3.11.06

Ampuero, la crítica, los teólogos

Todos los amantes de la literatura hispana han leído esa breve obra maestra que es Los teólogos, el cuento de Jorge Luis Borges.

Desde uno de sus muchos ángulos, es la historia de dos escritores que quieren decir una misma cosa, pero tienen capacidades diversas para hacerlo: uno de ellos, puntual y agudo, da en el clavo siempre; el otro, envidioso y distraído en minucias, siempre se queda atrapado en la mediocridad.

Y aunque ambos son escritores religiosos, teólogos y retóricos de profesión, el segundo es a la vez un crítico volcado eternamente a la tarea no de iluminar, sino de destruir la obra del primero.

Como muchos otros cuentos de
Borges, Los teólogos es una suerte de tragedia con vuelta de tuerca cómica, y una ironía de las falsas diferencias. Sin embargo, el personaje más ironizado, el teólogo a quien carcome la envidia, no es puesto jamás en verdadero ridículo.

Y no lo es, básicamente, porque su envidia es puramente intelectual, su obsesión es literaria, su odio es libresco: sus argumentos y contrargumentos quedan siempre referidos a ideas y palabras. Y debido a eso, aunque liminarmente, permanece dentro de ese terreno bipartito en el que el otro es un creador y él es un crítico (y a la larga, ambos son uno mismo en la mente de Dios).

La crítica sigue siendo crítica en la medida en que son las ideas y las formas las que se discuten, y no los hombres detrás de los libros, no sus perfiles públicos; esto es, en la medida en que el comentarista no transforma su comentario en un lugar donde ventilar antipatías o críticas
ad hominem.

Por Iván Thays me entero de una crítica escrita en
Caretas por Maribel de Paz acerca de la novela más reciente de Fernando Ampuero, crítica entusiastamente republicada por Paolo de Lima en su blog. Leo la reseña de De Paz y me deja perplejo.

Comienza con lo que parece una queja ante la gran promoción que Editorial Planeta ha hecho del libro. Continúa llamando a
Ampuero "un falso provocador que no quiere caer en lo políticamente incorrecto". De inmediato, cometiendo el pecado más elemental que cualquier crítico debería evitar, atribuye a Ampuero las opiniones de un personaje.

Más adelante llega a sus dos afirmaciones muy peculiares. Primero, objeta la novela porque, dice, es "un libro donde, más que a los protagonistas, se percibe al propio
Ampuero". Curiosa afirmación que no sólo confunde dos planos distintos de lo diegético (¿cómo hizo Ampuero para filtrarse a sí mismo en un relato ficcional?), sino que además es propuesta sin la más mínima explicación. Uno termina preguntándose si es una queja contra la verosimilitud de la ficción o una queja contra la imagen de Ampuero mismo.

("Percibir a
Ampuero" sólo puede ser un defecto para quien conozca a Ampuero y, además, tenga una idea negativa de él, o de lo que él representa, o de lo que aquella persona crea que Ampuero representa. Criticar a un personaje público es válido --aunque no es crítica literaria, ciertamente--. ¿Por qué no opta De Paz por escribir abiertamente sobre Ampuero como personaje público y deja que el libro sea comentado por quienes tengan la intención de hacer una crítica literaria?).

A renglón seguido dice
De Paz que Puta linda es "un libro en el que el escritor aprovecha para promocionar a sus amigos, colgando cuadros de Tola y Llona de las paredes del departamento de una ya distinguida Noemí".

¿Humor involuntario? Sin duda. O habrá que pedirle a
Vargas Llosa que descuelgue los cuadros de Szyszlo de las paredes de don Rigoberto en Elogio de la madrastra. Y habrá que pedirle a María Kodama que borre a Bioy o a Santiago Dabove de los cuentos de su esposo: pura publicidad. (Aunque, pensándolo bien, ¿cuál es la publicidad que Ampuero le hace a Tola y Llona? ¿Decir que sus cuadros son los preferidos de las prostitutas que hacen plata?).

Como quien se quita la careta,
De Paz se aproxima a la conclusión de su reseña con esta observación: "Difícil no asfixiarse con Ampuero en cada página". Una vez más toda su crítica parece reducirse a que el autor le cae mal: la reseña parece una radiografía del prejuicio: era imposible que De Paz escribiera un comentario desprejuiciado de este libro.

Hay dos breves momentos en que
De Paz casi entra en el terreno de la crítica. En uno de ellos, compara el escándalo moral de Puta linda con el de Lolita, desestimando el de Puta linda por haber llegado tarde al tumulto. De Paz olvida dos cosas: que en ninguno de los dos casos la intención es el escándalo y que en Lolita no existe el factor social presente en la novela de Ampuero, un punto sensible que merece un comentario más serio.

Más adelante dice:

"¿Pretendió
Ampuero mimetizarse con sus protagonistas, escritores incipientes, recurriendo a la prosa que estos podrían lograr? Pareciera, pues recurre a salidas fáciles e inverosímiles para dar un vuelco a la historia al mejor estilo de aquellas series norteamericanas en las que los libretistas se deshacen de personajes incómodos con un viaje repentino, un coma o una muerte súbita".

En ese que es su esfuerzo mayor por hacer crítica literaria,
De Paz revela por qué no está calificada para esa tarea: ¿qué tiene que ver la "prosa" con los "vuelcos" de la historia? ¿Cuál es la sutilísima conexión que De Paz no se da el trabajo de explicar? ¿Y qué tiene que ver la prosa de los "escritores incipientes" de Puta linda con los argumentos ideados por los guionistas de la televisión norteamericana? ¿Alguien tiene una respuesta?

No es difícil hacer crítica literaria: basta con evaluar virtudes y defectos textuales y notar la forma en que la ficción se vincula con el mundo representado; basta con describir la manera en que, cómoda o incómodamente, un texto se incluye en una tradición o la rechaza o echa mano de ella; basta con evidenciar los hilos ideológicos detrás de una historia. Para hacer eso no es necesario dar rienda suelta a prejuicios; lo necesario es apartarlos y ponerlos a una distancia saludable de las observaciones que uno haga sobre el texto. ¿Es eso mucho pedir?

El texto de
Ampuero, como todos, tiene hallazgos y bemoles: al atacar al autor sin decir nada válido sobre el texto, la reseñista termina dando una impresión que, sin duda, no desea: la impresión de que nada encontró ella en el texto que le fuera posible criticar justificando la crítica con argumentos literarios.

2 comentarios:

Daniel dijo...

Al final, como sucede siempre, lo único que lograr conocer uno de alguna publicación peruana es lo que se dice a partir de las críticas que se hacen entre ellos los críticos. En realidad no he leído nada sobre Putas Lindas, sino las críticas a las críticas sobre la novela. Mi humilde opinión es que la novela debió situar a sus personajes por lo menos 30 ó 40 años antes: sin duda Fernando Ampuero no conoce a las putas de hoy.
Entiendo la ficción, pero no se me hace creíble una puta como la que pinta Ampuero; las de hoy se meten al negocio por hambre, hacen pésimo su trabajo y de su boca no sale nada agradable que sirva para inspirar a nadie. La prostitución si bien puede ser manejada literariamente como a un escritor se le ocurra, no tiene nada de agradable, al menos en la Lima de 1992, que creo que es la fecha donde estaciona a sus personajes, y menos aún en la Lima de hoy. Al margen de todo esto, Puta Linda, no es una novela que me quite el sueño. No es precisamente una novela para recomendar.

Anónimo dijo...

Totalmente de acuerdo...mucha defensa cerrada de Ampuero, què lindo Lobby!.