillante Hugo Chávez se dedicó a promover a Ollanta Humala, insultando descaradamente a los candidatos presidenciales que competían contra su amigo ultranacionalista, y obtuvo lo evidente: una baja en la popularidad de Humala y una subida de sus adversarios.

Ahora, demostrando que cuando no hay materia gris las experiencias no tienen dónde grabarse y para nada sirven,
Chávez viene a Estados Unidos a persignarse, poner cara de beata escandalizada y decir que George W. Bush es "el diablo".

¿La consecuencia? Previsible: Bush estaba ya desde esta semana en su punto más alto de popularidad en lo que va del año y el empujoncito de Chávez lo está impulsando incluso más allá.

Hoy día, en un recorrido por la prensa americana, se puede constatar lo insólito (pero, en este caso, esperable): los medios de oposición, que hace años no dicen nada positivo sobre
Bush, hacen notar que Chávez es un solo de frases huecas y sin sentido, y que lo que diga no hay que tomarlo en cuenta.

Incluso Jon Stewart, el comediante político que se ha convertido el icono de la oposición contra Bush ha tenido que decir anoche, literalmente, que Chávez "habla estupideces".

Es obvio: la oposición ha trabajado años para hacerle ver al pueblo americano que el discurso de Bush, que pretende dividir al mundo en "buenos" y "malos", "the good guys" y los "evil doers", es de una simpleza y de un maniqueísmo descarados. Y de pronto aparece uno de sus rivales , Chávez, invocando a Dios en su lucha contra "el diablo" y la gente descubre que Bush tiene la sutileza de un filósofo sufí al lado de un enemigo como el venezolano.

El asesino de Chomsky

Chávez no sólo ha metido la pata con Bush. Como se sabe, el venezolano recomendó ayer a todo el planeta cierto libro de Noam Chomsky. Luego de eso, en unas declaraciones que demuestran que Chávez no sólo no lee los libros que recomienda (tal como sospeché y dije ayer), sino que ni siquiera se da el trabajo de ver las fecha de los libros y los textos de las solapas, el presidente de Venezuela dijo lamentar el no haber podido conocer a Chomsky antes de su muerte.

No. No se lamenten los limeños que esperan la visita de Chomsky dentro de escasas semanas: el lingüista norteamericano no ha muerto. De hecho, ha tenido tiempo de responder, según dice, centenares de llamadas de periodistas y amigos preocupados que han telefoneado a su hogar, y a su oficina en el MIT, luego de las declaraciones de Chávez.

Por cierto, Chomsky ha dicho que le da gusto saber que al señor Chávez le haya agradado su libro, pero que no se siente "precisamente halagado con ese descubrimiento". Y ha añadido, tomando distancia del incómodo comandante y la ya célebre recomendación librera: "debemos aprender a mirarnos con nuestros propios ojos y no a través de los ojos de otros".