26.10.06

Las casas de Asterión

La idea del encierro ha sido desde siempre un tema literario. Odiseo estuvo prisionero, Segismundo estuvo prisionero, sir Lancelot estuvo prisionero.

Pero también lo estuvieron el capitán Ahab, a bordo del Pequod, en
Moby Dick; o Arthur Gordon Pym, a bordo del Grampus, en la nouvelle de Poe; o Robinson Crusoe, en la isla soñada por Daniel Defoe.

Porque, hasta cierta época, la noción de encierro no solía implicar la existencia de muros: Sísifo, Edipo y Prometeo también son presos, pero al aire libre.

En muchas ficciones, el claustro es una seña de aislamiento: el preso es alejado de la sociedad y tiene la esperanza de regresar a ella, para gobernarla, para cobrarse una venganza o para perderse en su interior: Edmundo Dantés, Jean Valjean.

En otras, el misterio del encierro es una cifra de los misterios públicos: en las primeras historias de detectives, las escritas en la misma época en que Comte escribía sus ensayos, resolver el caos temporal dentro de una habitación cerrada garantiza la sobrevivencia del orden en la polis.

En la imaginación contemporánea, el prisionero no aspira a volver a la sociedad, porque, casi siempre, está encerrado dentro de ella: en la ficción reciente, la idea de que uno está preso en su propia casa, encarcelado en lo que cree su hábitat, ha dejado de ser metafórica.

Ese es el valor del cadáver descompuesto en su propia cama en
Mulholland Drive, de Lynch. Y se hace inacabable la nómina de las ficciones recientes que repiten el motivo: en Old Boy, la cinta del coreano Chan-wook Park, se busca la casi total identidad entre la celda donde el protagonista pasa quince años de encierro y la casa a la que llega una vez "liberado".

En
Naboer (La puerta de al lado), del noruego Pal Sletaune, el personaje principal se desdobla y apila muebles contra su puerta para evitar que entre en su casa un enemigo, sin saber que el enemigo ya está encerrado dentro de la casa, porque es él mismo.

La lista, como digo, es interminable. Sospecho que la noción de la casa de uno mismo como prisión (que siglos atrás sólo habría sido explicable en la imaginación femenina: allí está la notable narradora del siglo de oro
María de Zayas), se extenderá en la medida en que las casas contemporáneas se sigan convirtiendo en bunkers hechos para el autoexilio (ver 2001: A Space Odissey, de Kubrick), pero también en la medida en que las ciudades se sigan volviendo atemorizantes y más y más violentas (ver El inquilino, de Polanski).

En nuestra tradición más reciente no está ausente el tópico: allí están
El departamento, de Ampuero y Casa, de Enrique Prochazka, para comenzar.

2 comentarios:

Eduardo Gonzalez dijo...

Muy sugerente, Gustavo. La pregunta es -por cierto- en que se resuelve el encierro, asi que agrego tres ejemplos -ojala pradgimaticos- para la reflexion que inicias: la libertad reconciliada, el encierro definitivo y la libertad suicida.

- La libertad reconciliada se ilustra con el cautiverio biblico de Jose, vendido como esclavo por sus hermanos. En el relato las cualidades heroicas (mesianicas) de Jose hacen que triunfe sobre su circunstancia y perdone a los agresores. A su lado, el Conde de Montecristo es una pulsion irracional.

- El encierro definitivo lo ilustra la "jaula de hierro" de Weber, la alegoria que el sociologo aleman escogio para ilustrar los limites de la agencia humana individual en una modernidad dominada por la formalizacion de sistemas y estructuras sociales con su propia racionalidad. Casi en paralelo, "El Cero y el Infinito" de Kostler y -luego- la literatura del holocausto han abundado en la reflexion sobre el heroe sin opciones.

La libertad suicida esta ilustrada por un texto de Lu Hsin, un escritor de inicios del s XX, que fue muy influyente en la formacion del nacionalismo chino y luego adoptado (a la mala) por la cultura oficial comunista.

En parte de un brevisimo relato, que descubri revisando literatura senderista, dice Lu Hsin:

"- Es como si hubiera una enorme casa de hierro, sin ventanas y prácticamente indestructible, llena de hombres dormidos. Tú sabes que van a morir enseguida asfixiados, pero pasarán del sopor a la muerte sin sentir el dolor de la agonía. Entonces tú te pones a gritar, despiertas a algunos, los de sueño más ligero, y esta desgraciada minoría va a sufrir las angustias de una muerte inevitable. ¿Crees que les haces un servicio obrando así?

- Desde el momento que hay hombres despiertos, tú no puedes asegurar que no existe la esperanza de destruir la casa de hierro."

No estaria mal que este tropo se convirtiera en la base de una nueva antologia.

Eduardo

Gustavo Faverón Patriau dijo...

Gracias por el comentario, Eduardo. Esa última opción tiene, a su vez, una variante imaginaria en El milagro secreto de Borges, donde el que despierta despierta en un sueño y escapa sólo en su mente, con el tiempo justo para terminar de crear su mundo paralelo y volver al instante inicial, para morir de todas maneras.

Peter Elmore me envía unos comentarios interesantes sobre este tema en un email. Dice Peter:

"A propósito de un post reciente tuyo, pensé que un caso interesante de enclaustramiento es el de "El ángel exterminador". Las paredes, ahí, son invisibles e impenetrables. también pensé en "Casa tomada", donde --paradójicamente-- la fuga es claustrofóbica. Claro, también me vino a la mente "The locked room", la tercera de las novelas de la trilogía neoyorquina de Auster. Mencionas, si no recuerdo mal, la isla de "La invencion de Morel". No menos claustrofóbica es la isla en "otra vez el mar", de Arenas. me parece de sus mejores novelas".